Claramina

Fue Clara Mina, aunque hermosa,
más pecosa que un dedal:
No era una Mina pecosa,
era una peca-minosa
con figura angeliical.

Clímaco Soto Borda


El último amigo

A la luz de una vela lee el anciano
Su querido Quijote, aquel testigo
De sus años alegres y el amigo
De su vejez más firme y más cercano.

Vuelve las hojas con temblorosa mano
Que saca de los pliegues de su abrigo,
Y al entrar juguetón por el postigo
Retoza el aire en su cabello cano.

En la sumida boca, sin un diente,
Una infantil sonrisa se remeda.
Inclina el viejo la rugosa frente…

Se le cierran los párpados… Se queda
Dormido… y por sus piernas, lentamente,
La carcajada de los siglos rueda.

Clímaco Soto Borda


En la caravana

A Federico Bravo 

Abandonó, saciado hasta las heces,
“su viejo vaso y su taberna oscura”,
y ve, sin entusiasmo y sin pavura,
la senda recorrida tantas veces. 

Todo revuelto: triunfos y reveses,
pasión y engaño, ensueños y locura,
hambre y hartazgo, trono y sepultura;
laurel y ajenjo, mirtos y cipreses. 

Va en el tumulto mientras arda el foco
del Arte y el Amor, que hacen acaso
digna la vida de vivirse un poco. 

Y aquí pisando espinas, allí alfombras,
sigue, sin mucho afán, y se abre paso
con sus sueños… camino de las sombras.

 Clímaco Soto Borda


En la tumba de Silva 

A Eduardo Castillo 

I

Rasgando la helada tiniebla
los ámbitos puebla
del reloj el cantar doloroso
que las horas marca;
y a la fría mansión del reposo
do reina la Parca,
llega el triste din-dán misterioso
lento, rítmico, lúgubre, igual… 

II

Al mezclarse los largos gemidos
de las hojas que el ábrego barre
a los alaridos
que allá en su aquelarre
dan duendes, y trasgos, y brujas,
y a los raros dúos
que desde la torre de altivas agujas
entona la amante pareja de búhos
con voz gutural…
¡se oye una canción funeral! 

III

En sus alas los vientos dispersos
y la brisa inquieta,
y el aura que gira,
van trayendo del muerto poeta
las canciones tristes, los alados versos
de su regia lira
de cuerdas de oro…
y en ágil y límpido coro,
prorrumpen rasgando el silencio letal…
¡en una canción inmortal!

Clímaco Soto Borda



"Los congresistas le interesaban mucho, sobre todo el vejete y su solitario, esa joya preciosa que faltaba en su colección y que pensaba transformar en pulsera. Pero en esos momentos no estaba para congresistas: herida en su orgullo, no podía pensar sino en Fernando, cuya fuga la llenaba de Soberbia. No lo quería, ni lo había querido nunca, ni en la primera época de sus amores, cuando él la cubría de oro. La caída del muchacho le inspiró lástima los primeros días, más tarde le volvió desprecios por cariño, luego lo cubrió de escarnio con sus sarcasmos brutales, y últimamente le causaba un asco invencible aquel esqueleto ambulante, de manos sudosas, de piel enjuta, de ojos tristes y respiración infecta y ardorosa. La víspera lo hubiera arrojado de su casa como a un mendigo; ahora no se le antojaba soportar que se lo arrebataran sin arrancarle la última de sus ilusiones, sin ser la causa de su postrer dolor y la dueña de su último real. Se sentía atenaceada por la ira, rabiosa como un perro cuando le quitan el hueso que roe después de comerse la carne.
Soñaba con Fernando, lo deseaba, lo quería tener cerca para humillarlo, para verlo de rodillas, aunque tuviera que botarlo en seguida. Arrebatada como una histérica, iba azotándose por la calle presa de raros estremecimientos lúbricos, y en medio de su fiebre no veía al adolescente enfermizo sino al joven nervioso y sensual de otro tiempo que la dominaba con sus caricias, que le infundía el calor de su cuerpo, que la embriagaba con sus besos largos, quemantes abiertos...
Le hubiera dejado unos días su alhaja de perlas, y hubiera diferido el asalto a la fortuna de Alejandro, con tal de no verse vencida por éste, con tal de sacar triunfante su orgullo y retener a Fernando, que era suyo y de nadie más...
A la media cuadra tuvo que regresar: había olvidado el dinero. Entró precipitadamente, tiró un cajón del armario y tomó un ridículo bolso de cuero negro, pendiente de una cadena plateada que se envolvió dentro diez billetes de a peso y uno nuevo de a cinco en la muñeca, después de cerciorarse de que había duros.
Al salir de prisa sonaron las cuatro y oyó claramente el pito del tren de la Sabana.
-Si se había de ir hoy, ya se fue -pensó-. No importa. Ese va a dar fijamente a la hacienda del hermano. La cuestión está en que el tal Alejandro no haya ido a sacarlo o el sinvergüenza del Antonio Velarde, siempre metiendo el hocico.
Echó hacia la casa de Alejandro, situada por la calle de San Miguel, a ver qué podía averiguar para no errar el golpe que meditaba. No fue necesario en una esquina encontró a Pelusa y lo extrajo de un corrillo."

Clímaco Soto Borda
Diana cazadora



Pandillaje

El panadero Juan Casas
cuando orador se sentía
iba a la panadería
a conmover a las masas.

Clímaco Soto Borda



Poema antirepublicano

Si pública es la mujer
que por puta es conocida,
república viene a ser
la puta más corrompida.
Y siguiendo el parecer
de esta lógica absoluta,
todo aquel que se reputa
de la República hijo,
debe ser, a punto fijo,
un grandísimo hijueputa.
Este soy: Un pobre diablo
que a tragos pasa la vida
en verso y prosa perdida
en el juego del vocablo.
El alma, como un venablo
me hirió el amor enemigo,
más no importa: sumo y sigo,
que aún me queda corazón
para darlo con pasión
a la madre y al amigo.

Salud a ti, el más ardiente
bohemio, gentil “cuartazo”.
Padre y señor del Chispazo,
Sultán de la carambola,
te tiro de ‘bola a bola’
mis más cariñoso abrazo.

En algún sueño de esos
que tengo yo a porfía,
soñé que la cogía,
que la cogía a besos
y besos y más besos…
y que me la comía!

Clímaco Soto Borda


Soneto profético

Esto pasa en el año tres del siglo presente:
de una nevada esteárica a los rubios reflejos,
en descifrar se empeña sonetos suyos viejos
y cojos, de tres años, un bardo decadente.

¡Nada! ¡Ni él mismo sabe lo que soñó su mente!
Está perplejo el que antes a otros dejó perplejos.
Como olvidó los símbolos y ve las claves lejos...,
no entiende nada..., nada..., nada absolutamente.

Vuelve el antiguo oráculo por la explicable cifra...,
mas tampoco el oráculo sus enredos descifra
y ordénale que a estrofas claras su afán consagre.

¡Oh, poetas! Del numen el jugo cristalino
verted en limpias ánforas, y así del genio el vino
sin mistificaciones nunca será vinagre.

Clímaco Soto Borda









No hay comentarios: