Dios en el alma

Dios, que con gloria propia resplandeces;
que tienes por poder la omnipotencia,
por tesoro de luces la omnisciencia,
e imperas sobre todo y no obedeces,

tú, que no menguas, ni recibes creces;
que, actual la eternidad en tu presencia,
miras en ti con ser lo que es potencia,
y, mudándolo todo, permaneces;

y tú, que eres el dueño en tal manera
de todo cuanto existe, que de hecho
lo que no fuera tuyo no existiera,

aquí eres mío, y sin estar estrecho,
cabes, cual si el amor te redujera,
en el mísero barro de mi pecho.

Belisario Peña


Dios en la Hostia

No entiende la razón el hondo arcano
de cómo en el vital germen primero
del rubio trigo, estuvo verdadero
tanto innúmero grano en solo un grano.
Nada hay grande o pequeño: al ojo humano
es breve disco el sol, punto el lucero;
y el átomo en sí abrevia un mundo entero,
la gota de rocío un oceano.
Si en lo mínimo está criatura entera;
y lo inmenso, del cielo en el abismo,
punto es sin extensión, cual si no fuera.
¿Por qué el Dios infinito, sin guarismo,
estar como pequeño no pudiera,
múltiple en apariencia, en ser, el mismo? 

Belisario Peña


El alba

Doncellas despertad; raya la aurora,
el sol se anuncia a iluminar el día;
doncellas despertad: llegó la hora
de saludar a la inmortal Señora,
decid Ave María.

Inclinad la rodilla en la pradera
húmeda aún del matinal rocío;
alzad la vista a la celeste esfera
y desparcid la luenga cabellera
al viento suave y frío.

Ved cual vellones de oro en el oriente
tenues nubes en plácida armonía;
viene en ondas la luz resplandeciente;
el hemisferio revivir se siente,
decid Ave María.

Azules lirios, · encendidas rosas,
moradas violas, blancas azucenas,
las flores todas a cual más hermosas
se entreabren al aura pudorosas,
de ámbar y esencia llenas.

Escuchad de la oveja los balidos,
el murmurio del río y de la brisa,
y de la dócil vaca los mugidos
y los rumores vagos y perdidos
de matinal sonrisa.

Desde el árbol paterno la avecilla
su amor g01iea y sus sentidas quejas;
en memorosa y blanda redondilla
trina el pastor su cántiga sencilla
y zumban las avejas.

Tiembla la voz del bronce por los vientos
con suave y dulce y grata melodía;
la colina repite sus acentos
como débiles quejas o lamentos;
decid Ave María.

Ved en la vieja iglesia de la aldea
oscilar llameando el incensario:
la parda nube de perfume ondea, 
lame el ara, difúndese y rodea
el augusto santuario.

Orad por el perdido navegante,
del viento esclavo y de inconstantes mares,
por quien tiende la mano suplicante
vagando hambriento y pobre, solo, errante,
en extranjeros lares.

Por el huérfano orad; por los que gimen
presa del polvo en la última agonía;
por el huérfano orad; por los que gimen,
por los tiranos que a su hermano oprimen
invocad a María. 

Belisario Peña

















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