Es cierto que ya no vivimos en un régimen semiteocrático como Israel. Pero, ¿Cómo pueden las leyes de Dios guiar la vida pública en democracias Occidentales como las nuestras? A su muerte, Josué no es reemplazado como líder de los israelitas. La expectativa futura parece ser que los israelitas vivirán directamente bajo el gobierno del Señor con alguna ayuda de los ancianos delegados por Moisés y Josué. El gobierno es descentralizado, pero Israel no florece bajo ese sistema tribal. El libro de Jueces cuenta lo que ocurre una vez que Josué y su generación han muerto; y el relato no da mucho ánimo. Una y otra vez los israelitas hacen lo que es malo a los ojos del Señor y entonces el Señor los entrega en mano de sus enemigos. Jueces ilustra la caída en picada de Israel hacia la rebelión y el desastre a todo nivel conforme falla en su llamado de ser una nación santa.

¿De qué trata el libro de Jueces?

El libro de Jueces comienza notando que Israel no prosigue la guerra contra la idolatría, fallando en expulsar a todos los cananitas de la tierra (Jue 1). En Jueces 2:1–5 el Señor pronuncia un juicio sobre el pueblo por su negativa a continuar con la guerra en contra de la idolatría pagana: Dios no sacaría a las naciones paganas que aún quedaban y sus ídolos serían una trampa para Israel.[1] De esta forma, la tentación de seguir a los viejos dioses de Canaán permanece y los israelitas sucumben regularmente a la tentación, sirviendo a los «baales» (2:11–13).

Jueces 2.11–13 Entonces los Israelitas hicieron lo malo ante los ojos del Señor y sirvieron (adoraron) a los Baales. Abandonaron al Señor, el Dios de sus padres, que los había sacado de la tierra de Egipto, y siguieron a otros dioses de entre los dioses de los pueblos que estaban a su derredor; se postraron ante ellos y provocaron a ira al Señor. Dejaron al Señor y sirvieron a Baal y a Astarot.

Baal es un dios de la fertilidad y su plural indica las muchas manifestaciones locales de un dios. Los israelitas, al contrario de los cananitas, eran nuevos en la agricultura. La atracción seductiva de la religión cananita para los recién llegados es su promesa de fertilidad para la tierra y para el éxito económico. Los israelitas se rinden ante los dioses que parecen entregarles bienes inmediatamente.

¿Cómo se ejecuta el juicio de Dios?

El juicio de Dios es ejecutado en ciclos que caracterizan la vida de Israel en el libro de Jueces:

Los israelitas pecan al adorar a los «Baales y Aserás» (3:8)[2], violando el pacto y provocando la ira del Señor.
El Señor entrega a los israelitas en mano de sus enemigos.
Bajo la opresión de sus enemigos, los israelitas claman al Señor por liberación.
El Señor levanta un líder militar (un juez) para librarlos de su opresión (2:11–19). Todo va bien por un tiempo, pero cuando el juez muere y los israelitas olvidan la lección, se deslizan una vez más a la idolatría y todo el ciclo de aflicción se repite.
¿Cómo libera el Señor a la nación?

A través de jueces o caudillos militares. El primer juez mencionado es Otoniel, el hermano menor de Caleb (el hombre que fue la mano derecha de Josué). Debido a la apostasía de Israel, el Señor había «vendido» a la nación en manos de Cusán, un rey extranjero (3:7–11). Los israelitas sufren bajo su duro gobierno por ocho años. Luego ellos claman al Señor, quien levanta a Otoniel para librar a Israel del puño de Cusán. Después de eso, Israel goza de paz por cuarenta años, hasta que una vez más, «los israelitas hicieron lo que ofende al Señor…» (v. 12).

Jueces 3.12 Los Israelitas volvieron a hacer lo malo ante los ojos del Señor. Entonces el Señor fortaleció a Eglón, rey de Moab, contra Israel, porque habían hecho lo malo ante los ojos del Señor.

El ciclo de desobediencia continúa a lo largo del libro, pero el nivel de pecado empeora hasta que el patrón circular de desobediencia —opresión, arrepentimiento, liberación— se convierte en una caída en picada hacia el caos. Los jueces siguientes llegaron a estar también más y más viciados y los israelitas abrazaron el libertinaje, la violación y el asesinato (Jue 19). Al final, la nación es sumida en una guerra civil. Uno de los últimos jueces, Sansón, es en sí mismo una imagen de lo que su nación había llegado a ser: apartados para el servicio a Dios y fatalmente atraídos hacia al paganismo (Jue 13–16).

Sansón es un nazareo, un israelita que ha hecho un «voto de separación» para el Señor, de abstenerse de ciertas cosas (como el vino) por un período específico. Como señal de su separación, un nazareo se dejaría el pelo sin cortar. Las tres áreas prohibidas a los nazareos son la fertilidad (simbolizada por productos de la uva), la magia y el culto a la muerte —y estas eran las principales prácticas religiosas que los israelitas estaban tentados a adoptar de los cananitas. Así, la separación de un nazareo simboliza para todos los israelitas cómo debían vivir vidas santas, separados de estas prácticas paganas.

¿De que manera el ser como los cananeos trajo el desastre para la nación?

La separación y la santidad deberían ser las marcas de un hombre como Sansón, quien es nazareo de por vida (13:4–7)[3], y de hecho, Sansón logra grandes cosas para Dios al librar a los israelitas de los filisteos por medio de muchos actos de fuerza súper humana. Sin embargo, la propia vida de Sansón es un desastre. Se casa con una mujer filistea, se junta con prostitutas y al final es fatalmente atraído a otra mujer filistea, Dalila (Jue 16). Por medio de Dalila los filisteos descubren el secreto de la fuerza de Sansón, ¡su cabello! Cuando él duerme, Dalila corta su cabello y cuando despierta, su fuerza se ha ido. Los filisteos le arrancan los ojos y lo lanzan a prisión.

Pero el Señor le permite a Sansón vengarse de los filisteos. Durante una fiesta especial, los gobernantes filisteos celebran el poder de su dios Dagón sobre los israelitas (y por ende, sobre el Dios de los israelitas). Con el fin de entretenerlos, traen a Sansón y lo encadenan a los pilares del edificio. Para este tiempo su pelo ha crecido y su fuerza ha regresado; y en una última hazaña de fuerza, Sansón derriba el templo pagano sobre la multitud, terminando así su vida junto con la de ellos. «Fueron muchas más los que Sansón mató al morir, que los que había matado mientras vivía» (16:30). Este es un extraño epitafio y la compleja y muchas veces sórdida vida de Sansón simboliza lo que Israel había llegado a ser. Aun así, Dios usa la vida y muerte de Sansón para librar a Israel.

Conclusión.

El libro de Jueces comienza y termina con guerra. A su comienzo, la nación está envuelta en una guerra santa y al final del libro los israelitas están peleando unos contra otros. A lo largo de Jueces vemos una tendencia en los israelitas, en la que cada uno «hacía lo que le parecía mejor» (Jue 17:6; 21:25)[4], en lugar de conducirse en el camino de vida de Dios. Para la época de Sansón, incluso el gobernante de Israel no obedecía a ninguna autoridad superior más que a su propia voluntad corrupta. Israel lo tenía todo, pero había olvidado el estándar perfecto de la ley de Dios.

Aunque hay muchas lecciones para nosotros en esta parte del drama bíblico, quizá la más importante y la que la mayoría de nosotros debemos entender en la actualidad, es que la adoración a ídolos trae la ruina. Fuimos creados para adorar solamente a Dios. Al mirar hacia atrás, la fascinación de Israel con los ídolos de las culturas paganas que les rodeaban, podemos preguntarnos cómo pudieron ser tan tontos. Ellos tenían al Dios viviente, al Creador de los cielos y de la tierra, quien les había guiado milagrosamente fuera de la esclavitud, a través del mar y del desierto y del río. Dios había destruido fortalezas frente a sus ojos y les había dado un maravilloso hogar. Pero ellos prefirieron adorar pedazos de piedra, madera y bronce, los «dioses» que habían sido adorados en esa parte del mundo mucho antes de que Israel llegara allí.

Cierto, el dia de hoy ya no nos postramos ante ídolos de bronce, al menos no en occidente, pero si ante otros ídolos como el dinero, la belleza, los deportes, la fama y el sexo. Estos “dioses” de la actualidad han cautivado millones.

Craig Bartholomew


¿Qué aprendemos de Israel para nosotros hoy?

El apóstol Pedro describe a los seguidores de Jesucristo como «un pueblo escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios» (1 Pe 2:9). Luego él dice que aunque los discípulos de Jesús han llegado a ser el pueblo de Dios, ellos (¡nosotros!) no siempre fueron tal pueblo (2:10). Hemos seguido los caminos que otros han establecido. Esta es una clara indicación de por qué es tan importante para nosotros conocer, aquí y ahora, el relato del antiguo pueblo de Dios, Israel! No estamos solos delante de Dios en el tiempo y en el espacio, sino que estamos dentro de una historia y tradición; somos parte de un relato mayor que está en marcha.

Pedro no inventó esas maravillosas frases que usa para describir a los cristianos, sino que fueron usadas previamente en el Antiguo Testamento para describir al mismo pueblo cuyos orígenes hemos estado siguiendo (Ex 19:3–6). Tomará el resto de la narración el explicar completamente cómo su relato puede ser también nuestro relato, pero aquí hay un rápido adelanto:

Dios llama a Israel a ser modelo de lo que Él desea para la humanidad entera;
Los israelitas no pueden vivir de acuerdo al llamado de Dios debido a su pecado;
Jesús toma la misión de Israel, no solamente modelando la clase de vida que debía caracterizar al pueblo de Dios, sino también expiando el pecado que siempre estaba entre nosotros y Dios, por medio de su muerte y resurrección;
Jesús reúne una nueva comunidad que al final será verdaderamente el pueblo de Dios, porque su pecado es perdonado por medio de su sacrificio y sus vidas son llenas con su propio Espíritu.
Como somos diferentes a Israel?

Aquí, es donde nosotros entramos. Aunque somos muy diferentes del antiguo pueblo de Israel, es el mismo Dios el que nos llama. Debido a que compartimos el mismo llamado, el mismo propósito y la misma misión, la vida del antiguo Israel nos enseña, nos alerta, nos inspira y nos ayuda a vivir como el pueblo de Dios y a comprender sus caminos. Esta conexión entre el antiguo y el moderno pueblo de Dios, que abarca enormes distancias en el espacio y el tiempo, está implícita aún en las primeras historias bíblicas. Abraham fue llamado a tener una relación muy especial y personal con Dios y a disfrutar de la bendición de Dios en su propia vida, pero Dios también pretendía que estas bendiciones fluyeran a través de Abraham a otros que vendrían después. El propósito de Dios es restaurar la creación entera, no solo salvar un poquito de entre la destrucción de la rebelión humana.

De esta manera, Abraham y sus descendientes llegan a ser, por fe, aquellos a través de los cuales las bendiciones de Dios fluyen hacia la historia humana. Cada uno tiene una diferente experiencia de fe, Abraham lucha con creer, Isaac acepta con mansedumbre los preceptos de su padre, el independiente e ingenioso Jacob debe aprender a no depender de sus propios recursos, pero en cada caso es su confianza y creencia en las promesas de Dios lo que les lleva a una relación con Él y los llama a ser un canal de bendición para las naciones.

Como somos similares a Israel?

En el recordatorio de Génesis y en Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, llamado el Pentateuco, se puede ver la vida de toda una nación, un pueblo llamado a demostrar lo que Dios quiere para toda la humanidad. Israel es llamado a ser una nación cuya vida es tan atractiva que las otras naciones serán conducidas a ellos y luego hacia el único y verdadero Dios. Ellos son redimidos de la esclavitud por la intervención directa de Dios, unido a su amoroso Padre por medio de un pacto y favorecidos con la misma presencia de Dios en medio de ellos.

Aquellos de nosotros que seguimos a Jesús vemos más continuidad que rareza, entre las experiencias del antiguo Israel y las nuestras. También hemos sido redimidos, rescatados no de la esclavitud egipcia, sino de la esclavitud del pecado. Nosotros, también hemos entrado en un pacto con Dios, no el pacto del Sinaí que fue mediado por Moisés sino lo que Jesús llamó «el nuevo pacto en [su] sangre» (1 Co 11:25). En vez de un tabernáculo y una columna de nube para recordarnos la presencia de Dios en nuestras vidas, tenemos la presencia viva del Espíritu Santo con y entre nosotros. Si nosotros, que hemos llegado tan tarde al relato bíblico debemos comprender nuestro propio lugar en el plan de Dios para el mundo; si de hecho, debemos ser «un pueblo escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios», necesitamos entender con precisión este lenguaje de redención, de pacto y de presencia, y el manual para tal lenguaje es el Pentateuco.

Conclusión.

La incredulidad y la desobediencia del pueblo de Dios, descrita en Números traen el juicio de Dios y sirven como alerta al pueblo de Dios de la actualidad, a confiar y a obedecer (Heb 3:8–19). Deuteronomio tiene mucho que enseñarnos acerca de la vida en el pacto con Dios. Esta parte del relato nos muestra a Dios formando un pueblo, y ahora, nosotros somos parte de ese pueblo. Aun cuando el relato continúa, vemos que ellos fallan en su llamado. Solamente la obra de Jesús al conquistar el pecado que ha impregnado la vida de Israel, puede formar un pueblo fiel a este llamado. El relato de Israel nos enseña y nos advierte. ¿Cómo llevará a cabo la iglesia su llamado?

Mas artículos sobre el tema aquí. 

Mas artículos del autor aqui.

(Tanto el blog ‘Semper Reformanda’, como la Pagina de ‘Teología para vivir’ y los videos en Youtube, son producidos gracias a pequeñas donaciones de personas. Cualquier tipo de donación, por pequeña que sea, nos ayudara muchísimo a mantener el sitio web y seguir publicando, por favor. 

Craig G. Bartholomew






No hay comentarios: