Desde el camino, al coronar el monte,
volví a mirar: desierto el horizonte
y triste estaba y me senté a llorar…
Mientras en el jardín, hoy ya sin flores,
donde nacieron “ay” nuestros amores
llorabas tú también sin sollozar.

Adán y Eva al dejar el paraíso
salieron juntos; el destino quiso
dejar consuelo al perseguido amor.
Niña, más duro fue nuestro destino:
Yo te llamaba solo en mi camino
Tu me llamabas sola en tu dolor.

Y Adán por su pasión fue delincuente:
Y mi amor para ti, siendo inocente,
castigo más tremendo mereció.
Del hombre, ser pequeño y miserable,
la cólera es más fiera e implacable
que la justicia y cólera de Dios.

Diógenes Antonio Arrieta


En la media noche

Majestuosa la luna señorea
el ancho firmamento;
hermosos, rutilantes como soles
alumbran los luceros.

Las nubes cuelgan de los altos montes
un misterioso velo;
las copas de los árboles se mecen
con tardo movimiento.

Escúchanse á distancia los latidos
del vigilante perro,
fiel centinela que del amo guarda
el descansado sueño.

Ninguna voz humana se percibe
en medio del silencio:
Las voces y el martillo del trabajo
también enmudecieron.

De una lámpara el rayo persistente
divisase allá lejos,
la lámpara del sabio que trabaja
y vela en el silencio.

Obrero de la ciencia que investigas
tantos hondos misterios,
tú que trabajas mientras todos duermen,
¡tú llegarás al puerto!

Diógenes Arrieta


En la tumba de mi hijo

¡Espejismos del alma dolorida!...
¡Hermosas esperanzas de la vida
Que disipa la muerte con crueldad!
Para engañar las penas nos forjamos
Imágenes de dicha, y luego damos
Á la Ilusión el nombre de Verdad.

Aquí te llamo y nadie me responde:
Sorda y cruel, la tierra que te esconde
Ni el eco de mi voz devolverá.
Así la Eternidad: sombría y muda,
El odio ni el amor, la fe y la duda
En sus abismos nada alcanzarán.

Otros alienten la creencia vana
De que es posible á la esperanza humana
De la muerte sacar vida y amor.
Si es cruel la verdad, yo la prefiero...
¡Me duele el corazón, pero no quiero
Consolar con mentiras mi dolor!

¡Hijo querido, la esperanza mía!
Animaste mi hogar tan sólo un día,
No volvemos á vernos ya los dos...
Pues que la ley se cumpla del destino:
Tomo mi cruz y sigo mi camino...

¡Luz de mi hogar y mi esperanza, adiós!

Diógenes Antonio Arrieta


Hoy en la soledad de tus congojas
con llanto amargo, reprimido, mojas
las cortinas del lecho conyugal.
Y te consume, al par que te atormenta,
esa tisis del alma, fiebre lenta
que tiñe el rostro de color mortal.

La miel de tu himeneo son las penas;
Y esos eternos lazos son cadenas
que tu llanto jamás podrá romper,
y el lecho de tu esposo donde a solas
te acaricia, es el ara en que le inmolas
resignada, tu afecto a tu deber.

Ven a mis brazos, pues a tus mejillas,
a tus facciones yertas y amarillas
mis labios volverán a dar calor;
y tu alma muerta vivirá tan luego
como la bañe el generoso riego
de nuestro antiguo desgraciado amor…

oh, “no”… no vengas; huye de mis brazos;
del matrimonio los eternos lazos
conserven del deber la santidad.
De tus congojas la cicuta bebe;
felicidad que a la traición se debe,
asusta la conciencia criminal.

Sufre, pues y estrecha resignada,
Al pensar en tu suerte infortunada,
de tu destino la tremenda cruz:
hay reposo después de la agonía,
huye la noche y aparece el día,
detrás de las tinieblas viene luz.

Diógenes Antonio Arrieta



















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