"Al que quiere aprender a rezar, embárcale."

H. G. Wells


"Aquí hay comida. Latas de conservas en las tiendas de comestibles; vinos, licores, aguas minerales, y los caños principales de desagüe y las cloacas grandes están vacíos. Ahora bien, le estaba diciendo lo que pensaba yo. "Aquí hay seres inteligentes -me dije-. Y parece que nos quieren como alimento"."

Herbert George Wells



"Bajo las nuevas condiciones de bienestar y de seguridad perfectos, esa bulliciosa energía, que es nuestra fuerza, llegaría a ser debilidad. Hasta en nuestro tiempo ciertas inclinaciones y deseos, en otro tiempo necesarios para sobrevivir, son un constante origen de fracaso. La valentía física y el amor al combate, por ejemplo, no representan una gran ayuda -pueden incluso ser obstáculos- para el hombre civilizado."

Herbert George Wells



“Cuando llegue la hora, mi epitafio tendrá que ser: “Ya os lo dije, malditos locos”.”

Herbert George Wells
Epitafio


"De día estamos tan ocupados en nuestros pobres asuntos, que nos parece imposible que alguien, allá arriba, vigile nuestros pasos y, laborioso y metódico, planee la conquista del planeta Tierra. Sólo la noche es capaz, con su oscuridad y su silencio, de crear las condiciones para que los marcianos, los selenitas y demás seres que habitan el universo, tengan cabida en nuestra imaginación."

Herbert George Wells
La guerra de los mundos



"De haber sido yo un literato, hubiese podido quizá moralizar sobre la futileza de toda ambición."

Herbert George Wells



"Descubrí entonces un grupo de ranas muy ocupadas en alimentarse en un charquito entre los árboles. Me detuve para mirarlas y ellas me dieron una lección en su firme voluntad de continuar viviendo."

Herbert George Wells



"El contraste entre los movimientos rápidos y complejos de estos aparatos y la torpeza de sus amos era notable, y durante muchos días tuve que hacer un esfuerzo mental para convencerme de que estos últimos eran en realidad los seres dotados de vida."

Herbert George Wells




"El edificio tenía una enorme entrada y era todo él de colosales dimensiones. Estaba yo naturalmente muy ocupado por la creciente multitud de gentes menudas y por las grandes puertas que se abrían ante mí sombrías y misteriosas. Mi impresión general del mundo que veía sobre sus cabezas era la de un confuso derroche de hermosos arbustos y de flores, de un jardín largo tiempo descuidado y, sin embargo, sin malas hierbas."

Herbert George Wells



"El hombre ha llegado al término de sus posibilidades."


Herbert George Wells


"El miedo que me dominaba no era un miedo racional, sino un terror pánico, no sólo a causa de los marcianos, sino también debido a la tranquilidad y el silencio que me rodeaban. Tal fue su efecto, que corrí llorando como un niño. Cuando hube emprendido la carrera ni una sola vez me atreví a volver la cabeza."

Herbert George Wells



"En el siglo pasado hubo más cambios que durante los mil años anteriores. Y los que ocurrirán en el nuevo siglo harán que los del siglo pasado apenas sean perceptibles."

H. G. Wells
en una conferencia pronunciada en 1902



"En los últimos años del siglo diecinueve nadie habría creído que los asuntos humanos eran observados aguda y atentamente por inteligencias más desarrolladas que la del hombre y, sin embargo, tan mortales como él; que mientras los hombres se ocupaban de sus cosas eran estudiados quizá tan a fondo como el sabio estudia a través del microscopio las pasajeras criaturas que se agitan y multiplican en una gota de agua."

Herbert George Wells


"Entre las decenas de millares de nombres de monarcas que se apretujan en las columnas de la Historia, el nombre de Asoka brilla casi solo, como una estrella."

