De mí

De mí, yo sé que dicen los más: –“Es un bandido”.
–Los más forman la turba: la turba no conoce
a nadie. Tras el Cristo sólo marchaban doce:
por uno fue negado, por otro fue vendido,
y los demás huyeron del Huerto sorprendido.
Al raro no lo entiende la turba, aunque se roce
con él: le llama fiero si es franco; si ama el goce
primaveral y humano, le llama corrompido.
La muchedumbre tacha de viles y perversos
los orgullos más nobles y los más nobles versos…
–“Es un bandido”, dice, de mí, la muchedumbre.
Y sonrío… Yo tengo dulzor para los mansos
corderos, burladora piedad para los gansos;
y aplasto los reptiles con piedras de la cumbre.

Alfredo Arvelo Larriva


El gran silencio

I

La tarde es dulce y grave cual una novia triste
que deshojara, juntos, un sueño y una flor.
La inmensidad celeste de suave azul se viste,
de azul semidorado por un leve fulgor.

El rudo mar sonoro colérico persiste
en la canción eterna, rimando su furor.
Mi espíritu orgulloso y enérgico resiste,
como un fornido Atlante, su carga de dolor.

Bajo el azul sereno, frente al Destino obscuro,
abarco en una sola visión cielo y Futuro
y un formidable enigma pretendo descifrar.

El cielo está impasible y el Porvenir callado;
y la mudez del Tiempo sobre mi duelo airado
es la mudez del cielo sobre el rumor del mar...

II

Ante el silencio enorme del porvenir, medito;
medito bajo el hondo silencio del espacio,
mientras la tarde muere, de azul y de topacio,
y el mar sañudo lanza su interminable grito.

Y pienso que el asedio del Mal no es infinito
si la esperanza es fuerte y el corazón no es lacio.
Y siento sano y joven mi espíritu, reacio
al abundante influjo del Ananké maldito.

El Odio intenso y grande me da su fuerza ruda.
Me la da el Amor la dulce constancia del anhelo.
La Juventud sagrada con su vigor me escucha.

Y con orgullo noble, sin demandar consuelo,
al formidable enigma mi voluntad saluda
en el silencio augusto del Porvenir y cielo...

Alfredo Arvelo Larriva


La bestia

Campesino membrudo, de verdes años,
robusta labradora, de fresca vida,
se apresuran, opuestos, por escondida
senda que bien conocen ciervos huraños,

a toparse en el bosque —fácil guarida
de parejas a fruto de los regaños
y ojerizas paternos. ¡Con qué de amaños
la cita deseada fue convenida!

—Digo las cosas claro; nadie se asombre—.
Van urgidos del hambre por la molestia:
él con hambre de hembra y ella de hombre.

Se juntan... y tendida, tras un instante,
sobre el césped se agita súbita bestia,
bicéfala, cuadrúpeda, jadeante...

Alfredo Arvelo Larriva


La melancolía de Lucifer

Lucifer ha venido: (lector: no hagáis derroche
de sorpresa y espanto: Suele venir en coche,
a visitar mi alcoba y a departir conmigo,
pérfido y agradable como cualquier amigo).
Lleva traje de luto con que sale de noche.
(Lectora: no hayáis miedo. Se viste sin reproche.
En un siglo elegante, pensáis que el Enemigo
Malo vaya desnudo, o en ropas de mendigo?
Me saluda y observo que no está bien diabólico.
Tal vez ha comenzado de nuevo a ser católico…
Y murmura en un tono triste y confidencial:
-El Mal, de nada sirve; sólo me causa tedio.
-Y el Bien?- Satán responde: -¡Ridículo remedio!
El bien no es sino una forma sutil del Mal…

Alfredo Arvelo Larriva


Los pájaros divinos

Júpiter –que en el cielo del Paganismo asoma
con el supremo brillo de la más noble estrella–
de un cisne se depara la forma blanca y bella
por que Leda le embriague de su carnal aroma.

El Espíritu Santo –que la Iglesia de Roma
consagra en la trimurti donde su Dios destella–
por gozar el aroma de la núbil doncella
viste la forma bella de nítida paloma.

¡La paloma y el cisne! ¡Siempre el blancor alado,
siempre el albor con alas, en inefable curvas,
propicio a los misterios del divino pecado!

¡Oh cisnes y palomas! ¡Oh pájaros propicios
al Dios en celo! Adoro lo que ignoran las turbas
en vosotros: el alma de los sumos fornicios...

Alfredo Arvelo Larriva


Mirándote los ojos

Mirándote los ojos te miro toda entera.
Toda entera deslumbras en su magia sombría.
así en un solo pájaro toda la melodía
y en una rosa única toda la primavera.

Ojos negros y próceros de claridad procera
que a tu beldad son dúplice blasón de señoría.
Sabios en luz y sombra, no saben todavía
que por ellos mi trágica desesperanza espera.

Y me forjo, mirándolos, el despotismo doble
de dos hermanos príncipes que con su brillo noble
subyugan un imperio presa de torvos males.

Porque mi alma sufre, tenebrosa de tedio,
con la fe melancólica del ansia sin remedio,
la tiranía fúlgida de tus ojos triunfales.

Alfredo Arvelo Larriva



Plenitud

Hoy cumplo treinta años de mi vida,
y doblo de la vida el Cabo de Hornos.
Y la ruta sin altos ni retornos
hacia el futuro va desconocida.

Atrás quedó mi juventud, ¿perdida?
Yo la maté: lo digo sin adornos.
Yo la maté: lo digo sin bochornos.
Así mata un amante a su querida.

Pero no la perdí. Transfigurada,
ella fue mi sostén en la jornada
de tres mil días por la Selva Obscura.

Ella me dio la paz que reverencio,
flor de la soledad y el silencio.
Y soy un buen doctor en amargura.

Alfredo Arvelo Larriva


Salutación

Mi señor don Francisco de Quevedo y Villegas,
que con el verso esgrimes y con la esgrima juegas,
haciendo –para orgullo del verso y de la esgrima–
donaire del acero y acero de la rima:

caballero bizarro de las nocturnas bregas,
sabias prosas y empresas galantes y andariegas;
cuya torcida planta huella la noble cima
cortesana y el fondo canalla de la sima

plebeya, con la misma genial desenvoltura:
hidalgo aventurero de múltiple aventura
(amor, poder, intriga, presión, peligro), terso,

leal, como tu espada de amigo y de enemigo:
en mi siniestra Torre de Juan Abad bendigo
tu nombre, Caballero se Santiago y del Verso.

Alfredo Arvelo Larriva











No hay comentarios: