Cuando te pienso

Cuando te pienso tan lejos,
se amontonan, revueltas,
las nubes en mis ojos.

Dejo el llanto y te recuerdo
bebiendo en mis manos
como un pájaro sediento.

Y a pesar del dolor
y aunque no me queda
nada más que esta tristeza,

me pregunto
qué podría ofrecerle a la vida
a cambio de tu vuelta.

Clara Díaz Pascual


Desorden de lunas
Selección I

MIRO DORMIR TUS OJOS
en la noche anterior a mi partida
y se transforma mi pena
en la fe de tu reposo.

Quiero eterna esta noche
colmada de certidumbres
y tu aliento pausado, residiendo
en la paz de mis oídos.

Cuando me vaya
llevaré tu gesto en mi mirada,
memoria indestructible de este sueño
que me vive en tu silencio.

NO ME DESPIERTES
después de tus brazos.

No quiero
ese extraño temblor de luz
ajeno y violento,
despejando soles
en el lado tuyo de mi horizonte.

Deja que el placer se crezca
en desorden de Lunas distraídas.

Déjame sola contigo en la noche,
en la indecisa claridad
de ese sueño sin sueños
que confundo con el miedo
si no naces en ellos.

Deja que la luz se pierda
en la mágica desnudez
de tus manos,
mi único atuendo.

UN DÍA, AMOR,
no sé cuándo,
leerás —sin mí—
este naufragio de palabras.
Hallarán mis versos en tus manos
el cobijo
que perdieron las mías.

Llegarán hasta ti, amor,
desde la pena,
desde el aire,
desde el brillo
de todas las estrellas.

Desde el rastro de esperanza
que dejo en los caminos
cuando grito tu nombre
sin que nadie lo oiga.
Algún día, amor, en tus ojos,
hallarán mis versos sin destino
el lugar donde nacieron.

CUANDO TE PIENSO,
tan lejos,
se amontonan, revueltas, las nubes en mis ojos.
Dejo el llanto y te recuerdo
bebiendo en mis manos
como un pájaro sediento.

Y a pesar del dolor
y aunque no me queda
nada más que esta tristeza,
me pregunto
qué podría ofrecerle a la vida
a cambio de tu vuelta.

QUIERO DECIRLE
que tendría que saber
volver
de los sueños
aunque hubiera cortado todas las flores.
Pero no he aprendido los límites de la luz.

Quiero decirle
que no hay piedra,
ni lluvia,
ni acorde,
ni pájaro,
que no sepan
de su presencia a mi lado.

Quiero decirle que se vuelva
y me mire
y me estreche,
lentamente,
fuertemente,
por caudales de luz emancipada.

Que se beba conmigo los mares
más revueltos
de esa pobre, paciente Luna,
que ya ignora
con qué voz sugerirme
la infinita ebriedad
que compartimos.

ENTONCES, CUANDO REDIMAS MI TRISTEZA
con tus ojos y halles
en los mapas de mi memoria, el lugar
donde se quebraron
los cauces de la lluvia.

Cuando recibas a mi alma sin techo, aterida
como un pájaro en invierno
y corones mis dedos
con anillos
de líquida nostalgia.

Fuera luego un sueño reencontrado,
radiante de astros minúsculos
en el arco iris, vacilante,
en la curva irreemplazable
de tus hombros.

Buscaré en el reverso de los sueños infecundos
el desacostumbrado aroma del fuego
que nos rinda,
como árboles
que crecieron para arder juntos.

PREFIERO DEJAR TRANQUILO EL DESORDEN
de tu reciente memoria
y evocarte solo
como una hoja blanca que volara
al margen
del desastre de mis Lunas ocultas.

O no pensar nada de ti
para que se aquiete el alarido de la ausencia.
Yo tallé en tus manos cauces de fuego blanco
y quedaron cicatrices
en tus palmas
que nunca antes habían sido heridas por tales besos.

Clara Díaz Pascual


Desorden de lunas
Selección II


UN ROCE, BREVE, FUGITIVO,
como el ala de una mariposa
hizo arder el aire en un instante
entre tu cuerpo y el mío.

El universo se ocultó a mis ojos
y se encerró en un latido.
Tus miradas se volvieron mares
y sus olas mecieron mi destino.

Para siempre, un instante,
que ninguna muerte extinguirá,
mientras te ame.

SABER
que estás a mi lado
y me invocas
con miradas
que dejan tu alma en mi conciencia.

Y saber
de tus besos
en la intimidad de mi boca.

Y saber
de pensamientos
danzando entre nosotros
desnudos y ardientes,
sin decepciones.

Y saber
ser yo misma
la noche que envuelve tu reposo.

PENDIENTE
de la fe de tu sonrisa
recorrí gran parte del sendero
de júbilo
que me concedió la vida.

Después te perdí.
Nos perdimos.
Acaso sin remedio,
acaso, hasta la hora
en que la fe que alimenté
sin condiciones,
alcance a reanimar
el fuego
de nuestras ofrendas.

Mi amor cuida y alimenta,
entre tanto,
la tierra de tu recuerdo.

Pero si no fuera así,
si no volvieras,
si no llegara el día
en que al volver la cabeza
descubriera tu mirada
por encima de todas las miradas.

Si el silencio callara
las palabras para siempre,
tú estarás, amor,
también en mi silencio.

PORQUE TU VOZ DEJA UN SIGNO
innumerable y hondo
como cada caricia
en cada fracción de mi piel.

Hablo de un anhelo de briznas
de hierba azul
en mis manos y tus besos
y el aire.

Y amanecer en tu pelo.
De recorrer tu cuello y tu cintura
buscando ríos silvestres
de tu geografía.

Y mi mano, anclada en tu cintura.
De poner en tu pecho hojas
verdes y blancas
del árbol de sombra de mi orilla.

Tú y nadie más
y el invencible deseo de abrazarte sin tiempo.
De mis poemas sin título,
de versos, sólo en tu oído.

Dios mío, ¡cómo me miras!

Tu voz sin esquinas
riela en mi océano
que ya sólo se complace
en partituras de tu aliento.

QUÉ LARGA RESULTÓ LA ESPERA
y qué breve tu risa.
Pero qué increíble dulzura en las palabras
y qué honda tu huella en mis sentidos.

Todavía crecen en mí
las semillas de tus besos
y renacen tus risas como estrellas
al calor de mi recuerdo.

No hay mirada que alcance
a abatir el orgullo de mi sueño.

Ni siquiera este dolor insoportable,
me hará decir alguna vez,
que no te quiero.

ESA NOCHE, AMOR
me hablaste al oído y al instante,
tus palabras se instalaron por mi cuerpo.
Tan amantes, tan dulces,
que suspendieron el aire en un relámpago infinito.

Para la sed de mi ansia,
todo el rumor del mundo se convirtió en río
donde cantaba la tierra
desbordando
el cauce de mil vidas en mis venas.

Me hice reflejo en tus ojos,
estremecida en destellos,
breves
como latidos, ardientes,
como olas de fuego.

Asombraste mi boca
para hablarte, amor, de mi deseo.
Y en el único gesto posible,
sorprendidas,
las manos se me hicieron caricia.

Clara Díaz Pascual


Desorden de lunas
Selección III

QUÉ PÁNICO EN LA LUZ,
qué delgados y fríos los dedos
de la mañana, sin tu voz
emergiendo el mundo
por detrás de mi espacio.

Espera el día sin palabras
—pura tu energía creadora—,
que la pena termine de pasar por mi alma.

TE DORMÍAS FELIZ
como si el cielo
estuviera colmando tu frente
de bendiciones.
Yo velaba tu secreto
y sonreía.

No sé cuánto de mí
se fundía en tus abrazos,
ni qué parte de mi alma
se confundía en la tuya, pero
no renuncio
ni a la hora triste de la despedida
que destruyó mi alma.

No cerraré las manos
tendidas a tu cara triste,
ni borraré la sal
de tu llanto por mis dedos.

No amaré
como amé tu sonrisa,
ni viviré
con el alma entera.
Pero no voy a olvidarte,
aunque me duela
como una muerte
la ausencia.

TU AMOR.
Un dolor que nació sin mi permiso,
creció con mi tristeza
y se escribió en mis versos
sin que yo dijera nada.

Tu mirada
fundió mi voluntad en un vacío
cálido como el sueño,
sereno, como la brisa en el trigo,
profundo como un cielo imposible.

Tu voz encontró su eternidad en mis oídos
y mi vida se volvió inexplicable
cuando el cielo me arrancó de tu destino.

HE AQUÍ, AMOR, LA HISTORIA CONCLUIDA.
Todo debe volver a ser como era.
Horas complacidas
sin pasión, sin sobresaltos, sin esperas.
Ya no ocurre descubrir tu silueta en cada luna.

Los días transformaron en memoria
el caudal de palabras que dijimos,
que inventamos, para amarnos.

No conoceré más contigo la risa, el gozo,
el desarraigo, la distancia y el destierro.
Encontrarte parece un incidente,
y mañana es un vacío colmado por la ausencia.

La pena hiere mis ojos
si contemplo un cielo radiante,
demasiado
radiante.

No renuncia el aire a tu espacio deshabitado.
He aquí, amor, que todo debiera ser como era
antes de ti. Pero mis versos son una mirada
larga, serena, acaso involuntaria,
posada en tu realidad persistente.

NO VERÉ SONREÍR TUS OJOS
ni entreabrirse tus labios
al roce preciso
de mis dedos.

No tendrás, sobre tus suaves párpados durmientes,
el cobijo apacible de mi atenta mirada,
decidida vagabunda
de todos los paisajes.

No sentirás cautiva tu cintura
por el candente brazo, indudable presencia
de mi continuo girar en la órbita
de tus lunas.

La muerte es ya menos feroz que la ausencia.
Las palabras reveladas, todas las que enmudecieron
serán el nostálgico epitafio de aquella inútil creencia
en lo imperecedero.

PASEAN UN PENTAGRAMA
tus pies o tus manos, tu mirada
difusa.
Vuelan cinco líneas
al infinito, alas
con algún silencio, largo
de aliento y armonía.

Entonas en risas leves
y tiemblas
en hondos arpegios.
Tú, la música antigua
inscrita
con vino y ceniza
conventual y oculta,
en mi piel tensa.

AHORA
querría volverme hacia ti de nuevo.
O podría
llevar a tu encuentro a mi memoria.
Sacar tu nombre
del verdeoscuro cieno
de las playas de invierno.
Y dibujar mi cuerpo
en torno de la cálida silueta
que la Luna pone siempre
en el borde de tu sueño.

Vivir en la fragilidad de tus párpados
y viajar la desnudez de tu noche.
Enredar mi caricia y tus pestañas.
Desvelar
la íntima,
indecisa,
inesperada confusión,
de mi piel y tus labios. Y así,
hasta la suprema ignorancia,
hasta el límite del deseo.

Clara Díaz Pascual

















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