Amigo lector...

Amigo lector
amiga:

En este libro
(como en todos)
encontrarás
versos buenos, regulares y malos.

Los buenos
se deben a los dioses
que a veces nos los otorgan
para que seamos mejores;
los regulares
son como nosotros

–hijos del siglo que murió–
mediocres, grises, urbanos;
los malos
son culpa del poeta
y de nadie más.

Si el libro te gusta
recomiéndalo a otra persona
quien te lo agradecerá;
si no te gusta,
no lo destruyas
ni lo arrojes al basurero,
dáselo también
(como una excelente venganza)
a tu peor enemigo
(o enemiga)

así será muy siglo XXI:
ecológico
demótico
tolerante
político

y todos saldremos ganando:

los bosques
los tiraderos de basura
el escritor.

Arturo Dávila


Basta de ácido y elogios
la sátira se gasta y el panegírico no paga.

Si los llamo brutos,
rebuznan,
si necios, bostezan. 

Otros han cantado al amor
(y al desamor)
en versos dulces y delicados
dignos del terciopelo
y de ediciones privadas;
plumas más refinadas
escribieron con música loable
y línea noble y sonora: 

El mes era de mayo, un tiempo glorïoso. . .
Oh, más dura que mármol a mis quejas. . .
Si os partiéredes al  alba. . .
En crespa tempestad del oro undoso. . .
Detente, sombra de mi bien esquivo. . .
Ufano, alegre, altivo, enamorado. . . 

¿Y ahora? 

Todos son pazianos y borgescos
rodeados de  espejos y de laberintos,
todos son poetas al nerudeo
escribiendo sus versos más tristes esta noche: 

percusiones de hielo
versos en almíbar
ritmos sin armonía. 

¡Ladridos, alharaca y alaridos!

Cada sueño una profecía
cada imbécil un campeón.

¿Acaso se puede aprender
si todo es farsa y mentira? 

Yo me retiro
a la paz de los desiertos

                                                                 (y de las playas azules)


con pocos, pero doctos libros juntos
(y unos cuantos videos) 

y con dientes amarillos
                                                            a esperar

                                                                    el oro del atardecer.

Arturo Dávila S.




La partida

He iniciado la partida. Aún arde
el cristal de la noche, los espejos
encendidos en el cielo. Es tarde
para volver. En mis despojos, lejos

busqué el olvido. Ahora se enciende en
las ruedas trémulas de mi garganta,
en la ola de mis sueños. Para bien
o para mal, me voy, cuando levanta

el horizonte fiel y ondea el calor
de la luna moribunda. Camino
hacia el oeste, donde al fin el dolor

muere, y la mirada es roja. No
lo lamento, sólo he perdido, acaso,
una mujer, una flor, un ocaso.

Arturo Dávila S.



Naufragio

En noches boquiabiertas
construyo un barco que huye entre mis sueños:
navegan pianos lentos
recostados en la bruma que avanza,
estrellas frescas del amanecer,
sonidos del más suave terciopelo.

Y aunque el sueño es una migaja triste,
alimento de dioses,
nostalgia de la muerte recordada,
pasan estrellas destilando miel
con un racimo de alas
sin saber porqué se encuentran ahí.

Desde el mástil del piano
surgen pañuelos de gamuza suave
y descienden hasta los camarotes
en busca de sirenas
que se peinan las olas de su cuerpo
con un arco de estelas
y caracolas tiernas
tejidas entre paisajes de ayer.

Pero el ayer navega fugitivo
a un mañana sin alas
donde los sueños se pueblan de barcos
lentos, destilando migajas tristes
de dormidas caracolas y pianos.

A pasos lentos, pasan
corazones insomnes
atravesados por espadas mudas
de venados heridos
y sirenas en el lomo del piano
que peinan tres estrellas
y tejen un racimo de canciones
tristemente sin alas
para aquel barco que huye entre mis sueños.

Arturo Dávila S.


Metempsicosis

Entre tibias y solitarias noches
te vas quedando solo en los caminos;
la sombra de la luna azul inunda
el dulce navegar de tus memorias. 

Caminas por ahí, como otras veces,
con pie incierto en olvidadas tierras,
acariciando tus recuerdos tibios
de otras edades y otros cuerpos tristes. 

Estuviste por aquí, mas ignoras
cuándo y bajo qué reinos interiores;
¿qué pieles desechadas por la muerte
miraron tristes estos ojos tibios?

Tristeza antigua y lánguida tibieza:
murieron por tu cuerpo otros imperios
y sientes las corrientes del olvido
naufragar mar adentro de tus penas.

¡Qué importa! te lo dices (sin creerlo)
lanzando piedras muertas contra el tiempo;
nos veremos de nuevo en nuevas lunas
envueltos por la noche triste y tibia.

Arturo Dávila S.


Miramos hacia arriba,
Ricardo,
miramos hacia abajo,
miramos hacia los lados.
Arriba se estrella el cielo,
abajo se estrellan los hombres,
a los lados se estrella el destino.
Miro estrellarse el espejo
y despejo la realidad de mis estrellas:
la figura se desfigura
como el agua en el agua,
sueño sombras de viento,
el espacio se hace lento
y crece el fuego en mi pecho.
Las arrugas son más claras
y vienen con los años:
son las cicatrices del tiempo.
El universo se expande,
estrellas nacen y mueren,
y la vida es pura energía.
El tiempo y el espacio  no existen,
según el filósofo de Königsberg
y son categorías de la mente.
Pero las arrugas sí existen.
El rostro se estrella en el espejo
y se hunde en el fondo del reflejo.
Sí,
somos los hombres estrellados,
los años nos estrellan contra la muerte.
La muerte nos deja viendo estrellas.

Arturo Dávila S.
















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