Antes de nada, para situarme, ¿en qué consistía tu trabajo en el World Trade Center?

—Era mánager de Euro Brokers en la planta 84. Imagínate, para mí era un auténtico honor un puesto como ese en uno de los edificios más emblemáticos de Manhattan. Estudié en la Western University de Ontario. Un año antes de lo que pasó, me mudé con mi familia a Mahwah, en Nueva Jersey. Así que todo ocurrió muy rápido.

—¿Qué recuerdas de aquella mañana? —pregunto con temor a que no quiera hablar demasiado sobre el incidente. Pero, en un acto de confianza, empieza a detallarme todo lo que tiene almacenado en su memoria.

—Cogí el tren de las 5.40 de la mañana, como cada día. Llegué a mi puesto de trabajo. Y todo fue desarrollándose con normalidad. Hasta que un enorme estruendo acompañado de un ligero temblor nos hizo mirar por la ventana hacia la Torre Norte. Vimos una bola de fuego y una columna de humo. No sabíamos lo que había pasado. Hubo un revuelo general. Gente pidiendo auxilio por las ventanas y un enorme agujero en uno de los laterales. Entonces una voz dijo por megafonía que estaba todo controlado y que volviéramos a nuestros puestos. Que no había necesidad de evacuar la torre 2.

—Escuchar eso ahora, sabiendo lo que pasó…, es terrorífico.

—Sí, pero en ese momento nadie sabía nada. Así que yo volví a mi mesa. Llamé a mi mujer para tranquilizarla y asegurarle que estaba bien. Después me dediqué a telefonear a algunos clientes para decirles que íbamos a cerrar unas horas. Recibí la llamada de un amigo de Toronto que me dijo que tenía que salir de allí cuanto antes. Aún había revuelo alrededor y algunos compañeros empezaron a abandonar el edificio. Así que me levanté para tomar el ascensor. Fue entonces cuando notamos un gran temblor. Las luces empezaron a parpadear. Y el estruendo hizo que algunos se lanzaran al suelo instintivamente.

La aeronave 175 de United Airlines había chocado contra la segunda torre. Eran las 9.03 de la mañana. Los noventa mil litros de combustible del avión alimentaban un fuego que convirtió el entorno en un infierno.

—Salí disparado contra la pared y me cayeron encima un montón de escombros. Lo recuerdo bien. De pronto, todo el mundo empezó a gritar y a subir por las escaleras. Era imposible descender. Así que también subí. Debí de llegar al piso 91. El humo lo impregnaba todo cada vez más. La gente se agolpaba en los rellanos. Algunos se tumbaban en el suelo para intentar respirar. Yo hice lo mismo. Había gente llorando, otros que ya no se movían… Yo estaba a punto de desfallecer. Fue entonces cuando alguien me llamó. Una voz clara.

—¿Cómo la definirías?

—Fue una voz masculina, pero de nadie de los que estábamos allí. Era muy tranquila, cosa que sorprendía en medio de tanto caos. Me llamó por mi nombre y me dijo: «Ron, levántate». Noté entonces que estaba muy cerca de mí. Alguien a quien no podía ver, pero que estaba alentándome. Y tuve la sensación de que ese alguien tiraba de mí…, me levantaba.

—¿Cómo interpretaste la experiencia en ese momento?

—En ese momento no tienes tiempo de pensar nada. Simplemente actúas. Percibía que esa voz sabía lo que decía. Había seguridad en ella. Y calma. Mucha calma. Así que fui obedeciéndola.

—¿Esa presencia te dirigía?

—Sí. Fui atravesando escombros y caminando a veces hacia zonas realmente peligrosas. Pero estaba siendo guiado por alguien. «No vayas por ahí, no vayas hacia el fuego…» Daba órdenes precisas.

Ron DiFrancesco fue el último hombre que salió vivo de la Torre Sur el 11 de septiembre de 2001, ayudado por un guía invisible.

—¿Te ayudó a mantener la calma?

—Sí, y también a concentrarme. Incluso me instó a cruzar pisos en llamas. Me cubría la cara con los brazos y obedecía.

—¿Cuánto tiempo te acompañó?

—No sé, pero quizá cinco minutos. Soy consciente de que me ayudó a bajar hasta la planta 75. Me acompañó todo ese tramo, el más peligroso. Era la zona en la que el avión cortaba el paso. Desde ahí ya pude bajar corriendo.

—Las posibilidades de salir con vida desde la planta en la que te encontrabas al principio, la 84, eran ínfimas…

—Y tanto. De hecho, solo salimos vivas cuatro personas de los miles que estábamos por encima de la planta 81. El caso es que, cuando ese alguien me abandonó, ya solo tenía que descender a toda prisa. Habían pasado unos cincuenta minutos desde que el avión se había estrellado. Yo corría y corría. Recuerdo llegar al vestíbulo e intentar salir por una de las puertas. Un bombero me advirtió de que era peligroso. Había gente cayendo al suelo, lanzándose desde las ventanas. Me aproximé entonces a la salida de la calle Church. El edificio crujió, estaba a punto de venirse abajo. Y me desmayé. Desperté mucho después en el Hospital Saint Vincent de Manhattan. Estaba irreconocible, con el rostro hinchado y quemaduras por todo el cuerpo. Era muy doloroso. Pero estaba vivo, Javier. Contra todo pronóstico, estaba vivo.

—Fuiste, de hecho, el último hombre que salió vivo de la Torre Sur.

—Sí, eso lo supe después. Perdí allí a muchos amigos y compañeros. No sé por qué algo me ayudó a mí y no a otros.

—Imagino que te habrás hecho esa pregunta miles de veces.

—Sí. Y no sé responderla. Tampoco sé quién me ayudó. Ni si fue producto de mi mente o realmente estuvo allí conmigo. Tengo mis convicciones personales, soy una persona religiosa… Pero en cualquier caso, me ayudó a salir. Me regalaron un día más. Cada despertar es otro regalo. Así lo siento. Es una bendición.

Ron DiFrancesco
Conersación con Javier Pérez Campos en su libro Los Guardianes


“Tengo quemaduras, cicatrices y huesos rotos. No soy el mismo de entonces, descubrí lo generosa y buena que es la gente. Tengo suerte. Me han regalado 18 años más de vida, y la vivo como si fuera un regalo.”

Ron DiFrancesco








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