La hija del alcaide del castillo de Soria

De la media noche al filo,
apoyada en el alfeizar
de puro estilo románico,
que embellece una ventana
de un histórico Castillo,
que en Soria, la vieja, se alza
y canta cien aventuras
y miles recuerdos guarda,
abatida y ojerosa
por vigilias continuadas,
está una joven doncella
de ilustre y recia prosapia.

No la acompañan lacayos,
ni damas hacen la guardia;
la sobran sus pensamientos
y la imagen adorada
del que lleva ella prendido
entre los pliegues del alma ...

Frente por frente al Castillo
en que solloza esta dama
hija de Beltrán de Heril,
Alcaide que a Soria guarda,
y en lides miles vio rota
y añicos hecha su adarga,
en defensa de sus lares
de su Rey y de la Patria,
una lucecilla tenue
de formas las más extrañas,
que ora brilla, ora reluce,
que se enciende, que se apaga
sus resplandores dirige
en dirección de la dama.

A poco, un doncel apuesto,
vestido de cota y malla,
de peregrina hermosura
que su semblante realza,
acércase cauteloso
al pie del romano alfeizar,
donde la joven suspira
y se resbalan sus lágrimas.

Es el Infante Don Juan
de más que ilustre prosapia,
Hijo de Don Pedro el Cruel,
a quien tiene aprisionada
la belleza de esta joven
que, para otro, ella, fiel, guarda;
y murmurando a su oído
de amor fino endechas varias,
la informa del fuego sacro
que se alimenta en su alma ...

No la convencen suspiros,
ni del Infante las lágrimas,
ni de su alcurnia lo noble,
ni de su escudo las armas,
que tiene su corazón
uno de Soria, a quien ama.
¡Antes muerta que rendida,
como muriera Numancia!

* * *
Y cuentan que el tal Infante,
según tradición Soriana,
murió a impulsos del amor
que a la joven profesaba
y su momia se ve aún,
en una arqueta cerrada,
de madera muy valiosa,
en la Insigne Colegiata,
do de Aragón y Castilla
los escudos se entrelazan.

Agapito Alpanseque Blanco


La revolución

Odio en el pecho y en la mano tea,
por cetro el vil puñal, y por corona
ese ateísmo atroz de que blasona
con voces de chacal su infiel ralea...

Por banderín un trapo en que campea,
con sonrisa entre pérfida y burlona
la silueta de impúdica matrona
guiando al monstruo en la brutal pelea...

¿Quién habrá, quién, que a su impiedad se oponga,
y al ver la ruina de la Patria exponga
el pecho al golpe de infernal venablo?

¡No será el neutro, no, quien se decida,
bien hallado a poner toda su vida
al Señor una vela y otra al diablo!

Agapito Alpanseque Blanco














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