Hacia la sima

¡Treinta años!... Las nubes en el cielo
se espesan más; los seres y las cosas
van tomando ese tinte de las rosas
cuando, marchitas, las reclama el suelo.

Cuanto diera placer, causa develo;
y se han vuelto –por arte misteriosas–
moscardones las áureas mariposas;
cardo la flor, y el entusiasmo, hielo.

Y el mundo sigue su correr, en tanto;
ni amor, ni risa, ni dolor, ni llanto
obstaculizan su fatal jornada.

¡Ay!... Si posible al corazón le fuera
detener, en su espléndida carrera
al Tiempo, que nos lleva hacia la Nada!

Epifanio Fernández Vanga



Sevillana

¿Es ave esa mujer, o flor o estrella?
¿Náyade, acaso? ¿musa? ¿palma? ¿lirio?
¡Brilla en sus ojos el fulgor de Sirio,
y el alma de un jazmín palpita en ella!

En sus labios de púrpura, destella
el resplandor sangriento de un martirio;
y en su carne fantástica, el delirio
dejó estelada su incitante huella.

Al andar, sus caderas de sultana
entonan una música pagana
de tibias notas que al amor conspiran.

Y detrás de sus curvas de española
casi se pueden ver, formando cola,
los besos de los hombres que la miran.

Epifanio Fernández Vanga





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