"Creo que me atrae mucho la indigestión como metáfora política. Una idea de que lo que vivimos, vemos y leemos no sea consumido, deglutido y olvidado, sino que deje huella y nos impacte, que no podamos pasar adelante sin más. En el caso de los escritos en español antiguo hay una fluidez que trabajé para que los textos funcionasen como poemas, para que sonaran. Pero también hay un placer de sentir las posibilidades inmensas de esa lengua, de una de nuestras muchas lenguas aún sin coagular, y una violencia que recoge una experiencia de destrucción, que también encuentro en la alimentación. Y de alguna manera, esa violencia que sentimos en la vida cotidiana quiero que se traslade o irradie en los otros poemas o textos del libro.
Quiero que se sienta una extrañeza ante la propia lengua porque no es natural, porque cada uso y elección implica sensaciones, actitudes. De ahí que encontrarme con esos textos, sobre todo los coloniales (que además remiten a una historia de opresión que aún permanece —recodificada pero muy activa, sobre todo en mi país—) fuera clave, precisamente también por el contraste con nuestra concepción cerrada de la lengua, en virtud de unas actitudes conservadoras que encierran una violencia por pensar, por reorientar. Si bien la idea no era crear un diálogo o un libro temático, histórico o político, sí quería que ese cruce tensionara a varios niveles algunas de las recurrencias de los otros poemas. Por eso, si me preguntas por la fluidez, no estoy seguro de si no preferiría que se produjera el efecto contrario: de choque, de freno, de conflicto, de enfrentamiento."

Alberto Carpio


Dices palabras
sin un cuerpo común,
sin sintaxis,
sin obsesión ni disciplina, dices
por decir, por amor, por no callar,
aún cuando callas
bulles; dices

y apenas quedan

y esos huesos fortuitos
nos definen,
frases sueltas,
morfemas, pataticas, un remedo
de tu forma de hablar
sin su calor,

porque los huesos nunca tienen hambre.

Alberto Carpio



Lema que siempre me repito

Me hablas de otros lugares,
de playas y de hoteles cálidos donde el sol
es un vecino más
y la felicidad una costumbre.
Me dices que esta gran ciudad te angustia,
que tu cuarto no tiene buenas vistas,
que tu espejo es infiel con tus deseos.

Yo te escucho paciente y te contesto:
no hay sitios más felices, hay personas
más desilusionadas, y hombres más satisfechos.
A tu alma, tan clara como triste,
no le falta la luz, le sobran las ventanas.

Alberto Carpio


los hierran en las caras por tales
esclavos, y se las aran y escriben con los
letreros de los nombres de cuantos los
van comprando, unos de otros, de mano
en mano, y algunos hay que tienen tres y
cuatro letreros, de manera que la cara del
hombre que fue criado a imagen se ha
tornado en esta tierra, por nuestros errores,
papel

Alberto Carpio



Vienen los ciervos que traen en sus
lomos a los hombres. Con sus cotas de
algodón, con sus escudos de cuero, con
sus lanzas de hierro. Sus espadas,
penden del cuello de sus ciervos.

Estos tienen cascabeles, están
encascabelados, vienen trayendo
cascabeles. Hacen estrépito los
cascabeles, repercuten los cascabeles.

Esos caballos, esos ciervos, bufan,
braman. Sudan a mares: como agua de
ellos destila el sudor. Y la espuma de sus
hocicos cae al suelo goteando: es como
agua enjabonada con amole: gotas gordas
se derraman.

Cuando corren hacen estruendo; hacen
estrépito, se siente el ruido, como si en
el suelo cayeran piedras. Luego la tierra
se agujera, luego la tierra se llena de
hoyos en donde los ciervos pusieron su
pata. Por sí sola se desgarra donde
pusieron la mano o pata.

Alberto Carpio








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