Elegía a mi ciudad

(Fragmentos)
                                               
Mirad la virgen india, miradla reclinada 
Como en el quinto cielo la voluptuosa hurí; 
En esa eterna cuna de roca abrillantada 
Que forma el Illimani y el Huayna Potosí.
                                               
Cual garza que reposa su fatigante vuelo,
En el ameno valle las alas recogió,
Sus nubes por diadema le ciñe el alto cielo 
El Ande, cual un manto, su talle circundó.
                                               
De los altivos Yungas, las deslumbrantes rocas
Parecen su techumbre espléndidas formas;
Y ser ella la imagen a que sus altas rocas
Las sirven majestuosas, de muros y de altar.
                                               
La inmensa cordillera, sus nieves deslumbrantes
Destila entre el granito del Ande colosal.
Y baja de las cumbres en cintas de diamantes.
Benéfica corriente de liquido cristal.
                                               
Montañas de colores y nubes encarnadas
Y plantas olorosas la cubren por doquier,
Y en placidos efluvios, las brisas perfumadas
Aroman sus contornos, que adorna el rosicler.

Agustín Aspiazu
Este poema es constantemente reproducido a la hora de citar la producción literaria de Aspiazu, pero, por desgracia,  Yolanda Bedregal, la primera en compilarlo, no consigna la fuente de dónde lo extrajo así que su autoría no se sabe con seguridad




"Habitantes de un astro que chispea, suspendidos en el firmamento, vivimos en el cielo; tenemos nuestra cuna, nuestro hogar y nuestra tumba en el cielo, y por consiguiente un justo título para aspirar a nuestra perfección."

Agustín Aspiazu



Un día grande

Un día grande, ¡grande aurora! irguiose la montana.
El mundo americano febril se conmovió;
ciño a su casta frente la virgen su corona
y el grito sacrosanto de Independencia dio.

"Venid hasta mi valle -clamo con voz potente-
venid, pueblos hermanos, la marcha apresurad;
el hijo se emancipa y se hace independiente:
el dios de las batallas nos dé la libertad.

El ave hace otro nido apenas tiende el vuelo;
el pez pasa del río al insondable mar;
la tenue flor arrastra su polen en el suelo,
allí, donde los vientos la quieren arrastrar.

"Alzad, americanos, las frentes humilladas;
la luz del cristianismo también nos alumbró;
las glorias de Castilla no pueden ser manchadas,
por una servidumbre que Cristo rechazó.

"Acaben las tinieblas, dé fin la noche opaca
y luzca ya la aurora del Bien la Humanidad;
venid a las orillas del ancho Titicaca;
y ésta, será la cuna de nuestra libertad".

Los ecos de los Andes la voz multiplicaron
de la matrona augusta; la tierra retembló;
los nietos de los Incas las armas empuñaron
y el dios de las batallas su libertad les dio.

Agustín Aspiazu










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