A Misteria

¡Oh, cómo te miraban las tinieblas,
cuando ciñendo el nudo de tu abrazo
a mi garganta, mientras yo espoleaba
el formidable ijar de aquel caballo,
cruzábamos la selva temblorosa
llevando nuestro horror bajo los astros!
Era una selva larga, toda negra:
la selva dolorosa cuyos gajos
echaban sangre al golpe de las hachas,
como los miembros de un molusco extraño.
Era una selva larga, toda triste,
y en sus sombras reinaba nuestro espanto.
El espumeante potro galopaba
mojando de sudor su cansancio,
y ya hacía mil años que corría
por aquel bosque lúgubre. ¡Mil años!
Y aquel bosque era largo, largo y triste,
y en sus sombras reinaba nuestro espanto.
Y era tu abrazo como un nudo de horca
y eran glaciales témpanos tus labios,
y eran agrios alambres mis tendones,
y eran zarpas retráctiles mis manos,
y era el enorme potro un viento negro
furioso en su carrera de mil años.

Caímos a un abismo tan profundo
que allí no había Dios: montes lejanos
levantaban sus cúspides, cascadas
de nieve, bajo el brillo de los astros,

Arturo Borja Pérez


Epístola

A Ernesto de Novoa y Camacho

Al señor don Ernesto de Noboa y Caamaño!
Límpido caballero de la más limpia hazaña
que en le Época de Oro fuera grande de España
y que en la inquietud loca de estos tiempos, huraño
tornóse, y en el campo cultiva su agrio esplín.
Hermano-poeta, esta vida de Quito,
estúpida y molesta, está hoy insoportable
con su militarismo idiota e inaguantable.
Figúrate que apenas da uno un paso, un “¡Alto!”
le sorprende y le llena de un torpe sobresalto
que viene a destruir un vuelo de Pegaso
que, como sabes, anda mal y de mal paso
cuando yo lo cabalgo, y que si alguna vez,
por influjo de alguna dama de blanca tez,
abre las alas líricas, le interrumpe el rumor
“municipal y espeso” de tanto guerreador.
Los militares son una sucia canalla
que vive sin honor y sin honor batalla.
Luego después las fieras de los acreedores
que andan por esas calles como estranguladores
envenenando nuestras vidas con malolientes
intrigas, jueces, leyes y miles de expedientes
y haciendo el cotidiano horror más horroroso.
¿Qué fuera de nosotros sin la sed de lo hermoso
y lo bello y lo grande y lo noble? ¡Qué fuera
si no nos refugiáramos como en una barrera
inaccesible, en nuestras orgullosas capillas
hostiles a la sorda labor de las cuchillas!
Tú dijiste en momento de genial pesimismo:
“Vivir de lo pasado… oh sublime heroísmo!”

Arturo Borja Pérez


Idilio estival

I
Vistió mi juventud oro y brocado.
En su copa de púrpura embozada,
la mano sobre el pomo cincelado
de su sutil y florentina espada,

la blanca pluma del chambergo al viento,
al luar de las noches estivales
bajo la esbelta ojiva de un convento
mustió sus primeros madrigales.

Y hubo una faz seráfica y radiosa
que tras la floreada vidriera
le escuchaba llorando silenciosa.

Y hubo una escala lírica tejida
con hilos de la rubia cabellera
ante las plantas de Jesús caída.

 II
Sobre el jardín deshoja el mediodía
su guirnalda de púrpura y de oro,
mientras eleva el surtidor sonoro
sus penachos de viva pedrería.

Fermenta el aire la embriaguez del vino.
Entre los labios la palabra muere
de pereza, y al sol el nardo adquiere
un acre olor a sexo femenino.

Arde el jardín en la estival hoguera
y en su gran pebetero se consume
todo el aroma de la Primavera.

Y en su jardín de carne solitario
quema en él la Vida su perfume
como en las brazas de un gran incensario.

 III
¡Alma, que vienes a mis reinos, llega
desnuda de cualquier mortal empeño,
y en holocausto de mi amor entrega
el virginal perfume de tu ensueño!

Vendrás a mis alcázares de oro
por los largos caminos visionarios.
Te conduce una estrella, y un tesoro
de gemas portas en tus dromedarios.

Mi lámpara encendí, pero aún no miro
fulgir el aureo velo que te viste
en medio de las sombras nocturnales.

Mas ya en las brisas del jardín aspiro
el perfume de nardos con que ungiste
tu cuerpo para nuestros esponsales.

 IV
Cuando tiendo mis brazos a tu cuello

Arturo Borja Pérez



La tarde está de paz. Ha llovido. Yo siento
que me ahoga una dulce esperanza abrileña.
Hay en mis ojos humedad de sentimiento
de llanto, y en mi alma una música sueña...

Es una música aérea, llena de tu recuerdo
una música suave y tierna que me canta
que estás en mí y por mí, que sin tus labios pierdo
mi primavera buena, mi primavera santa.

Mi soledad y tu recuerdo, ¡oh, qué dulzura!,
¡sentir lejanamente, sentir muy vagamente
una caricia lánguida deshecha de ternura
que del alma a los ojos sube constantemente!

Arturo Borja Pérez



Melancolía, madre mía

Melancolía, madre mía,
en tu regazo he de dormir,
y he de cantar, melancolía,
el dulce orgullo de sufrir.

Yo soy el rey abandonado
de una Thulé dorada donde nunca viví
y al verme pobre y desterrado
vuelvo los ojos hacia ti.

Melancolía, tú eres buena,
tú aliviarás este dolor;
para esta pena,
serán tus lágrimas de amor.

¿Qué me ha quedado de aquella hora
primaveral?
La melodía pasó. Ahora
sólo hay un eco funeral.

¿Y la mujer a quien quisimos?
¡Ay! se fue ya.
¿Y la mujer que en sueños vimos?
Nunca vendrá.
(...)
Y así, la vida:
las estrellas mintiendo amores con su luz,
cuando muy bien pudiera que ellas
sean los clavos de una cruz.
(...)
Melancolía, madre mía,
en tu regazo he de dormir,
y he de cantar, melancolía,
el dulce orgullo de sufrir.

Arturo Borja Pérez


Mujer de bruma

Fue como un cisne blanco que se aleja
y se aleja, suave, dulcemente,
por el cristal azul de la corriente,
como una vaga y misteriosa queja.

Me queda su visión. Era una vieja
tarde fría de lluvia intermitente;
ella, bajo la máscara indolente
de su enigma, pasó por la calleja.

Fue como un cisne blanco. Fue como una
aparición nostálgica y alada,
entrevista ilusión de la fortuna. . .

Fue como un cisne blanco y misterioso
que en la leyenda de un país brumoso
surge como la luna inmaculada.

Arturo Borja Pérez



Por el camino de las quimeras

Para Carmen Rosa

Fundiendo el oro
de tu belleza con el tesoro
de mi tristeza,
fabricaré yo un cáliz de áurea realeza
en donde, juntos, exprimiremos
el ustorio racimo de los dolores,
en donde, juntos, abrevaremos
nuestros amores...
Será una copa sacra. Labios humanos
no mojarán en ella;
decorarán sus bordes lirios gemelos como tus manos
como tus labios habrá pétalos rojos,
y en su fondo un zafiro que fue una estrella
como tus Ojos. . .
El sortilegio
declinará. La magia de nuestro encanto
tendrá un veneno de sacrilegio;
la última gota
la absorberemos, locos, mezclada en llanto;
la copa rota,
se perderá, camino de las quimeras ...
Tú estarás medio muerta. Mi último beso
morirá en tus ojeras,
mi último beso
se alejará, camino de las quimeras..

Arturo Borja Pérez


Primavera mística y lunar

A Víctor M. Londoño

El viejo campanario
toca para el rosario,

Las viejecitas una a una
van desfilando hacia el santuario
y se diría un milenario
coro de brujas, a la luna.

Es el último día
del mes de María.

Mayo en el huerto y en el cielo:
el cielo, rosas como estrellas;
el huerto, estrellas como rosas ...
Hay un perfume de consuelo
flotando por todas las cosas.
Virgen María, ¿son tus huellas?

Hay santa paz y santa calma ...
sale a los labios la canción ...
El alma
dice, sin voz, una oración.

Canción de amor,
oración mía,
pálida flor
de poesía.

Hora de luna y de misterio,
hora de santa bendición,
hora en que deja el cautiverio
para cantar, el corazón.

Hora de luna, hora de unción,
hora de luna y de canción.
La luna
es una
llaga blanca y divina
en el corazón hondo de la noche.

¡Oh luna diamantina,
cúbreme! ¡Haz un derroche
de lívida blancura
en mi doliente noche!
¡Llégate hasta mi cruz, pon un poco de albura
en mi corazón, llaga divina de locura!
(...)
El viejo campanario
que tocaba al rosario
se ha callado. El santuario
se queda solitario.

Arturo Borja Pérez


Rosa lírica

Prenda sobre tu seno esta rosada rosa,
ebria de brisa y ebria de caricia de sol;
para que su alma entera se deshoje amorosa
sobre la roja y virgen flor de tu corazón.

Tu hermana Primavera cante un aria gloriosa
ensalzando tus quince años en flor;
y las Hadas, en coro, celebren la armoniosa
gracia de tu mirada de luz y de fulgor.

Que el Ideal te guíe por todos tus caminos,
él, a su vez, guiado por tus ojos divinos
y que anide por siempre en tu alma el amor.

Para que sea tu vida bella como la rosa
rosada y perfumada que se muere amorosa
sobre la roja y virgen flor de tu corazón.

Arturo Borja Pérez



Tu alma es como un gran lago de piedad
en el que ha de naufragar mi soledad.

Tu mirada de pasión y caridad,
tu mirada es mi única verdad;

es la lámpara que alumbra con amor
lo más negro de mi sótano interior.

Arturo Borja Pérez


Vas lacrimae

Para Alfonso Aguirre

La pena… La melancolía…
La tarde siniestra y sombría…
La lluvia implacable y sin fin…
La pena… La melancolía…
La vida tan gris y tan ruin.
¡La vida, la vida, la vida!
La negra miseria escondida
royéndonos sin compasión
y la pobre juventud perdida
que ha perdido hasta su corazón.
¿Por qué tengo, Señor, esta pena
siendo tan joven como soy?
Ya cumplí lo que tu ley ordena:
hasta lo que no tengo, lo doy…

Arturo Borja Pérez



Visión lejana

¿Qué habrá sido de aquella morenita,
trigo tostado al sol –que una mañana–
me sorprendió mirando a su ventana?
Tal vez murió, pero en mí resucita.

Tiene en mi alma un recuerdo de hermana
muerta. Su luz es de paz infinita.
Yo la llamo tenaz en mi maldita
cárcel de eterna desventura arcana.

Y es su reflejo indeciso en mi vida
una lustral ablución de jazmines
que abre una dulce y suavísima herida.

¡Cómo volverla a ver! ¿En qué jardines
emergerá su pálida figura?
¡Oh, amor eterno el que un instante dura!

Arturo Borja



Y dijeron las hadas: “Tus dorados cabellos
serán aúreo manojo del celeste trigal;
en tus ojos pondremos zafirinos destellos,
en tus ojos azules tendrás todo el Ideal.”

Arturo Borja




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