Argumento de la sangre

I
Hoy he salido a visitar mi casa
(calles solas, sin voces, calles, calles).
Una paloma me mira como a un extraño
mientras me da su pico y un lirio atravesado.

Yo podría escribir trastornando la lluvia,
manteniendo una rosa de rodillas al canto:
“Las estrellas se empeñan en hacerme sonreir
con las mejillas. Y me pregunto:
¿hay grillos y violetas y rubores habitando la noche?
La noche me fabrica un puente todas las noches
y al trote de mi corazón deshojo la distancia”.

Podría escribir, de nuevo...
(La paloma me mira como a un extraño).
  
II

Cuando salí a visitar mi casa
(calles solas, sin voces, calles, calles),
llevaba en los bolsillos una lámpara.

La muerte me hizo señas con la lluvia
y me tronchó los labios con su espada;
la paloma lloró con mi silencio
y se apagó cuando encendí mi lámpara.

III

No estoy solo:
el mundo tiene muchas cosas que son mías,
mucho dolor que es mío mucha sal en las venas.

El mundo tiene sed y tiene una muchacha.

IV

Cuando voy por la calle
me golpea el rostro con su pañuelo mentiroso
y un pelotón de hormigas va sitiando mi cuerpo.
Porque la brisa no es opaca
ni es opaca la lágrima que me sirve de ojo
y el dolor tiene cuerpo como una esquina cualquiera
y dos o tres niños, al llegar el invierno,
se acurrucan ansiosos en los muslos del viento.

V

No puedo devolver la lluvia a su casa esponjosa,
pero, ay, nos es imprescindible
amonestar al hombre, sacudir esa cara
dolida de cosmético que tiene su palabra,
argumentar el sueño angustioso de la sangre,
para que la mañana amanezca en los ojos
y las violetas sepan que la lluvia es un hombre
y yo salga tranquilo a visitar mi casa
(calles solas, sin voces, calles, calles)
y aquella paloma me deje de mirar como a un extraño.

Abelardo Vicioso



Canto a Santo Domingo vertical

Ciudad que ha sido armada para ganar la gloria,
Santo Domingo, digna fortaleza del alba,
Hoy moran en mi alma todas las alegrías
Al presenciar tus calles con movidas y claras,
El rostro erguido y bronca la voz de tu trinchera:
¡Yanqui, vuelve a tu casa!

Sé ara que engullirte como sardina rondan
Treinta y seis tiburones en tu ardiente ensenada,
Celosos de los hombres que construyen la vida
Y nunca se arrodillan en sus grandes batallas.
Y tú estarás de pie, diciendo al enemigo:
¡Yanqui, vuelve a tu casa!

El cinturón de fuego que tu vientre comprime
Puede volver cenizas la vastedad del mapa.
Pero quiere decirte, guardiana de mis sueños,
Que todos los infiernos y sus hombres se apagan
En el océano inmenso de los pueblos que gritan:
¡Yanqui, vuelve a tu casa!

Quiero que sepas hoy que temo más que nunca,
Corazón de la vida que prefiere la Patria.
Que a todos los amores sembrados en el mundo
Quito una flor y es poco para cantar tu hazaña.
¡Yanqui, vuelve a tu casa!

Tú estarás para siempre dibujada en mi pecho
De marinero en ruta tras la estrella del alba.
Tu voz será la música de mis noches de fiesta.
Y cuando en algún sitio la luna este apagada,
Desplegando mis velas repetiré contigo:
¡Yanqui, vuelve a tu casa!

¡Vuelve a tu casa yanqui! Santo Domingo tiene
más ganas de morirse que de verse a tus plantas.
Y si violas sus calles combatientes y puras
La tendrás en cenizas, pero nunca entregada.
En medio del silencio de la ciudad Hundida
Gritarán los escombros. ¡Yanqui, vuelve a tu casa!

Abelardo Vicioso


Canto al fondo del mar

Mar a donde nos llegan gruesas lluvias amargas.
Mar sin olas, sin playas ni veleros distantes.
Mar debajo del ruido. Mar en profundidades.
Donde no viven sombras, porque allí todo es sombra
salvo la sombra verde de mi canto.

Mar encontrado al fondo de mi sueño.
Fondo triste del mar con ternura anhelando.
Mar distante del polvo y de los trasatlánticos.
Enemigo del cielo y aún del hombre enemigo.

Mar para sonreír sin que se muere nadie.
Mar sin islas que lloren por una voz ausente.
Mar sin fusiles. Mar sin soledades.
Sin espigas de arroz ni voluntades tristes,
ni tristes niños ni perennes lazos.

Mar al fondo del mar y de mi sangre.
Principio del vivir, descamisado;
desvestido de todo lo superfluo,
de mis uñas, corbatas y arrabales.
Mar hecho a la medida de mi alma.

Mar confidencia de los peces sabios
donde habita mi amor enardecido.
Mar sin piratas. Sin esos fabulosos capitales.
Ajeno de la furia de moscas y de aviones.
Como un perro veloz que corre por mis venas
y ladra y ladra y ladra de entusiasmo.

Abelardo Vicioso



Más cerca de la tierra

Yo traigo una palabra y una muerte dormida en la palabra,
traigo un día confuso entre los dedos y unos dedos antiguos,
pero este día comienza a perecer una vez que ha nacido.

