Anuncio en un sueño

La muerte
es su
natural y
necesario
progreso.
Ojalá
lo cumpla
y evítese
represalias
por
las demoras.

Jaime Jaramillo Escobar


Apólogo del paraíso

Eva, transformada en serpiente, ofreció a Adán una manzana.
Fueron arrojados del Paraíso, pero ellos llevaron semillas consigo,
y Adán y Eva encontraron otra tierra y plantaron allí las semillas del paraíso.
Podemos hacer siempre el Paraíso alrededor de nosotros
dondequiera que nos encontremos.
Para eso sólo se requiere estar desnudos.

Jaime Jaramillo Escobar


Aquí vive
Jaime Jaramillo Escobar

Epitafio



El deseo

Hoy tengo deseo de encontrarte en la calle,
y que nos sentemos en un café a hablar largamente
de las cosas pequeñas de la vida,
a recordar de cuanto tú fuiste soldado,
o de cuando yo era joven y salíamos a recorrer juntos
la ciudad, y en las afueras, sobre la yerba, nos echábamos
a mirar cómo el atardecer nos iba rodeando.
Entonces escuchábamos nuestra sangre cautelosamente
y nos estábamos callados.
Luego emprendíamos el regreso y tú te despedías siempre
en la misma esquina hasta el día siguiente,
con esa despreocupación que uno quisiera tener toda la[vida,
pero que sólo se da en la juventud,
cuando se duerme tranquilo en cualquier parte sin un pan
entre el bolsillo,
y se tienen creencias y confianzas
así en el mundo como en uno mismo.
Y quiero además aún hablarte,
pues tú tienes dieciocho años y podríamos divertirnos esta
noche con cerveza y música,
y después yo seguir viviendo como si nada...
o asistir a la oficina y trabajar diez o doce horas,
mientras la Muerte me espera en el guardarropa para
ponerme mi abrigo negro a la salida,
yo buscando la puerta de emergencia,
la escalera de incendios que conduce al infierno,
todas las salidas custodiadas por desconocidos.
Pero hoy no podré encontrarte porque tú vives en otra ciudad.
Mientras la tarde transcurre
evocaré el muro en cuyo saliente nos sentábamos
a decir las últimas palabras cada noche
o cuando fuimos a un espectáculo de lucha libre y al salir
[comprendí que te amaba,
y en fin, tantas otras cosas que suceden...

Jaime Jaramillo Escobar


"El poema que permanece vivo tiene que resistir los cambios que el público introduzca. De lo contrario, será preciosismo sometido siempre a su autor, pobre autor dependiente de su poema, como un peso al cuello, incapaz de dejarlo volar y que genere vida. Si no genera vida, será cosa muerta, lujoso jarrón que no tolera que lo toquen. Los grandes clásicos no dejan de ser lo que son por más variantes de forma que se les introduzca."

Jaime Jaramillo Escobar



"El poema, una vez dado a conocer, pertenece al público."

Jaime Jaramillo Escobar


"La poesía es canto, y el canto es una expresión natural espontánea de nosotros los pájaros. El contradictor va a decir “pajarracos”. La poesía es porque sí. El contradictor va a decir “porque no”. Nada importa. Él está por fuera del asunto y grazna desde el tejado."

Jaime Jaramillo Escobar



"La poesía siempre ha estado en crisis en Colombia, a juzgar por los numerosos ensayos sobre el tema, no sólo de la crítica, sino también de los mismos poetas. Cada generación trata de enterrar a sus predecesores. Sin embargo, nunca antes se habían publicado tantos libros de poesía en breve tiempo, como en lo que va corrido del siglo. Hablamos de cantidad. La calidad es otro asunto."

Jaime Jaramillo Escobar


Mamá negra

Cuando mamá negra hablaba del Chocó
le brillaba la cadena de oro en el pescuezo,
su largo pescuezo para beber agua en las totumas,
para husmear el cielo,
para chuparles la leche a los cocos.
Su pescuezo largo para dar gritos de colores con las guacamayas,
para hablar alto entre las vecinas,
para ahogar la pena,
y para besar a su negro, que era alto hasta el techo.
Su pescuezo flexible para mover la cabeza en los bailes,
para reír en las bodas.
Y para lucir la sombrilla y para lucir el habla.

