"Cuando el hombre primitivo concibió la diabólica idea de construir ciudades, ¿quiso encarcelar a sus semejantes, como cuando construyó la jaula quiso encerrar los pájaros? El origen de las poblaciones pudo haber sido la necesidad de amparo, de ayuda mutua, pero eso no traería implícito que la ciudad moderna, especie de aglomeración y superposición de poblaciones, obedezca a la misma necesidad. En principio, pués, podemos admitir que la ciudad antigua, media y moderna ha sido la más refinada forma de cautiverio. Cuando en la Edad Media sirvió de refugio contra los peligros errantes, quedó convertida en jaula. Ahí se metió el hombre y después no pudo salir; y de presa fugitiva se convirtió en presa enjaulada. Se cazó a sí mismo. Igualmente es posible que la ciudad-cárcel haya sido una invención femenina, de épocas matriarcales. De todos modos, cuando el hombre erraba sin residencia fija, hizo los más grandes descubrimientos: las religiones, el lenguaje y la escritura, la metalurgia, el tejido y la filosofía y la poesía. Cuando se encerró, las invenciones se refirieron a todo lo estacionario y no se relacionaban ya con el destino del ser humano, sino con el destino de la población.
Hacer cautivos debe de haber sido un prurito más decisivo que el afán de dominio, pues hoy vemos que cuando los hombres de presa renuncian a poseer, bajo concepciones nuevas del derecho de la fuerza, todavía se dedican a sojuzgar. A la conquista sigue la esclavitud, y cuando el hombre de presa ha cumplido la primera parte del programa, pasa a cumplir la segunda, con lo cual tiene para entretenerse bastante tiempo. Entonces le basta con que exista una ciudad bien ordenada y limpia, donde cada cual cumpla sus obligaciones voluntariamente, y con tener canarios enjaulados y cómodas habitaciones. Constituída la ciudad y hecho a su imagen y semejanza el ciudadano, aquella primigenia voluntad queda convertida en la magnificiencia de las catedrales, de los edificios suntuosos, en instituciones benéficas, etc.
El hombre encuentra muchas veces la manera de llevar a cabo la satisfacción de instintos verdaderamente brutales, con aspectos plausibles. Se puede decir que ha jugado a eso a lo largo de su historia y hasta parece que cuando encuentra los aspectos plausibles no le importa mucho ya dejar en libertad sus instintos brutales."

Ezequiel Martínez Estrada
La cabeza de Goliat




"Estoy acostumbrándome a la soledad verdadera, como el que se prueba el ataúd."

Ezequiel Martínez Estrada


Job, Dios y Satanás

Entre este mísero judío
triste y ansioso de la muerte
y un Dios feroz que se divierte
en la eternidad y en el hastío,
Satanás, el Angel Sombrío,
se hace divinamente fuerte.

Ezequiel Martínez Estrada


Miro tus ojos

Miro tus ojos cansados
tu faz que agostó la vida;
miro la nieve caída
en tus cabellos dorados.

Eres la misma que fuiste,
toda tú en manos y cara.
Antes Noemí y ahora Mara,
la misma, mucho más triste.

Te ves como en un espejo
en mi mirada cansada,
y piensas, sin decir nada,
que yo también estoy viejo.

Si no paz, y si no olvido,
espero algo, y tú también.
Estamos en un andén
después que el tren ha partido.

Ezequiel Martínez Estrada


"Mis primeras lecturas extensas fueron el Quijote, la Historia de España de Lafuente y Misericordia de Galdós. Durante el tiempo de esas lecturas, muchas tormentas y anocheceres y espléndidos soles se intercalaron en sus páginas. Rigurosamente autodidacto, no tuve otro maestro ni guía que mi propio afán de leer."

Ezequiel Martínez Estrada


"Nos hablaban de una patria construida por héroes que sonreían desde la inmutabilidad del bronce, pero bastaba levantar un poco la alfombra para ver las contradicciones, para descubrir un paisaje de lodo y de sangre."

Ezequiel Martínez Estrada


Quevedo

Aun en el mármol blanco se te ve, Don Francisco,
cual en tus epigramas y en tus estudios sabios:
tu amplia frente es severa, pero juega en tus labios
el pequeño demonio de brasa del mordisco.

Español, español de espada firme y justa
y de juicios que tienen el vigor de la mano,
tu sonrisa en flor fluye como un beso villano
que atempera el agravio de la mirada adusta.

(Sin embargo, esa facha de D' Artagnan bizarro
velaba un alma grave, deslumbrante y sencilla.
En su carne se dio la absurda maravilla
de las estrellas y las lámparas de barro.)

Ezequiel Martínez Estrada


Quiero quedarme

Pronto hemos de separarnos
y de decirnos adiós.
Uno seguirá camino,
el otro no.

Quiero quedarme y que sigas
como si te fuera en pos;
pero no vuelvas la cara,
mujer de Lot.

Irás sola, ¿y por qué triste?
con mi recuerdo y con Dios.
Será posible que encuentres
alguna flor.

Si en cambio tú te quedaras,
¿cómo podré seguir yo?
Las noches me encontrarían
en donde estoy.

Ezequiel Martínez Estrada


Tejes

Tejes. Callamos. Yo leo,
que es mi modo de tejer.
La casa empieza a tener
frialdad de mausoleo.

—Hace frío.
—Sí; hace frío.
—Pon otro poco de leña.
En el cuadro un árbol sueña
y frente a él corre un río.

—Rafael no viene más.
—Ya no viene más Irene.
—¿Y Dora?
—¿Y Pedro?
—¿Y Tomás?
—Ya ninguno de ellos viene.

Además, ¡cuántos se han ido
por éste o aquel sendero!
Otros nacieron, pero
también los hemos perdido.

Transcurren unos minutos
en una quietud tan pura
que el tejido y la lectura
son perfectos y absolutos.

—¿Oyes? Salen de la escuela
los chicos.
—Pues, ¿qué hora es?
Hablan y cantan. Después
sólo queda una estela.

—¿Han llamado?
—Sí, han llamado.
Nadie ha llamado a la puerta.
Está la calle desierta
como un camino olvidado.

El reloj marca una hora
cualquiera en la eternidad.
Esta sí es la soledad.
Nunca la sentí hasta ahora.

—Es tarde.
—Es tarde.
Cerramos
la llave de luz. Salimos.
—Hasta luego.
Y nos dormimos.
Y después despertamos.

Ezequiel Martínez Estrada




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