A la muerte

Yo te saludo, oh muerte redentora,
Y en tu esperanza mi dolor mitigo,
Obra de Dios perfecta; no castigo,
Sino don de su mano bienhechora.
¡Oh de un día mejor celeste aurora,
Que al alma ofrece perdurable abrigo,
Yo tu rayo benéfico bendigo! 
Y lo aguardo impaciente, de hora en hora.
Ante las plagas del linaje humano,
Cuando toda virtud se rinde inerte,
Cuando todo rencor fermenta insano,
Cuando al débil oprime inicuo el fuerte,
¡Horroriza pensar, Dios soberano,
Lo que fuera la vida sin la muerte!

Mauricio Bacarisse


A medianoche

Quizá serán delirios de mi locura,
O fantasmas que engendra la noche oscura;
Pero -cuando, rendido tras larga vela
En que al alma doliente nada consuela,
Derramando en mis sienes letal beleño,
Mis párpados cansados entorna el sueño,-
Por las oscuras sombras, o desvarío,
O unas alas se agitan en torno mío.
En medio del letargo que me domina,
Un rayo misterioso mi alma ilumina;
Y, entre las vagas ondas del aire vano,
Una visión distingo de rostro humano:
Visión fascinadora que infunde al alma
Esperanza y consuelo, quietud y calma.
Dulce expresión le prestan y aspecto santo
Una cándida toca y un negro manto,
Y su pálida frente leve rodea
Una blanca aureola que centellea.
Considera piadosa mi amargo duelo;
Con la mano tendida me muestra el cielo;
Y su voz, como brisa de primavera,
Dulce y mansa me dice: ¡Sufre y espera!

Yo conozco el aliento de aquella boca;
Yo conozco aquel manto y aquella toca,
Desde una triste noche que, delirando,
A la luz de unos cirios pasé velando:
¡Triste noche solemne, triste velada
Que dejó el alma mía regenerada!

Dulce voz que me alientas en mi agonía,
¡Ay de mí si cesaras de hablarme un día!
Por tus santas palabras, que fiel venero,
Resignado a mi suerte sufro y espero;
Por ti, por ti la mano de Dios bendigo,
Que imparcial nos reparte premio y castigo;
Por ti me postro humilde bajo esa mano;
Por ti soy religioso, por ti cristiano.
Dios, que sabe la historia de mi tormento,
Por ti en mis amarguras me infunde aliento.
Dulce voz misteriosa que tanto alcanzas,
Dulce voz que reanimas mis esperanzas,
Nunca niegues tus ecos al alma mía;
Que, ¡ay de mí si cesaras de hablarme un día!

Mauricio Bacarisse


Ansiedad

Por no conocerme así,
No quisiera conocerme.
Boscán

De tan largo padecer,
De tan continuo penar,
Imbécil me he de tornar
O loco me he de volver:
Trastornado está mi ser
Desde que mi amor perdí
Y es tanto el mal que sufrí,
Tanto el que sufriendo estoy,
Que no encuentro en lo que soy
Ni sombra de lo que fui.
Cuando tiendo la mirada
Por los años de mi vida,
De hallarse tan abatida
Llora el alma sonrojada:
Hoy, al fin de mi jornada
Al contemplarme y al verme
Débil, apocado, inerme
Contra la suerte fatal,
Por no conocerme tal
No quisiera conocerme.
Desde que mi bien perdí
Con lucha implacable y muda
La certidumbre y la duda
Batallando están en mí:
Ni creo lo que creí,
Ni niego lo que negué;
Y, examinando el por qué
De cuanto temo y deseo,
Todas las sendas tanteo
Y en ninguna siento el pie.
¡Feliz, feliz el creyente
Que espera, firme y entero,
En un Dios justo y severo
O en un Dios dulce y clemente!
Mas, ¡ay de aquel que impaciente
Sondea la eternidad,
Y, en vaga perplejidad,
Jamas el ánimo inclina
Ni a la justicia divina
Ni a la divina bondad!
Para el que no osa creer,
Es la eternidad baldía
Un interminable día
Sin mañana y sin ayer;
Noche fue su amanecer,
Y en su horizonte sombrío,
Negro recorre el vacío
Un sol que, entre opacas nieblas,
Rayos lanza de tinieblas
Y ondas esparce de frío.
Pero aquel que, en su impiedad,
A la negación se aferra,
Del ánimo al fin destierra
Duda, temor y ansiedad:
Él admite una verdad,
¡Triste verdad, bien lo sé!
Mas para el alma que fue
Presa de cobarde anhelo,
Cualquier creencia es consuelo:
¡La fe en la nada aún es fe!
Yo, como el agua que llueve
Corre esparcida sin cauce,
Como la rama del sauce
Que a todo viento se mueve,
Presa de la duda aleve
Cambio sin saber por qué;
Y, exhausto de toda fe,
Con amargo desconsuelo,
Consternado miro al cielo
Cuando nombro a la que amé.
En vano la Religión
Me manda, con ceño airado,
Que, olvidando lo pasado
Procure mi salvación;
Que negocie mi perdón,
Y que, aplicando el veneno
Que oculto llevo en el seno
La triaca que me den,
Agencie mi propio bien
Sin pensar en el ajeno.
¡Traición fuera, vil traición,
Olvidar, falto de brío,
A la que por mí, Dios mío,
Arriesgó su salvación!
En indisoluble unión,
Almas que supo juntar
Al pie de tu propio altar
Amor trocado en deber,
¡O juntas se han de perder,
O juntas se han de salvar!
Y al salvarme, ¿qué ventura
Lograra yo ¡desgraciado!
Si en no tenerla a mi lado
Consiste mi desventura?
Aunque en la celeste altura
Donde mi clamor es estrella,
Desertando de su huella
Penetrar consiga yo,
Para quien tanto la amó
¿Qué gloria ha de haber sin ella?
¡Oh!
Cuando uno ha de caer,
Acaso el otro, en la gloria,
Pierda la dulce memoria
De los amores de ayer.
Mas si no hemos de caber
A un tiempo los dos allí,
Haz, Señor, que junto a Ti
Mi esposa feliz se crea,
¡Ay!
Aunque yo no la vea
Ni ella se acuerde de mí!

Mauricio Bacarisse



El Madrid de las rondas

Hay un Madrid que no tiene ni flores, ni fuentes, ni frondas.
Un Madrid paria y viudo. Sus acacias orondas
y sus olmos son muy pobre limosna para sus vías mondas.
¡Oh, Madrid de las rondas!

Madrid de los gasómetros redondos, cual grandes tambores.
Madrid de las esbeltas humeantes chimeneas.
Madrid de los obreros denegridos y trabajadores
y de las hembras feas.

Madrid de los alegres lavaderos. La carnal materia
se hacina en vergonzosos absurdos falansterios.
Madrid compendio de desdicha y hambre. Haz de la miseria
y de los cementerios.

¡Oh, Manzanares, al que motejaba de arroyo aprendiz
el buen Francisco Gómez de Quevedo y Villegas!
¡Ruin y estéril complemento del grato goyesco tapiz
que ni bañas ni riegas!

Dehesa de la Arganzuela. Primavera. Luz de esmeraldinas
praderas como aquellas de Patinir, divinas;
un manzano en flor contempla en las aguas azules, hialinas,
sus guedejas albinas.

Granja del Atanor toda de oro. Otoño dehiscente.
El follaje desgrana su ambarino abalorio.
Lleno de hojas-monedas parece el tazón de la fuente
plato de petitorio.

Suciedad, senectud. Fragmentos de mil ruinas herrumbrosas
tiradas en el polvo: la Ronda de Toledo.
Bajo el sol, juega al cané la canalla con cartas pringosas
sin zozobra ni miedo.

Bajo un convento y un Palacio Real la Ronda de Segovia
se arrodilla sumisa como una pobre novia.
Allí hay hambre. El hombre como un can aúlla en su hidrofobia.
La sed social agobia.

Allí se tuestan bajo el sol las chozas del pobre suburbio.
Allí están virtualmente la huelga y el disturbio.
Hierve en el pecho de sus habitantes un odio intenso y turbio.
¡Oh, rencor del suburbio!

Rudos brazos transforman la energía en útil trabajo.
Negras locomotoras jadean arrastrando
su gusano de acero y de madera. ¡Hombre del andrajo,
te redimes sudando!

Estación de las Pulgas, manufacturas, fábricas rojizas.
Las arterias fabriles laten con feroz pulso.
Los enigmas se rompen con volantes, hullas y cenizas,
con ciencia y con impulso.

Igual que flautas las máquinas silban. Como contrabajos
zumban roncas dínamos un sinfónico scherzo.
Es la gran orquesta de los armoniosos pujantes trabajos.
¡Sonata del esfuerzo!

Tras el tapial de un viejo camposanto se alzan con dolor,
negros, aciculares, con perfil neto y fuerte,
los siniestros cipreses que recuerdan al hombre en su labor
la Miseria y la Muerte.

Mauricio Bacarisse


Junio

¡Bajo el cangrejo de estrellas se extasiarán las llanuras!
Hacen fecundas promesas a las campiñas los soles;
en los sidéreos trigales lucen espigas maduras
y en el agro hay una roja constelación de ababoles.

El guadañil que hace siega en matemáticas puras,
como Copérnico o Newton igual que dos girasoles
dirigirá sus pupilas hacia algebraicas lecturas
en los cielos recamados que giran cual facistoles.

Todo el misterio de Eleusis ondula en los amarillos
campos humildes al son de albogues y caramillos;
modulaciones gozosas de un hierofante jocundo.

Una oración balbucean los tartamudos cuclillos
y anaxagóricamente la glosan múltiples grillos...
¡Pasa un deleite de ciencia por la vagina del mundo!

Mauricio Bacarisse



Las máximas de Epicteto

Besa la niebla de las madrugadas
de mis balcones el cristal;
solfea el reló cinco campanadas
como un arpegio digital.

¡Silencio matinal! Nada me turbe
salvo el ronco rodar de un coche
o un alegre cantar de gallos de urbe
dando extremaunción a la noche.

