Afuera

Afuera el río arrastra las corrientes del tiempo:
hojas, flores y animales muertos.
En su rumor despierto. Lejos escucho los gritos de la gente,
aquellos que discuten de finanzas; aquellos que van
de un pasillo a otro pasillo
señalando el gran día que nunca llegó.
No soy yo quien regresa, sino el otro,
aquel que en le Café se sentaba bajo un árbol a contemplar las
gentes,
mientras sus manos desparramaban migajas sobre la mesa
para el decoro de las moscas pegadas en el vidrio
donde el tiempo reflejó su crisis. Una noticia alarmante.
Un crimen que nadie esclareció.
Afuera el río -no me importa su nombre- sigue su curso furioso.
Toda patria es tu patria. Pasan las gentes, todo un río de rostros.
¿Qué haces a esta hora, sentado y conmovido en este viejo
puente al mediodía?
Oyes voces antiguas diciéndote al oído: regresa.
A donde quiera que vayas es lo mismo.
Pero no seré yo quien regrese sino el otro.
Afuera corre el río, el mismo río, su nombre es diferente.
Seres que no conozco me saludan, mientras contemplo el domo
y trato de asir tu espacio: cuerpo de la memoria.

 Alfonso Quijada Urías


Escriviviendo

Escribo
Soy una lámpara en medio de la noche
No soy yo quien escribe
Sino la mano esclava de un pensamiento en fuga
Que inútilmente busca un desenlace
Cómo saberlo cuando la vida no termina de vivirse?
El hambre de vivir nunca se sacia
Pasa veloz un tres en la distancia
¿Será la vida misma?
Una muchacha también pasa
Rostro de esfinge
Un pájaro la sigue El Espíritu Santo
Así la vida pasa
Con ella el tiempo
Aunque esté detenido
Así la mano escribe
Sobre la mano esclava de un pensamiento
En fuga
Que inútilmente busca un desenlace!

Alfonso Quijada Urías



Los estados sobrenaturales

1

Las paredes están dentro de mí que estoy creciendo contra el suelo.
Una sola palabra me pasea en el agua hasta tocar el fuego.
Infierno del amor de grandes fauces. Conoce la dimensión
De estas puertas el sacerdote del mal. Se necesita la idiotez,
Estados de locura que permitan viajar a lo más simple.
El resto será magia. Llave de los misterios ocultos en la claridad
/ primitiva.
Estoy fuera de todo pensamiento, de todo círculo, mis únicos
Dominios son los silencios de este anillo de fuego.

2

En la pirámide más pequeña y el cielo infinito duerme mi cabeza,
Y soy menos que un palito de fósforo y tal humilde como un grano
Que renace mil veces gracias a que invento un mundo sin palabras,
Lleno de imaginaciones, para ver en el odio una manera de ser triste.
Gozo de las celebraciones, las pompas sobre el manuscrito de un
Hombre a quien sus actos los antecede las enfermedades, del que es
Una manzana a los pies del rey y serio entre locos, me duelo
De él y por él gozo con alegría esta suerte de purgatorio,
De infierno interior.

3

País de las fiebres que me devoran, mi risa es la máxima celebración
De mi nueva cabeza, te siento sobre mis piernas de mujer
Hombre mascando las flores de tu espalda y mi piel podrida
Me conduce al encuentro del ombligo, muerdo las bellas plantas
Del mito poniéndome invendible, huyendo de tus pantanos medicinales,
Durmiendo con mis piojos en ese estado de vagancia, donde
Mi vicio echa raíces, flores que mastico después de cada misa.

4

La eternidad nace de alcanzar lo infinito, no del agujero
De dos ratones del tamaño de un cerdo.
El encerrado piensa esto, sus razones de la soledad, la seriedad
Más triste y solitaria, sentado en sus deseos, rodeado por milagros,
Loco tres veces hasta morir de risa, pensando cosas que la razón
No comprende, después nace como el pájaro que abrió
La jaula encerrada en sí mismo, aprendiendo de nuevo a bostezar,
Mientras cae el sol despedazado sobre las cáscaras.

5

El loco de ojos vidriosos ama las piedras y las palomas que nunca
Han sido tantas y los pensamientos que han sido muchos,
La más sagrada de las salivas proviene de su dedo sin uña, un día
Mira las manos y se enamora de sus ojos, otro día rasca el oído
Una pata de gallina y ve la luz, agua cayendo en nuestra señora
De los locos, no hay nada más allá de toda trampa consigo mismo,
Soñando como el más solitario de los reyes en este patio.

6

Cumplo la historia de un hombre alegre de su cara tristísima,
Los años de un animal de monstruosidades infinitas, su cerebro
Ya no es el campamento donde se reúnen dos locos
A comer murciélagos, la pequeña habitación del hombre mezquino
Rodeado de relojes y satisfacciones religiosas, majestuoso
Sueño de comedor de hormigas,
Son las palabras abriendo enormes hoyos en la piedra de su locura.

7

Visiones de enfermo sumamente delicado cualquier día del año,
Pensando que la muerte es el huevo de un fantasma
O la experiencia dulce de traspasar puertas, Oh delicado príncipe
Del polvo, las hermanas crecen con la belleza de un amanecer
Lechoso; silencio, convertido en el gato o el loro del patio;
Narizón y delgado, que nada turbe tu corazón y que dios
Me lo bendiga mi alma, y hacía canciones para la niña del espejo,
Hermosos escritos con influencias cristianas, la magia de un espejo
Sobre el agua y el pelo de ana en el amanecer de muchos días.

