Infarto

¡Oh! pareces el grillo de la voz tan doliente
que corre sobre arena tenebrosa y desierta,
catarata de voces, emociones fallidas,
como trágica nota de oraciones confusas.

Parece que persigues lo que nunca se alcanza
y te pierdes lozana en la noche desierta.
Tu conjunto armonioso de esperanzas fallidas
parece que ahora alcanza la negrura del limbo.

Me pareces desierta, no hay canción en tu pecho,
no hay calor en tu cuerpo, ni ternura en tus labios.
Eres nívea violeta de los campos perdidos,
eres ángel de luces al compás de tu muerte.

Ya no se escucha el timbre de tu voz melodiosa,
ya no veo tus ojos y contemplo tu muerte.
¡Oh! torrente de perlas en canción desmedida,
porque calla la fuente su compás de gemidos
para que un cuerpo virgen se deshoje en latidos.

¡Oh! divina violeta de los campos perdidos,
ayer nació tu vida, ahora llegó tu muerte,
por fin cesó en tu pecho el martillo salvaje
y tu blondo cabello me parece doliente,
y aquel reloj que marca ese espacio de tiempo
que se lo llama vida mientras llega la muerte,
también se ha detenido llorando por tu suerte.

Ayer vieron mis ojos nacer un cuerpo albo,
y ahora esos mismos ojos contemplan negra muerte.
¡Oh! juventud tronchada, azucena de armiño,
ayer con tu sonrisa como flor te ofrecías
cual perfume sediento de deseos ocultos;
hoy tu cuerpo sin forma yace en blanco sepulcro.

¡Oh! obstáculo de siempre que acabas con la vida,
nublaste mi camino, dame también la muerte,
convulsiones de espanto, galopar de sonidos,
esfuerzo amargo y triste cual un final latido.

¡Oh! compulsión de rostro, ojos nublados, yertos,
¡oh! dedos encrespados cual gaviotas heridas,
¡oh! sublime obsesión de obsesiones perdidas...
eras tu la esperanza de ilusiones fallidas.

 Alfonso del Granado

"... la Iglesia se opone ―con justificada razón―, a lo que es muerte. La fecundación en probeta es vida. Es la concreción del sueño de muchas parejas que anhelan tener una familia estable y con hijos y que por causas físicas no pueden realizar ese sueño... Este método enmienda los errores de la Madre Naturaleza..."

 Alfonso del Granado


Las poesía y la medicina

En Occidente, la lírica ha nacido uncida al culto de la muerte. La primera colección de poemas líricos que se conoce en esta tradición es una antología (anthos: flor. logia: colección) de epitafios ateniense que resumen los hechos y virtudes del ciudadano ido. Como bálsamo o como antídoto, los poetas han escrito frente a la piedra fría de lo irremediable. Así Orfeo, el héroe lírico por excelencia del mito griego, conmueve con su canto a la naturaleza inánime que lo circunda cuando ya no puede rescatar a Eurídice del Hades. Su lira, desplazándose, anima a las piedras, pero no logrará rescatar a la amada de debajo de la tierra.

Así como Cicerón -pensando en Sócrates- estimaba que el filósofo era aquel hombre virtuoso cuyo cuerpo de estudio es la muerte, una poderosa tradición, acompañada, también, por varios doctores de la Iglesia ha establecido a la poesía como remedium intellectus y al poeta humanista como «un médico para todos los hombres». La poesía, tradicionalmente, ha sido el gran argumento contra la muerte, quedando suspendida en el abismo de la fosa, ya para suplementar al héroe épico o trágico con un fama imperecedera, ya para estirar al mismo escritor más allá de sus propias cenizas y dar sentido a su fragmentación y dispersión finales en el manojo de palabras que -en la Modernidad- lo conocen por Autor.

No es del todo arriesgado sostener que en lírica (más allá de la intensidad abismal del coito y de la famosa dicotomía Eros-Thanatos), el amor constituye un tropo que permite eclipsar o ritualizar eficazmente la paradoja de lo que ha dejado de ser, la instancia de lo que se ha muerto. La felicísima traducción quevediana de la elegía de Propercio, en la que el poeta mesmeriza el polvo con el veredicto de «polvo será, mas polvo enamorado» es un mojón apenas de este largo trayecto encantatorio que conoce, más recientemente, momentos como la meticulosa putrefacción de la carroña baudelaireana o el poema a la amada de Fernández Moreno, en el que la voz lírica se detiene celebratoriamente en los detalles más nimios y más perecederos de la amada: sus nervaduras, sus epiplones y espiroquetas. Es la palabra que, como el canto de Orfeo, se lanza a dar un soplo vital a lo que es mecánico o está fatalmente yerto.

La medicina puede ser paradojalmente entendida como un avatar de la muerte. El juramento de todo legatorio de Hipócrates la invoca para negarla. Curar es denegar la muerte, y ejercer la medicina, a la vez, recordarla. Indagar en los arcanos de lo que vive es, a un tiempo, darle un nombre innumerable y puntual a las distintas máscaras de la muerte. La historia literaria conoce de médicos famosos; piénsese en Rabelais o Descartes, o en Keats, quien quiso ser médico pero se limitó a escribir poesía cuando lo atrapara la misma tuberculosis que se llevara a su madre y a su hermano y que finalmente habría de llevarlo a él. Rabelais celebró la vida, pero Asunción Silva fue a visitar a su amigo médico para que le marcara con yodo el círculo del corazón que el poeta terminó de abrirse con un balazo. Su médico le dio una medida a su muerte.

 Alfonso del Granado


Poema de la muerte

Una ilusión pasó rasgando el tiempo,
y en la negrura yerta de una noche de invierno,
sentí dos manos frías sobre mi sien sombría,
un murmullo de voces y gemidos
que más que locos cantos parecían quejidos.

Una vela que ardía trocó su luz en sombra,
y era esa sombra, sombra del amor y la vida.
Y la ventana vieja de la casona mía, se abrió pesadamente.

Yo me hallaba confuso y el frío me mataba,
mas de repente alzando mi voz acrisolada,
con la negrura bruna de esa noche de sombra,
pregunté quedamente si era mi dulce amada
y esa sombra en la noche ya no me dijo nada.

La forma se acercaba despacio a mi aposento,
era una bella dama, mi luz, mi pensamiento,
y sus labios reían cual pálidas violetas.
Oí que aquella sombra despacio susurraba,
«Yo soy tu amante, amado, que entró por la ventana.
Para dormir contigo mi noche está estrellada».

Vi sus pálidos muslos, reflejo de la luna,
vi su vientre cautivo con su pubis de nácar,
vi la albura en sus pechos, y en su forma una estatua.
Se movió quedamente ingresando a mi lecho,
sentí el calor divino de aquel cuerpo que mata,
y bebí de sus labios fuego de amor prohibido.

La amé un momento y nada cambió su faz de cera,
la hice mía en la noche y ella no dijo nada.
Mas sentí que su cuerpo perdía su armonía,
y su carne de flores, en huesos se tornaba,
y en su boca, cual rosa, la sonrisa brotaba.

Era la muerte, amigos, que pernoctó conmigo,
y esa noche de sombras sutil y misteriosa
huía con la dama que pernoctó conmigo,
aquel azul camino, fugaz, cual mi destino.

 Alfonso del Granado


Poema del amor

Una mano pase sobre aquel vientre
modelando sus líneas y figura,
poco a poco esculpí su gracia pura
llegando al fondo sacro de su fuente.

Mis ansias escapaban locamente
de la armonía de su cuerpo frágil
y de su pubis, nívea melodía,
emergían las notas de su canto.

Mis deseos bajaban lentamente
y con ellos su sexo palpitaba.
Mas llegando al volcán de su cintura,
sentí que sus dos labios me besaban,
y rasgando el capullo de la vida
mi mano entre sus piernas suspiraba.

Era una virgen morena y dolorida,
y mis dedos salvajes la violaban.

Un húmedo calor de primavera
emergía del fondo de su tierra
y aquél néctar de virgen anhelante
embriagaba de amores el ambiente.

Musitaba palabras trasnochadas
y sus ojos sedientos me llamaban
como agua cristalina en el desierto.
Y aquella virgen dulce y suplicante
sería mía como yo del tiempo.

Nuestros ojos de nuevo se cruzaron
y anhelantes los cuerpos se buscaban.
La contemplé de nuevo suavemente
y sus ansias de amar me arrebataban.
Yo estaba ciego y ella ante mis ojos
se deshojó en mil pétalos de rosa.

Su cuerpo se mecía tiernamente
y sus olas sin fin me trastornaban.
Yo era una frágil barca que bogaba
y ella la mar azul que permitía
en medio de borrasca tenebrosa
anclar en aquél puerto majestuoso.

Y al contemplar la estrella rutilante
que, cual faro de amor, me socorría,
caí sobre la virgen anhelante
como un rayo de fuego que desgarra
la recóndita gruta del pecado.

Y en medio de sollozos, yo exploraba
aquella selva virgen desflorada.

 Alfonso del Granado


Rocío

Quisiera ser rocío del relente
para colmar tus ansias de ternura,
quisiera ser, la fuente de agua pura,
para darte de beber mi agua ardiente.

Quisiera ser el Halo del poniente
para nimbar de ensueños tu figura,
y ser también, los brazos del torrente,
para estrechar en ellos tu cintura.

Quisiera ser tu vida y ser tu muerte,
y fecundar tu fosa con mis huesos,
porque vencí al destino con mi suerte.

Pues vi en tus pechos, de combadas lomas,
dos pezones piando por mis besos
y una blanca nevada de palomas.

Félix Alfonso del Granado Anaya











No hay comentarios: