“Amor es lo que traigo y amor vengo a buscar.”

Andrés Quintanilla Buey


Aquí me muero a diario
y a diario resucito.

Andrés Quintanilla Buey



Bienvenida (Madrigal para una niña negra)

Te trajo el mar y te dejó en la arena
envuelta en algas. Pasmo en cada ola.
Equivocada y sola,
niña de selva y sal, negra azucena,
te trajo el mar y el mar te hizo española.
Como una niña buena
-primer sueño de espuma y caracola-
te quedaste dormida, en la serena
quietud, lejos del susto y de la pena,
del pánico que asola
la tierra que dejaste. La cadena
se ha roto. Ya eres libre. Te aureola
la luz del alba. Duerme. Dulce, suena
la brisa, que recoge y enarbola
-niña de gracia llena-
mi madrigal de niebla y de amapola,
de junco y de colmena.

Andrés Quintanilla Buey



De pronto, tantas rosas

Han llegado de pronto tantas rosas,
tantas, que son más que los pájaros.
Me asustan.
Desde muy lejos, a través del frío,
con el aroma del otoño último,
y se entregan, dóciles, a la luz,
formando parte aún del paisaje del sueño,
resistiéndose a despertar.
Algunas copian a la nieve
y tiemblan, como tiemblan las manos de las novias
ante el primer descubrimiento.
Otras son amarillas, suaves, como de nata,
la color desmayada de la muerte.
Las hay con el ánimo detenido,
todavía rocío,
¿qué color elegir?,
-si piedra, si romero-
todo se resuelve en una palidez inquietante y bellísima,
como de niña enferma.
y rosas encarnadas, las más rosas,
limpias, brillantes, como gritos recientes,
o casi negras otras, como la sangre antigua.
En un extremo forman tertulia los cipreses,
surge el agua y el aire se enjoya y se entomilla,
se asoman a mi cuarto las hojas de la parra,
por todos los tapiales tiende su alfombra verde
la yedra… No sé cómo se llaman
las otras maravillas que surgen de la tierra,
que cubren el paseo y me amortiguan.
Aquí la paz, el dulce refugio del silencio.
Nada me duele. Siento
que el corazón regresa a su sitio y sereno
me riega como antaño.
Qué azul el cielo y cuánta ternura en la mañana.
Qué cerca Dios.
Voy a dormir. Ahora, tan temprano, a destiempo,
voy a dejar que el sueño me esconda.
Pero antes,
para evitar presencias del todo inoportunas,
voy a cerrar por dentro el jardín, a clavar en la entrada
-¡ay, Alfonsina Storni!- un letrero
diciendo que he salido.

Andrés Quintanilla Buey



El mapa

Aquí, donde señalo, estaba España.
En este hueco: aquí estaban los ríos,
los montes, los caminos y los pueblos
de mi patria. Aquí el sol, y la niebla;
la lluvia, a veces nieve… Y aquí mismo,
en este punto, aproximadamente,
mi sitio, entre mi gente, ilusionados
el árbol y el adobe, la callada
presencia de la ermita, el cementerio,
la era, la cigüeña, el sosegado
sonido de la fuente…

Hablo de España,
de España,
sí, de España, de ese mágico
lugar, que para muchos de nosotros
fue cuna, fue canción, luz, asidero,
historia compartida, fe heredada.

Aquí mismo, mirad, en este hueco,
el extraño país del desencanto
que un día tuvo un nombre; aquel lejano
lugar de la alegría algunas veces,
cercado por el hielo y por la espuma:
España, una palabra que ahora suena
a nube inalcanzable, a lejanía.
Palabra de seis letras para un sueño.
Ah, cuánto desamor y cuánto olvido.

Os digo que aquí mismo, pongo el dedo
encima de la llaga y se estremece
mi piel y se me cuela la amargura
sangre adentro, hasta el alma.
En este sitio,
mis padres, la abuela Ángela, el amigo
madrugador, el niño aquél, la historia
más mía y más de todos.
Debajo de esta tierra, que ha perdido
el nombre. En este hueco.

¿De qué lugar ha de llegar el viento
que ponga en pie a los árboles, que traiga
la lluvia, estoy seguro, la esperanza?
¿De qué lugar la luz que nos devuelva
el nombre y el latido:
España y la costumbre de nombrarla?

Aquí, donde señalo.

Andrés Quintanilla Buey



La ermita del camino

Piedra para soñar, para quedarse
definitivamente aletargado,
viviendo ya por siempre deslumbrado
y ha pesar de la luz no despertarse.

Piedra para besar, para elevarse
sobre la piedra misma y elevado
hundir el corazón en el sagrado
latido de esta tierra y santiguarse.

Bendita soledad, a dos escasos
palmos de Dios. Aquí es donde mis pasos
me vienen a buscar cuando me pierdo.

Aquí lloro más fuerte y más a gusto
y todo lo comprendo y no me asusto
si surge de improviso tu recuerdo.

Andrés Quintanilla Buey


Nocturno

Y no abrirá los ojos, por más que, tentadora,
la noche me reclame. No estoy. La brisa suave,
la yerba y sus aromas, el llanto de los grillos,
los árboles, el río, el familiar sendero,
todas aquellas cosas que imagino cercanas,
no están conmigo ahora. Todo ha quedado afuera,
ajeno e ignorado. Nada me pertenece
y a nada pertenezco.
He cerrado los ojos y me he quedado dentro,
del todo protegido, en mi soledad húmeda,
viviéndome, viviendo la oscuridad sin tiempo,
sabiéndome a resguardo. Aquí nada se muere.
Todo está como siempre, nana aquí tiene entonces,
ni ahora, ni mañana: únicamente siempre,
un siempre detenido en el instante eterno,
un siempre que no existe más que en este paisaje,
un siempre sin medida, asombrado á inmóvil.
Pájaros de la noche, terribles buscamuertos,
me llaman, me amenazan, me dicen que me asome,
que salga, que me muestra valientemente hombre.
No quiero. Ya he encontrado la paz y la armonía
en este hueco, casi como un vientre materno.
Un hueco a mi medida, en el que no es posible
la luna, exacto, limpio; tampoco el cielo. Sólo
esta quietud caliente, como de niño haciéndose.
Los ángeles del sueño me han cosido los ojos.
Estoy como dormido, pero estoy muy despierto.
A ojos cerrados siento la piel que me contiene,
como una mano en fino guante de cirujano:
perfectamente entero, ni un poro a la intemperie.
Renuncio a ver el agua, a sentir le, caricia
del viento o de la nieve, a escuchar los rumores
del mar -! el mar!-, las luces que anuncian cada día.
Lejos de mí la noble compañía del perro,
la dolorosa urgencia de una muchacha en junio.
Qué larga la distancia, qué insalvable el abismo,
qué lejanas, qué débiles,
las voces que me llaman, las manos que me buscan.
Siento cómo camina el tiempo, inexorable,
y ya no sé si es una o son miles las noches
que me han sobrepasado. Cuántos años, o siglos,
sin mí, que me he quedado tan escondido y quieto,
sin ofrecer resquicio, los ojos apretados,
para la luz de afuera.
Cuando llegue del todo la aurora presentida,
-me avisará una lluvia extraña, diferente-,
cuando bajo mi cuerpo nazca una yerba nueva
y yo sienta su empuje,
cuando no reconozca los ruidos, ni el silencio,
volveré a abrir los ojos, regresaré a la vida
en un mundo distinto.

Andrés Quintanilla Buey


Para después

Poned, junto a una flor, no sé, mi nombre,
las letras hacia arriba: Andrés. Y luego,
no sé, quizás la fecha, junto al ruego
de una oración: orad por este hombre.

Tumbada, mi mejor fotografía,
para que se deshaga a escarcha y fuego.
Dejad, no sé, un rincón para el espliego.
Si hay que poner cruz, poned la mía.

Sembradme, a poder ser, a flor de tierra;
si no es mucho pedir, junto al camino.
Sin llanto: una canción y una sonrisa.

Y recordadme siempre en pie de guerra.
Decid: unió a esta tierra su destino;
nadie amó tanto y nadie tan deprisa.

Andrés Quintanilla Buey


Yo vivo aquí donde la pana sueña
con el cielo encerrado a cal y canto.
Donde vive la risa a medio llanto
donde jugaba España de pequeña.

Andrés Quintanilla Buey


Viento de España

“De España, ni viento ni casamiento”

Qué mal viento de España, qué mal viento
el que te llega, Portugal querido.
El viento de una España que ha perdido
el gesto, la figura, el sentimiento.

La España sin razón de este momento,
¿qué extraños españoles ha parido?
La hispana dignidad, ¿dónde se ha ido?
¡Dónde el valor y dónde el juramento?

Ahí te va, Portugal, el triste aliento
de la española tierra, un pueblo herido
por tanto desamor y furia ciega.

Ni viento, Portugal, ni casamiento…
Pero abre el corazón, para el latido
de España, unido al viento que te llega.

Andrés Quintanilla Buey








No hay comentarios: