A Luis

Ayer mecía tu inocente cuna,
Y te arrullaba plácida y feliz;
Hoy te mece una nave, y la fortuna
De mí te arranca, idolatrado Luis.

Paréceme ayer, Luisito mío,
Juntas tus manos te enseñaba a orar,
Hoy sobre la popa de un navío
Niño, dominas el airado mar.

Ayer tus juegos, tu gentil viveza,
La dicha hicieron del paterno hogar;
Hoy de los quince el garbo y gentileza
Te dan del hombre la arrogante faz.

El uniforme del marino austero
Te ha despojado de tu blusa dril,
Y la espada, insignia del guerrero,
Realza tu persona aún infantil.

¿Eres ya un hombre? En tu tostada frente
¡Como alboreando el patriotismo está!
Ya brilla en tu pupila el fuego ardiente
Del jefe osado, del marino audaz.

Antes calmabas mi profunda pena,
Niño amoroso, cándido y locuaz,
Hoy otro amor tu espíritu encadena...
La fragata es tu madre y es tu hogar.

Que es ¡ay! la gloria si me cuesta llanto
Si yo quisiera retenerte aquí,
Si eres mi vida, mi pasión, mi encanto,
Después que a mi Héctor infeliz perdí.

Sigue ingratuelo, la brillante estrella
Que al bravo guía al campo del honor;
Mas mira la honra de la patria en ella...
¡Que yo a mis solas oraré por vos!

Rosario Orrego Castañeda



Así quiero morir

¡Quién pudiera morir como esa nube
Que miro evaporarse suavemente!
Blanca y aérea al firmamento sube
En las ligeras alas del ambiente.

¡Quién pudiera morir como esa estrella,
Eclipsarse no más unos momentos,
Y volver a brillar, feliz como ella,
En otros azulados firmamentos!

¡Quién pudiera ser rayo de la aurora
Y, al declinar la tarde, confundirse
En medio del crepúsculo que dora
La moribunda luz al despedirse!

¡Quién pudiera ser flor y al marchitarse,
El cálice doblar sin agonía,
Y aún pálida e inerte al deshojarse
Derramar en las auras la ambrosía!

Mas yo no soy ni flor, ni nube errante,
Ni un astro de esos mundos destellados...
¡Yo tengo un corazón, un alma amante,
Que han de ser a pedazos arrancados!

Por eso quiero ser átomo leve,
Aliento perfumado de la brisa,
Para burlar el sufrimiento aleve
Y morir exhalando una sonrisa.

Que en tu seno no más, Naturaleza,
La muerte es un desmayo voluptuoso,
Un cambio de expresión y de belleza;
Y nada se hunde en eternal reposo.

Rosario Orrego Castañeda



Esconde tu dolor

El corazón de tierno sentimiento,
A quien persigue la desgracia impía
No turbe de los hombres el contento
Con destemplada y lúgubre armonía.

Ay, que yo incauta en mi tenaz locura
Lancé a los vientos mi dolor profundo,
Sin reparar que sólo la ventura
Comprenden los felices de este mundo.

Qué ha de entender el mundo mi gemido
Si va tras ruido, júbilo y encanto
-Esconde tu dolor, bebe tu llanto-
Murmuran los prudentes a mi oído.

Esto de amigos labios he escuchado
Y he escondido mi llanto dentro del pecho
Y, aunque al caer el alma ha desgarrado,
Sofoqué mi dolor y mi despecho.

Sola me encuentro, y sola entre esos seres,
De vasta ciencia y bello entendimiento
A quienes falta el don de las mujeres,
El malhadado don de sentimiento.

Del sentimiento delicado y suave
Que nunca ve con reflexiva calma
Ay, destilar las lágrimas del alma,
Que las comprende y enjugarlas sabe.

¿Será tal vez que la orgullosa ciencia
Aniquila ese rayo de ternura
Que alienta el corazón cuando está pura
De egoísmo y saber la inteligencia?

La flor del sentimiento es rica esencia
Que endulza de la vida la amargura,
Y esa intuición que es luz del alma mía
Falta a quien sólo la razón le guía.

Rosario Orrego Castañeda



La madre

¿No es venturoso, ¡oh madre!, bendito ese momento
En que recoge el alma sus fuerzas de mujer,
Y entre el temor y anhelo se escapa el gran lamento
Que arranca de tus senos un ser como tu ser?

¿Qué importa el sufrimiento si al borde de tu lecho
Se eleva ya la cuna donde está tu serafín,
Si con placer ya inclinas el amoroso pecho
Dejando entre sus labios la vida que hay en ti?

Y cuanto, ¡oh madre!, gozas en esos dulces lazos
Que ni la misma muerte podría ya desunir,
Mientras al hijo aduermes en tus amantes brazos
Forjas para él feliz, glorioso porvenir.

¡El hijo! Pura esencia de tu fecunda vida
Que con amor transmutas en un querido ser
En él, tu propia imagen, te ves reproducida;
Tienes en él tu encanto, tu adoración en él.

Rosario Orrego Castañeda









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