¿De dónde diablos llega la ternura de esta voz primitiva
al levantar pirámides inmensas a la llama que enciende
la contienda entre el hombre cautivado y la sombra del viento,
a poner una mano poderosa a la altura del pecho
y a rasgar el vestido de los ángeles que torturan la vida?

¿De dónde amor, de dónde llegas en esta hora que me duele
a desprender el dedo índice de los labios sedientos,
irrumpiendo también por cada vello en deslumbrante cascada
capaz de ahogar la rosa más alta y el más alto gemido,
para que toda la tierra se ponga a renacer en salud y hermosura?

Nadie sin una herida puede decir ahora: estoy presente,
cuando la tierra clama con ternura por sus hijos amados.
La muerte que yo traigo nunca la proporcionan las espadas,
sino el tímpano roto de un caballo que llora en rebeldía:
la muerte que yo traigo es la pureza y el esplendor de la vida.

¿Puedo decir acaso, con certeza,
que la herida que ofrezco viene del mundo abrazo
de mil cuerpos que se legan el sueño,
del sedimento amargo que acumulan los vientos clandestinos,
del polvo que se muere en los caminos de vejez o de frío?

¡Si fuera suficiente derrotar al olvido en una noche
y saber de qué estrella viene mi piel a contener el mundo!
Los ojos se sumergen en una luz pequeña y quedan ciegos,
y más allá del polvo y del milagro
también sufren de amor, hambre y olvido
las inconmensurables lunas espirales.

Nadie sabe si llueve también en las altas montañas.
Nadie quiere saberlo cuando las hortalizas
revientan en las manos de los agricultores
y el arroyuelo moja la falda de las muchachas en otoño.

Ahora me doy cuenta de que llevo una mariposa entre las manos
y es preciso dejar que se pierda en la neblina.
Ahora me doy cuenta de que alguien, con una voz coral
más grande que mi desnudo grito hacia el límite antiguo,
tiene una cara hermosa y un lamento dibujado en la cara
y me dice que para alzar el trigo hay que saber quemarse las espadas.

Abelardo Vicioso



Repudio de la soledad
               
Si me sumerjo en las aguas oceánicas que rodean la isla
en cuyo polvo floto como un cadáver,
si este domingo lo comparto con alegres muchachas de barrio
y en su simplicidad resbala mi habitual melancolía,
si busco el aire nuevo de los alrededores de la ciudad
y lo empapo de tibios alcoholes y guitarras,
no procuro otra cosa que la alegría,
cuando ésta se ha perdido entre los días de la soledad.

Yo soy toda la alegría posible si me distribuyo
en el pueblo, en sus abigarradas casa,
en su perenne luto por el arroz y el pan
y por el viento que sople sus derruidas almas
hacia un fecundo abrazo con mi palabra limpia y terrenal.

Cada uno de mis pasos por la ciudad es una campanada silencios,
una sonrisa volcada en la esperanza,
Veo a la gente ir y venir en su trabajo
o en su holgazanería conquistada a la muerte,
sin que me sea permitido llamarles por su nombre,
sin que mi corazón se pueda desgranar en las ardientes calles.
¿Dónde podrá esconderse la alegría que no la alcancen mis palabras
cuando en mí esté presente la diminuta respiración de cada hombre
y mi canto sea la voz de su corazón esperanzado?

Abelardo Vicioso


Soledad:día cero

Este poema empieza donde acaba el invierno
y se muere sobre un lento rocío
como un niño apenas tocado por el tiempo.
Este poema tiene la distancia de un día
sobre mi soledad.

Inicia la luz su vuelo hacia el oeste
y mi frente encamina su paso hacia el olvido.

Entre todas las cosas ninguna me levanta
de esta muerte sencilla de vivir sin deseos.

Del lado del amor para todas las cosas está dormida el alma.

Entro al amor desnudo, reciennacido, solo,
ignorante del mundo que me entregó la espada sollozante,
olvidado del beso donde inició su nombre el corazón ya para siempre.

Entro al amor, liviano, sin recuerdos,
entro sin esperanzas ni deseos,
entra mi alma completa, sin las mutilaciones
de los días pasados y los que han de venir,
agua de sufrimiento.

Palpo la luz en el inquieto espejo del océano
donde se multiplica la mañana,
y mi nombre suena gentil en los labios recién apetecidos
de la muchacha que nació para un día:
para este día solo sobre mi soledad.

Ella ocupa el vacío que dejó la tristeza.

Por su piel entreabierta pasa mi amor cantando.
Bajo el incandescente palio de un mediodía entero,
separados del tiempo por un beso muy largo,
velas a la ternura, navegamos en seco.
Luego pasan las sombras hacia el Este temblando.
Entro a la noche y traigo los ojos húmedos de luz,
emergentes de un día profundo como una eternidad
sobre la primavera de un país admirado.

Lejos se va quedando el mar en tanto la ciudad
entreabre, una a una, sus encendidas puertas.

El día terminará con la cabeza recostada en los muslos
de la muchacha sorprendida.

Este día terminará con una palabra sucia: SOLEDAD.

Abelardo Vicioso








No hay comentarios: