La Moracha

I

Yo soy la gracia argentina
Con mi garbo de morocha,
La que un poema derrocha
De flores cuando camina,
La de la silueta fina
Como el cisne del juncal,
La que caricia estival
Con la noche se atesora,
Para levantarse aurora
En su traje de percal.

II

Yo soy la que habla de amores
En el jardín del encanto
Y sueña en la dicha tanto
Que sólo vive entre flores;
La que al mirar sus fulgores
Como de una daga el filo
Turban el pecho tranquilo,
La que lleva con remango
En las caderas un tango
Y en los ojos un estilo.

III

Yo soy el hálito suave
Del campo en la primavera,
La caricia que se espera
Y el beso que no se sabe,
La melodía del ave
Sobre el rosal de la huerta,
El soplo con que despierta
La armonía del persil,
¡El taciturno perfil
Que tiene la pampa inserta!

IV

Yo soy para la canción
De la guitarra que llora,
Espejismo de una aurora,
Ensueño del corazón;
La misteriosa expresión
De los ramajes inquietos
Cuando vibran indiscretos
Los nidos de la enramada
Bajo la sombra encantada
Como un montón de secretos.

V

Yo soy la fecunda llama
Que hace germinar los sueños;
La de los rizos sedeños
Que se desespera y ama,
El perfume de retama
De los idilios agrestes
Cuando tremolan las vestes
Del ensueño en la pradera,
Flor del rancho, enredadera
De campánulas celestes.

VI

Yo soy la que tentadora
De la danza en el arqueo,
Alzo en alas del deseo
La música pecadora,
La que escucha, soñadora,


La milonga de algún mozo
Y con sensual alborozo
Entre pícaros remedos,
Con la punta de los dedos
Le tira un beso de gozo.

VII

Yo soy el canto de amor
De la guitarra campera,
La pasional compañera
Del errante payador;
La ternura del rumor
Que tiene el sauce sin nido
Cuando se dobla dormido
Sobre la blanca laguna,
Bajo el beso de la luna
Que es el beso del olvido.

VIII

Yo soy la que se consume
Con el amor y se agobia,
Como el lirio de una novia
En un vaso de perfume;
La paloma que se entume
Al soplo del desamparo,
La que del monte en el claro
Tirita con el pampero
Y muere bajo el alero
Porque le falta reparo.

IX

Yo soy abrazo y ternura,
El clavel cerca del nardo,
La miel de la flor de cardo
Entre espinas de amargura;
Yo soy la que el duelo apura
De la inconstancia más fiera
Y muere con su quimera
Sin levantar un reproche,
Como se mueren de noche
Las flores de enredadera.

X

Yo soy la luz, la poesía
En su ternura salvaje,
Sin ficción y sin ambaje,
Sin cálculo ni falsía;
La extraña melancolía
De los desiertos lejanos;
La que juntando las manos
Reza en las noches tranquila,
La que lleva en las pupilas
Las nostalgias de los llanos.

XI

Yo palpito en el concierto
De la pampa indefinida,
Como caricia dormida
En el alma del desierto;
Yo surjo desde lo muerto
Como luz de más allá,
Perfil grabado, que está
Y la tradición mantiene
Entre la raza que viene
Y la raza que se va.

Francisco Aníbal Riu


Mundana

Vive para el placer. Tan solo evoca,
en sus largas y trémulas miradas,
un abismo de noches desmayadas
de los hambrientos besos de mi boca.

Siente el vaho del festín. Y se desflora
la cabellera en rubias llamaradas,
mientras sueña en mis glorias consagradas
a su opulencia de bacante loca.

vive para el placer. Y en mi locura,
me siento como atado a tu hermosura,
y aplaudo sus eróticas quimeras.

Porque hay una expresión del Arte augusto
en la osada turgencia de su busto
y en la comba imperial de sus caderas!

Francisco Aníbal Riu






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