El canto del antioqueño 

¡Oh libertad que perfumas
las montañas de mi tierra,
deja que aspiren mis hijos
tus olorosas esencias!

I

Amo el Sol porque anda libre,
sobre la azulada esfera,
al huracán porque silba
con libertad en las selvas.

II

El hacha que mis mayores
me dejaron por herencia,
la quiero porque a sus golpes
libres acentos resuenan.

III

Forjen déspotas tiranos
largas y duras cadenas
para el esclavo que humilde
sus pies de rodillas besa.

IV

Yo que nací altivo y libre
sobre una sierra antioqueña
llevo el hierro entre las manos
porque en el cuello me pesa.

V

Nací sobre una montaña,
mi dulce madre me cuenta
que el sol alumbró mi cuna
sobre una pelada sierra.

VI

Nací libre como el viento
de las selvas antioqueñas
como el cóndor de los Andes
que de monte en monte vuela.

VII
Pichón de águila que nace
sobre el pico de una peña
siempre le gustan las cumbres
donde los vientos refrescan.

VIII

Cuando desciendo hasta el valle
y oigo tocar la corneta,
subo a las altas montañas
a dar el grito de alerta.

IX

Muchachos, le digo a todos
los vecinos de las selvas
la corneta está sonando...
¡tiranos hay en la sierra!

X

Mis compañeros, alegres,
el hacha en el monte dejan
para empuñar en sus manos
la lanza que el sol platea.

XI

Con el morral a la espalda
cruzamos llanos y cuestas,
y atravesamos montañas
y anchos ríos y altas sierras.

XII

Y cuando al fin divisamos,
allá en la llanura extensa,
las toldas del enemigo
que entre humo y gente blanquean,

XIII

Volamos como huracanes
regados sobre la tierra,
¡ay del que espere el empuje
de nuestras lanzas revueltas!

XIV

Perdonamos al rendido
porque también hay nobleza
en los bravos corazones
que nutren las viejas selvas.

XV

Cuando volvemos triunfantes
las niñas de las aldeas
rinden coronas de flores
a nuestras frentes serenas.

XVI

A la luz de alegre tarde
pálida, bronceada, fresca
de la montaña en la cima
nuestras cabañas blanquean.

XVII

Bajamos cantando al valle
porque el corazón se alegra;
porque siempre arranca gritos
la vista de nuestra tierra.

XVIII

Es la oración; las campanas
con golpe pausado suenan;
con el morral a la espalda
vamos subiendo la cuesta.

XIX

Las brisas de las colinas
bajan cargadas de esencia,
la luna brilla redonda
y el camino amarillea.

XX

Ladran alegres los perros
detrás de las arboledas;
el corazón oprimido
del gozo palpita y tiembla...

XXI

Caminamos... Caminamos...
y blanqueas... y blanquean...
y se abren con su ruido
de las cabañas las puertas.

XXII

Lágrimas, gritos, suspiros,
besos y sonrisas tiernas,
entre apretados abrazos
y entre emociones revientan.

XXIII

¡Oh libertad que perfumas
las montañas de mi tierra,
deja que aspiren mis hijos
tus olorosas esencias!.

Epifanio Mejía Quijano



Historia de una tórtola

Joven aún entre las verdes ramas
de secas pajas fabricó su nido;
la vio la noche calentar sus huevos;
la vio la aurora acariciar sus hijos.

Batió sus alas y cruzó el espacio,
buscó alimento en los lejanos riscos;
trajo de frutas la garganta llena
y con arrullos despertó a sus hijos.

El cazador la contempló dichosa...
¡y sin embargo disparó su tiro!
Ella, la pobre, en su agonía de muerte
abrió sus alas y cubrió a sus hijos.

Toda la noche la pasó gimiendo
su compañero en el laurel vecino...
cuando la aurora apareció en el cielo
bañó de perlas el hogar ya frío.

Epifanio Mejía Quijano



 La Muerte del Novillo

Ya prisionero y maniatado y triste
sobre la tierra quejumbroso brama
el más hermoso de la fértil vega
blanco novillo de tendidas astas.

Llega el verdugo de cuchillo armado;
el bruto ve con timidez el arma;
rompe el acero palpitantes nervios;
chorros de sangre la maleza esmaltan.

Retira el hombre el musculoso brazo;
el arma brilla purpurina y blanca;
se queja el bruto y forcejando tiembla,
el ojo enturbia… y la existencia exhala.

Epifanio Mejía Quijano


Las hojas de mi selva

Las hojas de mi selva
Son amarillas
Y verdes y rosadas
¡Qué hojas tan lindas
Querida mía
¿Quieres que te haga un lecho
De aquellas hojas?

De bejucos y, musgos
Y batatillas
Formaremos la cuna
De nuestra Emilia:
Cunita humilde
Remecida a dos manos
Al aire libre.

De palmera en palmera
Las mirlas cantan,
Los arrollos murmuran
Entre las gramas
dulce hija mía!
Duerme siempre al concierto
De aguas y mirlas.

Gallinetas reales
De canto dulce
Guardan en la hojarasca
Huevos azules…
Perlas del bosque
Que lleva a los altares
La gente pobre.

Los altivos monarcas
En sus palacios
Con diamantes adornan
Los mismos cuadros.
Hija, !sé libre!
Busca siempre la choza
Del hombre humilde.

En mi selva penetran
Del sol los rayos,
Mariposas azules
Pasan volando;
Sobre sus alas
Brilla el blanco rocío
De la mañana.

Siete-cueros, uvitos
Y amarrabollos
De botones y flores
Visten sus copos,
De ramo en ramo
Los cupidos al aire
Vuelan libando.

Por angostos caminos
De tierra y hojas
Pasan negras hormigas
Unas tras otras,
Para sus casas
Llevan verdes hojitas
En sus espaldas.

Sobre campos de flores
Revolotean
Susurrando apacibles
Rubias abejas,
Miel exquisita
En el hueco de un árbol
Todas fabrican.

Entre dragos y dragos,
Chilcos y chilcos
Las arañas pasando
Tienden sus hilos,
Fabrican nuevas…
!Maquinistas de Europa,
Venid a verlas!

Entre cedros y robles
De verdes copas
El yarumo levanta
Las blancas hojas;
Patriarca anciano
Que en trono de esmeraldas
Vive sentado.

Adorno de los campos,
Flores humildes
Que nacéis en mi selva,
Solas y libres;
La noche os riega,
El sol os ilumina,
Nutre y calienta.

Oasis escondidos
Bajo las palmas
Olorosos jardines
De mis Montañas:
Para mi esposa,
Para mi dulce Emilia,
Tejed coronas.

En las frentes altivas
De las Cleopatras,
Resaltan sobre el oro
Las esmeraldas.
Hija sé buena!
Busca siempre las flores
Que hay en mi selva.

Epifanio Mejía Quijano


Serenata

–¡Dulce noche de amor, noche serena,
vuestros pálidos astros encended!
Hay dos ojos que brillan con tristeza.
¡Alumbrad! ¡alumbrad! los quiero ver.

Apoyada en mi brazo, amada mía,
al campo del amor vas a seguir.
¡Flores! ¡flores! guardad vuestras espinas,
y aromas en los vientos esparcid.

–¡Dulce noche de amor, noche serena,
vuestros pálidos astros apagad!
Hay dos ojos que brillan con terneza...
a la luz o a la sombra los sé amar.

Apoyada en tu brazo, amado mío,
al campo del amor voy a seguir.
¡Oh rosales! guardad vuestras espinas,
y aromas en los vientos esparcid.

Epifanio Mejía Quijano


Sobre el musgo reseco...

Sobre el musgo reseco la serpiente tranquila
fulge al sol, enroscada como rica diadema,
y en su escama vibrátil el zafiro se quema,
la esmeralda se enciende y el topacio rutila.

Tiemblan lampos de nácar en su roja pupila,
que columbra del buitre la asechanza suprema,
y regando el reflejo de una pálida gema,
silbadora y astuta por la grama desfila.

Van sonando sus crótalos en la gruta silente
donde duerme el monarca de la felpa de raso;
un momento relumbra la ondulante serpiente,

y cuando ágil avanza y en la sombra se interna,
al chispear de dos ojos suena horrendo zarpazo
y un rugido sacude la sagrada caverna.

Epifanio Mejía








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