"¿Acaso la noción metafísica -grosso modo, la noción de un agente inteligente, consciente y sensible- coincide con la noción moral -grosso modo, la noción de un agente que es responsable, que tiene tanto derechos como obligaciones? ¿O es tan sólo que el ser una persona en el sentido metafísico es una condición necesaria pero no suficiente para ser una persona en el sentido moral? ¿Acaso el ser una entidad a la que se le atribuyen estados de conciencia o autoconciencia es lo mismo que ser un fin-en-sí-mismo, o es solamente una condición previa? En la teoría de la justicia de Rawls, ¿debe contemplarse la derivación a partir de la posición original como una demostración de cómo las personas metafísicas pueden volverse personas morales, o debe contemplarse como una demostración de por qué las personas metafísicas tienen que ser personas morales? En terrenos meramente técnicos, esta distinción se desprende claramente; cuando declaramos demente a un hombre, dejamos de tratarlo como a un ser responsable y le negamos la mayor parte de los derechos, aun cuando nuestras interacciones con él no puedan virtualmente distinguirse de las interacciones personales normales, a menos que, en efecto, su demencia sea demasiado acentuada. Al parecer, tomando la palabra "persona" en un sentido particular, seguimos tratándolo y considerándolo como persona. Al inicio afirmé que es indudable que usted y yo somos personas. No me sería posible pensar -y mucho menos afirmar- que todos los lectores de este artículo están legalmente sanos y son moralmente responsables. Lo único que, si acaso, puede haber quedado fuera de dudas es que aquello a lo que se aludía correctamente con los pronombres personales "yo" y "usted" de la frase inicial, era una persona en el sentido metafísico."

Daniel Dennett
Condiciones de la cualidad de la persona




"Es complicado para los filósofos creyentes ser respetados por los filósofos ateos."


Daniel Clement Dennett


"Esa idea de las almas inmateriales, capaces de desafiar las leyes de la física, hace tiempo que quedó obsoleta gracias al avance de las ciencias naturales."

Daniel Clement Dennett


"Hay filósofos que entienden el significado de ciertas palabras hasta que apenas conservan algo de su sentido originario; llaman "Dios" a cualquier nebulosa abstracción que ellos mismos se forjaron, y entonces se presentan ante el mundo como deístas, creyentes en Dios, y pueden gloriarse de haber discernido un concepto superior, más puro, de Él, aunque su Dios sea apenas una sombra sin sustancia y haya dejado de ser la poderosa personalidad de la doctrina religiosa. Sigmund Freud, El porvenir de una ilusión.
William James ([1902], 1986:44) definió la religión como "los sentimientos, los actos y las experiencias de hombres particulares en soledad, en la medida en que se ejercitan en mantener una relación con lo que consideran la divinidad". Él no tendría ninguna dificultad en identificar a un creyente solitario como si fuera una persona con una religión; aparentemente, él mismo era un creyente de este estilo. El interés central en la experiencia religiosa individual y privada fue una elección táctica por parte de James. Pensó que los credos, los rituales, los atavíos y las jerarquías políticas de la religión "organizada" desviaban nuestra atención de la raíz del fenómeno, y si bien este camino táctico produjo maravillosos frutos, lo cierto es que James difícilmente podría negar que aquellos factores sociales y culturales afectaran inmensamente al contenido y a la estructura de la experiencia individual. Hoy día existen muchas razones para reemplazar el microscopio psicológico de James por un telescopio gran angular biológico y social, que permita observar los factores que moldean las experiencias y las acciones de las personas religiosas a lo largo de amplias extensiones, ya sea espaciales o temporales."

Daniel Dennett
Romper el hechizo. La religión como un fenómeno natural


"Nuestros sentidos del gusto y del olfato están fenomenológicamente acoplados, como también lo están nuestros sentidos del tacto y de la cinestesia, el sentido de la posición y el movimiento de nuestras extremidades y otras partes del cuerpo. «Sentimos» las cosas al tocarlas, agarrarlas o ejerciendo algún tipo de presión sobre ellas, pero las sensaciones conscientes resultantes, pese a que intuitivamente parecen ser «traducciones» directas de la estimulación de los receptores táctiles bajo nuestra piel, también son el producto de un elaborado proceso de integración de datos procedentes de muy distintas fuentes. Tápese los ojos y coja una varilla (un bolígrafo o un lápiz).
Toque algunas cosas a su alrededor con la vara y notará que puede distinguir las diferentes texturas de los objetos sin demasiado esfuerzo, como si su sistema nervioso tuviera sensores en la punta de la vara. Se precisa un pequeño esfuerzo para atender al modo en que se siente el palito entre nuestros dedos, a cómo vibra o a cómo vence el rozamiento al entrar en contacto con las diferentes superficies. Este intercambio entre la vara y los receptores táctiles (ayudado en muchos casos por sonidos casi imperceptibles) proporciona la información que el cerebro integra en un reconocimiento consciente de la textura del papel, el cartón, la lana o el cristal. Sin embargo, estos complejos procesos de integración distan mucho de ser transparentes a la conciencia; es decir, no nos damos cuenta —no podemos darnos cuenta— de cómo lo hacemos. Pongamos un caso aún más extremo, piense en cómo percibe usted que el firme de la carretera está resbaladizo por la presencia de una mancha de aceite bajo las ruedas de su coche en el momento de tomar una curva. El punto focal fenomenológico de contacto es aquel punto en que el neumático toca con el suelo, y no un punto del cuerpo de usted, sentado y vestido, o un punto en el asiento del coche o en sus manos enguantadas y agarradas al volante.
Ahora, sin destaparse los ojos, deje la varilla y haga que alguien le haga tocar objetos de porcelana, plástico, madera pulida y metal. Todos ellos son lisos y suaves al tacto, pero usted no encontrará ninguna dificultad en distinguirlos (y no porque usted posea receptores especializados para la porcelana o el plástico en las manos). La diferencia de conductividad del calor parece ser uno de los factores más importantes, pero no es esencial: le resultará bastante sorprendente la facilidad con que podrá usted distinguirlas diferentes superficies «sintiendo» sólo con la varilla. Esta posibilidad debe depender de vibraciones en la varilla o de diferencias indescriptibles —pero detectables— en los crujidos y chasquidos que se oyen. Sin embargo, es como si nuestras terminaciones nerviosas estuvieran en la varilla, porque percibimos las diferentes superficies en la punta de la varilla.
Consideremos ahora el oído, cuya fenomenología consta de todos aquellos sonidos que podemos percibir: música, palabras habladas, golpes/estallidos, silbidos, sirenas, gorjeos y chasquidos. Los teóricos que se ocupan del oído a menudo se sienten tentados de «poner a tocar a la pequeña orquesta en nuestra cabeza». Esto es un error, y para estar seguros de que lo identificaremos y lo evitaremos, quisiera ilustrarlo con la ayuda de un pequeño cuento."

Daniel Dennett
La conciencia explicada



"Puede que no exista una prueba objetiva para distinguir un robot inteligente de una persona consciente. Ahora podemos elegir: o te aferras al problema difícil, o meneas la cabeza con admiración y te desentiendes de él. Desentiéndete."

Daniel Dennett
Tomada del libro El Futuro de Nuestra Mente de Michio Kaku, página 306



"Tradicionalmente, los sabios, en sus torres de marfil, no se han preocupado demasiado de la responsabilidad que les pueda corresponder por el impacto ambiental de su obra. Las leyes contra la difamación y la calumnia, por ejemplo, no eximen a nadie, pero fuera de estos casos la mayoría de nosotros -incluidos los científicos de la mayoría de los campos- no acostumbramos a hacer declaraciones que puedan causar daño a otros, aunque sea indirectamente. Este hecho se manifiesta claramente en lo ridícula que nos parece la idea de un seguro profesional para críticos literarios, filósofos, matemáticos, historiadores y cosmólogos. ¿Qué podría hacer un matemático o un crítico literario, en el cumplimiento de sus deberes profesionales, para que pudiera necesitar la red de protección de un seguro profesional? Podría ponerle accidentalmente la zancadilla a un alumno en el corredor o se le podría caer un libro sobre la cabeza de alguien, pero aparte de estos daños colaterales más bien rebuscados, nuestras actividades son el paradigma de la inocuidad. O eso es lo que uno pensaría. Pero en aquellos campos en los que hay más en juego —y de forma más directa— existe una larga tradición que propugna la observación de una prudencia y un cuidado especiales para asegurar que no se produzca ningún daño (tal como profesa explícitamente el Juramento Hipocrático). Los ingenieros, conscientes de que la seguridad de miles de personas depende del puente que ellos diseñan, realizan pruebas especiales en condiciones predeterminadas dirigidas a garantizar la seguridad de sus diseños, de acuerdo con todos los conocimientos actuales. Cuando los académicos aspiramos a tener mayor impacto en el mundo «real» (y no sólo en el «académico»), debemos adoptar los mismos hábitos y actitudes que rigen en las disciplinas de orientación más práctica. Debemos asumir la responsabilidad de lo que decimos y reconocer que nuestras palabras, en caso de que alguien las crea, pueden tener profundos efectos, para bien o para mal.
No sólo eso. Debemos reconocer que nuestras palabras pueden ser malinterpretadas y que somos hasta cierto punto tan responsables de los malentendidos probables de lo que decimos como de los efectos «propios» de nuestras palabras. Se trata de un principio familiar: el ingeniero que diseña un producto potencialmente peligroso, en caso de uso indebido, es tan responsable de los efectos del uso indebido como de los efectos del uso debido, y debe hacer todo cuanto sea necesario para evitar usos peligrosos del producto por parte de personas inexpertas. Nuestra primera responsabilidad es decir la verdad hasta donde seamos capaces de hacerlo, pero no hay bastante con eso. La verdad puede ser dolorosa, sobre todo si la gente no la interpreta bien, y cualquier académico que piense que la verdad es una defensa suficiente para cualquier aserción seguramente no ha reflexionado lo suficiente sobre algunos de sus posibles efectos."

Daniel Dennett
La evolución de la libertad



“Uno de los modos de formular esta pregunta (la forma en que yo suelo pensar en ello) no es ‘¿cómo llegaron los santos, las amebas y luego los monos a nosotros?’, sino ‘¿ cómo podríamos hacer en algún momento un autómata consciente en el mundo, cómo podríamos hacer un robot consciente?’... La respuesta creo que no se encuentra en las hipótesis sobre el ‘hardware’ en particular, sino en el ‘software’.”

Daniel Clement Dennett





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