Blanca, liviana fuerza...

Blanca, liviana fuerza de la altura,
apoyando su peso en los fríos velos,
descubre heladas llamas de antro fuego;
el pesado vapor y la blancura
de la sedosa piel corre a los suelos,
en soledad de grises de ebrio juego.

Cristalinas, muy frágiles criaturas
develándose horrendas por lo blando
se descarnan danzantes en la nieve.
Deshorman hacia el hielo sus figuras,
pedacitos tan sólidos entrando
en la compacta masa de lo leve.

Ana Antillón


Desplegada en el aire
               
Desplegada en el aire,
colgando de un hilillo
que se alarga y se angosta
mientras escupo o chupo,
yo, araña en las tinieblas
con las patas redondas
de gastar paredes,
con el vientre escaldado
de manejar insectos;
me subo hacia los techos
y me hieren huevillos,
me bajo a los rincones
y me penetro de agua;
vuelvo hacia el aire fresco
y me quedo congando,
los ojos encogidos
de soledad y viento,
las patas destrozadas
de agitarlas con fuerza.
Rompiendo en la cabeza,
fluyendo en las entrañas,
la baba se me escapa,
me destroza los miembros.
Languidezco vacía
con la cáscara suave
arrugada y desnuda,
colgando aún del aire.

Ana Antillón


Es árbol triste...

Es árbol triste, seco y deshojado,
añoso y pensativo tronco,
rasgando los cabellos a las nieblas,
mirándose en un charco pantanado,
sorbiendo al trueno el resonido ronco,
verdugo deslumbrado de tinieblas.
Es un triste árbol; crece y no se muere,
con las raíces en la arena
y arraigadas las hojas en el viento;
caído espectro que en la luz se hiere,
herida sombra que en luces se envenena,
envenenada fuerza de lamento.

Ana Antillón


Lame mi cuerpo líquida corriente
               
Lame mi cuerpo líquida corriente
erizada y sombría. Silenciosa
me he sumergido en la oquedad del agua
dejándome arrastrar dormidamente.
El fondo verde en la humedad reposa;
a través de las capas ardua fragua
levanta chispas negras: el oleaje
envuelve, abrasa los viajeros leves
que deslizan sus formas en mi hueco.
Oigo flotar en torno a mí el ramaje
de brasilla empapada, ardiendo breve.
la ceniza se cierne: aliento seco
que va enjutando el cuerpo remojado.
Por ampollas abiertas brotan soles:
chispecillas de luz en campos míos,
que ha sacado de carnes tibio arado.
A la rastra de negros girasoles
levanta el agua cascarones fríos.

Ana Antillón



Si pudieras nacer de mis dos senos
               
Si pudieras nacer de mis dos senos
en vez de dormitar en quieto vientre,
yo iría llevando, amado, entre
dos montes de salud y lumbre llenos.

Te encontrarías en vírgenes montañas,
donde sombras en luces se confunden
y saltan turbulentas y se hunden
en la sima veloz de mis entrañas.

Tú estarías, alma y cuerpo muy serenos,
reposando sobre híbridas alfombras
-pura esencia de luces y de sombras-
contemplando el misterio de mis senos,

que, halcones de la luz, defenderían
con el fuego inconsciente de sus poros
el fruto de sus selvas tan extrañas;

y al nacer, dulcemente se abrirían
gimiendo, silenciosos en sus lloros,
como aves que perdieran sus entrañas.

Ana Antillón









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