A ti... (Criolla)

Yo quisiera, mi vida, ser burro,
ser burro de carga,
y llevarte, en mi lomo, a la fuente,
en busca del agua,
con que riega tu madre el conuco,
con que tú, mi trigueña, te bañas.

Yo quisiera, mi vida, ser burro,
ser burro de carga,
y llevar al mercado tus frutos,
y traer, para tí, dentro del árgana,
el vestido que ciña tu cuerpo,
el pañuelo que cubra tu espalda,
el rosario de cuentas de vidrio
con Cristo de plata,
que cual rojo collar de cerezas
rodee tu garganta...
Yo quisiera, mi vida, ser burro,
ser burro de carga...

Desde el día que en el cierro del monte,
cogida la falda el arroyo al cruzar,
me dijiste sonriendo: ¿me pasas?...
y tus brazos ciñeron mi cuello,
y al pasarte sentí muchas ganas,
de que fuera muy ancho el arroyo,
de que fueran muy hondas sus aguas...
desde el día que te cuento, trigueña,
¡yo quisiera ser burro de carga!...

Y llevarte en mi lomo a la fuente,
y contigo cruzar la cañada,
y sentirme arrear por ti misma,
cuando, a vuelta del pueblo, te traiga,
el vestido que ciña tu cuerpo,
el pañuelo que cubra tu espalda,
el rosario de cuentas de vidrio
con Cristo de plata,
que cual rojo collar de cerezas
rodee tu garganta...

¡Yo quisiera, mi vida, ser burro,
ser burro de carga!

Arturo Bautista Pellerano Castro, quien usó el seudónimo de Byron


Americana

Homenaje a Cuba y a Martí

A Fed. Henríquez y Carvajal
Cántame el viejo canto, el viejo canto,
el de las notas bravas,
el del aliento del pulmón de Hércules,
el del empuje de crecidas aguas.
Cántame el viejo verso, el verso heroico,
el de la musa trágica,
el del canto insurrecto en la manigua,
el verso del clarín y de la diana.
¿No ves teñirse en púrpura los cielos?
No ves la vieja guardia,
de pié, como un titán, en la trinchera,
desceñida del cinto el arma blanca...?
¿No escuchas en el seno de la sombra
la vibración de un harpa;
una voz que departe en las alturas
con el viejo coloso de la fábula...?
¿No ves en el levante un punto de oro,
una chispa que irradia,
una visión de luz adolescente
como la virgen proyección de un alma...?
Esa púrpura roja es el incendio!
la aurora de otra patria!
Esa legión que ciñe la trinchera
es la legión titánica,
la misma de Pichincha y Ayacucho,
la misma del Naranjo y de las Guásimas!
Ese canto en la sombra es la epopeya!
Es Homero que pasa!
La musa de Junín que se despierta
con su perfil de india americana!...
Cántame el viejo canto, el viejo canto,
el de las iras santas...
Esa voz de la altura, es la del genio!
Bolívar que delira en la montaña!
Cántame el viejo verso, el verso heroico,
el himno de la patria,
el del canto insurrecto en la manigua,
el verso del clarín y de la diana!
El punto de oro que en la sombra crece
es el ojo del águila,
la pupila del sol de las Américas:
La Estrella Solitaria!

Arturo Pellerano Castro


Criolla

Si te importa saber mis quebrantos,
y te duelen, quizá, mis angustias,
a esos pardos cocuyos que crías
con rajitas de caña de azúcar,
y que a veces, mi bien, en la noche,
como estrellas azules alumbran
en la blanda prisión de tu seno,
    mis cuitas pregunta...

En la margen frondosa del río,
en las noches tranquilas y oscuras,
los cacé, para tí, con un hacho
del pinar oloroso que encumbra
por la cuesta empinada del monte
    sus ramas agudas.

Como van hacia tí mis miradas
y mi amante querella y mi súplica,
a la lumbre del hacho vinieron
en alegre comparsa nocturna,
con sus alas color de murciélago,
y su vientre, encendido, de luna.

Una vieja mendiga a quien llaman,
por lo bajo, en el pueblo, La Bruja,
y que cuenta unos cuentos muy lindos,
y que todo lo sana y lo cura,
a la gente del barrio le ha dicho
que esos pájaros negros que alumbran,
son las almas en pena de monjas
que el amor arrastrara a la tumba,
y que salen, en ronda, de noche,
a decirnos la buenaventura.

Si es verdad lo que dice esa vieja
   -que vive en la altura-
a esos pardos cocuyos que crías
con rajitas de caña de azúcar,
a esas almas que penan de amores,
cuando den sus reflejos de luna
sobre el negro cendal de tu pelo,
que los duendes del campo perfuman
con aceite de flor de romero
y vinagre de frutas maduras,
al decirle mi amor y tu enojo,
    mi suerte pregunta.

Arturo Pellerano Castro


En el cementerio

Junto a una cruz, al expirar un día,
Una pobre mujer, de angustia llena,
Sus lagrimas vertía.

Dolió a mi corazón su amarga pena,
Y ante el sepulcro de la madre ajena
Llore la muerte de la madre mía…

Arturo Pellerano Castro



Las hojas

La mañana está fresca, limpia y pura;
cuajada de racimos la cosecha;
ardiente el Sol... Cuando las hojas caen,
quisiera detenerme a recogerlas,
porque parece que en sus verdes láminas
hallaría escrito el eternal poema
de su nombre de flor... ¡nombre de novia
que canta un madrigal en cada letra!

Con esas hojas verdes que las brisas
saludan, al pasar, en su carrera,
yo formaría un libro de esperanzas
donde encerrar, cuando la noche llega,
las vírgenes de amor que vistió el alma
en la víspera hermosa de la fiesta,
y que perdieron, al bailar, sus calzas
de rubias y de blancas cenicientas.

¡Jamás había pensado en mis vigilias
en esas hojas que el Abril renueva!
Gloriosa y alta como el Sol, su vida;
del fango libres, a la luz reflejan;
bebieron en los vientos sus perfumes,
Aurora les brindó su lumbre nueva;
y el mismo cielo, al complacer sus obras,
cuidó de su tocado y de su vesta.

¿No sabéis lo que son? Son las cortinas
que Céfiro, el travieso de la selva,
agita en los balcones del palacio
que el árbol alza en la región aérea;
el lujoso abanico de las aves;
la hamaca en que se mecen las abejas
a la vez que el resguardo de los nidos
y del fruto maduro las promesas...

¡Qué bien alaban la fecunda savia,
los gérmenes fecundos de la tierra,
cuando asoman sus lenguas diminutas
por la boca entreabierta de las yemas!
Felices en su espléndido palacio,
saludan siempre a la legión viajera,
y le ofrecen, galantes, sombra amiga,
de paz, de amor, y de frescura llena.

Mas ¡ay, cuán triste cuando caen rendidas
del polvo del camino entre las huesas!
Enflaquecidas, pálidas, rugosas,
a merced de los vientos, van en pena,
mendigando del árbol cuya pompa
la antigua pompa de su hogar recuerda,
una limosna de color y vida
para sus rotas y marchitas células.

¡Oh, pobres hojas que marchitó el ábrego!
¡Oh, tristes hojas secas!...
¡Alas sin vuelo de la flor que un día,
como gentil doncella,
tras las cortinas de su oliente alcoba
abrió al insecto su amorosa tienda,
y le dio, en cambio de su amante elogio,
su puro, y rico, y delicado néctar!

¡Mi corazón os llora! mi alma os sigue...
Y si dado me fuera
recoger vuestros cuerpos del camino,
¡oh, pobres hojas secas!,
yo de vosotras formaría mi nido,
mi último albergue, mi ignorada huesa,
donde huir de la injuria de los hombres,
do reposar de la mundana brega.

Arturo Pellerano Castro











No hay comentarios: