En el prisma

Los miedos habitan su espacio
devoran la osamenta como serpiente.

Pegados en la aorta depredan la aurora,
atraviesan la casa sin luz

último bastión de la noche.


Florencio Quesada Vanegas



La que arrulla mis noches

Veo su cara
en cada palabra que pronuncio.
En el grito distante frente al espejo
llevo su nombre en el rojo del verano.

¿Cómo olvidar sus dos mares
en las ventanas de sus manos?,
el ramo de encuentros
oculto en el cesto de las frutas cada mañana,
su canto de agua en el bosque de los niños.

Su adiós no alcanzó el muro del olvido
siempre retoñando con los inviernos.
Amanece, su cabellera de espigas
peinadas por la noche desafiando su luz.

Es fuego en el dolor profundo del piano,
pasajera de nubes
atesorando su amor a la distancia.


Florencio Quesada Vanegas




Tu puerto

A María Asunción Vanegas Robles. In memoriam

De este invierno, guardaré cada gota de lluvia,
para esculpir tu rostro con las estrellas.

Fue el último día que escuché tu voz
a la altura de tus hombros.

Ya no veré tus dos corceles galopar por tu frente,
y mariposas desnudas volar por tu luz.

Madre: como empezando a subir la dura cuesta,
solos por el camino a casa.
Sin mirar la noche y tu vuelo de luna.

¿Dónde estará tu puerto? ¿En qué mar navegará el olvido?
Y tu risa de mirto, qué viento la esparcirá como el trigo.

El mar alcanzará en una gota de tu llanto.

Y yo, simple velero. Arreado por tus besos otoñales,
esperaré la próxima noche,
para mirarte a tus ojos.

Madre.

Florencio Quesada Vanegas





Verso a verso

Todavía resplandece su luz
en los campos de Orihuela,
hiriendo el viento con sus veinte cabras blancas.
El hechizo de sus manos
eterniza las nubes preñadas verso a verso.

El hierro carcelero de su cuerpo
quebró el otoño de su sonrisa,
mas fortaleció su brazo en la pared
inmortalizando la palabra en su boca.

En su cordillera brilló el sol de su libertad
y volaron desnudas las palomas a su encuentro.

Miguel Hernández no ha muerto.
El pastor de los versos del campo
florece bajo la lluvia del pentagrama
de Joan Manuel Serrat.

Retumban los ríos en mañana incierta. Amanece.
Beben la angustia del niño de las cebollas,
su eternidad asoma en una celda que libera.

Florencio Quesada Vanegas








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