Cuando la fiera amaine

A la casa llegué sin pan ni fuego.
llevaba las sandalias descosidas.
¿Sabéis ? En esta casa,
al reclinar la tarde,
vamos a ser protagonistas
de una fiesta.
La fiesta más feroz que fauna humana
pudiera presentir.
Sigo en pie en este albergue,
tan inmenso, con el vestido a trazos
y el dúo de lunares
sobre el monte de Venus
en mi mano derecha.
Cuando la fiera amaine
degustaremos la alborada
de poética viña.
Escucharemos a Virgilio
mientras plácido canta a Madame Butterfly
y Murillo multiplica colores
sobre tierra de albero.
Y sé más,
me dice el horizonte muchas cosas.
Te las diré en La Mar , desnuda toda.
Delirante y cautiva
confirmaré el azul de mi palabra.

Encarnación Huerta Palacios


El mar amanece

Del firmamento zarpan amapolas
interpretando un vals al rojo vivo.
No puede haber encuentro más festivo
que este rito danzando ante las olas.

Vuelan arreboladas caracolas
y el viento también baila ya cautivo,
y canta y vibra alegre, expectativo,
y sonroja la mar, y sueña a solas.

La mañana se entrega, va tranquila
y allá, en la nave azul entre milenios
se inspira el Hacedor, firma rotundo.

La luz de un paraíso se perfila,
descienden esplendores primigenios
y nace la ilusión: un nuevo mundo.

Encarnación Huerta Palacios



Traía firme anzuelo…

Traía firme anzuelo
los ojos ya nevados,
y en la roca desierta
atrapé su sonrisa una mañana.
—¡Ayúdame!
vierto todos mis peces
en cristales salobres de la esfera
del humano que busca un auditorio
y canta la carcoma de sus penas—.
Lo dijo con aliento
de insomnio perdurable.
Se disipó el lugar.
Me perdí en salmodias y entre arenas.
No tropezaré nunca con sus abuelos ojos.
Pero su voz fue un ancla poderosa
en transitados puertos de mi entraña.
Hay desde entonces velas que apresuran
en navio de la vocal primera
en sonidos agudos concebida,
y conducen mi sed.
Y en mi playa de roja huracanada
estiletes ardidos
en los vientos cincelan el poema.
Quiero vivir milenios
pescando con mil redes.

Encarnación Huerta Palacios


Tú debes ser la llaga...
               
Tú debes ser la llaga,
la llaga del principio.
Por ti se hizo la noche y las tinieblas.
Nos dejaste el legado más horrible,
plomo y duelo cosido a los talones
que nos vence a la tierra
y extermina,
después le deja al viento
los labios del despojo.
Soberbia, reina enjambre,
matriz de las desdichas
¿cómo arrancarte el feudo
                    que te otorgó el abismo
                                        de luz deshabitado?
¿cómo cerrar los cráteres que abriste
en los occipitales
y hundirte para siempre
en la cal espumosa de la nada?
                    Si fueses soberana del ayer,
                                        tan sólo del ayer,
y no te alzaras hoy
con más fuerza que el hongo de la muerte.
Si ya no urdieras coloridas trampas
que conquistan engañosamente
concibiendo ilusiones
de someter el orbe a los caprichos.
Es posible que entonces
el reino del perdón ya fuera nuestro,
regresados al mundo
                    de cóndores altivos
                                        sin el barro en las alas.


Encarnación Huerta Palacios
Mujeres de carne y verso.
Antología poética femenina
en lengua española del siglo XX.
Edición de Manuel Francisco Reina.
La esfera literaria. 2002











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