A veces hago un viaje

Ciego pie de tiniebla, vacilante,
avanza en el desierto de mi pecho.
Seguramente es el infierno.

Aquí dentro, convulso,
desbordando metales por mis ojos abiertos,
levantando mareas de veneno,
girando mariposas de cal y de ceniza;
frías caricias lentas estrellando mis huesos.

No sé si será el grito anudado al origen
que ha crecido gigante y le ha trascendido,
no sé si aquella niña en asombro que llevo
o una fotografía de lo que nunca ha sido.

El ángel de la ausencia preside la agonía.

Tal vez sean los árboles que viven en mi sangre,
o colores inéditos,
o voces que no quieren apagarse conmigo.

Si hubiera luz, ascendería.

Mano de sombra danza por mi frente
más allá de la sed y del sueño.
Me protege un paisaje de pájaros inmóviles.
Si supiera tu nombre... ¡te llamaría silencio!

Cruzan desnudos ríos inconcretos,
pasos de arena fina, sal quebrada.
Me protege una cifra solitaria y geométrica.
Si mirara tu rostro... ¡te llamaría distancia!

Seguramente esto es el infierno:
en muda dimensión desconocida
una sombra cayendo en pozo negro.

Si pudiera decir palabra limpia
de amor o de miseria, de olvido o de recuerdo.
Si pudiera sentir sobre mis párpados
mirada pura, voz indudable, firme transparencia,
sobre mi sien amarga...

¡Qué ala tendería!

Y pronunciar tu nombre impronunciable,
circundar tu inasible firmamento.
Imagen desolada del abismo,
sólo soy una forma sin espejo.

Aurora Reyes


Códice del olvido

Penumbra de órbitas azules
trajo mirada de barro, de madera, de humo.
Acá, desde la tierra —piel amada—
descubrí los espejos de opuestas diagonales
en la geometría dualidad del principio.

Verte fue comprenderlo todo;
los iniciales reinos del asombro,
la noche giratoria
danzar medusa y liquen
y caracol y grito,
el áspero latido de la roca
y el vértigo, el polvo… y el olvido.

Viaja mi amor los filtros de la vida
y proyecta la esfera de frutos cardinales,
la herencia vegetal de la semilla
abierta en rosas de diamante y fuego,
por la estrella que adivinó su casa,
por el ídolo niño, bisexuado y eterno.

Exactamente la mirada del éxtasis
presidiendo el milagro del verbo en movimiento,
rodando por los siglos del ritmo de la piedra
a devorar la manzana iluminada,
cifrada de serpientes
¡más allá de infierno y paraíso!

Te reconocería entre los muertos
por el cauce anterior a la memoria,
por el signo perdido en la espiral onírica
que siempre se repite
y culmina en sílaba redonda.

Dime en la dimensión de este sueño
quién eres en mi sombra,
en la clara pupila de mi sangre,
en la luz que conduce los hilos del misterio:
¿El sentido indivisible?
¿Lo que sostiene y rompe el equilibrio?
¿La caótica ola del destino?
¿La inasible potencia
que enlaza muerte y nacimiento?

Entrego a ti los nombres que la infancia
dibujara en el cielo,
el sitio que reclaman los sentidos
en el orden de los elementos,
la posesión del mundo de la magia,
el dinámico cero del principio
y la desnuda verdad del esqueleto
que forja lo perpetuo
y cultiva el aéreo licor de la esperanza;
porque desde el olvido
el amor testifica
las antiguas moradas del prodigio.

Aurora Reyes Flores


Estancias en el desierto
               
                                        A mi primera patria de infinito,
                                        en el Norte de México.
                                        Desiertos de Chihuahua.

I

ESTANCIA EN EL PRIMER INFINITO


Ardiente, nueva luz abre mis ojos.
Renace adulta la infantil mirada.
Crecen los ecos de tu poblada ausencia,
presente y encendida en la distancia.

A la espalda del cielo se desnudan las sombras.
Brota su lirio el día.
Huérfana sonrisa camina sobre el alba.

Hay una casa gris,
una carreta,
una última calle de ceniza.

