El cementerio de Momo

Yace aquí un mal matrimonio,
Dos cuñadas, suegra y yerno...
No falta sino el demonio
Para estar junto el infierno.
pareados con rima consonante,
¡En sepulcro de escribano
Una estatua de la Fe!...
No la pusieron en vano;
Que afirma lo que no ve.
¿Ya hay pleito sobre el sepulcro,
Y aún no está el hombre enterrado?
¡Éste sí que era letrado!
Yace aquí Blas...y se alegra
Por no vivir con su suegra.

Agua destilada la piedra,
Agua está brotando el suelo...
¿Yace aquí algún aguador?-
No, señor: un tabernero.
Un delator aquí yace...
¡Chito! que el muerto se hace...
Aquí yace una doncella...
Y han borrado de labor...
Siempre es bueno hacer favor.
Yace en esta estrecha caja
El sastre más afamado;
Y dicen que no ha robado...
Al menos en la mortaja.
¡Cuñados en paz y juntos!...
No hay duda que están difuntos.
Aquí yace una beata
Que no habló mal de ninguna...
Perdió la lengua en la cuna.
Aquí un médico reposa,
Y al lado han puesto a la Muerte...
Iban siempre de esta suerte.
¡Al pie del sepulcro un cuerno! ...
¿No admite dos el infierno?
Aquí un hablador se halla ...
Y por vez primera calla.
Aquí yace una viüda
Que murió de pena aguda,
Apenas hubo perdido
A su séptimo marido.
Aquí se enterró un suizo ...
Por el dinero lo hizo.
Un borrego han esculpido
En esta tumba modesta ...
¿Tuvo el difunto el toison?...
Fue escribano de la Mesta.
Aquí a una bruja enterraron,
Chamuscada a fuego lento ...
Nunca es malo un escarmiento.
Aquí yace un cobrador
Del voto del Rey Ramiro ...
¿No era mejor dar mujeres;
Y quedarnos con el trigo?
Aquí yace un mayorazgo
Junto a su hermano mellizo:
Éste se murió de hambre;
Y aquél se murió de ahíto.
Aquí yace un proyectista,
Que quiso dar por asiento
Agua, tierra, fuego y viento.
Aquí yace un egoísta
Que no hizo mal ni hizo bien ...
Requiescat in pace, Amén.
Aquí yace Don Matías,
Acusado de tacaño;
Y daba gratis al año...
Pésames, pascuas y días.
El general que aquí yace,
Hizo lo mismo que el Cíd ...
Entraba muerto en la lid.
Aquí yace un alquimista,
Que en oro trocaba el cobre ...
Y murió de puro pobre.
Aquí yacen dos maestrantes...
Ocupados como antes.

Francisco Martínez de la Rosa


El huérfano

Mientras el crudo diciembre
Arroja nieve y granizo,
Y del palacio las puertas
Conmueve el ábrego impío,
A su amparo en noche oscura
Se acoge un mísero niño,
Que abandonaron sus padres
Y no halla en el mundo asilo:
Ambas manos junto al pecho,
Tiembla de susto y de frío;
Y hasta el aliento le falta
Para demandar auxilio...
¡Jamás tuvo el inocente
Quien oyera sus suspiros,
Quien enjugase su llanto,
Quien le llamara su hijo!
En el hueco de unas rocas
Le hallaron recién nacido,
Sin más protector que el cielo,
Ni más padre que Dios mismo;
Sólo Dios, que abre su mano
Para el tierno pajarillo,
Y hasta en el aura derrama
Las semillas y el rocío.

Huérfano desventurado,
No llores tan afligido;
Y llama a la misma puerta
Que hora te sirve de arrimo:
Llama otra vez, que su dueño
En blando lecho adormido,
En sueños ve los tesoros
Que conducen sus navíos;
Y no ha de ser tan cruel,
Que al escuchar tus gemidos,
Te niegue un pobre sustento,
Te niegue un mísero abrigo.

«¡Amparad piadosos
A un niño infeliz;
Y Dios os lo premie
Mil veces y mil!
Solo y desvalido
¡Ay triste! nací;
Que mi propia madre
Me alejó de sí...
Si madre tuvisteis,
A Dios bendecid;
¡Y en memoria suya
Doleos de mí!
Nunca una palabra
Cariñosa oí;
Llanto de mis ojos
Por leche bebí...

Por Dios y su Madre,
Piadosos abrid;
Si no, a vuestra puerta,
Me veréis morir!...»

Apenas estas palabras
Sollozaba el huerfanito,
Cuando dentro del palacio
Sonó de un can el ladrido;
Cien esclavos acudieron;
Y amenazaron al niño,
Si en mal hora el dueño adusto
Despertaba a sus gemidos.

Francisco Martínez de la Rosa


El recuerdo de la patria

Vi en el Támesis umbrío
Cien y cien naves cargadas
De riqueza;
Vi su inmenso poderío,
Sus artes tan celebradas,
Su grandeza;
Mas el ánima afligida
Mil suspiros exhalaba
Y ayes mil;
Y ver la orilla florida
Del manso Dauro anhelaba
Y del Genil.
Vi de la soberbia corte
Las damas engalanadas,
Muy vistosas;
Vi las bellezas del norte,
De blanca nieve formadas
Y de rosas:
Sus ojos de azul del cielo;
De oro puro parecía
Su cabello;
Bajo transparente velo
Turgente el seno se vía,
Blanco y bello.
¿Mas qué valen los brocados,
Las sedas y pedrería
De la ciudad?
¿Qué los rostros sonrosados,
La blancura y gallardía,
Ni la beldad?
Con mostrarse mi zagala,
De blanco lino vestida,
Fresca y pura,
Condena la inútil gala,
Y se esconde confundida
La hermosura.
¿Dó hallar en climas helados
Sus negros ojos graciosos,
Que son fuego,
Ora me miren airados,
Ora roben cariñosos
Mi sosiego.
¿Dó la negra cabellera
Que al ébano se aventaja?
¿Y el pie leve,
Que al triscar por la pradera,
Ni las tiernas flores aja,
Ni aun las mueve?...
Doncellas las del Genil,
Vuestra tez escurecida
No trocara
Por los rostros de marfil
Que Albïon envanecida
Me mostrara.
Padre Dauro, manso río
De las arenas doradas,
Dígnate oír
Los votos del pecho mío;
Y en tus márgenes sagradas
Logre morir.

Francisco Martínez de la Rosa



La muerte

Al borde está de una tumba
La inexorable deidad,
Mal ceñido el negro manto,
Lívida la horrenda faz,
Y la planta descarnada
Sobre una corona real:
En tablas de bronce y mármol,
Carcomidas por la edad,
Apoya el brazo siniestro
Con terrible majestad,
Y la historia de cien siglos
Debajo borrada está.
Reina en torno hondo silencio,
Destrucción y soledad,
Como en el Averno lago
En que hasta el aire es letal;
Ni alrededor nace yerba,
Ni osan las aves volar.
Ante sus ojos perenne
Arde una luz funeral,
Cual si la densa tiniebla
Luchase por disipar;
Mas apenas la vislumbra
Entre sombras el mortal,
Cuando su débil reflejo
¡Se pierde en la eternidad!

Francisco de Paula Martínez de la Rosa Berdejo Gómez y Arroyo



La niña descolorida

Pálida está de amores
mi dulce niña.
¡Nunca vuelven las rosas
a sus mejillas!

Nunca de amapolas
o adelfas ceñida
mostró Citerea
su frente divina.
Téjenle guirnaldas
de jazmín sus ninfas,
y tiernas violas
Cupido le brinda.

Pálida está de amores
mi dulce niña.
¡Nunca vuelven las rosas
a sus mejillas!

El sol en su ocaso
presagia desdichas
con rojos celajes
la faz encendida.
El alba, en Oriente,
más plácida brilla;
de cándido nácar
los cielos matiza.

Pálida está de amores
mi dulce niña.
¡Nunca vuelven las rosas
a sus mejillas!

¡Qué linda se muestra,
si a dulces caricias
afable responde
con blanda sonrisa!
Pero muy más bellas
el amor convida
si de amor se duele
si de amor respira.

Pálida está de amores
mi dulce niña.
¡Nunca vuelven las rosas
a sus mejillas!

Sus lánguidos ojos
el brillo amortiguan;
retiemblan sus brazos;
su seno palpita.
Ni escucha, ni habla,
ni ve, ni respira;
y busca en sus labios
el alma y la vida...

Pálida está de amores
mi dulce niña.
¡Nunca vuelven las rosas
a sus mejillas!

Francisco Martínez de la Rosa



La perdiz

Cesa un instante siquiera,
cesa, avecilla, en el canto,
y no atraigas a los tuyos
con tu pérfido reclamo:
El mismo dueño a quien sirves,
te arrancó del nido amado,
te robó la libertad,
te desterró de los campos;
y por complacerle ahora,
de tanta crueldad en pago
a tu esposo y a tus hijos
tú misma tiendes el lazo.
La voz del amor empleas,
brindas con dulces halagos,
cuando la tierra y el cielo
a amar están convidando;
pero entre tanto escondida
la muerte acecha a tu lado,
pronta a salpicar con sangre
las bellas flores del prado...
¡Ay!deja al hombre cruel
valerse de esos engaños;
llamar con la voz alevosa
y vender a sus hermanos.

Francisco Martínez de la Rosa



El reloj de arena

¡Cuán rápida desciende
La arena ante mi vista;
Y cada leve grano
Lleva un mísero instante de mi vida! ...
Tardos los juzga el Tiempo,
Y el curso precipita,
Y el frágil vidrio estalla
Entre las manos de la Muerte impía:
Al viento arroja el polvo
Con bárbara sonrisa;
Y amor, gloria, ilusiones
Al borde de la tumba se disipan...
¿Dónde voló mi infancia,
Mi juventud florida,
Mis años más dichosos,
Mis gustos, mis encantos, mis delicias?
Todo pas6 cual sueño;
Todo finó en un día,
Cual flor que al alba nace,
Y al trasmontar del sol yace marchita.
Mi corazón sensible
A la piedad divina,
A la amistad sincera,
Del amor a las plácidas caricias,
Abrió su incauto seno,
Exento de perfidia;
Y la maldad proterva
Clavó con sangre en él duras espinas...
¿Por qué, decid, crueles,
Desgarráis tan aprisa
La venda de mis ojos,
Que el fementido mundo me encubría?
Amar es mi destino,
Amar mi bien, mi dicha,;
El cielo bondadoso
Para amar me dio un alma compasiva.
Si aborrecer es fuerza,
Trocad el alma mía;
Que el odio y la venganza
En mi pecho jamás tendrán cabida...
¡Así, Dios de clemencia,
Mis súplicas recibas
Con tu piedad, y enjugues
Las lágrimas que riegan mis mejillas!

Francisco Martínez de la Rosa


La soledad

Único asilo en mis eternos males,
Augusta soledad, aquí en tu seno,
Lejos del hombre y su importuna vista,
Déjame libre suspirar al menos:
Aquí, a la sombra de tu horror sublime,
Daré al aire mis lúgubres lamentos,
sin que mi duelo y mi penar insulten
Con sacrílega risa los perversos,
Ni la falsa piedad tienda su mano,
Mi llanto enjuque y me traspasa el pecho.
Todo convida a meditar: la noche
El mundo envuelve en tenebroso velo;
Y aumentando el pavor, quiebran las nubes
De la luna los pálidos reflejos:
El informe peñasco, el mar profundo
Hirviendo en torno con medroso estruendo,
el viento que bramando sordamente
Turba apenas el lúgubre silencio,
Todo inspira terror, y todo adula
Mi triste afán y mi dolor acerbo.
La horrible majestad que me rodea
Lentamente descarga el grave peso
que mi pecho oprimió: por vez primera
Se mezclan mis sollozos a mis ecos,
Y apiadado el destino da a mis ojos
De una mísera lágrima el consuelo..
¡Llanto feliz! Cual bienhechor rocío
templa la sed del abrasado suelo,
Calma la angustia, la mortal congoja
Con que batalla mi cansado esfuerzo;
Y en plácida tristeza absorta el alma,
No envidiará la dicha ni el contento.
Solo en el mundo, de ilusiones libre,
de vil temor y esperanza ajeno,
Encontraré la paz que vanamente
me ofreció con su magia el universo.
¿Qué importa que a mi planta mal segura
Aún falte tierra que estampar su sello,
Y al carcomido escollo amenazando,
Me estreche el mar en angustioso cerco?
¿No me basto a mi mismo? ¿No me es dado
Alzar mis ojos sin pavor al cielo,
Sentir mi corazón que quieto late,
Y el mundo contemplar con menosprecio?
Yo vi en mi aurora de mi edad florida
Sus encantos brindarse a mis deseos:
Gloria, riquezas, cuantos falsos bienes
Anhela el hombre en su delirio ciego,
En torno me cercaron: oficiosa
La amistad redoblada mi contento;
La pérfida ambición me sonreía;
Me brindaba le amor su dulce seno...
Temí, temblé, me apercibí al combate,
Demandé a mi razón su flaco esfuerzo;
Y apenas pude en afanosa lucha
Rechazar tanto hechizo lisonjero.
¡Qué fuera, Dios, si al rápido torrente
Yo propio me arrojara! En presto vuelo
Pasaron cinco lustros de mi vida,
Y el cuadro encantador huyó con ellos ;
Huyó, volví la vista, lance un grito....
Y en vez de flores encontré un desierto.

Francisco Martínez de la Rosa











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