Supongamos este escenario hipotético: nos invaden unos extraterrestres, poseedores de una cultura superior, entre otras cosas en su tecnología, su lenguaje y su armamento. Nos dominan. Descubren que la sangre de ciertas especies, entre ellas la nuestra, les resulta un alimento magnífico. Nos enjaulan para sacarnos sangre de vez en cuando. Se desarrolla este diálogo entre dos extraterrestres, un investigador y un filósofo:

I: Ciertos individuos muestran señales que parecen expresar sufrimiento. A veces pienso si será ético el trato que les damos.
F: ¿Ético? Hazme caso, que de esto sé mucho: el trato que damos a las cosas no es cuestión de ética, sino de estética. Si te sientes mejor, puedes pedir que limpien con más frecuencia las manchas de sangre en las jaulas (aunque ello supondría un aumento de los gastos que no sé si el estado puede asumir).
I: Pero, Maestro, ¿la Ética no trata de las conductas racionalmente defendibles?
F: Justamente, y las conductas racionalmente defendibles son las que nos benefician a nosotros, independientemente de cuáles sean sus efectos en las cosas. “Nosotros” somos yo y todos los demás con quienes me conviene ponerme de acuerdo, pues de lo contrario podrían hacerme daño.
I: ¿Y en ese “nosotros” están incluidos nuestros recién nacidos y nuestros incapacitados por accidente o enfermedad?
F: Sí, porque aunque de momento no pueden hacerme daño, tal vez puedan en el futuro. E incluso aunque no puedan, sí pueden hacérmelo sus parientes y amigos.
I: Si eso es así, los terrícolas de quienes alguno de nosotros se haga amigo, y a los que esté dispuesto a defender con violencia, pasarán a ser objeto de la Ética.
F: No, porque, ahora que me acuerdo, para ser objeto de la Ética también hace falta formar parte de una especie axiológica y poseer lenguaje.
I: ¿Por qué?
F: Por definición.
I: ¿Por qué definición?
F: Por la mía.
I: Maestro, sólo los individuos, y no las especies, pueden ser “axiológicos”; y algunos terrícolas poseen lenguaje.
F: ¡Qué ingenuidad! Digamos que tienen, como mucho, cierta capacidad de expresión, pero no un “verdadero lenguaje”.
I: Según mis investigaciones, algunos terrícolas pueden llegar a comunicarnos ideas mediante símbolos convencionales. Si me acompaña al laboratorio, puede usted verlo con sus propios ojos.
F: ¿De qué serviría ver a los animales? Sería mucho más fácil seguir siendo objetivo si no me dejo influir por ellos.

La situación hipotética que acabo de describir muy brevemente no se diferencia de forma importante de la realidad actual del Planeta Tierra, salvo en que en la primera los seres humanos seríamos víctimas, y en la segunda somos (al menos la mayoría) los verdugos.



Normalmente, cuando a un animal no humano le conviene, en conjunto, ejercer dominación sobre otro (matarlo, robarle, violarlo, esclavizarlo, restringirle su acceso a recursos, dañarlo para recordarle quién manda, etc.) y puede hacerlo, lo hace, sin más. Normalmente, cuando a un ser humano le conviene, en conjunto, ejercer dominación sobre otro y puede hacerlo, lo hace, aunque suele hacer algo más: justificar esa dominación.
La humana es una especie en la que es muy importante la visión o las creencias que tienen los demás de lo que uno hace o es. De ahí proviene la tendencia de los humanos con lenguaje a dar explicaciones sobre su conducta, a petición de otros o incluso por propia iniciativa. Esas explicaciones sirven a las personas para dar de sí mismas la mejor imagen posible, es decir, la más conveniente (no la más realista). Eso sí, conviene que las explicaciones sean creíbles, porque es perjudicial ser considerado mentiroso o fantasioso. Para que una explicación sea creíble no hace falta que sea realista: hace falta que sea compatible con las creencias de los destinatarios. Si es creíble, será realista en la misma medida en que sean realistas esas creencias.
Así, solemos hacer relatos sesgados de los hechos, decir que nuestras intenciones fueron muy altruistas, etc. Para estos y otros engaños, es útil el autoengaño.
Cuando la conducta que se explica “pertenece al campo de la moralidad”, es decir, cuando la conducta afecta a los intereses de otros componentes del grupo, a la explicación se le puede llamar justificación. El objetivo de la justificación es convencer a los demás, o a quienes puedan juzgar la conducta, de que la conducta es buena para los demás y merece recompensa, o como mínimo que no es mala y no merece castigo.
En algún momento, las ideas más o menos comunes sobre la moralidad se plasmaron en normas explícitas, primero orales y después escritas. Dada la inevitable falta de concreción de las normas, un buen engañador puede con facilidad hacer pasar una misma conducta por justa (acorde a las normas) o injusta (desacorde) según convenga. De quienes intentan hacerlo pero no les sale bien y se les nota se dice que tienen doble moral.
La dominación dentro del grupo es, por supuesto, una cuestión moral. Normalmente, cada persona trata continuamente de hacer creer y de creer ella misma que la dominación que ejerce es justa y que la que sufre es injusta. En esto tiene importancia el rango o posición jerárquica, al que están asociados parte de los derechos, y a la defensa de ese rango está ligada la defensa de la autoestima y de la superioridad.
La dominación sobre individuos de fuera del grupo, en cambio, no solía ser una cuestión moral, porque las normas morales se hacen en principio para favorecerse a uno mismo o al grupo propio, en competencia y a expensas si hace falta de los individuos de fuera del grupo. Por tanto esta dominación, en principio, no requiere justificación: a la mayoría de los seres humanos que la ejercen o ejercieron probablemente nunca se les ha ocurrido siquiera que la pudiera requerir.
En tiempos recientes se han tendido a aplicar las normas morales, o al menos se ha tendido a decir que se deben aplicar, a grupos y clases cada vez más grandes, hasta ser incluso la Humanidad entera la clase de referencia, por ejemplo para algunas religiones. Algunos también han intentado basar las normas morales y las leyes no en lo que convenga a quienes las promueven o imponen, sino en la razón. Sin embargo, la evolución biológica no es tan rápida como la cultural, y como nuestro ambiente ha cambiado pero nuestros genes siguen siendo más o menos los mismos, seguimos siendo mayoritariamente grupales y clasistas, queriendo dominar siempre que podemos y asociando superioridad en “méritos” a superioridad en derechos y a derecho de dominación. Cuando las circunstancias históricas crean una “oportunidad de negocio” que requiere la dominación de unos grupos humanos por otros, se engaña para ajustar esa dominación a la nueva “moralidad universal”. Esto ocurre continuamente, aunque la trata de negros y el trato a los indígenas colonizados son ejemplos especialmente claros.
La supuesta moralidad “universal” de algunas de las religiones más importantes y de muchas personas, religiosas o no, está restringida a los seres humanos actuales. La dominación de los animales, por tanto, sigue sin requerir justificación, normalmente, del mismo modo que el daño a los bienes comunes que constituirán probablemente los recursos de las generaciones humanas futuras. Tales conductas sólo se tendrán por asuntos morales que requieran justificación cuando muchos seres humanos lo exijan.
Otra cosa es la justificación ética (racional) de la dominación. Salvo excepciones intranscendentes (como la de un masoquista que quiera ser dominado), ninguna dominación y ninguna desigualdad en derechos pueden ser justificadas como una consecuencia lógica del razonamiento, a no ser que se parta de la premisa de que es razonable (y ético) hacer lo que a uno le conviene. Pero en ese caso la justificación sobra, a no ser que se quiera engañar disfrazando esa cruda premisa con palabrería. Intentar hacer creer que los seres humanos no ejercemos la dominación sólo porque nos convenga sino porque “nos asiste la razón/ética” es, simplemente, engañar. Si este engaño, igual que, por ejemplo, los que justificaban la trata, es creíble y perdura, lo es sólo porque la mayoría de los que lo juzgan están igualmente interesados en creerlo y han conseguido tener un conjunto de creencias en mayor o menor medida engañosas (“somos especiales y superiores”, etc.) que lo apoyan y le dan apariencia de verdad.

Según una encuesta hecha en el año 2005 y citada por Bloom y Weisberg (2007), el 42% de los que contestaron afirmaron creer que los humanos y otros animales han existido en su forma actual desde el principio del tiempo. La encuesta se hizo en los Estados Unidos, cuyos ciudadanos se oponen más a la teoría de la evolución que los de la mayoría de los demás países “occidentales”: en el año 2005, de entre 31 países europeos más Turquía, Estados Unidos y Japón, sólo en Turquía era menor que en los Estados Unidos el porcentaje de los encuestados que consideró cierta la afirmación “Los seres humanos tal como los conocemos se desarrollaron a partir de especies anteriores de animales” (Miller y otros, 2006). Tal vez lo anterior tenga relación con el hecho de que los Estados Unidos sean actualmente la nación más poderosa del planeta.
La teoría de la evolución por selección natural ayuda a explicar muchas cosas. Entre otras, el poco interés de la mayoría de la gente por dicha teoría. Ese poco interés proviene en parte de que, para la mayoría de la gente, esa teoría es perjudicial. Es perjudicial porque explica la evolución como algo normalmente gradual, y este gradualismo implica continuidad: continuidad entre unos y otros productos de la evolución, y por tanto continuidad entre unas y otras especies, así como entre unos y otros grupos de seres humanos. Conocer esta continuidad dificulta el muy beneficioso engaño de que hay una frontera entre nosotros, los que tenemos derechos, y ellos, los que no los tienen, salvo si les hacemos la merced de regalarles algunos. Lo dificulta sobre todo para quienes pretenden creer o hacer creer que forman parte de sociedades cuyas normas se basan en la razón.
Además, si la teoría puede ayudarnos mucho a conocernos mejor, pero al conocernos mejor vemos que no somos tan guapos y simpáticos como pensábamos, la teoría no nos conviene, porque rebaja nuestra imagen, de la cual depende en parte nuestro bienestar psíquico (debido, en última instancia, a que de nuestra imagen depende en parte nuestra capacidad para exigir y defender derechos, incluido el derecho de dominación). Según Alexander (2007, p.31): “En todo el universo, la única cosa que literalmente preferiríamos que no se entendiese bien es la conducta humana”. (Aunque según él, esto no es debido a que tengamos miedo a conocernos a nosotros mismos, sino a que tenemos miedo a que otros nos conozcan bien.)
Sommer (1995, p.217) también reconoce, tímidamente, que la biología evolutiva conduce al conocimiento de que el autoengaño sirve para engañar mejor, y las consecuencias “éticas” que tiene esto, y se pregunta si está justificado divulgar ese conocimiento: “Esta teoría de la biología evolutiva moderna es como un jarro de agua fría y representa una verdad realmente triste de la omnipresencia de la mentira. ¿Para qué contribuir a esta desilusión, dado que la vida ya es bastante dura de por sí?”. (Supongo que con “la vida” quiere decir “la vida de los de mi especie”, no la vida de todos los seres vivos).
La respuesta que doy a esa pregunta es: para disminuir el sufrimiento. Una ilusión con la que se engañan muchos seres humanos, la de que son maravillosos y “superiores”, les sirve para sostener la dominación sobre otros. Entre seres humanos del mismo grupo, el que la mentira y el engaño sean normalmente inmorales tiene relación con que a menudo son globalmente perjudiciales, es decir, el beneficio para los autores del engaño es menor que el perjuicio para los engañados. Por tanto desenmascarar y dificultar los engaños es globalmente beneficioso, salvo si ello tiene costes adicionales suficientemente altos.
Pero cuando dificultar el engaño tiene sin duda más beneficios, en felicidad global, que costes, es cuando la mayoría de los individuos de un grupo muy poderoso dominan por la fuerza a los de otros grupos, y comparten engaños y autoengaños que facilitan la persistencia y la dureza de la dominación. Esta situación se da por ejemplo entre algunos grupos humanos diferenciados por su nacionalidad, se dio en el pasado mucho más claramente entre grupos humanos diferenciados por su “raza”, y se dio y sigue dando aún más claramente entre la especie humana y las demás. En esta situación, dado que la dominación de los individuos de fuera del grupo no es una conducta inmoral que pueda ser castigada, dicha dominación puede no tener límites. (Por ejemplo, a muchas personas les gusta utilizar prendas hechas con pieles de foca u otros animales, sin que parezca importarles si cierta proporción de las pieles les han sido arrancadas estando éstos aún vivos.)
Si mucha gente comparte la convicción de que el universo está formado por personas y por cosas (todo lo demás) y que sólo las primeras son importantes, muchas personas estarán dispuestas a realizar cualquier conducta que genere una ganancia para las personas, por pequeña que sea, a costa del sufrimiento de las “cosas”, por grande que sea. Justificar la dominación ayuda a que persista este tipo de conductas. Y para quien sea sensible al sufrimiento, también al de las “cosas”, es difícil callar que la justificación de la dominación está construida con engaños.

José Luis Cortizo Amaro
Evolución, autoengaño, clasismo y dominación




































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