Si toda vida es...

Si toda vida es una muerte viva,
la juventud aurora acelerada,
la salud una flor del cierzo ajada,
y el puesto, un puesto que en el aire estriba;

si es la nobleza luz de perspectiva,
si es la belleza rosa deshojada,
si es el deleite una ilusión soñada,
si es toda dicha sombra fugitiva;

si es el aplauso, un lisonjero engaño,
si el séquito, el que al loco da al desprecio,
si las riquezas un dinero a daño,

salga desde hoy mi error del suyo necio,
pues veo con la luz del desengaño
que el humo al cobre le levanta el precio.

Francisco Álvarez de Velasco y Zorrilla



Vuelve a su quinta, anfriso, solo y viudo

Oh mal haya la muerte,
que así fatal me quita la vida,
sin matarme: y en una muerte
viva me deja en tan triste
calma para hacer más cruel su herida,
con una que solo es alma
de la muerte que siento con la vida.

ENDECHAS
Qué mustias, qué calladas
mis pobres ovejillas,
cansadas de tristeza,
yacen en su rebaño mal dormidas.

Ya no como otras veces,
cuando apenas sentían
de mi Tirse las huellas,
con que todo su campo florecía.
Que dejando el sosiego
de su majada se iban,
apostando entre todas
sobre cuál a verla antes llegaría.

Y con balidos dulces,
con suaves melodías
a coros le formaban
de su mismo destemple su armonía.

Componiendo en su modo,
en danzas desmedidas,
saraos de sus retozos,
con que todas salían a recibirla.

Cuál con saltos inquieta,
corriendo más aprisa,
mudamente le daba alegre
el parabién de su venida.

Cuál llegaba a besarle
los pies, se le quería
subir, loca de gusto,
a besarle halagüeña las mejillas.

Cuál con más mansedumbre,
urbanamente fina,
llegándose a ella tierna,
sus amorosas manos le lamía.

Cuál con varias carreras
llegaba y se volvía
otra vez, y otras muchas,
a darle enhorabuenas repetidas.
Cuál corriendo a las otras,
que aún quedaban dormidas,
les pedía de la nueva
de su alegre llegada las albricias.

A que mi Tirse entonces,
risueña y compasiva,
a todas halagando
a todas su cortejo agradecía.

A cuál cogía en los brazos,
y a cuál con mil caricias,
limpiándola de abrojos,
la ambarcalada lana le mullía.

A cuál agasajando
con agradable risa
daba a lamer la mano;
y a cuál se la pasaba enternecida.

Los corderillos tiernos,
que aún no la conocían,
olvidados del pecho,
tras sus madres partían a recibirla.

Y con alegres señas,
de su nueva alegría,
por el suelo postrados,
parece la adoraban de rodillas.

A que ella viendo entonces
una imagen tan viva
de su humilde inocencia,
a sus brazos del suelo los subía.

Y abrazándolos tierna
otra vez les volvía
el tributo a sus madres,
que de sus nuevos partos le ofrecían.

Así en aclamaciones
de músicas festivas,
y en las encaramuzas
que haciéndole delante todas iban.

Llegábamos a aquesta
nuestra choza pajiza,
que adornada de ramos
el mayoral gustoso nos tenía.

A la cabaña apenas llegaba
la noticia de su llegada,
cuando varias venían
en tropas Pastorcillas.

Cuál le traía un cordero,
que ella soltaba aprisa,
por librarlo del susto
que de su breve muerte se temía.

Cuál los higos maduros,
y cuál la mantequilla,
cuál los patillos tiernos,
y cuál entre hojas la cuajada fría.


A que ella retornando
con dulces de la Villa
más dulces se los daba
con el logrado gusto de su vista.


Así todos gozosos pasábamos
pasábamos el día
con más gustos que cuantos
falseados en las Cortes se fabrican.

Mas ya ahora, ¡ay de mí!
que al volver a la esquiva
orfandad de estas selvas,
sin su siempre gustosa compañía:

Las ovejillas mudas,
mustias las Pastorcillas,
las unas tristes lloran,
las otras melancólicas suspiran.

Dolor, y no consuelo,
les es ya mi venida,
porque al verme sin Tirse,
en mis recuerdos su dolor se aviva.

Y al ver vuelvo sin ella,
como si el homicida hubiera sido yo
todas de mí se apartan,
y retiran.

Los balidos, que entonces seña
eran de alegría,
ya sólo son sollozos,
con que la suya mi congoja explican.

¡Ay de mí qué tormento!
¡ay de mí qué fatiga!
¡qué soledad tan sola!
¡qué orfandad tan desierta y tan esquiva!

¡Oh memorias funestas,
verdugos de mis dichas!
¡oh fatales recuerdos,
sangrientos potros de las penas mías.

Llorad, llorad conmigo,
zagalas y ovejillas,
diciendo con mi llanto,
en balidos, y quejas repetidas:

Oh mal haya la muerte,
que así fatal me quita
ya vida, sin matarme,
y en una muerte viva
me deja en tan triste calma,
para hacer más cruel su herida,
con una que sólo es alma
de la muerte más triste de mi vida.

Francisco Álvarez de Velasco y Zorrilla



















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