Antihomenaje al comodoro Diego Gringo Hernández

Un verso es un disparo...
Rafael Alberti

1. (Puerta)
Negador que a la muerte bastardeas
su certeza de polvo y su locura,
bastardeas tu primogenitura
sin amor ni pudor y sin ideas.

Nunca fuiste ni eres ni deseas
otra nación que la nación oscura
que a mi pueblo regala sepultura
y a tu alma sangrientas odiseas.

Luces tu entrega y tu semilla mala,
el águila te dobla la rodilla
y besas su trasero con el ala.

Naciste aquí como otra pesadilla,
eres espejo a una perdida bala:
gringo por cien hasta la coronilla.

2. (Querencia)
Como adoro mi Patria, comodoro,
quiero vejar tu nombre hasta la muerte:
desmemoriar tu sangre para verte
rezándole tus cánticos al oro.

Si eres baraja gringa de un tesoro
que el extranjero juega a pura suerte,
quiero ante la mirada sorprenderte
quemándole monedas al decoro.

Que sangres ante el pueblo que has vendido,
seas cadáver sin amor llorado
y polvo repartido en el olvido.

Como mi Patria adoro el puño alzado
quiero quemar la pólvora que has sido
comodoro en el mar crucificado.

3. (Perseguido)
Como una perseguida bestezuela
te escondes del honor tras los fusiles
y ríes como ríen los serviles
mordiendo su dolor bajo una suela.

El aire se te va y el tiempo vuela
- bandera de traidores y de viles-,
puños de cien en cien, de mil en miles
te cercan de espinas y candela.

No pienses, si es que piensas, que la vida
es toda un pulso de terror y males
solamente una oscura despedida.

Cantas la soledad de los chacales
como una bestezuela perseguida
rodeada de puños y puñales.

4. (Aguinaldo)
Quieres un aguinaldo machetero
con el machete que levanta el día,
rojo de la fluvial soberanía
que odias y blasfemas, pero quiero.

Quiero el mismo aguinaldo desde enero
hasta diciembre alzando la alegría:
puño a la sangre de la tiranía
y a tu alma fatal puño de acero.

Que recuerdes tu origen (si pudieras),
el viento que te trajo mal nacido,
las primeras ingenuas primaveras.

Quieres, deseas, el placer perdido:
es tarde para noches extranjeras
oscuro comodoro del olvido.


5. (Testigo)
Puntual como el dolor cuando nos mira
lo espera sonriéndole la muerte:
arriar las velas, terminó la suerte,
el afán de poder paró en mentira.

La bestezuela por el mar delira.
Escucha, pueblo, aún quiere envolverte
en la red de su muerte, oscurecerte
ignorando los puños de tu ira.

Por el mar del dolor el comodoro,
la tenaza mortal del enemigo
ensangrentada, pero vuelta en oro.

Acá en la tierra la verdad conmigo
guardamos un mayor mejor tesoro
otra canción y Vieques por testigo.

Andrés Castro Ríos


El hombre con su muerte...

El hombre con su muerte proyectada
en el rígido espejo de la ciencia,
dobla la tempestad de su existencia
a fuerza de haber sido sombra o nada.

A fuerza de que fue carne imantada,
hueso gris en el pulso de la ausencia,
lleva su muerte en flor, su no-conciencia
por corona de dichas una espada.

Por corona de dichas un tormento,
una angustia de sal y un pensamiento
perdido sin razón, nunca pensado.

Perdido sin razón el hombre calla,
porque sabe, al final de la batalla,
que es un poco de polvo desatado.

Andrés Castro Ríos



Otro Padre Nuestro

 a la memoria de Rosa Collazo

Padre nuestro que estás en el fuego,
en el agua, en el llanto, en las manos crispadas,
iluminado sea tu pulso, tu puño decidido, tu magia antigua,
venga a la sangre el reino de tus ojos ,
la luz de tu palabra, el paladar del tiempo,
hágase la voluntad de tu alegría,
el rostro de tu aurora, el pan de tu sonrisa
así en la carne como en el recuerdo,
en el coraje como en la justicia.
El pan puro de cada día bríndalo a los oprimidos,
olvida nuestra ira y entiende nuestra cólera
así como nosotros juzgaremos a nuestros opresores,
no nos dejes caer en la traición,
acuérdate de los judas y sus redes
y ampáranos de sombras de tortura,
de burócratas, hipócritas, tecnócratas
de los cerdos que nos hablan en tu nombre
y ahora y en la hora del amor de tu fuego,
escúchanos, abre bien tus oídos
y líbranos de los gringos.
Amén.

Andrés Castro Ríos



Un destello de luz...

Un destello de luz y una medalla
en el camino de un hermoso cuello,
era de pronto un celestial destello
cantando al alma por donde ella vaya.

Una herida mortal que no se calla
andaba a ciegas tras el cuerpo bello
y de los pies subiendo hasta el cabello
era una dulce y musical batalla.

Pasando por la lluvia y por el viento
comenzar a querer desde el final
pensando que lo eterno es un momento.

Ese amor que es celeste y es mortal
duerme en el pecho con el sufrimiento
guardado como un mismo madrigal.

Andrés Castro Ríos








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