Muchachito

Muchachito que vienes de la cuchilla,
muchachito moreno del seboruco,
muchachito, tú sabes de mi chiquilla,
de su vaquita negra, de su conuco.

Ven acá, muchachito de la montaña.
Dime si palidecen sus labios rojos.
Yo me acuerdo de ella, que en su cabaña
me quemaron las brazas de sus dos ojos.

Yo me acuerdo de todo; de su huertica:
berenjenas, tomates, col y repollo,
y de aquella montaña que en una dita
nos comimos un mundo de arroz con pollo.

Su pelo es perfumado como la albahaca.
¡Qué mucho le gustaba bailar un sei!
y cuando me acostaba dentro de la hamaca
me tiraba piedritas desde el batey.

Yo no sé si el destino o el hado quiso
alejarme tan pronto de mi vecina.
dile que si se acuerda de aquellos guisos
que entre los dos hicimos en la cocina.

Ella me dijo quistes de sus hermanos,
bajo el palio esmeralda de un algarrobo,
y unos cuentos muy lindos de unos enanos
y unas cosas soberbias de Juan el Bobo.

Una noche romántica, chillaba el grillo,
yo me enfermé en al choza de su conuco,
y elle me dio una taza de guarapillo,
hecho de hierbabuena, ruda y saúco.

Muchachito moreno, cuídala y vela
por su linda hortaliza con ansia fiel,
por ser sus mejillas cual al canela
y sus boquita roja como el clavel,

Ella siempre se ríe; todo lo alegra;
brincaba palizadas de alambre, malla,
para mudar de sitio la vaca negra,
el caballito chongo, la jaca baya.

Muchachito que veines de la cuchilla,
muchachito moreno del soberuco,
cuando vuelvas le dices a mi chiquilla
que el sol de mis afanes tan sólo brilla
en la casita pobre de su conuco.

Francisco P. Jiménez



Pétalo azul

Este pétalo azul que bordé en mis anhelos,
en el claro de luna de una noche estival,
tiene sencillamente un poquito de cielo
y un poquito de mar...

Yo lo ofrezco a tus plantas con púdicos recelos
en el ánfora blanca de mi blanco ideal...
Es un ave que sabe del rumor de los vuelos,
¡mas no quiere volar...!

Quiere soñar contigo entre tus manos buenas,
que son hechas de nardos o tal vez de azucenas,
en la rueca divina de un hada fraternal...

Cógelo dulcemente con ternura y con celo,
pues no quiero que pierda ni un poquito de cielo,
¡ni un poquito de mar...!

Francisco P. Jiménez










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