Escucho cómo el sueño desliza su silencio.
Ya siento las corrientes de sed hasta mis huesos.

Como impiadoso amor me reconstruyes
en tu mano del sal deshabitada.
La negra vos del infinito rueda.
Una curva de piedra detenida.

II

PRESENCIA DE LA MAÑANA


Roza el torso del viento epidermis de arena;
ondula, danza, gira,
modela en carne viva océanos de naufragio,
abanica cristales,
juega suspenso vórtice en el aire.

Adolescente sol
levanta —a luz y sombra— mirada panorámica,
ciudad esbelta transparente de azules,
anchas flores dormidas,
ciegas estatuas olvidadas.

Pausa lenta:
la mañana, vencida, se derrama.

III

MEDIODÍA DESNUDO


¡Indefenso gigante!
Multiplica el espejo tu lamento.
¡Ángel horizontal y desvalido!

Alas, palomas son martirizadas,
las dunas desgarrando su vestido;
agítanse los senos incendiados
en oleaje convulso y enemigo.

Bajo la fiesta cruel de finos dardos
cortan las rocas ángulos veloces.
Llora el iris su cuerpo encarcelado
—aguda geometría— en todos los colores.

Sopla viento de lumbre;
metálicas espinas le han herido.
Tiene los labios secos,
al horizonte van sus pies de vidrio.

Antiguo sol esparce congénito simiente;
en tus dedos de luz también cabe la muerte.

Oscila el mediodía suspendido
como fruto maduro de infinito.
En su reinado inmóvil la mirada ha crecido
y el sabor de la angustia y la ceniza
y la sed... y la sed... y el espejismo.

IV

DINÁMICA DEL AGUA AUSENTE


Una pausa más lenta
desnuda la voz de la tormenta.

Alza el paisaje la quemada frente
y un grito-muchedumbre de cal viva
estremece la atmósfera yacente.

Renacidos perfiles de caricia soñada:
¡Agua! sonrisa líquida, frescura ausente.
¡Agua! palabra linfa.
¡Aguanube, agualluvia, aguajardín!
Agua de soledad, agua negada.

Roja lengua dice una llamarada.

En el fondo, la sed roba al sollozo
su calidad más íntima de lágrima.

En el médano atormenta veranos anhelantes,
las insepultas manos de los cactos
elévanse puñales.

Remota estela de rumor marino:
te han perdido los pasos de la arena,
regresan a tu encuentro las distancias.

¡Corona espuma fina tu perfume de nada!

V

TORMENTA DEL POLVO


Esqueleto del mar, puerto de ausencias.
Cauce desierto de la mar mirada;
al amor infinito de tu música,
al eco del coral, abierta estancia.

Fría pupila, disecado vientre,
raíz perdida, forma desolada.

Eres el rostro vivo de la muerte:
sobre tu cuerpo, traicionado viaje,
bajo tu piel mil bocas solitarias.

Polvo errante y sombrío.
Abismo en celo.
Vena seca de olvido y de nostalgia.

Muerde tu corazón lúgubre queja...

(En tibio lecho el agua de los mares
mece amorosa el sueño de las barcas).

VI

PARÁBOLA DE LA FATIGA


Calcinados rumores van cayendo
al hondo de la tarde.
Horizontales láminas disuelven
celestes arenales.

Deslizan su bandera perseguida
nubes de fino talle.
Fiera de luces mágicas alcanza
cabelleras al aire.

Adelgazan la luz su transparencia.

Ave de odio desprende mudo vuelo
al cobalto ondulante.
Pausa torva de cómplice silencio.
¡Un dramático sol asesinado
rueda en arena-sombra su diamante!

En el cielo, cansancio azul dormido
deja correr su sangre de oro líquido.
Es la tarde parábola de aceite:
violetas en el filtro de morado,
armazón consumido de fuegos de artificio
girando indiferente.

VII

ESTANCIA DEL OLVIDO


Pasa la mano del silencio
por el cóncavo rostro del sueño.

Ataviada de viejas resonancias
va la sombra del viento.

La pestaña del astro cae inmóvil
al párpado del tiempo.