8

Poseído de lo que no ve ni oye cualquiera, silencioso hijo
De padres monstruosamente bellos en la tristeza que los habita,
Aquí está la hierba, el pucho de vieja saliva, la noche
Y sus orejas de miedo, soy lo que viene después de algún suceso
Que nadie ve, Oh ignorante poseedor de la moneda que enterraron
Todos, no va mi traje con hombres agraciados, apenas con los piojos
Del gran sol de los locos, el que hierve su cabeza en xilocibina
Y compuestos que reaniman la enfermedad de pensar,
De qué linaje vengo sino de aquél.

9

La locura es el nacimiento de los sentidos, de mis ojos viendo
Para siempre la ternura del fuego, mis oídos mordiendo el infinito,
Mi nariz en la fragancia, en las plumas de lo desconocido,
Mi cuerpo en la botella donde Dios sopla su magia eterna,
La locura no quiere la parte más alta
(donde un reloj pone sus huevos de vejez submarina),
solamente el rincón donde la salamandra toca su temblor de fuego
y la humildad de las constelaciones.

10

Y lo que deje posiblemente serán más secretos que nadie descubra,
Rojo, azul, amarillo, un pez tristoso en el sartén con las escamas
Aún resplandecientes por el mar, viejo pescador de pesadillas
Involuntarias, pedazos de algo de música —se presume— de alimentos
Que sólo el viento sabe, un nombre como Dreide sobre las rocas
O el milagro del fuego en las piernas de Eolia, cerda que amamantó
Con fuego las delicias salvajes,
Ciudadanos gordos y respetables alimentados con recelo,
Ceremoniosos creadores de una vida carnívora, reunidos en lo más
/ decoroso,
para hablar de modorras y defecaciones, nunca de nada imaginario,
inservible, sólo monedas.

 Alfonso Quijada Urías


Manchas de ruidos antiguos

Manchas de ruidos antiguos en los rincones del patio: sombras
de la mentira
tomando la forma de tu cuerpo y su lugar. La luz te hace
creer en todo lo que alumbra
o devela la sombra del monstruo que habita la penumbra.
Toda palabra quema,
ceniza será después, rescoldos de aquel fuego. Ruinas del
tiempo, escombros, hollín y polvo,
la efímera materia que fue la eternidad.
Pequeña llama inmóvil, rememoración de la desaparición de la
fe en la sorpresa.
Del aire impuro del mundo están hechas las palabras, su
círculo vicioso,
toda pregunta es una piedra que se lanza al agua cuyas
ondas alejan la respuesta.
En corregir lo incorregible se te fue la vida, en buscar el error
y al tratar de borrarlo,
volverlo a cometer y la culpa otra vez de provocarlo.
Palabras, resplandores inéditos buscando su sentido
en lo sentido.
En la ventana el rostro de la dulzura pensativa:
una sonrisa ciega, en toda ella las frases y los gestos que nos
son elementales.
La fuerza que guía la mano en selva oscura, a través de la
página,
hasta encontrar la máxima potencia. El ojo que descubre
lo invisible
mientras crece la historia durante el sueño, la bestia echada
junto a la ropa triste del amor consumado,
todo aquello que amamos y por eso matamos lo más vivo
en nosotros.

 Alfonso Quijada Urías


Me acuerdo de las lágrimas de un día

Me acuerdo de las lágrimas de un día demasiado hermoso,
me acuerdo del icaco y de las nubes color de hoja de caimito,
me acuerdo de aquella agua que bebía en el cuenco de viejas
dulces manos.
Limoneros y jiotes, qué bella era mi madre limpiándome en la
frente
la picadura del mosquito,
bella como la estrella de la mañana, alta y lánguida,
adornaba su pelo de mestiza con la flor del resedo
y un olor a ricino y a sombra de almendro en torno de sus ojos.
Me acuerdo de las lágrimas de un día demasiado hermoso,
viejos rostros de antaño,
y de la vieja lora muerta en el poyetón después del terremoto,
de aquel tío delgado por el solo artificio de la mandolina.
Mi padre montaba un mulo de ojos de caimito y traía las botas enfangadas,
lo acompañaban siempre ángeles despeinados
o bien hombres cuyos bostezos descifraban sus sueños en el
alcohol prendido del domingo.
Me acuerdo de aquel pozo,
y de aquellas mujeres cabeceando en un sueño oloroso a papaya.
… Dios bajaba entonces y dejaba sin llave su vieja eternidad
olorosa a diluvio.
Mis hermanos ataban sus potros en la puerta
y la casa crecía bajo frondosos palos, más altos que el recuerdo.

 Alfonso Quijada Urías


Oscuro

II

Nada mío sale de mi boca.
El poema nace pese a mí, Atrás, adelante.
Ajeno. Pese a mí.
Si mi alma combate con mi cuerpo hasta el amanecer
Es nada más por disipar lo que fui,
También lo que nunca seré.
Nunca es muy temprano o demasiado tarde.
Nunca es nunca sin jamás.
No es el tiempo aún. No ha llegado el tiempo.
Perros insidiosos sobre mi fracaso.
Pensamientos nocturnos, aves de rapiña
En mis despojos.
No basta dar o recibir. Hay que darse.
Quebrarse como cántaro la frente
Sin derramar la sed.
Universo por hacer: página en blanco.
Nieve sin fin. Sal del principio.
¿Por qué quemar lo que nació quemado?
Un hombre nace en las cenizas de su muerte.
Desde su nacimiento. A su muerte Sin Fin.

III

Escribo al dictado lo que dice el moscardón.
Se conoce la página con su rumor.
Un orden amoroso se prepara:
El hombre liberado del Poder,
La mujer libre de su esclavitud.
Nuevos amores rayan el alba.
La historia ya no duerme,
Habla en sueños.
Otra vez la poesía, el Primer resplandor.

 Alfonso Quijada Urías



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