A LA TIERRA MONTAÑESA

CUANDO EL HONOR DE ESPAÑA SU ALTA GLORIA,

SU SACRA INDEPENDENCIA PELIGRARON

ALIENTOS NUEVOS, NUEVOS SE COBRARON

EN TUS FRAGURAS DE INMORTAL MEMORIA.

¡OH, TIERRA CUNA DE LA PATRIA HISTÓRICA!

¿QUÉ VERDES LAUROS A TU PREZ FALTARON,

MADRE DE TALES HIJOS, QUE ACLAMARON

TRONO LA HUESA Y EL MORIR VICTORIA?

EN DURA AUSENCIA CON AFÁN SONADA,

CON ANSIA LOCA EN EL DOLOR QUERIDA,

NACER EN TI FUE DICHA NO IGUALADA;

MAS YA ESE BRONCE DE ADVERTIROS CUIDA

QUE ES LA MAYOR FORTUNA Y MÁS HONRADA,

DAR, OH PATRIA, POR TI LA DULCE VIDA

2-MAYO-1888

2-MAYO-1957           

Amós de Escalante


Con ruda saña el padecer se encona

Con ruda saña el padecer se encona
en el doliente pecho que fallece,
y mi lozana juventud parece,
marchita y deshojada su corona.

En vano altivo el corazón blasona
de ilusorio valor, su angustia crece
y el porvenir incierto se oscurece
y la esperanza amiga me abandona.

Si el alma mía decretaba el cielo
que en prematura ancianidad perdiera
su ardiente fuego y generoso brío,

que como planta de infecundo suelo
su triste amor sin florecer muriera,
¡por qué me hiciste amar, por qué, Dios mío!

Amós de Escalante



"El vasto territorio de Liébana, sus valles y sierras, y sus impenetrables bosques, yacían en el fondo de un mar de vapores que los anegaba y cubría, y cuyas blancas ondas, arrastradas por el viento, se desgarraban y rompían a nuestros pies, dejando sus blancos jirones, como el océano sus espumas, en las asperezas de las rocas. Fantástico mar que se agitaba y hervía sin rumor ni estruendo, de vertiginosa blancura, jaspeada de largas estelas de púrpura y oro por algún rayo de sol descarriado entre vanos e impalpables copos. Visión genesíaca, cuadro de los días primeros del mundo, cuando al contacto del candente granito, resueltas en vapor las aguas, cubrieron el globo con reciente e incontaminada atmósfera, y era sólo la bosquejada creación roca y niebla.
El vértigo y terror causados por la mar no son comparables al vértigo y terror causados por la niebla. Los despojos que flotan, la imagen que se refleja, el sonido mismo, el choque de los cuerpos que caen dan al agua cierto carácter de resistencia y sustentación, de que carece la niebla, donde todo es abismo siniestro, todo caída interminable, todo invisible e inevitable muerte.
De tanto en tanto se formaban remolinos parecidos a los sumideros de un río; algún ser sub-nebular batía las nieblas, eran las alas de alguna ave poderosa acaso, y aguardábamos verla surgir dominando el espacio y destacando en él su pardo bulto; nada aparecía, los remolinos se apagaban y el siniestro y cuajado mar seguía flotando, corriendo silencioso, opaco, desgarrándose en las rocas, desapareciendo a lo lejos sin desvanecerse ni consumirse jamás.
Extendíanse las blancas bramas sin límites aparentes; sobrenadando en ellas se divisaban lejos, muy lejos, cimas y tierras de otras comarcas, cuyo perfil oscuro destacaba en un cielo de soberana nitidez y transparencia; el gigantesco Peña-Labra, monarca fluvial, rey de las aguas ibéricas, que desde su olímpica alteza alimenta los tres mares que ciñen la Península: el Atlántico por los afluentes de Pisuerga y del Duero, el Mediterráneo por el Híjar y el Ebro, el Cantábrico por el Nansa, sepulcro del glorioso paladín Bernardo; los montes leoneses, la mesa de Aguilar, frontera liza en la restauración cristiana, los soberbios Urrieles asturianos, y la erguida Peña-Vieja, cuya cima aguda aún no ha consentido pie de explorador o de Curioso.
El lugar y el momento son, lector amigo, oportunos para que nos separemos. En ningún otro paraje ni ocasión has de estar más dispuesto a la indulgencia; en ningún otro ha de ser más fácil a quien te ha acompañado tanto tiempo dejarte absorto en el espectáculo que te rodea, sin que cuides de su presencia o de su falta.
Al recobrarte de tu asombrada contemplación, quejoso y todo como puedes mostrarte, no me dirás con justicia que no mantuve mi promesa. No te he dado la historia del pueblo montañés; pero hallándole al paso, ocupado unas veces en explotar su hacienda, o en meditar los medios de aumentarla o adquirirla, otras en recordar a sus mayores, o en asistir a culto de sus bienaventurados, o detenido en hojear sus anales viejos, he procurado pintarlo a tus ojos con el fiel colorido de su fisonomía y de su arreo, con la luz que le dan el cielo y los hermosos horizontes de su patria.
Ni pretendo que esa patria tan honda y sinceramente amada se reconozca en mis turbios y pálidos borrones. Bástame que sienta y confiese en ellos la mano y el corazón de un hijo."

Amós de Escalante



La casona

La ponderosa torre fulminada
se yergue al cabo del sendero rudo,
y el firme estribo y hazañoso escudo
dentro de la sonora portalada;

brocal roto, capilla destejada,
altar sin santo, campanario mudo,
y el tronco de un ciprés negro y desnudo,
guardián de aquella ruina desolada.

¿Dónde están, oh solar, los que surgieron
del oscuro linaje y te fundaron
y ser y nombre y majestad te dieron?

Luz de breve crepúsculo pasaron,
como niebla montés se deshicieron,
como ruido en el aire se apagaron.

Amós de Escalante



Medir mi pobre espíritu no sabe

Medir mi pobre espíritu no sabe
la vasta inmensidad del cristal frío,
ni en el menguado pensamiento mío
¡oh mar! la suma de tus leyes cabe.

Ciencia no alcanzo que en mi mente grabe
de pueblos, nautas en tu azul bravío,
el nombre, historia, lengua y poderío,
su henchida vela y carenada trabe.

Ansia de contemplarte no vencida,
en lid sañuda o reposo inerte,
tráeme a tu ribera entristecida;

y halagan mi ilusión sin comprenderte
tus hondas voces, aye de la vida,
tu augusta paz, silencio de la muerte.

Amós de Escalante y Prieto firmaba con el seudónimo de Juan García



Nuestro Soldado

Roto, descalzo, dócil a la suerte,
cuerpo cenceño y ágil, tez morena,
a la espalda el morral, camina y llena
el certero fusil su mano fuerte.

Sin pan, sin techo, en su mirar se advierte
vívida luz que el ánimo serena,
la limpia claridad de un alma buena
y el augusto reflejo de la muerte.

No hay a su duro pie risco vedado;
sueño no ha menester; treguas no quiere;
donde le llevan va; jamás cansado

ni el bien le asombra ni el desdén le hiere:
sumiso, valeroso, resignado
obedece, pelea, triunfa y muere.

Amós de Escalante


"Por tan concisa manera, en cuatro versos puestos cabe un escudo en los estrados de su casa municipal, describe la villa su blasón, pinta su retrato, y apunta varios indicios de su historia. Padeció guerras, erigió altares, armó galeras, adiestró arponeros; fue militar, devota, marinera, comerciante, y a los ojos de quien, llegándose por mar, descubre aquel extraño arco tendido entre dos perlas coronadas de adarves la una, de pórticos la otra, el heráldico bosquejo conserva su parecido. Pusiéronla sus fundadores sobre las rocas peladas que bate el mar: ¿era espía del agua, centinela de la tierra, fortaleza, puerto, amenaza o refugio?
En su cóncavo seno ofrecía amparo a las naves la naturaleza contra las iras de la naturaleza misma; para ampararlas del hombre, hubo el hombre de fundar murallas. Castro las tiene desde muy antiguo, y al ser ahora derribadas, ofrecen testimonios del segundo siglo de la Era Cristiana en monedas de Marco Aurelio Antonino y su mujer Annia Faustina, halladas entre la argamasa de sus paredes.
Tomó la fortaleza nombre de la población que habla de defender, situada en paraje más bajo y accesible, abierto al enemigo aventurero, a quien no podía detener de cerca con la robustez, ni amedrentar de lejos con la traza soberbia de torres y baluartes.
Tres edades humanas están allí representadas en el cantil de la costa, dentro de una distancia de media legua: Urdiales, la aldea primera, agrícola y pescadora, alimentada por la mar y el campo, tranquila, pobre y estacionaria;
Castro, la villa, la sociedad armada, armada por necesidad para defender lo adquirido, nutriendo su fuerza de la más pura sustancia de la aldea, y por la posesión de la fuerza conducida al abuso de ella, a su castigo, el recelo constante de los más fuertes, y el constante desvío de los más débiles; y en fin, la playa, la empresa de ayer, la industria nueva, que por encanto establece, mejora, modifica y crea; que a su vez mina la fortaleza, echa por tierra sus muros, y llama a sí y absorbe y emplea en provecho propio los elementos vitales que a duras penas existían dentro del angosto recinto de piedra."

Amós de Escalante
Costas y montañas



Un dolmen

Rústico altar que a un Dios desconocido
el religioso cántabro erigía;
sepulcro que los huesos escondía
del muerto capitán y no vencido.

Silla de excelso juez, cadalso erguido
donde la sangre criminal corría,
donde el bígaro ronco repetía,
llamando a guerra, su montés bramido,

rayendo el musgo que tus lomos viste,
en vano el arte codicioso indaga
señales que declaren lo que fuiste;

en ti la antorcha del saber se apaga,
yerto gigante de la cumbre triste,
envuelto en ondas de la niebla vaga.

Amós de Escalante








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