Mamá negra tenía collares de gargantilla en los baúles,
prendas blancas colgadas detrás del biombo de bambú,
pendientes que se bamboleaban en sus orejas,
y un abanico de plumas de ángel para revolver el aire.
Su negro le traía mucho lujo del puerto cada vez que venían los barcos,
y la casa estaba llena de tintineantes cortinas de conchas y de abalorios,
y de caracoles para tener las puertas y para tener las ventanas.
Mamá negra consultaba el curandero a propósito del tabardillo,
les prendía velas a los santos porque le gustaba la candela,
tenía una abuela africana de la que nunca nos hablaba,
y tenía una cosa envuelta en un pañuelo,
un muñequito de madera con el que nunca nos dejaba jugar.
Mamá negra se subía la falda hasta más arriba de la rodilla para pisar el agua,
tenía una cola de sirena dividida en dos pies,
y tenía también un secreto en el corazón,
porque se ponía a bailar cuando oía el tambor del mapalé.
Mamá negra se movía como el mar entre una botella,
de ella no se puede hablar sin conservar el ritmo,
y el taita le miraba los senos como si se los hubiera encontrado en la playa.
Senos como dos caracoles que le rompían la blusa,
como si el sol saliera de ellos,
unos senos más hermosos que las olas del mar.
Mamá negra tenía una falda estrecha para cruzar las piernas,
tenía un canto triste, como alarido de la tierra,
no le picaba el aguardiente en el gaznate,
y, si quería, se podía beber el cielo a pico de estrella.

Mamá negra era un trozo de cosa dura, untada de risa por fuera.
Mi taita dijo que cuando muriera
iba a hacer una canoa con ella.

Jaime Jaramillo Escobar


Memoria de los colores pintados

En el pueblo donde me crié, todas las casas eran blancas, todas las puertas eran verdes, y los zócalos de siena.
Todas las vacas eran blancas, los gatos eran grises, no había sino dos colores para los caballos, y todas las mujeres eran amarillas. No había mujeres negras.
En aquel pueblo lo único de color negro era la sotana del cura y los zapatos de la gente. (Los gallinazos eran blancos).
Todos los árboles y las plantas eran verdes. Si daban flores rojas, los habitantes no tenían la culpa del mal gusto de la Naturaleza, que pone los colores uno junto a otro sin detenerse a considerar su efecto ante nuestra vista.
Todos los chicos escribían con tinta violeta y se manchaban las manos, pero yo escribía con tinta verde porque quería ser Pablo Neruda.
En total, no había sino doce colores en todo el pueblo, y cuando aparecía el arco iris era como si llegaran los gitanos.
Cuando los gitanos llegaron trajeron infinidad de calderos de cobre –cocobre rosado y cocobre amarillo– y un caballo negro. Como mi tío tenía aficiones por lo exótico, compró el caballo negro.
El arco iris llegaba una tarde, desplegaba en el cielo todas sus telas de colores, las mujeres las compraban en un dos por tres, y el arco iris se iba para Medellín a traer más telas de colores, pero se demoraba sus buenos ocho días.
Como teníamos tan poquitos colores, no se hablaba sino de colores: –“Cómpreme, compadre, la yegua blanca. Se la cambio por ese caballo negro, que le vendieron los gitanos”. Así decía el paisano, pero sabiendo muy bien lo que le había acontecido al caballo negro.
Los ladrillos de la iglesia eran de un color que por no saberle el nombre le decíamos color ladrillo.
Saber el nombre de los colores es muy importante, porque si se pierde algo, lo primero que hay que declarar ante el juez es el color.
–“Señor juez, se perdió mi gallina”.
–“¿Y de qué color era?”
–“Como una colcha de retazos, así era. Pero ponía huevos de oro, porque era la gallina de los huevos de oro. Se perdió en la madrugada. ¿Cree usted que me la robó el Banco de la República?”
Antes, todas las monedas eran de plata, pero cuando pusieron a un gitano como gerente del Banco de la República, entonces las monedas pasaron a ser de cobre.
Mi famosa novia de dientes de perla y labios de rubí, me la robaron una vez que la llevé a un baile, y qué tal si hubiera ido con mi amigo, que tiene el corazón de oro.
Hubo una vez en que ese pueblo de los doce colores se vio pintado todo de un solo color, porque fue obligado pintar todas las casas azules, y los perros azules, y los gatos azules, y los caballos azules y las vacas azules, y las personas tenían que ponerse corbatas y pañuelos azules, y además había que hacer ondear banderas azules por todas partes. El azul cubrió la Tierra de tal modo que el cielo empalideció.
Historia de un pueblo, y el que olvida es como el que está muerto.
Allí viví, hasta que estuve en edad de salir a buscar vida y a buscar con quién casarme. Subí por la margen del río Cauca, pero no quise a una mujer negra, porque de pronto se me desteñía, como el caballo de mi tío.

 Jaime Jaramillo Escobar


Multipoema

1

De cualquier modo que actúes
Siempre estarás suscitando fuerzas contrarias.
Por eso los sabios prefieren los brazos cruzados
Y que Dios haga de las suyas.

2

Lugares había cuyo acceso estaba vedado a los jóvenes.
Los hay ahora en donde los jóvenes no permiten la intromisión de los viejos.
Protestaban los jóvenes por sentirse excluidos.
Comprenden los viejos y aceptan, no sin cierta saudade, mas con algún regocijo por su relevo.
Es como si dijesen: “Nosotros ya nos vamos, ¡adiós, adiós!”. Y agitando el pañuelo: “¡Paciencia, chicos!”.

3

Tuve el tifo exantemático. Esto fue en Niverengo. Y después tuve la erisipela.
Pero antes había tenido la tosferina y la rociola, en las ácidas tierras del Cauca,
Donde también padecí la fiebre amarilla y el paludismo, y me tuvieron que aplicar la raquídea.
Estaba apenas convaleciente cuando me atacaron a un tiempo, por insinuación de Jehová, la angina de pecho, la sinusitis y una cefalea crónica.
Sufrí poco después la inflamación de la pleura, la meningitis, la bronconeumonía.
Me hicieron la radiografía, la biopsia, el encefalograma.
Quedé con la hernia inguinal, la hemofilia, la leucemia,
La arteriosclerosis.
Y la vasectomía.

4

Estuve en Anolaima, en Anaime, fui alcalde en Anzá, inspector en el Nechí,
Estuve con Gabriel en Ambalema, es Sutatausa, en Moniquirá,
Fui de paseo a Majagual, anduve un tiempo por el Vichada, Campoalegre, Vistahermosa, Coconuco, el Tonusco,
No dejé de ir a Natagaima, Salamina, Cucunubá, Iscuandé,
Visité a Ramiriquí, conocí la Serranía del Perijá, los llanos de Ayapel, atravesé el Catatumbo,
Me detuve en Charalá, en Armero, en Uribia, en Zapatoca,
Viví un tiempo en La Virginia, en Angelópolis, en Contratación y en El Difícil,
Tuve amigos en Abriaquí, en Cumaral, en Sandoná, en Ansermanuevo y en El Cocuy,
Pasé dos veces por Duitama, con Eduardo Mendoza fui a Guateque, y aunque este no es un poema turístico almorcé viudo de pescado en La Dorada.
También estuve trabajando en Cajamarca, en Boavita, en Fusagasugá, en Campo de la Cruz,
Tuve un empleo de escribiente en El Doncello, de secretario en Jamundí, recolector en Patiobonito, jardinero en Dosquebradas,
En San Onofre tuve una novia, en Sahagún y en María la Baja,
Me embarqué en el Guaviare, fui a salir a Calamar,
Pernocté en Dagua, en Dabeiba y en Dibulla,
Anduve por Saravena, por Simití, Circasia, Piendamó, La Rochela, por el Ariari, por Mocoa.
Me contabas, la otra noche, que habías estado es Rochester, en Manchester y en Stuttgart.

5

Practiqué la sinestesia, la ataraxia, la calistenia,
Toleré la falencia, la exacerbación y la asepsia,
Conviví con la sevicia, la astucia, la avaricia, la sandez,
Me aficioné a la gimnasia, el sofisma, la frecuencia y la praxis.
Conocí la fragancia, la adolescencia, la franquicia y la vagancia,
La ofuscación, la picardía, la truculencia y el éxtasis,
Disimulé la retórica, la disnea, la infidelidad, la gramática,
La afasia, la carencia, la sintaxis y la estética.
Deseché la obsolescencia, la ñoñez, la asiduidad, la destreza,
El paroxismo, la ufanía, la mitomanía, la catalepsia.
Cultivé la estulticia, el frenesí, la catarsis y el adefesio,
La cleptomanía, la anuencia, la falacia y el síndrome.
Y, por supuesto, el furor uterino y la prostitución.

Jaime Jaramillo Escobar



"No doy declaraciones públicas sobre política ni religión, porque ambas son las peores fuentes de los más primitivos fanatismos. Me pregunto cómo es posible que se siga teniendo como sagrada la religión que llevó a cabo las indescriptibles atrocidades de la Inquisición y las Cruzadas."

Jaime Jaramillo Escobar



"No se decide ser poeta, porque no es una profesión, sino un vicio. Mortal como todos los vicios, como la vida. Todos los días me decía: No voy a escribir más poemas, eso no sirve para nada, voy a volverme serio, debo conseguir un trabajo. Y enseguida aparecía el poema. No podía dejarlo escapar, porque también soy cazador. Y así es la cosa.
La poesía es arte. No se decide ser artista, aunque se puede decidir no serlo: ir en contravía de sí mismo. Mi madre tocaba la guitarra, cantaba en un conjunto de cuerdas, pintaba bellamente –según se le reconocía– y guardaba un archivo de poesías, que se decía entonces. Mi padre era comerciante, tenía propiedades y caballos, café y algún ganado. La violencia política de esos años lo convirtió después en maestro de escuela. De ambos heredé actitudes que parecen contrarias, pero que, al complementarse, me han servido al menos para contestar a esta entrevista."

Jaime Jaramillo Escobar


Perorata

¡Señoras y señores, oh, señores!

Mirad esta caja roja. ¿La veis? En ella traigo mi poema, que se irá desenrollando ante vosotros, aquí frente a vuestras miradas, haciendo sonar sus crótalos de colores y estirando la cabeza para veros mejor y de vez en cuando lanzaros un picotazo.

Ya la voy a abrir, la estoy abriendo, ya se mueve, poned atención, el poema empezará a salir pronto de esta hermosa caja roja con música incorporada, esta caja de sorpresas tan liviana y tan bella.

Mientras muevo mi mano en su interior para amansar el poema, os voy diciendo, oh señores: no leáis poemas pesados, ni ásperos. El poema tiene que ser flexible, escurridizo, ondulante, con un cuerpo frío que os estremezca y en la cabeza una boca capaz de haceros cualquier cosa.

Atención, señores, ya empieza a salir el poema. Mientras sale, os voy diciendo, oh señores: no comáis poemas calientes; el buen poema se come frío.


Yo no os traigo la serpiente más larga, extensa, dilatada o interminable del Amazonas; ni he cazado la flor viva de la victoria regia; ni este animal tiene pico de tucán.

Señores, oh señores, en el aeropuerto de Medellín conversan dos señores: –Mi hijo mayor, ingeniero, se casó, tiene un niño; Inés Clara, su esposa, un encanto, de la mejor familia. Pero Luis Carlos, el menor, qué desgracia, su madre está desconsolada. Hemos hecho todo lo posible, no tiene remedio, ¡qué desgracia tan grande! Se dedica a la lectura de poemas, ¿comprende usted, querido amigo? ¡Y yo que lo creía tan inteligente!

¡Señores, oh señores! Esta caja ha viajado conmigo medio mundo. No siempre he puesto en ella ágiles y rebeldes poemas. A veces también mi muda de ropa. Pero es la caja del poema, de todos modos. Consideradla si queréis como una jaula. En ella he llevado el pájaro que no existe.

Los de más cerca, apártense un poco. Los de más allá, acérquense más. Hagan un círculo perfecto, tómense de las manos, aquí está saliendo esta cosa verde que es el poema. A ver, caballero, ¿cuánto cree usted que tiene en su bolsillo? Déme la mitad y verá el monstruo completo. No es para mí, es para comprarle la leche a él.

Señoras y señores, en cierta ocasión, andando por un lejano país, trabé amistad con un poeta local, uno de su provincia, que no conocía del mundo más que unas cuantas estrellas. Con una que hubiera conocido bastaba, porque todas son iguales, pero la cantidad era importante para él. El mundo es mundo por ser innumerable, me dijo. ¿Qué sería de nosotros si tuviéramos un solo dios?

Aquí donde me veis, he sido muy recorrido desde niño. Estuve en el Brasil, donde toda la tierra se llena de sapos después de los inmensos aguaceros. Del Brasil es esta mano roja con uñas de oro para la suerte, la suerte buena, porque la mala me la curaron en Bahía.

Sí señores, caballeros: no temáis. Este verso es un endecasílabo, bueno para el insomnio; y éstos son tercetos, contra las quemaduras. Y una décima para el dolor de cabeza. Dije una décima; no una pócima.

¡Señores, caballeros! He aquí los seres del bosque, pálidos y mojados entre la lluvia torrencial. En sus cuevas se esconden, en los troncos vacíos, debajo de las hojas grandes se esconden, pero el aguacero implacable crece. Fabricad una casa para el tapir, un palacio para el tigre. Los seres alados con sus alas se cubren, pero el Padre y el Hijo sólo tienen un delgado manto, todo ensopado.

Os voy a decir, señores, sí, os lo voy a decir, qué es lo que hace el poeta:

Poner una veleta en la ventana para desorientar a los pájaros.

Labrar peces de hielo para cambiárselos al Mar por peces verdaderos.

Guardar granizo en la bodega para comer en verano delante de los amigos.

Descubrirse ante el ventarrón y entregarle su paraguas al revés.

Borrar con la manga las manchas de sombra en los cristales.

Subirse en una silla de tijeras para pintarle bigotes a la luna.

Escudriñar el horizonte para ver si en el viento hay un señor con cabeza de pájaro.

Decirle a la Aurora dónde vive un malvado para que no pase por el patio de su casa.

Cuando el arco iris aparece, ir y amarrarlo de pies y manos para ver cómo brilla de noche.

Pescar antenas de televisión y rajarles el buche para sacarles todas las imágenes de mujeres que se han tragado.

Colocar faros de espejo en la alcoba para los grandes bacalaos de ojos de reina.

Ir a contemplar los negritos en la playa, que le arrancan mechones a una nube de verano para hacer ovejas con cara de cera negra. Para hacer palomas con pico negro. Para que sus mamás les regañen por haber dañado el cielo.

Si se encuentra un cocodrilo cantar himnos con él, y en general cantar con todos los seres, hasta con una máquina que es tan fiera, o con un ángel supersónico.

Hacer al jardín la visita de cortesía.

Manejar el agua con el dedo chiquito y decir todo lo que le dé la gana, que para eso es poeta.

No dejar nunca de pensar en lo que está oculto, a fin de descubrirlo. El poeta es el que saca un sombrero del buche de un conejo.

Y muchísimos otros trabajos que no revelo para que vosotros no aprendáis el oficio de poeta.

Os han dicho, sí, yo sé, os lo han dicho, lo que es la poesía. La poesía es todo eso que os han dicho, y también esta cajita roja vacía en la que, como podéis verlo, no hay nada, absolutamente nada, sino ella misma sola por dentro.

Adiós, señores, ya me voy. Viene la policía. Os dejo mi sombra.

Jaime Jaramillo Escobar


Ruego a Nzamé

Dame una palabra antigua para ir a Angbala,
con mi atado de ideas sobre la cabeza.
Quiero echarlas a ahogar al agua.

Una palabra que me sirva para volverme negro,
quedarme el día entero debajo de una palma,
y olvidarme de todo a la orilla del agua.

Dame una palabra antigua para volver a Angbala,
la más vieja de todas, la palabra más sabia.
Una que sea tan honda como el pez en el agua.

¡Quiero volver a Angbala!

Jaime Jaramillo Escobar



Teoría

Observo la flor, observo al niño: la eclosión de
sus tejidos, nuevos bajo el sol, sus delicados
colores:
Dentro de cinco mil millones de años, cuando
el sistema solar haya hecho explosión, con el
Díos en su centro,
Toda esta delicada, fina, infinita paciencia de la
Naturaleza para formar un pétalo de rosa,
Iniciándolo como lengua de ángel, apenas
visible e impalpable, seda de aire asutilada,
coloreada levemente, levemente perfumada.
El pétalo que aparece rosado entre las hojitas
verdes y el cielo azul, verdes de rosa, azul de Dios,

El pétalo con su tersura, con su claro e
inocente brillo de alegría, pétalo, pétalo, pétalo,
que se entreabre para ver la mañana acariciado
por la frescura del rocío,
Pétalo el único, precioso e irrepetible, con una
gotita iridiscente temblando en el borde, junto a
una espina cariñosa, acabada de despertar de
su sueño de siglos,
El pétalo que resume la continuidad y la
renovación y la unidad, la memoria y la gloria
del Universo,
Pétalo sagrado, tan frágil y casi inexistente y tan
robusto el primer día de su creación,
expresado en candoroso rubor,
El pétalo cabeza de niño, empajarado,
pequeño caimán, becerro nonato, dorada cola
de lagartija, blando pétalo en el aire que se
aparta para verlo, se acerca para tocarlo, lo
protege, lo acoge, le abre dulce espacio, lo
envuelve, lo refresca, lo besa, no por nada sino
porque sí, porque ese es su gusto, el aire que
gusta del perfume de la rosa, el aire inocente
como todos los habitantes de la Tierra.
Dentro de cinco mil millones de años, cuando
el sistema solar haya hecho explosión, con el
Dios en su centro,
Ya para entonces habrá desaparecido esta
delicada, fina, infinita dedicación de la
naturaleza para inventar el pétalo de rosa,
el tierno alacrancito impoluto, la escolopendra
virgen bajo el calor árido de la piedra, tocando
apenas el rosado pie de un niño que se ha
aventurado hasta allí en medio de la inocencia
del mundo, mansa y expectante en el aire de
las rosas, la casta escolopendra de patitas de miel.
Todo lo venenoso guarda su veneno inocente e
inofensivo, todo lo perjudicial permanece
replegado, el mal se queda en su sitio,
ocupado en perfeccionarse, hasta que sea
llamado precisamente por el bien, que no
puede vivir sin el mal.
Dios el Unico, tal como lo inventa la Teología,
tendría que contener a la vez todos los
atributos y por lo tanto sería infinitamente bueno
e infinitamente malo. Como estos atributos se
anulan recíprocamente, fue necesario atribuir la
maldad a un semidiós del mal, quien desde
luego podría haber sido al instante aniquilado
por Dios Todopoderoso, que sin embargo se
desentendió de hacerlo por algún chantaje que
se le ocurrió a Satanás, y con el enfrentamiento
de los poderes del bien y del mal se ha
causado más daño, mucho más, que con haber
reconocido desde un principio la inocencia del mundo.
El mundo dice: Soy inocente, y continúa
lavándose las manecitas en la Vía Láctea con
jabón Pilatos, entibiado por el Sol, mundo sin
mácula, todos los días nuevecito y acabado de
bañar y de besar por Dios, mundo
desprevenido, en el que si lloramos es para
limpiar los ojos.
Los que se sienten culpables derraman su
culpa sobre los demás para que les ayuden a
llevarla, y como hubo Uno que se atrevió,
pretenden que no habrá de faltarles Otro que
también se atreva, y para eso han requerido
todo un ejército de lavadores de culpa para que
el mundo pueda amanecer cada día
perdonado, planchado y perfumado con
lavanda a los ojos de Dios, a quien hasta hoy
sólo le hemos dicho mentiras como a buen
padre alcahuete, y si no fuera así lo
aborreceríamos y nos iríamos de la casa,
posiblemente a fumar marihuana con Satanás.
Satanás también es inocente porque él no tiene
la culpa de ser Satanás, como no la tengo yo
de ser Jaime. El simplemente está prestando
un servicio, el servicio que le solicitaron, y lo ha
prestado a las mil maravillas, un servicio difícil,
ciertamente, de modo que el Todopoderoso le
debe estar eternamente agradecido y al final su
justicia divina lo premiará con un lugar muy
especial en el super-cielo, y lo coronará de
gloria a su diestra por los siglos de los siglos,
sus cuernecitos enguirnaldados y su cola
adornada de rosas porque en el Cielo nada es
imposible como no lo ha sido en la Tierra.
Con san Adolfo Hitler, san Atila, san Nerón y
san Presidente Reagan, san Satanás se reirá
eternamente de Centroamérica y de
Suramérica y del resto del Tercer Mundo y el
Todopoderoso no podrá llamarles la atención
porque ya están en el Cielo y si a uno lo
regañan también en el Cielo entonces no sería el Cielo.
Y la rosa no se marchitará en las manos de
Satanás y el ángel bailará con la hiena y es esa
suprema armonía lo que se llama Cielo, que
antes se llamó Paraíso y estaba en la Tierra,
pero lo perdimos por culpa de los hebreos que
decidieron ponerse a vender las manzanas sagradas.
Han establecido los psicólogos que nunca se
realiza acto alguno con intención de obrar el
mal. Luego el mal no existe.

Jaime Jaramillo Escobar






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