La Serenata de Schubert

A Max Henríquez Ureña

Las notas del pesar hirió el artista,
y al doliente gemir del oceano
su música divina habló a mi alma
ese lenguaje trágico
que en noche triste hablaron al poeta
la virgen muerta y el callado piano.

Sollozaban las notas en el éter.
En mi alma el dolor siempre vibrante
sólo espera que un eco lo despierte
y ese eco fue tu piano; delirante
lo sentí palpitar, clavar su garra,
que el poder del artista es siempre grande:
él sólo puede dominar las almas
y en ellas despertar negros pesares.

De una ilusión perdida cada nota
semejaba, al vibrar, la despedida;
y al continuo surgir de amores muertos,
de mi propio dolor compadecida,
parecióme mi vida un gran desierto
mi alma una tumba solitaria,
un páramo sin luz donde el Ensueño
al rudo batallar quebró sus alas,
un sepulcro muy frío y muy oscuro
en donde muerto el Ideal estaba.

Y tú sufrías también; en cada nota
una queja de tu alma se exhalaba:
era el dolor que en flores de armonía
sobre el blanco marfil se deslizaba.
No sé qué ocultas penas,
con tu música mística expresabas,
mientras el mar gimiendo allá a lo lejos
con dolientes murmullos contestaba.

Yo sólo sé que tu dolor tan grande
me pareció de mi dolor hermano,
cuando hablaste a mi alma aquella noche
ese lenguaje trágico,
que en hora triste hablaron el poeta
la virgen muerta y el callado piano...

Altagracia Saviñón


Mi pena negra

La pena tan negra que habita en mi alma
Y eterna ensombrece mi dicha y mí bien,
No tiene remedio consuelo ni calma
Sus flechas y espinas coronan mi sien.
No anhelo laureles ni glorias persigo
si vibra en mi lira canción funeral,
yo canto la pena que vive conmigo
mi fiel compañera, mi amiga fatal.
Me llamas “poetisa de la musa triste”
y siempre anhelo saber el porqué,
también yo lo ignoro, la pena que viste
de negro mi estrofa, quebranta mi fe.
Será el atavismo de seres ya muertos
que siempre vivieron sin dicha ni amor
que imprimió en mi frente sus ósculos yertos
bebiendo en su sangre, tristeza y dolor.
No vibra mi verso, si pena no canta
mi lira enmudece si calma el dolor,
y quiere la pena que oculta quebranta
si inspira mi musa un verso de amor.
Y ahora tierna amiga que nunca supiste
la causa terrible ni el duelo porqué,
me llamas “Poetisa de la musa triste”
ya sabes la causa que siempre oculté.
Si bien la conoces comparto contigo
mi duelo tan negro, tan negro y tan fiel,
bebamos en copa de ajenjo o de vino
no importa lo amargo si brindo por él.
Si fuera un veneno debo mi destino
y aunque el labios apure acíbar o miel,
cantemos mi verso, sarcástico y cruel.

Altagracia Saviñón


Mi vaso verde

Mi vaso glauco, pálido y amado,
donde guardo mis flores predilectas,
tiene el color de las marinas algas,
tiene el color de la esperanza muerta...

Las flores tristes, las dolientes flores
en el agua del vaso se refrescan,
y bañan sus corolas pensativas
en una blanca idealidad de perlas.

Y luego se van lejos... se marchitan
abandonadas, pálidas, enfermas,
muy lejos del cariño de ese vaso
que es del color de la esperanza muerta.

Y cuando sola, pensativa, herida
por la eterna nostalgia,
siento un perfume triste, moribundo,
que llega hasta mi alma...
pienso en mis pobres flores, las marchitas,
las enfermas, dolientes y olvidadas,
que antes de marchitarse se despiden
tristísimas y trágicas
de ese vaso de pálidos reflejos
que es del color de las marinas algas...

Altagracia Saviñón









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