Amanece

El origen del día
no es obra del sol.

Lo construye el sueño
del labrador
cuando sale en busca
de la tierra encendida.

César Bisso



"El éxito, la gloria, son palabras «convencionales», son azarosas. Cuántos poetas se han ido a la tumba sin haber ellos mismos reconocido su camino o sin el reconocimiento del otro. Sin embargo, a nosotros nos queda la obra, que sigue reivindicando al poeta. La obra pone todo en un sitial de eternidad donde incluso uno jamás trabajó para eso. Andar dentro de uno o andar por fuera de uno en lo que reconoce del otro."

César Bisso




"En la poesía uno llega a mostrarse tal cual cree que es, uno va trabajando en eso. Lo que fluye al escribir es porque uno tiene su manera de pensar y mirar el entorno. Uno siempre está buscando y trabajando mientras se mira en el espejo tal cual como es, la palabra ayuda a ese mirarse internamente. Todos vivimos dentro de una investidura, no nos engañemos, no estamos preparados para decir determinadas cosas. A veces porque no lo necesitamos y otras porque se prefiere ir por otros caminos. La poesía, en cambio, más que narrar tiene que decir las cosas directamente. Escribo algo desde la poesía, pero todo se completa con el lector que recrea esas palabras y las resignificará a su manera. Mostrarse es un camino que hacemos y que quizás nos lleve toda la vida, no lo sabemos, mientras tanto vamos andando. El camino está marcado dentro del mundo de la incertidumbre, pero nos aferramos a encontrar en él lo que más nos gusta."

César Bisso


La culpa

El poema es culpable porque vive al desamparo,
se acalambra de hambre, delira con el frío.

Es culpable porque nos quita el antifaz,
escupe las sábanas de los impostores,
orina sobre los oráculos.

Es culpable porque muda el rumbo de la noche,
se emborracha de miedo,
sustrae a la hiena la carroña de la boca,
conserva la última moneda,
anda desnudo por el inframundo.

Es culpable porque asesina un adjetivo
y reprende al verbo del delito.
Repara con su voz todo aquello que enmudece.

El poema es culpable porque no sabe ser inocente.

César Bisso


Lunas

Jamás soñé una noche sin luna.
Bajo su luz todo es posible.
El amor tiene brillo de cuerpos desnudos.
Los pueblos encienden misterios insondables.
Las luciérnagas vuelan más alto.
Los ojos del niño titilan sin temor.
Una noche de plenilunio es pura alegría.
Es sentir la eternidad entre las manos.
Si no hubiera luna los pueblos se apagarían.
La mirada del niño sólo ofrecería miedo.
Las luciérnagas no dibujarían parábolas.
Enamorarse sería partir el pan de las bestias.
En mi país hubo noches sin luna.
El terror anidaba en las manos del niño.
Fue galope asesino en cada luciérnaga.
Aniquiló plazas y calles tan misteriosamente.
Derrotó los cuerpos que alumbraron el amor.
Esta noche mi hija pregunta porqué no hay luna.
Comienza a titilar el miedo de aquel niño.
Una luciérnaga atraviesa lo que aún queda de alma.
Tanto desamparo derrumba el último caserío.
Y el viejo amor vuelve a padecer la enfermedad del fin.

César Bisso



"Ojalá la palabra pueda transformar el mundo. Ojalá la palabra pueda hacer llover. Ojalá la palabra pueda hacer florecer la rosa."

César Bisso



Otro camino

Lo que la poesía dice el poeta nunca lo sabrá.
Simulan ir por la misma senda. Pero no.
El poeta responde la pregunta de los otros.
La poesía habla para sí. Es su propio espejo.
El poeta celebra la vida cada mañana,
quiere sujetar al mundo con un puño.
La poesía va desnuda,
en ella el hoy es para siempre.
El poeta vislumbra el rumbo de la pasión,
la sangre derramada en cada batalla.
La poesía no lastima.
El poeta abre los ojos de la conciencia.
La poesía ve más allá. Gobierna la palabra.

César Bisso



PALABRAS PRELIMINARES
(Apuntes sobre la creación)

Elegir el río como un testimonio de la eternidad: un viaje sin final, un andar que no cesa.

También el poema es andar que no cesa. Todos los siglos de la humanidad están insertos en la palabra poética, en esa diosa blanca que transita las noches y los días entre milagros y holocaustos. 

El río es viaje sin final. No es vida que va a dar a la mar, que es el morir, como exalta la copla de Manrique. El río nunca muere. La muerte es límite. El río no tiene fronteras. Sí, orillas desde dónde mirar.

Pero no fronteras que interrumpan la mirada.

El sentir de Heráclito se apoya en otro sino: el permanente devenir. Andar del río es andar por dentro de uno mismo. La movilidad del universo tiene el ritmo de nuestra mirada. Desde allí el río se convierte en un viaje eterno. Todo pasa y nada permanece.

Para el río todo transcurre porque no hay regreso. De la escritura tampoco se regresa.

Desde la orilla, hacia adentro de sus aguas, el devenir de la magia, la belleza, la constelación de las palabras. Afuera, a espaldas del poema,la búsqueda de la verdad, el discernimiento entre el bien y el mal, los hombres y sus instituciones, el fervor por la moral y la justicia: esa religión que pocos profesan. Entonces, el regreso al río, donde todo es leve, donde nada es estable, donde ni siquiera se necesita juzgar.

Ah, los poetas que eligieron el andar de la poesía por el río. Juanele estará siempre ante su Gualeguay porque es la duración del silencio; Ungaretti nunca dejará de creer que los ríos fueron todas las épocas de la vida; Yeats volverá a buscarse a sí mismo en alguna imagen ribereña; Pedroni seguirá cantando al río esperanzador; García Lorca continuará tras el amor que desde el Guadalquivir se fue por el aire; Huidobro andará en busca del río que ya no vuelve; Alvaro Mutis proseguirá curando heridas de navegantes por otros ríos febriles y exuberantes; Francisco Madariaga estará siempre marcado por un dolor y un destino casi fluvial.

Volver a la vieja idea del río como centro de uno mismo. Porque el río no ofrece, no quita, no ordena. El río anda por dentro de sí, con la libertad de quien nada demanda. El poema también navega por dentro de su propio silencio. Y sólo se revela frente a lo inesperado.

El silencio no es rechazo del habla, dice Blanchot. Es cierto. El poema dimensiona otro tipo de silencio: allí donde se aprehende el mirar, el acontecer, el liberar, el reproducir. Un poeta nunca hará hablar al silencio, pero ningún poeta duda que el silencio es el gran poema que desea escribir.

La dicha es saber escuchar el silencio. La angustia es no poder escuchar ni siquiera a nosotros mismos.

Lugares, personajes, historias: excusas del creador. Sólo el lenguaje otorga identidad al poema.

El poema altera la esencia. El río, la existencia.

Ni esencia ni existencia. El poema enciende, ilumina, funde, quema.

Pero no es fuego que permanece siempre igual. No necesita preceder a nadie ni existir por nadie. Por eso se transforma en río y se expande, se multiplica. Para no ser espejo de sí mismo.

Es en la durabilidad del viaje cuando el río nos parece eterno. No podemos comprender su rumbo y su destino si nada cambia en nosotros mismos. Sólo cuando movilizamos lo más profundo del alma el poema comienza a tener sentido. Y advertimos que nos re-escribe. Nos traslada tan adentro de uno, como si necesitáramos llegar hasta el fondo más obscuro del río para descubrir que existe la luz.

Qué es mirar hacia dónde el río? Pregunta que responden, a través del poema, Ortíz, Ungaretti, Yeats, Pedroni, García Lorca, Huidobro, Mutis, Madariaga. Y tantos otros que construyeron una mirada. Y también aquellos, que jamás responderán, porque no supieron cómo mirar. Quien mira el río siempre estará esperando que el poema explote entre los ojos. Porque sabe que poéticamente sólo existe lo que ve en ese preciso instante.

No hay territorio imposible para el río. La irrevocabilidad de su rumbo permite aspirar a los sueños más absurdos. ¿Acaso los reyes feudales no pretendían medir las tierras conquistadas por todo el largo de las márgenes? Ambición y río se parecen: son incesantes y eternos.

Muy a pesar de la incorregible historia de los hombres, el río va.

El viaje es eterno. Ni vértigo ni quietud. Sólo imprevisibilidad. Si el rumbo tiene certeza deja de ser río.

Más lentamente el andar del poema. Para él nunca es demasiado tarde.

César Bisso



Para no morir

Escribo con el agua
sobre la piedra violácea
del sueño.
El río se deja oír.
Otras voces muerden
la carne viva del ocaso.
Orilla de infierno.
Queda vacía la palabra
y fuga entre hojas
hacia la boca de la noche.
Allegro moderato
Navegante silencio
evoca el tardío enigma:
¿muere todo esto
si niego la mirada?

César Bisso


Recuerdo morir

La fiebre de la selva
desesperadamente sube.
Nado. Los ríos arden.
Sangre negra del Caroní
vislumbra otro rumbo.
Un crucifijo de luz: Orinoco.
Desdentados farallones
ignoran mi grito.
No hay cielo. Pura fiebre.
Recuerdo aquella tarde:
de la muerte estoy vivo.

César Bisso











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