¡Abre, sol negro, tu brillante noche!
Formas oscuras llenan tu comienzo.

Sobre la superficie de serpientes,
el rencor de la fiebre, la inerte quemadura:
ríos de rosa fresca, tacto de terciopelo,
arroyos de tiniebla!

El silencio en los labios del silencio.

Asciende adormecida la sonrisa
en los brazos nocturnos del secreto.

VIII

ARQUITECTURA DE LA LUNA


Profundidad violada.
Línea helada de luz.
Firme trazo sideral.
Geometría y andamio:
construcción espectral.

Ola concéntrica de cielos,
circulares espejos abriendo el horizonte;
emergiendo pirámides de plata,
despertando los pasos de “Indios Pueblo”,
absortas sepulturas,
venados pétreos.

Imantado, suspenso, lanceado de blancura,
de luna coronado;
evadido de los siete colores
del prisma de sal,
gira el desierto cegado
en magnético mar espiral.

IX

RETORNO AL DESIERTO HUMANO


Habitante desnudo de la soledad
Cuerpo compacto de la angustia.
De pie sobre su planta prisionero,
—creatura de la sed— ronda su imagen:
contorno humano ¡vertical desierto!

Danzando hasta el retorno del principio
—cuerpo en vaivén y brazos enlazados—
aflora la biznaga del hechizo.

Noche de rojo firmamento.

Las recónditas bestias de la sangre
caminan en el hombre del instinto
hacia el llanto ululante.

Las manos primitivas de la magia
avanzan hacia el eco.
Señal, cábala, signo,
un círculo de asombro:
¡surge el verbo!

Allí donde los árboles ausentes,
donde el margen columpia la distancia,
en la raíz sombría del origen...

¡Norte de México!
¡Soplo de abismo!
¡Flauta mis huesos!

Desde la frente del milagro
hasta el vientre cerrado del misterio.

Aurora Reyes



La palabra inmóvil

Amor, fuera olvidarte como perder los ojos,
cegar frente a los verdes más claros de la vida,
caer en el invierno con un sueño encerrado
sepultando los brotes de la flor del prodigio.

Desconocer las formas que anidaron el tacto,
ignorar la sonrisa que prepara la aurora
en los húmedos labios terrenales;
no haber sentido nuca ese punto celeste
en el que culminaron los pasos de la sangre.

Amor, fuera olvidarte como abrazar un río desde su nacimiento,
y sólo rescatar para la muerte una frente de polvo,
una carta perdida o el cadáver de un árbol.

En el pecho inocente del amor cabe todo:
ángeles y demonios, rosas y lejanías,
resurrecciones tristes y el crimen y el milagro.

Todo cabe en su hondura,
menos esa palabra de sueño sin columnas,
—desierto sin arenas, mar sin agua—
palabra inmóvil de vacía muerte:
ni ausencia, ni dolor, ni abismo…¡nada!

El olvido, amor mío, es palabra maldita,
que retorna a lo informe, al origen de la sombra,
disolviendo la huella de la luz traicionada.

¿Cómo olvidar el aire y el agua de tu nombre?
¿Cómo olvidar la tierra y el fuego de tus manos
y el rostro de la piedra de tu rostro?

No importa la presencia, la soledad no importa,
ni los arcos de niebla que crucé por hallarte.
Amor, el victorioso latido de tu esencia
desde lo más profundo de mi ser se levanta.

Aurora Reyes


Madre nuestra la tierra

A ti, Coatlicue, Madre ominipresente;
principio y fin de todo ser terrenal.

Cuando dormías, Madre
—elásticas hamacas mecidas por el tiempo—,
halo de niebla apenas
en la blanca serpiente de tu órbita,
un diamante de labio transparente
cristalizó la sombra de tu cuerpo.

Tu corazón fue líquida mirada,
juventud sideral enamorada.
En tu vientre, la rosa giratoria congregando
vertientes,
igniscentes anillos, vorágines en danza;
caos elementales de esférica alegría...

Y tu piel invisible se fue haciendo manzana

Primavera terrestre en los cielos nupciales:
manto de aérea nube, satélite de plata,
lenta falda de víboras sedientas,
germinal atributo de oscuras dinastías
entrelazando génesis mortales.

Aprendiste en silencio el secreto profundo;
los varones del sol te lo dijeron
luz a luz, rayo a rayo, en las entrañas.

Fueron en ti las duras raíces de las piedras,
las estaciones broncas, las causas vegetales,
metrópolis enhiestas de verde muchedumbre,
litorales de sílabas cautivas
en los ojos de luces minerales.
Amaneceres, muertes, nacimientos.
Borbotaron fecundos manantiales
al áspero pezón de la montaña
y juntaste en el cuenco de la mano
los mares verticales de tus lágrimas.

Un día primordial edificaste
la arquitectura grácil del poema
—¡almendra del anhelo!—
y el Hombre fulguró en la superficie
del frutal paraíso de tu sueño;
en la espina y la roca conmovida,
en el ala tendida del relámpago,
en la cuna solar de las crisálidas,
en el vértigo vivo del océano.

Le llamaste con todos los nombres de los seres:
pétalo rojo, sorprendido insecto,
fosforescente fiera del corazón del monte
y pájaros y peces de dorada centella.

Horas de soledad y fantasía
ensayando contornos, volúmenes, colores,
en el fruto esperado de la siembra:
¿Cómo será el delirio como espuma?
¿Y la mano del viento como ola?
¿Y la noche en el ojo de la estrella?

El amor con los dedos del silencio
construía la tela de tus cielos...
Apareció la imagen bajo perfil humano:
¡Niebla y polvo cayeron en su mínimo espejo!

Surgió para decir las formas nuevas
que no alcanza tu mano de inocencia,
para viajar tus signos infinitos,
multiplicar por dos tu pensamiento,
escuchar tu canción en su palabra
y poder abrazar tu propio pecho
cuando en ti se desnudan los amantes.

Y abarcar tu destino, poseído
en la suma total de las presencias:
amar tu amor en el espacio abierto,
en el fondo marino de la sangre,
en el barro que anuda las distancias,
en la perla de sal que nos dejaste;
repetir tu latido en la tiniebla
de la frente quebrada del cadáver.

Ahora estás mirándote en mí misma
como el eco insondable del espejo:

Inmensurable Madre,
sembradora,
pasión desesperada,
hacedora implacable,
grano a grano preñada,
gigante paridora.
Cosechera,
mandíbula feroz,
ávida espiga,
grávida golosa,
volcánica, tenaz,
Diosa legítima,
Coatlicue sin quietud,
¡Devoradora!

Madre nuestra La Tierra
que fluyes en el poro de todo lo viviente,
reflejas tu emoción en los plurales,
caminas desde el centro de lo Uno,
prologas el hechizo de los números pares;
que rondas en el paso y la caída,
respiras en el hueco sonoro de la noche,
sonríes en el astro de fuegos tutelares
y en los trémulos cauces del verbo de la leche.

Mueren las extensiones en tus brazos,
de ti nacen honduras y pilares;
¡Qué sabor de granada turbulenta!
¡Qué perfume colérico de sangre!
Eres punto y esfera, muslos de agua,
nido y fosa y atmósfera radiante,
y todas las palabras y los niños
y los gajos de todas las naranjas.

Gravitas en los cálices ocultos,
en la rama calcárea de mis huesos,
en mi vientre de sombra sacudida,
en la memoria de algo
que de ti se desprende y conmigo comienza.

Turba mis continentes tu frescura entrañable
transitada del río callado del misterio,
húmeda de esqueletos y yerba derretida,
devastados veranos y pétreos yacimientos.
¡Tierra de sumergido paraíso
en donde no hay lugar para el destierro!

Ante los horizontes del abismo
en que vierte universos lo perpetuo,
interrogo a la luna de mi muerte:
¿Cómo será la luz como semilla?
¿Y la raíz profunda como vuelo?
¿Y el pacto del silencio y el silencio?
Cuando tomo en mis manos un puñado de tierra
y resbalan sombríos planetas por mi tacto,
me ahoga una ternura dolorosa de niebla,
derrúmbanse los arcos de mi nombre
y ruedo hasta los últimos paisajes
de la tierra que sube por mis labios.

Aurora Reyes




Prólogo y oración a la palabra

Vengo desde tus labios a mi presencia pura.
Inescrutable viaje subterráneo
al abismo del rostro sin edades.

Recóndito universo palpitante y cerrado,
perdido en el secreto de la tierra desnuda,
constelado de símbolos nocturnos,
de tactos germinales.

Retorno a mi figura,
como al contorno hueco de un ahogado en sí mismo
que avanza lentamente hacia la superficie
renaciendo en la muerte de otra vida,
emergiendo en el llanto del nuevo nacimiento.
Recobrando su espacio solitario.

Este sol de ceniza me lastima los ojos.
He caído en un río de claridad creciente,
ciega y atropellada entre vidrios cortados.

Miel en escombro, consumida sombra,
rosas diluidas en oscura lava.
¡Ay, el espejo, lámpara de peces!

¿Quién desató la voz de la ventana?
Por todas estas muertes que estoy hecha,
muerte a muerte la vida se me escapa.

Pero aquí, la intemperie de mi propio cadáver,
en mis sienes de musgo,
en mi brazo de ausencias,
en mi canto de humo,
en mi cuerpo vacío de cuchillos y llamas,
veo cómo despiertan las corolas del aire,
cómo encienden los átomos su eslabón infinito.
en el sueño de todos, en el beso de nadie.

Escucho la cadena transparente
de la arena que danza,
los invisibles élitros azules
en la fidelidad de la distancia.

Aro de luz, desértica pupila:
circúndame en tu música de piedra,
desata la inicial, diáfana espada.
Tener tu dimensión, crecer en ella,
amar contigo la verdad terrena,
combatir con el rayo de tus armas.

Asísteme ¡magnolia de armonía!
dame tu exactitud y tu tersura,
enséñame tu idioma y su eficacia.

La soledad, los mágicos dominios.
Anunciación y flor amanecida,
de silencio a silencio: ...¡La Palabra!

Aurora Reyes



Recóndita espiral

Aérea faz de roca construida,
suspendida en la noche de la infancia.
Recuerdas idolátricos perfiles
de inarmónica danza.

¿Eres diáfana sombra o luz caída,
anticipada muerte rescatada,
perímetro de ausencia o invadida
forma de realidad acumulada?

Entre muros de angustia vacilante
y estatuas calcinadas
húndese el horizonte de mi frente
en colérica sal desparramada.
¿Cuál fragmento de espejo
se quedó con mi cara?
El sueño gira lenta, lentamente,
repitiendo sin voz una palabra:

Espiral, espiral,
flor infinita...
¡Cuántas estrellas desprendidas,
cuántas!

No interrogues al cardo,
no te asomes al río,
no llames al secreto.

¿Has oído cantar la tierra húmeda
bajo tu corazón?
¿Has visto la tormenta crecer y hacerse múltiple
en las alas del árbol?
¿Has palpado el amor en el recóndito
ruiseñor de los huesos?

Mira subir la lluvia por los tallos
y retornar el cielo.
Elévate en los pétalos azules,
en las trémulas manos de las hojas,
en la cifra total de los sentidos.
La ascensión te reclama las raíces,
la sombra, la garganta, los cabellos.
¡Líbrate, rompe todo, desángrate, agoniza!
pero no te ciña el pensamiento.

Los corales del tacto, los corales.
Los caminos del viento...

Una sola palabra de tus ojos
despertará la muerte que perdió tu mirada,
la muerte que circunda tu contorno de niebla,
la que habita detrás de cada párpado
en las cuencas de todas las preguntas
que anidaron las fieras subterráneas.

Crece, silencio. Crece con los barcos,
con el fuego y el mar y la distancia;
trasciende los lamentos impotentes
de las últimas playas.
Crece el cielo más alto
del amor sin sonrisa,
sin rostro, sin espejo,
sin arena, sin agua...

Aurora Reyes







No hay comentarios: