1

Día a día iniciamos el boceto
que corresponde a nuestra vida
y día a día como una visión que se desvanece
queda sin terminar
Nuestro propio afán lo borra la vida
El hechizo que por un momento nos sostuvo
ya no cabe en el recuento de un nuevo comienzo
y la aventura de cada día obliga a continuar
y no sabemos en qué momento
(cuando todo se escurre entre los dedos)
ganamos la carga de un cielo o un infierno

Y en eso va

2

Hasta aquí y sólo hasta aquí te trajo
tu manoteo de ahogado
La gesta que tú dirimías a cambio de nada
El vano comercio de tus ilusiones y nostalgias
La fábula aún sin forma de tus dones

Qué pronto te dejó la vida a su vera
qué rápido pasó su esplendor
qué fácil te hizo un sobreviviente

¿Un sobreviviente?

Es la vida que pasa la que te hace la distinción

3

Nos esforzamos pero cada día nos deja
con las manos vacías
Lo que no más ayer nos ofrecía un sentido
hoy lo perdemos
Si una vez vino el amor
¿quién sabe cuándo vuelve?

Diario es el combate en que
invariablemente somos vencidos
Nuestro cuerpo tasajeado es el propio trofeo
Nuestra escudilla vacía
Y en la tribuna no se da aún la señal de perdón

Y a nadie más parece interesar el espectáculo

Elkín Restrepo



"Aunque hay algunos que permanecen, los poetas que leo y me gustan cambian con el tiempo. No soy, para mi mal, de los que tienen libros Biblia. Aunque no me sería fácil desprenderme, digamos, de Homero, Ovidio, Cavafis, Neruda, Whitman, Perse, Jaime Jaramillo Escobar o León de Greiff, para citar unos cuantos, lo cierto es que, llegado el caso,  los cambiaría por un plato de lentejas. Así es de mudable el alma humana."

Elkín Restrepo


Composición

Las usuales cosas de siempre.

Nadie daría un peso por ellas.

Su brillo de latón
ahogado en el trivial
episodio de cada día.

El beso que hoy sumamos
al beso de ayer.

Su inhumano porvenir.

La loza que se acumula
en el fregadero.

El rosedal
que cunde en el jardín
opaco.

Nadie hablaría aquí
de salvación.

Y sin embargo
son ellas,
las usuales cosas,

el beso, el fregadero,
el jardín,

los sueños
que apenas te llevan
a alguna parte,

las que
en su destello,
en su paciente desventura,

elevan al cielo
el coro

que hace volver la cabeza
a los mismos ángeles.

Como una pequeña escultura
desenterrada
y devuelta a su nicho en el templo.

De una perfección
que asombra en estos tiempos,
y que obliga a pensar
en el dominio del material
por su artífice,

en su musa inspiradora.

En la maleable amalgama
que con mármol y piedras
de un color siempre vivo,
conformó y dió un soplo
a lo que la misma naturaleza desconocía.

A aquélla de la cual dar razón
de este modo y no de otro

- con su blanco y delicado vientre -
- con la altiva redondez de sus senos -
- con el amoroso ofrecimiento de su alma -,

mudándola en ídolo
y alojándola en un recinto,

pues tarea humana
es también fabricar la inmortalidad.

Y que ahora después de siglos
vuelve a su lugar,
- desenterrada y centelleante -,

permitiéndome así hablar de tu belleza.

Elkín Restrepo



El don

Ningún lugar mejor
que la ciudad para
pensar en ciervos
y bosques,

para hacer del momento
una pura ensoñación,

la vida que queremos
y no existe,
o existe en otra parte.

Venados, osos, perros,
montes y lagos,
y en el camino que traza
el candil
de una luna de hielo,
un hombre
con la pieza de caza
a cuestas.

Por un instante
soy aquél
que, primitivo,
se libra al destino
de un mundo naciente y áureo.
Y pacta acuerdos
con la ruda Ley
que le ofrece por sueño
la vida.

La vida salvaje y bella,
donde copular, cazar, pescar,
cambiar con el tiempo nómade,
es suficiente,
y donde no cabe
ilusión distinta
a la labor de cada día,
y el sueño es el simple
descanso,

el dios que vela tus fatigas.

Y vivir, el don.

Elkín Restrepo



Embrujo

Ningún anhelo mejor
que la vida misma.

Ningún sueño más apropiado
que la misma realidad.

Ningún suceso mayor
a un día
en el cual no sucede nada.

Una fiesta:
el más trivial
de los actos,
el más distraído de los besos.

Fábula,
despertar y saber
que estamos vivos.

Elkín Restrepo



En suerte

Si el camino que tomaras
no fuera el tuyo,

ni tuyo tampoco el salmo
que en la oscuridad pronuncias

(aquél que en verdad espanta
culpas y demonios).

Si el amor, dándote a escoger,
te negara
la mujer que sólo era tuya.

Si la vida en lugar de una cosa,
te diera otra,

y otro fuera el remedio
para tus males.

Si siendo tú,
fuéras también ése o aquél,

¿qué cielo mirarían,
de quién recibirían perdón,
el blanco de tus huesos?

¿De qué Dios serían siervos
los dones que te pierden?

¿De quién los caminos
que no van a ningun lado?

Y saber que quien va,
no vuelve.

Elkín Restrepo




Gerard Philiph

Temprano conoció el éxito y también el fracaso, de modo que ya no buscó lo uno ni evitó lo otro, y quiso más bien –como el visitado por el delirio–, entregarse al fuego de cada instante. Sus amigos fueron poetas y gente de bar —pronta a la embriaguez y poco recomendable—. De su formación académica sobrevivió una cierta fría elegancia y una mesura, que lo hacían distante. Cultivó el spleen como a una rara flor de invernadero e hizo de París una devoción metafísica. Fue uno de los dos actores más grandes de Francia y, al final de su carrera, cuando ya no tuvo un amigo en quien volcar su melancolía, actuaba para sí y volvía a ser cada uno de sus personajes. Entregado al vicio de esas sinrazones, un día lo sorprendió a usted la piadosa muerte.

Elkín Restrepo













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