Herbert George Wells
Breve historia del mundo



"Entre las invenciones que en la victoria de la humanidad transformaron el mundo, la serie de mejoramientos de los medios de locomoción que comenzaron con los ferrocarriles, y que, apenas un siglo después, terminaran con los vehículos automóviles y los caminos patentados, es la más notable, sino la más importante. Esos perfeccionamientos así como el sistema de compañías de responsabilidad limitada que reunían capitales enormes, y el reemplazo de los obreros agrícolas por hombres expertos, provistos de mecanismos ingeniosos, produjeron necesariamente la concentración de la humanidad en ciudades de una colosal enormidad y provocaron una revolución completa en la vida humana.
Este fenómeno después de que se hubo realizado, pareció una cosa tan sencilla y tan evidente, que es de admirar el que no se le previera más claramente. Sin embargo, parece que ni siquiera se tuvo idea de las miserias que semejante revolución podía implicar, y no parece que entró en la mente de un hombre del siglo XIX el que las prohibiciones y las sanciones morales, los privilegios y las concesiones, las ideas de responsabilidad y de propiedad, de comodidad y de belleza que habían hecho prósperos y felices los períodos, sobre todo, agrícolas, del pasado, concluirían por desaparecer bajo marea creciente de las posibilidades y exigencias nuevas. El que un ciudadano equitativo y, benévolo en la vida ordinaria pudiera tornarse, como accionista, implacablemente codicioso; el que los métodos comerciales que, en los tiempos remotos, habrían parecido racionales y honorables, fuesen, ya en más larga escala, mortíferos y abrumadores; el que la caridad de otras épocas llegara a ser considerada como un simple medio de pauperización y el que los sistemas de empleo de esas épocas hubieran sido transformados en esclavitudes extenuantes; el que, en el hecho, una revisión y un desarrollo de los derechos y deberes del hombre se hubieran impuesto como una necesidad urgente, eran cosas que no podía concebir el hombre del siglo XIX, profundamente conservador y sometido a las leyes en todos sus hábitos de pensamiento, conformado como estaba por un método de educación arcaico.
Se sabía que la aglomeración excesiva de las ciudades implicaba peligros de pestes sin precedente, hubo un desarrollo enérgico de los procedimientos sanitarios; pero el que los flagelos del juego y de la usura, del lujo y de la tiranía, llegaran a ser endémicos y tuvieran espantosas consecuencias, superaba en mucho a las suposiciones que se podían hacer en el siglo XIX. De tal manera, por algún proceso por decirlo así inorgánico, al cual no se opone prácticamente la voluntad creadora del hombre, se verificó el crecimiento de las desdichadas ciudades hormigueros que caracterizaron al siglo XIX.
La sociedad nueva fue dividida en tres grandes clases.
En la cima, dormitaban los grandes poseedores, colosalmente ricos por accidente más bien que por designio, poderosos, salvo en cuanto a la voluntad y a las aspiraciones: en resumen, el último avatar de Hamlet en el mundo. Debajo estaba la multitud enorme de los trabajadores al servicio de gigantescas compañías que lo monopolizaban todo. Entre esos dos se hallaba la clase media empequeñecida: funcionarios de todas categorías, capataces, gerentes, las clases médicas, legales, artísticas y escolástica y los ricos en pequeño, clase cuyos miembros llevaban una vida de lujo incierto, por medio de especulaciones precarias, séquito de las de los grandes directores."

H. G. Wells
Una historia de los tiempos venideros




"Era ella exactamente parecida a una niña. Quería estar siempre conmigo. Intentaba seguirme por todas partes, y en mi viaje siguiente sentí el corazón oprimido, teniendo que dejarla, al final, exhausta y llamándome quejumbrosamente, Pues érame preciso conocer a fondo los problemas de aquel mundo. No había llegado, me dije a mí mismo, al futuro para mantener un flirteo en miniatura. Sin embargo, su angustia cuando la dejé era muy grande, sus reproches al separarnos eran a veces frenéticos, y creo plenamente que sentí tanta inquietud como consuelo con su afecto."

Herbert George Wells


"Es posible que la invasión de los marcianos resulte, al fin, beneficiosa para nosotros; por lo menos, nos ha robado aquella serena confianza en el futuro, que es la más segura fuente de decadencia."

Herbert George Wells




"Estaba completamente exaltado, como el hombre que ve y que camina sin hacer ningún ruido, en una ciudad de ciegos. Me entraron ganas de bromear, de asustar a la gente, de darle una palmada en la espalda a algún tipo, de tirarle el sombrero a alguien, de aprovecharme de mi extraordinaria ventaja."

Herbert George Wells


"Existen tantos universos como numerosas son las páginas de un volumen enorme, y en este volumen nosotros ocupamos una sola página."

Herbert George Wells
Tomada del libro de Peter y Caterina Kolosimo Los secretos del Cosmos, página 17



"Hasta donde podía ver, el mundo entero desplegaba la misma exuberante riqueza que el valle del Támesis. Desde cada colina a la que yo subía, vi la misma profusión de edificios espléndidos, infinitamente variados de materiales y de estilos."

Herbert George Wells



"Hay universos que están más lejos de nosotros que la nebulosa más lejana y, sin embargo, más cerca de nosotros que nuestras manos y nuestros pies."

H. G. Wells
El señor Barnstaple entre los hombres-dioses
Tomada del libro Seres y lugares en los que usted no cree de Jesús Callejo y Carlos Canales, página 145



"He aquí la más completa exposición de la creencia que afirma que los seres humanos reaccionan con violencia a los cambios profundos, cuando las condiciones exigen el más complejo y extenso reajuste del alcance y escala de sus ideas."

H. G. Wells
sobre su libro El Alimento de los Diose



"He estado enamorado dos veces; no haré demasiado hincapié en ello, pero en una ocasión, cuando me dirigía a ver a una persona que no esperaba que yo osara acudir, tomé un atajo al azar por una calle poco concurrida, próxima a Earl’s Court, y me encontré un muro blanco y una puerta verde que me eran familiares. “¡Qué extraño!”, me dije, “creía que este lugar estaba en Campden Hill. Es un lugar imposible de encontrar, tan imposible como contar las piedras de Stonehenge, el escenario de mi extraña fantasía”. Pero lo dejé atrás, abstraído en mi propósito. Aquella tarde no me apeteció entrar.
»Sentí un breve impulso de abrir la puerta, sólo tenía que dar tres pasos, a lo sumo. Sin embargo, en lo más profundo sabía que se abriría y luego pensé que si lo hacía quizá llegaría tarde a la cita en la que estaba en juego mi honor. Más tarde me arrepentí de haber sido tan puntual. Cuando menos, podía haberme asomado y saludar a las panteras, pero entonces sabía ya muy bien que no debía volver a buscar tardíamente aquello que había encontrado sin buscarlo. Lamenté mucho lo ocurrido aquella tarde…
»Pasé años trabajando sin volver a ver la puerta. No volvió a aparecer hasta hace poco. Y al suceder, me invadió una extraña sensación, como si algo hubiera empañado el mundo. Empecé a pensar con pesadumbre y amargura que tal vez no volvería a verla. Quizás el exceso de trabajo me estaba afectando, quizá fuera lo que ocurre cuando uno se aproxima a los cuarenta. No lo sé. Pero lo cierto es que aquel vivo esplendor que hace fácil cualquier tarea ardua me ha abandonado recientemente, y justo en un momento en que, con tantos nuevos acontecimientos políticos, debería estar trabajando. Es extraño, ¿verdad? Pero es cierto que la vida se me hace cada vez más dura, y las recompensas se me hacen cada vez más baladíes. Hace muy poco, he vuelto a anhelar con fervor el jardín. Sí, y lo he visto tres veces.
[...]
Habíamos cenado en Frobisher’s, y la conversación fue adquiriendo un cariz cada vez más personal. El asunto de mi cargo en el ministerio reconstituido había sido un tema latente durante la cena. Sí, sí. Ya está todo decidido. Aún no tendría que hablarte de esto, pero no hay por qué ocultártelo… Sí, ¡gracias! ¡Gracias! Pero permíteme seguir con la historia.
»Aquella noche, todo era aún muy incierto. Yo estaba en una posición muy delicada. Estaba deseando que Gurker concretara algo, pero la presencia de Ralphs me incomodaba. Hacía tanto cuanto podía por no encauzar demasiado abiertamente aquella conversación ligera y despreocupada al terreno que me incumbía. Era necesario. Desde entonces la actitud de Ralphs ha justificado de sobra mi prudencia. Yo sabía que Ralphs nos dejaría justo pasada la calle principal de Kensington, de manera que entonces podría sorprender a Gurker con una franqueza inesperada. A veces, uno debe recurrir a estas pequeñas tácticas… Fue en aquel momento cuando vi, en el límite de mi campo visual, una vez más, el muro blanco y la puerta verde, allí, ante nosotros, al final de la calle.
»Pasamos por delante sin dejar de hablar. Pasamos de largo. Aún veo la sombra del marcado perfil de Gurker, el sombrero de copa inclinado sobre una nariz prominente, los distintos pliegues de la bufanda delante de mi sombra y la de Ralphs al pasar.
»Estuve a medio metro de la puerta.
»“Si me despido y entro”, pensé, “¿qué pasará?”. Sin embargo, me concomía la necesidad de hablar con Gurker.
»La obcecación por los demás problemas no me permitió averiguar la respuesta. “Creerán que estoy loco”, pensé. “Supongamos que desapareciera ahora. ¡Asombrosa desaparición de un destacado político!”. Consideré que aquello era importante. ¡Ante aquel dilema, di más importancia a miles de mundanerías insignificantes!"

H. G. Wells
La puerta en el muro





"La creación del telescopio señala en realidad una nueva fase del pensamiento humano; una nueva visión de la vida... Los griegos nunca usaron las lentes... y así quedo para otra época, más de un millar de años posterior, juntar el cristal con el astrónomo."

Herbert George Wells



"La fuerza es el resultado de la necesidad; la seguridad establece un premio a la debilidad."

Herbert George Wells


"La historia humana se va convirtiendo cada vez más en una carrera entre educación y catástrofe."

Herbert George Wells



"La segunda noche después de todos los pensamientos de Lewisham se alteró el orden en el mundo. Una jovencita, vestida con una chaqueta ribeteada de astracán, con una expresión muy poco alegre en el rostro, iba de Chelsea a Clapham sola, mientras Lewisham estaba sentado bajo la incierta luz eléctrica de la Biblioteca Educativa, mirando al vacío por encima de un montón de libros de imponente aspecto, y viendo cosas invisibles.
El cambio no pudo hacerse sin roces, y toda explicación resultó muy difícil. Evidentemente ella no apreciaba la gravedad de la posición mediocre que Lewisham ocupaba en la lista. «Pero has aprobado», era todo lo que ella decía. Tampoco se hacía cargo de la importancia del estudio por la tarde. «Claro que yo eso no lo sé —había dicho—, pero yo creía que tú estudiabas todo el día.» Ella calculó el tiempo consumido por sus paseos como de media hora, «media horita justa», olvidándose de que él tenía que ir primero a Chelsea y luego regresar a su pensión. Su habitual ternura quedó velada por un resentimiento demasiado visible, primero contra él, y luego, cuando Lewisham protestó, contra el Destino. «Hay que suponer que las cosas tienen que ser así —dijo ella—. Claro que no importa que no nos veamos tan a menudo», añadió temblándole los pálidos labios.
Lewisham había vuelto de la despedida con la mente muy intranquila, y aquella noche se había enfrascado en la composición de una carta que tenía que aclarar las cosas. Pero sus estudios científicos prestaban dureza al estilo de su prosa, y aquello que él podía muy bien susurrar no lo sabía escribir. En realidad, su justificación no era suficiente, pero la recepción que ella le dispensó dio a Ethel la apariencia de ser una persona muy poco razonable. Lewisham presentó algunas fluctuaciones violentas. A veces se sentía fuertemente irritado contra la joven por no ver las cosas tal como él las veía, y entonces deambulaba por el museo empeñado en imaginarias discusiones con ella, llegando inclusive a proferir advertencias injuriosas. Otras veces tenía que hacer acopio de todos sus poderes de disciplina y de todos sus recuerdos de las resentidas réplicas de ella, para abstenerse de echar a correr hacia Chelsea y capitular de un modo muy poco viril.
Esta nueva disposición de las cosas duró un par de semanas. No tardó tanto tiempo miss Heydinger en descubrir que el desastre de los exámenes había obrado un cambio en Lewisham. Percibió muy bien que aquellos paseos nocturnos habían terminado. Se le hizo rápidamente evidente que Lewisham trabajaba ahora con una especie de furia obstinada. Llegaba temprano y se marchaba tarde. La sana frescura de sus mejillas palideció. Se podía ver a Lewisham todas las noches hasta muy tarde en medio de un montón de diagramas y de libros de texto en uno de los rincones más resguardados de las corrientes de aire de la Biblioteca Educativa, acumulando notas y más notas. Y todas las noches, en el club de los estudiantes, Lewisham escribía una carta dirigida a cierta papelería de Clapham, pero estas cartas nunca fueron vistas por miss Heydinger. En su mayoría dichas cartas eran breves, porque Lewisham, siguiendo la moda de South Kensington, se preciaba de no ser «literato», y tal vez algunas, más parecidas a telegramas que a epístolas, hirieron un corazón acaso demasiado necesitado de palabras tiernas.
No respondió Lewisham a las renovadas insinuaciones de miss Heydinger con invariable amabilidad. Y, no obstante, se restablecieron en parte las antiguas relaciones. Él solía hablarle correctamente durante cierto tiempo y luego salía por la tangente. Pero el préstamo de libros se reanudó, aquel sutil proceso para su educación estética que miss Heydinger había discurrido."

H. G. Wells
El amor y Mister Lewisham





"La verdad es que tengo todo: cabeza, manos, piernas y el resto del cuerpo. Lo que ocurre es que soy invisible. Es un fastidio, pero no lo puedo remediar."

Herbert George Wells




"Llegará un día, un día en la sucesión infinita de días, en que seres, seres que están ahora latentes en nuestros pensamientos y escondidos en nuestros lomos, se erguirán sobre esta tierra como uno se yergue sobre un escambel y reirán y con sus manos alcanzarán las estrellas."

Herbert G. Wells



"Los hombres, incluso los cultos, no se dan cuenta de los poderes ocultos en los libros de ciencia. En estos volúmenes hay maravillas, hay milagros."

Herbert George Wells
El hombre invisible 



"Marion llevó un blanco atavío de novia, de seda blanca y satén, que no le iba, que la hacía parecer más gruesa y extraña para mí; eliminaba curvas y resaltaba contornos poco familiares. Pasó por todo aquel extraño ritual de una boda inglesa con una gravedad sacramental que yo era aún demasiado joven y egoísta como para comprender. Todo era extraordinariamente esencial e importante para ella; para mí, no era más que una ofensiva, complicada y desconcertante intrusión de un mundo que yo estaba empezando ya a criticar muy amargamente. ¿Para qué servía toda aquella agitación? ¡Un simple e indecente anuncio de que yo había estado apasionadamente enamorado de Marion! Pienso, de todos modos, que Marion era tan solo muy remotamente consciente de mi sofocante exasperación al haber tenido que comportarme finalmente «como correspondía». A fin de cuentas había bordado mi papel; llevaba una levita admirablemente cortada, una nueva chistera, unos pantalones tan claros como era capaz de resistir —más claros, de hecho—, un chaleco blanco, una corbata clara, unos guantes claros. Marion, viéndome desalentado, emprendió su truco habitual de susurrarme que lucía maravilloso; yo sabía sin embargo demasiado bien que no lucía como yo mismo. Tenía el aspecto del suplemento especial a color del Men’s Wear o de The Tailor and Cutter, Traje Completo Para Ocasiones Ceremoniales. Incluso tenía la desconcertante sensación de un cuello poco familiar. Me sentía perdido… en un cuerpo extraño, y cuando me miré a mí mismo para tranquilizarme, el recto y blanco abdomen, las extrañas piernas, confirmaron esa impresión."

H. G. Wells
Tono-Bungay



"Me afligió pensar cuán breve había sido el sueño de la Inteligencia humana. Habíase suicidado. Se había puesto con firmeza en busca de la comodidad y el bienestar de una Sociedad equilibrada con seguridad y estabilidad, como lema; había realizado sus esperanzas, para llegar a esto al Final."

Herbert George Wells



""Me atormentaban los recuer­dos de la Ley, de los dos marinos muertos, de las embos­cadas en la oscuridad, de aquel cuerpo en el cañaveral... Por extraño que parezca, mi regreso a la civilización, en lugar de proporcionarme la confianza y la tranquilidad que yo esperaba, acrecentó la inseguridad y el temor que había experimentado durante mi estancia en la isla. Re­sultaba casi tan insólito para los hombres como lo había sido para los Monstruos. Tal vez se me había pegado algo de la ferocidad de mis compañeros.
Dicen que el terror es una enfermedad; sea como fuere, puedo dar fe de que, desde hace ya varios años, se ha apoderado de mí el desasosiego; un desasosiego compa­rable al de un cachorro de león a medio domesticar. Mi trastorno adquirió una forma muy extraña. No lograba quitarme de la cabeza la idea de que los hombres y muje­res que conocía eran otros monstruos pasablemente hu­manos, animales con forma de persona, y que en cual­quier momento podían comenzar a transformarse, a mostrar este o aquel síntoma de su naturaleza bestial. Pero he confiado mi caso a un hombre extraordinaria­mente capaz, un hombre que había conocido a Moreau y parecía dar cierto crédito a mi historia, un psiquiatra que me ha ayudado mucho.
Aunque supongo que el terror de la isla no me abandonará nunca, a veces se oculta en lo más recóndito de mi mente: una nube lejana, un recuerdo, una leve descon­fianza; pero hay momentos en que la nubecilla se extien­de y oscurece el cielo por completo. Entonces miro a la gente que me rodea y el miedo se apodera de mí. Veo unos rostros resplandecientes y animados, otros som­bríos o peligrosos, otros inseguros, insinceros; ninguno que tenga la reposada autoridad de un alma sensata. Sien­to que el animal se está apoderando de ellos, que en cual­quier momento la degradación de los isleños va a repro­ducirse a gran escala. Sé que todo es una ilusión, que esos hombres y mujeres son seres perfectamente normales, llenos de sentimientos humanos y de ternura, libres del instinto, en lugar de esclavos de una fantástica Ley: seres diametralmente opuestos a los Monstruos. Sin embargo, me asusta su presencia, sus miradas curiosas, sus pregun­tas y su insistencia, y ansío estar a solas, lejos de ellos."

H. G. Wells
La isla del doctor Moreau




"Me sentía desnudo en un extraño mundo. Experimenté lo que quizá experimenta un pájaro en el aire claro, cuando sabe que el gavilán vuela y quiere precipitarse sobre él. Mi pavor se tornaba frenético."

Herbert George Wells


"Miramos hacia el pasado a través de millones incontables de años, y vemos la gran voluntad de vivir que lucha por salir del fango situado entre las mareas, que lucha de forma en forma y de poder en poder, que se arrastra por el suelo y luego camina con confianza sobre él, que lucha de generación en generación por dominar el aire, que se insinúa en las tinieblas de lo profundo; la vemos levantarse contra sí misma con rabia y hambre y cambiar su forma por otra nueva, contemplamos cómo se nos acerca y se hace más parecida a nosotros, cómo se expande, se elabora a sí misma, persigue su objetivo inexorable e inconcebible, hasta alcanzarnos al final y latir su ser a través de nuestros cerebros y nuestras arterias... Es posible creer que todo el pasado no es más que el principio de un principio, y que todo lo que es y ha sido el crepúsculo del alba. Es posible creer que todo lo conseguido por la mente humana no es sino el sueño antes del despertar... Surgirán... de nuestro linaje mentes que volverán su atención a nosotros en nuestra pequeñez y nos conocerán mejor de lo que nos conocemos nosotros. Llegará un día, un día en la sucesión infinita de días, en que seres, seres que están ahora latentes en nuestros pensamientos y escondidos en nuestros lomos, se erguirán sobre esta tierra como uno se yergue sobre un escambel y reirán y con sus manos alcanzarán las estrellas."

Herbert George Wells
El descubrimiento del futuro




"No hay inteligencia allí donde no hay cambio ni necesidad de cambio."

Herbert George Wells



"(...) No pensaba alegremente acerca del progreso de la humanidad, y veía tan sólo en el creciente acopio de civilización una necia acumulación que debía inevitablemente venirse abajo al final y destrozar a sus artífices."


Herbert George Wells



"(...) No quiero decir matar sin control, sino asesinar de forma sensata. Ellos saben que hay un hombre invisible, lo mismo que nosotros sabemos que existe un hombre invisible. Y ese hombre invisible, Kemp, tiene que establecer ahora su Reinado del Terror."

Herbert George Wells


"Nuestra verdadera nacionalidad es la humanidad."

Herbert George Wells




"Para la humanidad, la elección es el universo… ¡o nada!"

Herbert George Wells


"Poco a poco empecé a ser consciente de la verdad. El Hombre no seguía siendo una especie, sino que había dado lugar a dos animales diferentes: mis agraciados niños del Mundo Superior no eran los únicos descendientes de nuestra generación, sino que esta Cosa descolorida, obscena y nocturna que había surgido ante mí era también heredera legítima para siempre."




Herbert George Wells



"Por mi parte, hice un esfuerzo y aclaré mis ideas. Una vez que pude hacer frente a los hechos con frialdad se me ocurrió que, por terrible que fuera nuestra situación, no había aún motivo para desesperar del todo."

Herbert George Wells



"¿Por qué se ha de temer a los cambios? Toda la vida es un cambio. ¿Por qué hemos de temerle?"

Herbert George Wells



"Se negó a ver «algo especial» en la fisonomía de Beatrice Cenci.
-¡La Beatrice Cenci de Shelley!- en la galería Barberini; un día, mientras los demás lamen­taban la existencia de los tranvías, ella empezó a decir con bastante brusquedad que «la gente tenía que desplazarse de algún modo y que utilizar los tranvías era mejor que torturar a los caballos por aquellos horribles cerros.» ¡Esos «horribles cerros» eran las Siete Colinas de Roma!
El día que fueron al Palatino, aunque Miss Win­chelsea no se enteró de sus comentarios, dijo de pronto a Fanny:
-¡No corras tanto, querida! ¡No les gusta que les alcancemos!
-No intentaba alcanzarles -replicó Fanny aflo­jando el paso-. De verdad que no -añadió, y estuvo jadeando un minuto.
Pero Miss Winchelsea había encontrado la feli­cidad. Sólo se daría cuenta de lo feliz que había sido paseando entre aquellas ruinas a la sombra de los cipreses e intercambiando los pensamientos más elevados que el ser humano posee y las impresiones más distinguidas que puedan transmitirse, cuando evocara la tragedia que ocurriría después. Sin que se dieran cuenta, el sentimiento se iba introduciendo en su relación y llegaba a resplandecer claramente y de un modo agradable cuando Helen y su moderni­dad no estaban demasiado cerca. Su interés pasaba imperceptiblemente de las cosas maravillosas que les rodeaban a los sentimientos más íntimos y personales. La información sobre sus vidas iba surgiendo tími­damente; ella hizo alusión a su escuela, a su éxito en los exámenes, y expresó su alegría porque ya hubiera pasado la época de los «atracones» en los estudios. El joven dejó claro que él también se dedicaba a la enseñanza. Hablaron de la grandeza de su tarea, de la necesidad de vocación para afrontar los detalles molestos, de la soledad que a veces sentían...
Esto ocurrió en el Coliseo, pero no les dio tiempo a más aquel día porque Helen volvió enseguida con Fanny, a la que había llevado a ver las galerías superiores del anfiteatro. Sin embargo, los sueños de Miss Winchelsea, bastante claros y concretos ya, se hicieron realistas en grado extremo. Se imaginaba a aquel atractivo joven instruyendo a sus alumnos del modo más edificante, con ella como modesta com­pañera y colaboradora intelectual. Se imaginaba un pequeño pero distinguido hogar, con dos escritorios y estantes blancos para unos libros excelentes, y con reproducciones de obras de Rossetti y Burne Jones sobre paredes empapeladas con diseños de Morris y flores en calderos de cobre trabajado. En realidad se imaginaba muchas cosas. En el Pincio pasaron unos ratos deliciosos juntos, mientras Helen se llevaba a Fanny a ver el «muro Torto». El joven le habló con sinceridad. Le dijo que esperaba que su amistad estuviera sólo empezando y que su compañía era para él algo muy preciado, incluso más que eso.
Se puso muy nervioso y se sujetó los lentes con dedos temblorosos, como si temiera que la emoción los fuera a hacer caer."

H. G. Wells
El corazón de miss Winchelsea



"Si gritas, te romperé la cara -dijo el hombre invisible, destapándole la boca-. Soy un hombre invisible. No es ninguna locura ni tampoco es cosa de magia. Soy realmente un hombre invisible. Necesito que me ayudes. No me gustaría hacerte daño, pero, si sigues comportándote como un palurdo, no me quedará más remedio."

Herbert George Wells



"Soy un hombre bastante fuerte y tengo una mano dura; además, soy invisible. No cabe la menor duda de que podría matarlos a los dos y escapar con facilidad, si quisiera. ¿Están de acuerdo?"

Herbert George Wells


"Tal es la historia de mi transformación. Nadie me cree. Me tratan como un demente y, aún ahora, me tienen bajo vigilancia. Pero estoy cuerdo, absolutamente cuerdo; para demostrarlo, escribo lo que me ha sucedido. Soy un hombre joven, secuestrado en el cuerpo de un viejo. Naturalmente, parezco loco a quienes no me creen. Naturalmente, ignoro los nombres de mis secretarios y de los médicos que vienen a verme; de los sirvientes de mi casa; del pueblo en que estoy. Naturalmente, me pierdo en mi propia casa. Naturalmente, lloro y grito y tengo paroxismos de desesperación. No tengo ni dinero ni talonario de cheques. El banco no reconoce mi firma, pues, aunque mis músculos están débiles, mi letra es todavía la de Eden. Soy un viejo furioso, desesperado, temido, que merodea por una lujosa casa interminable y a quien todos evitan. Y en Londres está Elvesham, con la sabiduría acumulada de setenta años y con el joven cuerpo que me ha robado."

Herbert George Wells
 El caso del difunto señor Eleveham



"Tal vez aprender a manejar la máquina del atrevimiento, para viajar instantáneamente a los límites de la vida inmediata, para fundar de vez en cuando un breve paraíso sin porvenir ni pasado, sin el doble chantaje de la nostalgia y del miedo."

Herbert George Wells
La máquina del tiempo




"Tengo esperanza o podría no vivir."

Herbert George Wells
La isla del doctor Moreau


"Toda religión es un insulto a la dignidad mental del hombre, pero principalmente la religión católica, que ha elaborado dogmas contrarios a la razón humana. (...) La iglesia católica es lo más hostil que hay contra la libertad del hombre y la estimulación del bien: el mejor organizado sistema de la aberración y el perjuicio, la estupidez y la falacia. Yo creo que la religión católica es el enemigo número uno de la humanidad pensante."

Herbert George Wells



"Todo lo que sea combustible se convierte en llamas al ser tocado por el rayo: el plomo corre como agua, el hierro se ablanda, el vidrio se rompe y se funde, y cuando toca el agua, ésta estalla en una nube de vapor."

Herbert George Wells



"Todos éstos, los que vivían en estas casas, y todos los condenados dependientes de comercio, que vivían por allá, no sirven. No tienen coraje, no sueñan ni ansían nada, y el que no tiene esas cosas, no vale un ardite."

Herbert George Wells


"(...) Una fórmula, una expresión geométrica que incluía cuatro dimensiones. Los locos, los hombres vulgares, incluso algunos matemáticos vulgares, no saben nada de lo que algunas expresiones generales pueden llegar a significar para un estudiante de física molecular. En los libros, ésos que el vagabundo ha escondido, hay escritas maravillas, milagros."

Herbert George Wells


"Una ley natural que olvidamos es que la versatilidad intelectual es la compensación por el cambio, el peligro y la inquietud. Un animal en perfecta armonía con su medio ambiente es un perfecto mecanismo."

Herbert George Wells


"Vaga y maravillosa es la visión que he conjurado en mi mente sobre la vida que se extienda desde esta sementera del sistema planetario para llegar a todos los rincones del infinito espacio sideral. Pero es un sueño muy remoto. Podría ser, por otra parte, que la destrucción de los marcianos sea sólo un intervalo de respiro. Quizá el futuro les pertenezca a ellos y no a nosotros."

Herbert George Wells



"Veintidós años duró la paz entre Roma y Cartago; paz sin prosperidad. Ambas partes combatientes sufrían por la escasez y la desorganización que natural y necesariamente siguen a todas las grandes guerras. Los territorios de Cartago se agitaban en violentos desórdenes; los soldados, al volver de la guerra y encontrarse sin paga, se amotinaban y se entregaban al saqueo; la tierra se quedaba sin cultivar. Sabemos que Amílcar, el general cartaginés, sofocó las turbulencias con crueldad extremada, que los hombres eran crucificados a millares. Se sublevaron Cerdeña y Córcega. La "paz de Italia" fue poco más feliz. Se pusieron en pie de guerra los galos y bajaron hacia el Sur, siendo derrotados en Telamón, con pérdida de 40.000 hombres. Es evidente que Italia estaba incompleta mientras no llegara a los Alpes. Se establecieron colonias romanas en el valle del Po y se dio comienzo a la gran arteria septentrional, a la Vía Flaminia. Pero la degradación moral e intelectual del período de postguerra se muestra en que, cuando los galos amenazaban a Roma, se propuso y se aceptó la celebración de sacrificios humanos. Rota la antigua ley cartaginesa del mar -que sería egoísta y monopolizadora, pero siquiera mantenía un orden- el Adriático pululaba en piratas ilirios, y como resultado de una querella ocasionada por el estado de las cosas, Iliria después de dos guerras, quedó anexionada también como segunda "provincia". Enviando expediciones para anexionarse a Cerdeña y Córcega, provincias cartaginesas rebeldes, los romanos preparaban el camino de la Segunda Guerra Púnica."

H. G. Wells
Esquema de la historia universal



"Velar entre todas esas cosas desconocidas ante un rompecabezas como éste es desesperante. Representa una línea de conducta que lleva a la demencia. Enfréntate con este mundo. Aprende sus usos, obsérvale, abstente de hacer conjeturas demasiado precipitadas en cuanto a sus intenciones; al final encontrarás la pista de todo esto."

Herbert George Wells





"(...) Y luego, con fuerzas aplastadoras, volvió a mi mente la idea de mi situación, el recuerdo de mi esposa y el de la vida de esperanza y ternura que había cesado para siempre."

Herbert George Wells


"(...) Y tengo, para consuelo mío, dos extrañas flores blancas -encogidas ahora, ennegrecidas, aplastadas y frágiles- para atestiguar que aun cuando la inteligencia y la fuerza habían desaparecido, la gratitud y una mutua ternura aún se alojaban en el corazón del hombre."

Herbert George Wells


“(...) Y para uso privado y cotidiano, siempre existieron los tóxicos químicos. Los sedantes y narcóticos vegetales, los eufóricos que crecen en los árboles y los alucinógenos que maduran en las bayas o pueden ser exprimidos de las raíces han sido conocidos y utilizados sistemáticamente, todos, sin excepción, por los seres humanos desde tiempo inmemorial. Y a estos modificadores naturales de la conciencia, la ciencia moderna ha añadido su cuota de sintéticos: por ejemplo, el cloral, la bencedrina, los bromuros y los barbitúricos. La mayoría de estos modificadores de conciencia no pueden ser tomados actualmente si no es por orden del médico o ilegalmente y con grave riesgo. Occidente sólo permite el uso sin trabas del alcohol y del tabaco. Las demás Puertas químicas en el Muro se califican de tóxicos y quienes las toman sin autorización son Viciosos.”

Herbert George Wells


"Y así he vuelto. Debí permanecer largo tiempo insensible sobre la máquina. La sucesión intermitente de los días y las noches se reanudó, el sol salió dorado de nuevo, el cielo volvió a ser azul. Respiré con mayor facilidad."

Herbert George Wells



"Ya conoces lo picaresco del mundo de los científicos. Simplemente decidí no publicarlo, para no dejar que compartiera mi honor. Seguí trabajando y cada vez estaba más cerca de conseguir que mi fórmula sobre aquel experimento fuese una realidad. No se lo dije a nadie, porque quería que mis investigaciones causasen un gran efecto, una vez que se conocieran, y, de esta forma, hacerme famoso de golpe."


Herbert George Wells


"Yo sabía perfectamente lo que quería. Me proponía entrar en la casa, esconderme arriba y, aprovechando la primera oportunidad, cuando todo estuviera en silencio, coger una peluca, una máscara, unas gafas y un traje y salir a la calle. Tendría un aspecto grotesco, pero por lo menos parecería una persona."

Herbert George Wells



"Yo solo, ¡Es increíble lo poco que puede hacer un hombre solo! Robar un poco, hacer un poco de daño, y ahí se acaba todo."

Herbert George Wells




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