Leo en sartas de letras pequeñitas,
con ambiente callado y quieto,
por mi buen bisabuelo manuscritas
máximas del viejo Epicteto.

¡Marcha el sirio filósofo estoico
sobre sabia huella socrática!
Quiere su crátera en mi incendio heroico
verter la prudencia pragmática.

Ama mi carne el premio de los goces.
Ansía besos y riquezas.
¡Epicteto no ha de mellar las hoces
que emplear quiero en mis proezas!

Me detendré por la concha y la flor
y dejaré partir la nave.
No ha llegado a asustarme el dolor
ni a tentarme la vida suave,

y harto de dar saltos y piruetas
de saltimbanqui silogístico
iré a buscar las verdades secretas
en un mar violento y artístico,

y así me adueñaré del Universo,
sin podres teorías físicas;
así abrirán los dedos de mi verso
las rosas metafísicas.

Quiero raptar a la Helena troica
chorreando sangre melpoménica,
y enseñar a la escuela estoica
mi dolor de tragedia helénica.

El huir del Sufrir es ser cobarde.
¡Apréndelo, Prudencia mágica!
El Manual de Epicteto llega tarde.
¡Amo la vida recia y trágica!

En daguerreotipos y en miniaturas
se ríen mis antepasados
de que lea sus viejas escrituras:
¡Aventureros y desventurados!

A mi abuelo le brilla la capona
sobre casaca sanjuanista,
y su negra perilla desentona
sobre el corbatín de batista.

Vosotros, por la noche en vuestra alcoba
este amarillo libro que abro
escribisteis en mesas de caoba
a la luz de algún candelabro.

Pero nunca os domasteis a la horma
de la renunciación dogmática.
La aurora que nacía os dio la norma
de la gran existencia dramática.

Suenan los conventuales esquilones
y me dicen palideciendo
«Hasta mañana» las constelaciones.
El día nace sonriendo...

Borra el alba la noche alarmante,
como quien corrige una errata,
y en el cielo cabecea el menguante
como una góndola de plata.

Mauricio Bacarisse


Nietzsche

Nietzsche, tu jerigonza parabólica
Briosa flagelaba al mundo estulto;
De tu boca de morsa melancólica
Fluían las centellas del insulto.

La vida es triste (...)
Torpes cerebros sucios y rastreros
Y en una apoteosis de sandeces
Las hembras necias y los hombres hueros.

Eso dijiste, y esperaste el día
En que saliese un ser de la canalla
Que cruzase el gran río en su almadía,
Libre ya de los grillos o la tralla.

Pero tú que sabías que era el hombre
Fiera indomable y detestable puente,
¿Cómo soñaste que tu Superhombre
Hallase limpia el agua de la fuente?

En los delirios de tu gran dolencia
Arrojaste en metáforas galanas
Centenos de egoísmos y violencia,
¡Malas semillas en tierra alemana!

Sobre las mieses de tu verbo roto
Pasó un cierzo de odio y de ludibrio;
Se abrió tu alma como flor de loto
En las lagunas del desequilibrio.

Los sabios te miraron de reojo,
Apóstol fiero de inconsciente brío;
Les asustó tu manto por muy rojo
Y tu mirada porque daba frío.

Daba frío a los tristes ateridos
Que treman a un viril y recio soplo,
Idólatras de dioses ya podridos
Caídos bajo el filo del escoplo.

Pero tú te engañaste. La semilla
Dio como frutos una guerra amarga;
En tu aurora la estrella ya no brilla
Y en tu vergel la tempestad descarga.

Conciencias cojas y cerebros sucios
Divorciaron la espada de la vaina.
¡Siguen los doctos de cabellos rucios
Hartándose en festines de chanfaina!

La estolidez apaga toda lumbre,
La canalla servil todo lo frustra;
No llega el Hombre a la dorada cumbre,
Ni a su Gran Mediodía Zaratustra.

Tu alma de belleza estaba llena
A la par que de absurdos reconcomios;
Tu canto es ese canto que resuena
En los jardines de los manicomios.

Mauricio Bacarisse


Nisus

Este noble deleite de sudar y esforzarme
para luego morir, sin querer recompensa...
Ebrio de dinamismo, no me disperso nunca.
Mi vida es simple y lineal.

He donado mis tierras; he quemado mis ropas.
Con mi mandil de cuero, en mi gruta, en mi fragua
martillando en el yunque, junto a una fresca fuente
puedo a mi gusto jadear.

Soy más casto que el gneis. Agonizó la Amada.
Un enjambre de avispas acribilló sus senos
como manzanas núbiles. Me libré del castigo
del Sexo estúpido y cruel.

Desprecio las contiendas de Ahrimán y de Ormuz
y los considerandos del Gran Juicio Final,
las leyes del Areópago y de la soldadesca
y los Dioses borrosos...

Le he arrancado ya todos los denominadores
a la ecuación del mundo. Idéntico y sencillo
en mi labor penosa de terco Demiurgo
encuentro mi finalidad.

Contra el tremendo espanto de presumir los noúmenos
golpeo los fenómenos, machaco la apariencia;
cada diástole mía es una gran plegaria
de rebeldía y voluntad.

Mauricio Bacarisse







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