Echame a la senda

Señor, dame un camino y empújame a la mar,
mándame a todo rumbo por bosques y desiertos,
por llanos y guijarros o por floridos huertos
que me siento cansado de tanto descansar.

Dame cualquier camino para peregrinar
hoy tengo los impulsos de la marcha despiertos;
échame a todos los mares, guíame a todos puertos,
que amo la incertidumbre y no puedo esperar.

Sólo tu voz espero para hacerme a la marcha;
no temeré la espina ni me helará la escarcha
y gustaré el sustento que me quieras brindar.

Me ofreceré de báculo si encuentro algún caído,
de padre si hay un huérfano, de esperanza si olvido:
pero échame a la senda que yo quiero rodar.

Alfonso Guillén Zelaya



El almendro de mi patio

El almendro del patio ya tiene muchos siglos
y no se ha vuelto viejo;
más bien hace uno años echó una nueva rama
 y se ofreció más verde,  y se ofreció más joven.

Tiene un hueco en el tronco, que es asilo de hormigas,
y unas pocas raíces salidas de la tierra.
Sea rudo el verano y agresivo el invierno,
pobre la primavera o perverso el otoño,
al almendro del patio, a pesar de sus siglos,
no le faltan los frutos y está siempre con flores.

Un tiempo las gallinas durmieron en sus ramas
mas después creció otro árbol y hacia aquel emigraron.
yo jamás viera un nido trabajado en su fronda
ni en los demás almendros lo he sorprendido nunca:
¿por qué no harán los pájaros nidos en los almendros?

Cuando yo era muchacho a sus pies apacentaban
los asnos de la casa, la dicha de su pienso
y el goce del descanso; jugaron mis hermanas
y el belicoso abuelo hacía al aire libre,
con sencillez antigua, sus siestas invariables.

Los pequeños amigos del barrio y de la escuela
llegaban de continuo a llenarse de frutos;
algunos ascendían presurosos al árbol
y otros lo apedreaban; pero todos volvieron
satisfechos y alegres, sin oír la protesta
del almendro del patio.

Yo en su fronda fui niño y acaso seré hombre
¡la mañana y la tarde! Yo en él soñé en la novia
y me volví hacia Dios. El me enseñó a ser bueno:
¿y quién no ha sido bueno debajo de los árboles?

En mis sueños lejanos de pequeño, desnudo
todo mi cuerpecito tierno y acariciante,
gustaba de abrazarlo debajo de las lluvias
para sentir  el goce del agua descendiendo
por los muslos ingenuos; para pegar los labios
a la áspera corteza y sorber la frescura;
para quererlo como al calor de mi madre
en las noches de miedo; para sentirlo bueno
con ella, cada vez que me besaba mucho
porque me hiciera humilde, respetase los viejos,
y aprendiera a querer la olorosa ternura
de los rezos cristianos.

Otras veces corría llevando de la mesa
mi grata provisión de bananos y leche
y con mis tres hermanos comíamos en círculo,
sonrientes a su sombra.

Aquél árbol del patio sólo hablaba conmigo;
me contó los desfiles ilusorios del tiempo,
la salud de la tierra y el culto de las aguas,
la impiedad de las hachas y el espanto de la horca,
el calor de unos brazos, el pecado del justo
y el huir de un fugitivo debajo de la noche.

Me reveló el misterio
de hacerse campesino, a pesar de la sangre
señorial de la herencia; y me habló de la música
y el sagrado perfume que lleva el aparente
silencio de la piedra; pudo decirme todo
lo que vieran sus flores, bebieran sus raíces
y aspiraran sus hojas cuando integraba el bosque;
pero nada me dijo del grano insospechado
que lo elevó a la vida para guardarse verde
y vivir siempre joven.

Esa voz la oyó acaso alguno en mi ascendencia,
alguno que llevaba, como yo, una llanura
o una selva en el alma; alguno que sentía
como yo esa inconsciencia de correr como arroyo,
de nacer en el surco o ser astro en la sombra,
alguno que sabía disolverse en rocío
y amasarse en ungüento cuando hallaba una herida
 o una boca sedienta.

¡Viejo almendro del patio, quién supiera qué mano
fallida te sembrara! ¡Quién me diera tu ciencia,
la ciencia de estar siempre en fruto florecido!

Alfonso Guillén Zelaya



El paso del viento

Cuando el ciclón sacude la montaña
o solloza furente en el océano,
Instinto de huracán vive en mi entraña
y un afán de destruir siente mi mano.

Cuando, al revés el airecillo manso
es seda que hace suavizar las horas
yo soy un dulce y prodigo remanso
de inagotables  aguas bienhechoras.

Y si el viento es rosario de promesas
o trágico suspiro mutilado,
si se arrastre temblando en la maleza
como débil insecto amedrentador;
si es aroma de flor su halito breve,
o el la que hay oculta en todo verso
o si es la evanescencia dela nieve,
o el soplo que da ritmo al Universo,
a todas horas y en cualquier camino,
lo cierto es que yo siento
en el rodar del viento
algo de mi destino.

Cuando desde la altura inabordable,
el ave burla  las pasiones malas,
poseso de una sed inexorable
me toco a ver si me nacieron alas.

Viendo el barco zarpar, me siento roca,
Miserable roca sentenciada
A recibir jamás el beso de otra boca
Que el de la eterna y diaria marejada.

¡Oh insaciable sed de alado movimiento!
¡Oh inquietud errante y agorera!
¡Quien pudiera siquiera
Ser hoja llevada por el viento 

¡Si de esta carne nómada surgiese
una ceniza errabunda , un pañuelo errabundo
de ceniza
que fuese
de uno a otro extremo del mundo
como el la o como la brisa!
¡Quien fuera como el viento vagabundo!

Sufro una perenne inquietud de movimiento,
de estar siempre cambiando el ritmo de mi acento,
de mi emoción y de mi pensamiento,
cuando iré por la vida como la nave,
como la hoja, como el ave,
como el viento.  

Alfonso Guillén Zelaya


La Casita de Pablo

La casita de Pablo, era verde y tendida
como un ala en el mar;
y en las grandes mareas semejaba una vida
que por miedo al naufragio se pusiera a rezar.

La casita de Pablo, siempre estuvo vestida
de bejucos del monte y en flor: era el altar
donde el sol y los pájaros en cada amanecida,
celebraban la misa primera del lugar.

La casita de Pablo, después quedó desierta,
sin misas y sin flores ¡Como una rosa muerta!
De Pablo ahora dicen que yerra sin parar.

Y del espacio humilde donde hicera su nido,
que perduran apenas, impidiendo el olvido,
cuatro postes rebeldes a los golpes del mar.

Alfonso Guillén Zelaya




"La unidad democrática debe ser nuestro primer paso salvador, y digo el primero, porque la emancipación de un pueblo no se logra exclusivamente con soluciones políticas. Los peones de la miseria serán siempre los esclavos de la ignorancia y la servidumbre. Lo anterior significa que, paralelamente a nuestra unificación democrática hayamos de consagrarnos a construir las bases del desarrollo económico, si queremos dar eficacia y permanencia a la sucesión pacífica de gobiernos emanados de la libre determinación popular. Las leyes, por sí solas, no importa cuan avanzadas, jamás podrían cambiar la trágica realidad que vivimos."

Alfonso Guillén Zelaya



"Las normas teóricas son ineficaces cuando no corresponden, aún siendo en sí mismas, a la situación existente en el medio escogido para aplicarlas o cuando faltan las oportunidades y los elementos para darles validez, y no puede por eso prescribirse como panaceas."

Alfonso Guillén Zelaya



Lo Esencial

Lo esencial no está en ser poeta, ni artista ni filosofo. Lo esencial es que cada uno tenga la dignidad de su trabajo, la conciencia de su trabajo.

El orgullo de hacer las cosas bien, el entusiasmo de sentirse transitoriamente satisfecho de su obra, de quererla, de admirarla, es la sana recompensa de los fuertes, de los que tienen el corazón robusto y el espíritu limpio.

Dentro de los sagrados números de la naturaleza, ninguna labor bien hecha vale menos, ninguna vale más. Todos representamos fuerzas capaces de crear. Todos somos algo necesario y valioso en la marcha del mundo, desde el momento en que entramos a librar la batalla del porvenir.

El que construye la torre y el que construye la cabaña; el que siembra ideas y el que siembra trigo; el que teje los mantos imperiales y el que cose el traje humilde del obrero, el que fabrica la sandalia de sedas imponderables y el que fabrica la ruda suela que protege en la heredad el pie del jornalero, son elementos de progreso, factores de superación, expresiones fecundas y honrosas del trabajo.

Dentro de la justicia no pueden existir aristocracias del trabajo. Dentro de la acción laboriosa todos estamos nivelados por esa fuerza reguladora de la vida que reparte los dones e impulsa actividades. Solamente la organización inicua del mundo estanca y provoca el fracaso transitorio del esfuerzo humano.

El que siembra el grano que sustenta nuestro cuerpo, vale tanto como el que siembra la semilla que nutre nuestro espíritu. Ambos son sembradores y en la labor de ambos va in vivito algo trascendental, noble y humano: dilatar y engrandecer la vida.

Tallar una estatua, pulir una joya, aprisionar un ritmo, animar un lienzo, son cosas admirables. Tener un hijo y luego cultivarlo y amarle, enseñándole a desnudarse el corazón y a vivir a tono con la armonía del mundo, es también algo magnífico y eterno. Tiene toda la eternidad que es dable conquistar al conquistar al hombre, cualquiera que sea su capacidad.

Nadie tiene derecho de avergonzarse de su labor, ninguno de repudiar su obra, si en ella ha puesto el afecto diligente y el entusiasmo creador.

Nadie envidie a nadie, que ninguno podrá regalarle el don ajeno. Lo único necesario es batallar porque las condiciones del mundo sean propicias a todos nuestros semejantes y a nosotros mismos para hacer que florezca y fructifique cuanto hay en ellos y en nosotros.

La envidia es una carcoma de las maderas podridas, nunca de los árboles lozanos. Ensanche y eleve cada uno lo suyo, defendiéndose y luche contra la injusticia predominante, en la batalla están la satisfacción y la victoria.

Lo triste, lo malo, lo criminal es el enjuto del alma, el parásito, el incapaz de admirar y querer, el inmodesto, el necio, el tonto, el que nunca ha hecho nada y niega todo, el que obstinado y torpe cierra a la vida sus caminos; pero el que trabaja, el que gana su pan y nutre con su esfuerzo su alegría y la de los suyos, el noble, el bueno, para esa clase de hombre tarde o temprano dirá su palabra de justicia el porvenir, ya tale mentes y cincele estatuas.

No tenemos derecho a sentirnos abatidos por lo que somos. Abatirse es perecer, dejar que la maldad nos arrastre impune al desprecio, a la miseria y a la muerte. Necesitamos vivir en pie de lucha, sin desfallecimientos ni cobardías. Ese es nuestro deber y esa es la mayor gloria del hombre.

No maldigamos, no desdeñemos a nadie. No es esa la misión de nuestra especie; pero no tengamos tampoco la flaqueza de considerarnos impotentes.

Nuestra humildad no debe ser conformidad, ni renunciamiento, ni claudicación, sino grandeza de nuestra pequeñez que tiene la valentía de sentirse útil y grande frente a la magnitud del Universo. Esa es la cumbre espiritual del hombre.

Alfonso Guillén Zelaya
Publicado en El Popular, Méjico, 19 de febrero de 1940. Tomado de Alfonso Guillén Zelaya, conciencia de una época.



Los dos silencios

— ¿Para donde a estas horas, peregrino?
— A gozar de la luna en el sendero
Era todo silencio en el camino.
y también en el alma del viajero

— Mi casita es humilde, peregrino;
Pero habrá más calor en el sendero.
Era todo silencio en el camino
Y también en el alma del viajero.

— Ven y reposa un poco, peregrino
Ve que puedes perderte en el sendero.
Era todo silencio en el camino
Y también en el alma del viajero

— Gracias, buena muchacha, llevo prisa,
No puedo detenerme en parte alguna,
Hace tiempo que busco una sonrisa
Y esta noche ha de dármela la luna.
— ¿Dime has amado  una aldeana?
— No he amado ninguna.
— Quédate aquí, pues yo tengo una hermana
que sabe sonreír como la luna.   

De entonces, a la luna del sendero,
Nunca más volvió a verse el peregrino
pasar con su silencio de viajero    
sobre el otro silencio del sendero.

Alfonso Guillén Zelaya


“No ha existido hasta hoy en Honduras un periódico en donde se hayan abordado los problemas, las ideas y la política de Honduras de manera más amplia y con mayor respeto para cuantos no han pensado o no pensaron como nosotros.”

Alfonso Guillén Zelaya



Tierra y soñador

Me tienes aquí, ¡Oh, tierra! Diligente
abro en tu seno el surco; conmovida
deposita mi mano la simiente;
mano de soñador que siembra la vida.
Yo sé que nada soy en el presente,
mas la siembra conmigo confundida
prolongarse indefinidamente
en la voz de la selva estremecida.
La cosecha de rosas y pomas
dará más tarde lo que el bosque diera
en color, sustento y en aromas.
Y tierra y soñador, ritmo diverso,
cantaremos en toda primavera
la eterna comunión del universo.

Alfonso Guillén Zelaya



























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