El duque de Aumale

Bajo la oscura red de la pestaña
destella su pupila de deseo
al ver la grupa de esplendor sabeo
y el albo dorso que la nieve empaña.

Embiste el sexo con la enhiesta caña
igual que si campara en un torneo,
y con mano feliz ase el trofeo
de la trenza odorífera y castaña.

El garrido soldado de Lutecia
se ríe de sus triunfos, mas se precia
de haber abierto en el amor un rastro,

y gallardo, magnífico, impaciente,
como un corcel se agita cuando siente
la presión de su carga de alabastro.

Efrén Rebolledo


El vampiro

Ruedan tus rizos lóbregos y gruesos
por tus cándidas formas como un río,
y esparzo en su raudal crespo y sombrío
las rosas encendidas de mis besos.

En tanto que descojo los espesos
anillos, siento el roce leve y frío
de tu mano, y un largo calosfrío
me recorre y penetra hasta los huesos.

Tus pupilas caóticas y hurañas
destellan cuando escuchan el suspiro
que sale desgarrando mis entrañas,

y mientras yo agonizo, tú, sedienta,
finges un negro y pertinaz vampiro
que de mi ardiente sangre se sustenta.

Efrén Rebolledo


En las tinieblas

El crespón de la sombra más profunda
arrebuja mi lecho afortunado,
y ciñendo tus formas a mi lado
de pasión te estremeces moribunda.

Tu cabello balsámico circunda
los lirios de tu rostro delicado,
y al flotar por mis dedos destrenzado
de más capuz el tálamo se inunda.

Vibra el alma en mi mano palpitante
al palpar tu melena lujuriante,
surca sedosos piélagos de aromas,

busca ocultos jardines de delicias,
y cubriendo las flores y las pomas
nievan calladamente mis caricias.

Efrén Rebolledo


"Gabriel palpaba esta verdad en sí mismo, y respecto del más cruel de los instintos: el instinto del sexo.
Aunque se había consagrado a Clara; aunque en su ansia de ideal había encamado en ella su aspiración; como el impulso era vago, intermitente, apenas se alejaba unos días, la olvidaba asediado por perturbadoras figuraciones; víctima de su apetito en vela como un ojo abierto, alerta como un oído aguzado, en alarma cuando percibía un cuerpo hermoso de mujer, un lindo pie, o un contorno mal velado.
En ocasiones se alejaba punzado por un remordimiento; creyendo que hacía mal exaltando así el espíritu de aquella niña; jugando con su corazón absolutamente inerme y confiado.
Mas, ¿no era el filtro de desaliento y volubilidad que había bebido en la fuente misma de la raza el que lo abatía y el remordimiento sólo una excusa para disculpar su cansancio?
Sea como fuere, se alejaba por algún tiempo, y volvía a sus antiguas costumbres; a ver pasar la existencia inútil; a mirar deslizarse el río negro y perezoso, como en sus periodos de decaimiento; o a entregarse furiosamente al placer para divagar su espíritu, descontentadizo como si hubiera agotado la vida y gastado como si hubiera vivido siglos de siglos.
Pero lo entristecía el placer; lo irritaba el roce con la gente, y echaba de menos su aislamiento, porque sólo en ese claustro de soledad y excogitación podía trabajar y conocerse a sí mismo; fortalecerse y ascender; y porque nada más allí estaba cerca de Clara, cuyo amor debía ser su estímulo y su redención.
Y volvía: encontrando abiertas siempre las puertas de la casa de sus amigas, y a Clara con una sonrisa que iluminaba como una aurora su rostro demacrado por tanto olvido y tanta ausencia.
Entonces se portaba como nunca. Se mostraba arrepentido y triste, y se pasaba las horas en casa de Doña Lucía, oyéndola relatos de su juventud; o sintiendo vagas tristezas cuando tocaba y cantaba Julia; o charlando largamente con la bulliciosa Genoveva que lo había extrañado mucho en los días que no lo había visto.
Sentíase como en una atmósfera de beatitud; del mismo modo que si renaciera a otra vida; y melancólico, con un surco de tristeza en la frente, pasaba aquella especie de convalecencia espiritual, aspirando el aire de aquella casa donde se le entraba el deseo de ser bueno; objeto de mil solicitudes por todas; adquiriendo fuerzas y curado al fin por los ojos y las palabras de Clara, que resplandecía de amor y de caridad.
Restablecido por completo, volvía a su trabajo con más ahínco; le pagaba a Clara sus atenciones haciendo su voz más cariñosa; hablándole de sus ejercicios devotos; preguntándole si había rezado por él; y en aquellos instantes ambos eran felices: Gabriel porque la veía amorosa y abandonada, aquel hombre satisfacía, sin que su candor y ella porque la presencia de aquel hombre satisfacía, sin que su candor lo advirtiera, su necesidad de amar de virgen núbil y pudorosa."

Efrén Rebolledo
El enemigo



Los besos

Dame tus manos puras; una gema
pondrá en cada falange transparente
mi labio tembloroso, y en tu frente
cincelará una fúlgida diadema.

Tus ojos soñadores, donde trema
la ilusión, besaré amorosamente,
y con tu boca rimará mi ardiente
boca un anacreóntico poema.

Y en tu cuello escondido entre las gasas
encenderé un collar, que con sus brasas
queme tus hombros tibios y morenos,

y cuando al desvestirse lo desates
caiga como una lluvia de granates
calcinando los lirios de tus senos.

Efrén Rebolledo


Posesión

Se nublaron los cielos de tus ojos,
y como una paloma agonizante,
abatiste en mi pecho tu semblante
que tino el rosicler de los sonrojos.

Jardín de nardos y de mirtos rojos
era tu seno mórbido y fragante,
y al sucumbir, abriste palpitante
las puertas de marfil de tus hinojos.

Me diste generosa tus ardientes
labios, tu aguda lengua que cual fino
dardo vibraba en medio de tus dientes.

Y dócil, mustia, como débil hoja
que gime cuando pasa el torbellino,
gemiste de delicia y de congoja.

Efrén Rebolledo


Tristán e Isolda

Vivir encadenados es su suerte,
se aman con un anhelo que no mata
la posesión, y el lazo que los ata
desafía a la ausencia y a la muerte.

Tristán es como el bronce, oscuro y fuerte,
busca el regazo de pulida plata;
Isolda chupa el cáliz escarlata
que en crespo matorral esencias vierte.

Porque se ven a hurto, el adulterio
le da un sutil y criminal resabio
a su pasión que crece en el misterio.

Y atormentados de ansia abrasadora,
beben y beben con goloso labio
sin aplacar la sed que los devora.

Efrén Rebolledo


Tú no sabes

Tú no sabes lo que es ser esclavo
de un amor impetuoso y ardiente
y llevar un afán como un clavo
como un clavo metido en la frente.

Tú no sabes lo que es la codicia
de morder en la boca anhelada,
resbalando su inquieta caricia
por contornos de carne nevada.

Tú no sabes los males sufridos
por quien lucha sin fuerzas y ruega,
y mantiene sus brazos tendidos
hacia un cuerpo que nunca se entrega.

Y no sabes lo que es el despecho
de pensar en tus formas divinas,
revolviéndome solo en mi lecho
que el insomnio ha sembrado de espinas.

Efrén Rebolledo









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