Cuando muere un poeta

Cuando muere un poeta marca el duelo
sus límites, con rayos tremebundos,
y en las horas se vuelven los segundos
como enjambres de penas en un vuelo.

La noche impone sobre el sol su velo,
y se ahueca de abismos tan profundos
que ladran como canes iracundos
los clásicos panteones. ¡Y arde el cielo!

Converge su camino en un recodo
del sueño ilimitado, donde el lodo
jamás se ha visto ni con voz remota.

Yo le auguro, de mármoles, un parque:
¡Base de un nicho superior que abarque
los ámbitos que el tiempo nunca agota!

Francisco Henríquez Domínguez


Un raro río

Corre Veloz el transparente río,
quebrando puertas de cristales puros.
Traspasa los antiguos intramuros
con sus aguas de fiero desafío.

Por extraños parajes desemboca
la constante corriente que socava
duros perfiles de rugosa grava,
¡que tiene siglos de llamarse roca!

Lo mueve fuerza de fluvial empuje;
toda calcárea resistencia cruje:
se vuelve pobre, desigual arena…

Por el último miedo de la bruma
pasan navíos de sutil espuma
con hojarascas de la tarde buena.

Francisco Henríquez Domínguez









No hay comentarios: