El primer hombre

El primer hombre
Que comparó a una mujer
Con una flor
Era un genio.
El segundo
Era un novísimo.

El tercer hombre
Descifró la batalla:
Los heridos se llamaban carabineros
Pues eran pobres.
Los hirientes se llamaban estudiantes
Pues eran delfines.
Reinaba, creo, Augusto.

Él , para más inri
No se escribía
Sino Pier y Páolo.

A saber
De qué lo flecharon.

Agustín Delgado


Gritan allá lejos, escuchad

Para poder siquiera los dos acercarnos
necesitaríamos
siglos de instantes como este instante.
Para que pudieran morir las aguas más sucias,
para que pudieran brotar las aguas más claras.
Aquella sed, los gritos, el pájaro amarillo
que cantaba ayer tarde y te ponía triste.
Aquel candor feroz de tus ojos de esponja
en el momento cumbre, al desplegar los párpados.
El viento, el mar, las más bellas palabras
que pronuncia un hombre a la hora de morir.
El verte y el no verte. El deslizar los dedos
por las venas muertas de tus manos vivas.
Todo es vana poesía. Todo se ha convertido
en inútil deseo de un deseo de amor.
Para poder siquiera los dos acercarnos
necesitaríamos
siglos de ternura como esta ternura.

Agustín Delgado



La muerte del padre se alza en la ventana...

La muerte del padre se alza en la ventana
sale al espacio vestida de blanco.
Por las escaleras interiores golpea su cuerpo
descendido a hombros bajo espesa madera.

Los hijos del padre cruzan las calles,
el globo de la tierra gira sobre sus ojos.
Están para estallar pero no sollozan.
Sonríen pero están para partir.

La energía del padre yace en el vaso de agua,
en la mesa de noche de las salas de espera.
La chaqueta del padre vaga por los percheros,
no es símbolo, no es viento, no es amor.

La madre de los hijos inflama la pared
con una luz roja y con una luz roja.
La memoria deshace las miradas.
Mariposas clavadas con alfileres.

La sombra del padre se disuelve en la atmósfera,
habita las galaxias, los macizos blancos.
La madre de los hijos y los hijos del padre
cavan una tumba en el corazón de la tierra.

Agustín Delgado



La palabra mas exacta

El rayo inclinado se posa en la palabra más exacta
Y de ella bebe y liba y evapora.
De espaldas a la luz de la ventana
Observo complaciente
La jerigonza lasciva de este rayo lenguaraz.

Caballo de buena boca
Secuestró de mi poema la palabra más exacta
Dejándolo desamparado
A la intemperie de los escalpelos.

Ven a mi lado, serena Gioconda
Y enséñame a leer en la diversidad.
Juntos veneremos al incansable Eros
Que con un solo beso de su rayo inclinado
Tanta luz regaló a mi poema
Despojándolo
De la belleza de la palabra más exacta.

Agustín Delgado


Naturaleza muerta

Sobre coágulos de mármol las hilachas rojizas
Cuando el azúcar se desprende y muere

Al fondo de la taza de café de verano.

La cuchara de plata
El cigarrillo rubio
Yéndose lentamente
Azulada pavesa
Entre cenizas ralas y círculos de sopor
Yéndose.

Bajo la soledad de las maderas del salón milenario
En este reposo del mediodía
Ligeramente predispuesto a las palabras suaves
“Ángel azul
Festivales de amor plateada orla
De sueños”.

Dejó el líquido una red de espuma
En el borde de la taza disimulando aferrándose
El resbaladizo tiempo cristalino.

El ticket con el precio
El vaso de agua
Las cerillas
La mancha inmóvil calurosa empedernida
Muerta.

Me pegaría un tiro.

Agustín Delgado


Nueve rayas de tiza II

Se afanaría
Lo más posible en divertir.
Ni demasiado sentimiento
Ni tampoco palabras de dulzura en los labios.

Pasaría la tarde
Ensayándose solo, iría hasta tres veces
Frente al espejo, escucharía lentamente
Su voz
Alejándose, expatriada.

Mediada el alba, volvería a caer
Sobre la iridiscente lejanía
De la última tarde, paladeando
Categorías, usos
De aquellos que tenían en sus manos
Pocas palabras, demasiado oro.

E intentaría grabar
Como la cinta graba, como algo que viene
Envolviéndonos la piel.

Al fin, irremisiblemente
Extirparía entre las sábanas
Cuatro, cinco manchas de amor.

Agustín Delgado


Nueve rayas de tiza V

Cuando en el siglo nueve
Un poeta en Calcidia
Escribió en las paredes de la cárcel
La palabra libertad
Recordé aquella mañana
En que estábamos solos, mirándonos, y el viento
Daba mucho más lejos

Allá donde las olas
En las suaves colinas de Síbaris.

Juré
Que ya nunca
Cuando una mano de hombre
Escribiera en las paredes la palabra libertad
Me sentiría solo
Y te miré a los ojos
Como si todavía fuera adolescente
Y juré
Que nadie perturbaría mi calma
A pesar de las olas
Y de estos momentos en que quisiera
Tenerte entre mis brazos por encima de todo.

Agustín Delgado


Otra vez más

Siempre quedan los papeles llenos de metralla
encima de alguna mesa.
Pero más triste es morirse de hambre
y sin chaqueta y lejos de la patria.

Por eso hoy, Antonio Machado,
rasgo todos los versos,
todos los discursos de después de la comida
y me quedo en mi cuarto
mirando hacia afuera, mientras sigue la lluvia.

Por eso y porque es febrero,
tantas veces cuajado de nieve
pero tan pocas de copos de libertad.

Y porque el Volga
se deshiela a estas horas y en el Mediterráneo
llamean las aguas que te vieron morir.

Y también
por los dos versos
que encontraron en tu bolsillo y que dicen:
-estos días azules
y este sol de la infancia-.

Por sobre todo, padre mío,
porque estoy desnudo como los hijos de la mar.

Agustín Delgado
















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