"Aquel paraje estaba fuera del Universo y yo
lo animaba con mi voz desesperada de confinado."

José Antonio Ramos Sucre


Carnaval

Una mujer de facciones imperfectas y de gesto apacible obsede mi pensamiento. Un pintor septentrional la habría situado en el curso de una escena familiar, para distraerse de su genio melancólico, asediado por figuras macabras.

Yo había llegado a la sala de la fiesta en compañía de amigos turbulentos, resueltos a desvanecer la sombra de mi tedio. Veníamos de un lance, donde ellos habían arriesgado la vida por mi causa.

Los enemigos travestidos nos rodearon súbitamente, después de cortarnos las avenidas. Admiramos el asalto bravo y obstinado, el puño firme de los espadachines. Multiplicaban, sin decir palabra, sus golpes mortales, evitando declararse por la voz. Se alejaron, rotos y mohínos, dejando el reguero de su sangre en la nieve del suelo.

Mis amigos, seducidos por el bullicio de la fiesta, me dejaron acostado sobre un diván. Pretendieron alentar mis fuerzas por medio de una poción estimulante. Ingerí una bebida malsana, un licor salobre y de verdes reflejos, el sedimento mismo de un mar gemebundo, frecuentado por los albatros.

Ellos se perdieron en el giro del baile.

Yo divisaba la misma figura de este momento. Sufría la pesadumbre del artista septentrional y notaba la presencia de la mujer de facciones imperfectas y de gesto apacible en una tregua de la danza de los muertos.

José Antonio Ramos Sucre



De profundis

He recorrido el palacio mágico del sueño. Me he fatigado en vano por descubrir el vestigio de una mujer ausente de este mundo. Yo deseaba restablecerla en mi pensamiento.

   Conservo mis afectos de adolescente sufrido y cabizbajo. Su belleza adornaba una calle de ruinas. Yo me insinuaba hasta su ventana en medio de la oscuridad crepuscular. Me excedía en algunos años y yo ocultaba de los maldicientes mi pasión delirante.

   Dejó de presentarse en una noche de temores y congojas y recordé infructuosamente las señas de su vivienda. Un temporal corría la inmensidad.

   Yo seguí a desahogar la melancolía indeleble en una aventura, donde mis compañeros se perdieron y murieron. Yo amanecí en el recinto de una iglesia, monumento erigido por una doncella de otros siglos. El sacerdote encarecía las pruebas de su devoción y anunciaba desde el púlpito amenazas invariables. Celebró después el oficio de difuntos y llenó mis oídos con el rumor de un salmo siniestro.

José Antonio Ramos Sucre


Discurso del contemplativo

Amo la paz y la soledad; aspiro a vivir en una casa espaciosa y antigua donde no haya otro ruido que el de una fuente, cuando yo quiera oír su chorro abundante. Ocupará el centro del patio, en medio de los árboles que, para salvar del sol y del viento el sueño de sus aguas, enlazarán las copas gemebundas. Recibiré la única visita de los pájaros que encontrarán descanso en mi refugio silencioso. Ellos divertirán mi sosiego con el vuelo arbitrario y su canto natural; su simpleza de inocentes criaturas disipará en el espíritu la desazón exasperante del rencor, aliviando mi frente el refrigerio del olvido.

La devoción y el estudio me ayudarán a cultivar la austeridad como un asceta, de modo que ni interés humano ni anhelo terrenal estorbará las alas de mi meditación, que en la cima solemne del éxtasis descansarán del sostenido vuelo; y desde allí divisará mi espíritu el ambiguo deslumbramiento de la verdad inalcanzable.

Las novedades y variaciones del mundo llegarán mitigadas al sitio de mi recogimiento, como si las hubiera amortecido una atmósfera pesada. No aceptaré sentimiento enfadoso ni impresión violenta: la luz llegará hasta mí después de perder su fuego en la espesa trama de los árboles; en la distancia acabará el ruido antes que invada mi apaciguado recinto; la oscuridad servirá de resguardo a mi quietud; las cortinas de la sombra circundarán el lago diáfano e imperturbable del silencio.

Yo opondré al vario curso del tiempo la serenidad de la esfinge ante el mar de las arenas africanas. No sacudirán mi equilibrio los días espléndidos de sol, que comunican su ventura de donceles rubios y festivos, ni los opacos días de lluvia que ostentan la ceniza de la penitencia. En esa disposición ecuánime esperaré el momento y afrontaré el misterio de la muerte.

Ella vendrá, en lo más callado de una noche, a sorprenderme junto a la muda fuente. Para aumentar la santidad de mi hora última, vibrará por el aire un beato rumor, como de alados serafines, y un transparente efluvio de consolación bajará del altar del encendido cielo. A mi cadáver sobrará por tardía la atención de los hombres; antes que ellos, habrán cumplido el mejor rito de mis sencillos funerales el beso virginal del aura despertada por la aurora y el revuelo de los pájaros amigos.

José Antonio Ramos Sucre


Edad de plata

Yo vivía retirado en el campo desde el fenecimiento de mi juventud. Lucrecio me había aficionado al trato de la naturaleza imparcial. Yo había concebido la resolución de salir voluntariamente de la vida al notar los síntomas del tedio, al sentir las trabas y cadenas de la vejez. Yo habría perecido cerca de la fuente del río oscuro y un sollozo habría animado los sauces invariables. Mi cisne enlutado, símbolo y memoria de un eclipse, habría vuelto a su mundo salvaje.

Había dejado de visitar la ciudad vecina en donde nací. Me lastimaba la imagen continua de su decadencia y me consolaba el recuerdo de haber combatido por su soberanía.

Mis nacionales ejercitaban sentimientos afectuosos en medio de la infelicidad y me llamaron del retiro a participar en un duelo general. Rodeaban la familia de una doncella muerta en la mañana de sus bodas.

Yo asistí a las exequias y dibujé el movimiento circular de una danza en la superficie del ataúd incorruptible. Meleagro, el mismo de la Antología, escribió a mi ruego un solo verso en donde intentaba reconciliar al Destino.

José Antonio Ramos Sucre


El asno

Yo no podía sufrir la vivienda lóbrega y discurría por la vega de la ciudad escolar.

Yo disfrutaba la soledad montado sobre un asno y me detenía en presencia de un río sereno. Los pájaros volaban al alcance de la mano y al amor de una ráfaga del infinito. Yo buscaba en el seno de las nubes rasantes el origen de una música de laúdes.

El senescal de un rey santo me había separado de solicitar la salud por medio de las letras y me invitaba a abrazar la humildad de las criaturas insipientes. El trato del senescal me reposaba de la meditación febril.

El rey santo vivía afligido por los reparos de una conciencia mórbida y se calificaba de soberbio al aceptar de sus hermanos el ministerio de criados de su mesa. La etiqueta se inspiraba en un paso de la Biblia.

El rey santo me había dirigido a pensar en los rodeos y asaltos del diablo a las almas de los moribundos. El trote modesto de mi cabalgadura facilitaba el arrobo y la pérdida de mis facultades. El asno frugal y resignado, presente en las ceremonias del culto, dividía conmigo la cuita suprema. Me salvó en una carrera súbita al descubrir, en el enredo de unas espadañas y lentejas fluviales, la obesidad innoble de una esfinge de ojos oblicuos.

José Antonio Ramos Sucre


El episodio del nostálgico


Siento, asomado a la ventana, la imagen asidua de la patria.
La nieve esmalta la ciudad extranjera.
La luna prende un fanal en el tope de cada torre.
Las aves procelarias descansan del océano, vestidas de edredón.
Protejo, desde ayer, a la huérfana del caballero taciturno, de origen ignorado.
Refiere sobresaltos y peligros, fugas improvisas sobre caballos asustados y en barcos náufragos. Añade observaciones singulares, indicio de una inteligencia acelerada por la calamidad.
Duda si era su padre el caballero difunto.
Nunca lo vio sonreír.
Sacaba, a veces, un medallón vacío.
Miraba ansiosamente el reloj de hechura antigua, de campanada puntual.
Nadie consigue entender el mecanismo.
He espantado, de su seno, las mariposas negras del presagio.

José Antonio Ramos Sucre


El niño

Los egipcios aprendieron de las avispas el arte de fabricar el papiro. Un niño refractario a la disciplina debió de sorprenderlas en su trabajo febril. Resistió los dardos emponzoñados y contó a sus padres, durante la convalecencia, el denuedo y el ingenio de los insectos.

Los antiguos alaban el entendimiento de las mujeres egipcias y su consejo en la administración de la república familiar. La madre del niño discurrió la manera de imitar el aderezo de las avispas y acertó con un nuevo medio de facilitar la comunicación entre los presentes y los venideros. El papel se usa desde entonces en vez de la piedra.

El labrador egipcio no ganaba la propiedad de su campo y era despedido sin remedio. El invento del rapaz debió mejorar la existencia de sus progenitores y los salvó, seguramente, de sucumbir en el trajín de la obra pública, sufriendo la dieta de las tres cebollas crudas y el azote del sobrestante.

José Antonio Ramos Sucre



El resfrío

He leído en mi niñez las memorias de una artista del violoncelo, fallecida lejos de su patria, en el sitio más frío del orbe. He visto la imagen del sepulcro en un libro de estampas. Una verja de hierro defiende el hacinamiento de piedras y la cruz bizantina. Una ráfaga atolondrada vierte la lluvia en la soledad.

La heroína reposa de un galope consecutivo, espanto del zorro vil. El caballo estuvo a punto de perecer en los lazos flexibles de un bosque, en el lodo inerte.

La artista arrojó desde su caballo al sórdido río de China un vaso de marfil, sujeto por medio de un fiador, e ingirió el principio del cólera en la linfa torpe. Allí mismo cautivó y consumió unos peces de sabor terrizo. La heroína usaba de modo preferente el marfil eximio, la materia del olifante de Roldán.

Un sol de azufre viajaba a ras del suelo en la atmósfera de un arenal lejano y un soplo agudo, mensajero de la oscuridad invisible, esparció una sombra de terror en el cauce inmenso.

José Antonio Ramos Sucre


El talismán

Vivía solo en el aposento guarnecido de una serie de espejos mágicos. Ensayaba, antes de la entrevista con algún enemigo, una sonrisa falsa.

   Había exterminado las hijas de los pobres, raptándolas y perdiéndolas desdeñosamente. Alberto Durero lo descubrió una noche en solicitud de una incauta. El galán se había provisto de un farol de ronda para atisbar a mansalva y volvió a su vivienda después de un rodeo infructuoso y sobre un caballo macilento. El artista dibujó, el día siguiente, la imagen del caballero en el acto de regresar a su guarida. Lo convirtió en un espectro cabalgante y le sustituyó el farol de ronda por el reloj de arena.

   El caballero habita una casa desprevenida de guardianes, sumida en la sombra desde la puesta del sol. No se cuenta de ningún asalto concertado por sus malquerientes.

   Se abandona sin zozobra al sueño inerme. Fía su seguridad al efluvio de una redoma fosforescente, en donde guarda una criatura humana, el prodigio mayor del laboratorio de Fausto.

José Antonio Ramos Sucre


"El topo y el lince eran los ministros de mi sabiduría secreta. Me habían seguido al establecerme en un paisaje desnudo. Unos pájaros blancos lamentaban la suerte de Euforión, el de las alas de fuego, y la atribuían al ardimiento precoz, al deseo del peligro. El tipo y el lince me ayudaban en el descubrimiento del porvenir por medio de las llamas danzantes y de la efusión del vino, de púrpura sombría. Yo contaba el privilegio de rastrear los pasos del ángel invisible de la muerte. Yo recorría la tierra, sufriendo la grita y pedrea de la multitud. No conseguí el afecto de mis vecinos alumbrándoles aguas subterráneas en un desierto de cal. Una doncella se abstuvo de censurar mi traje irrisorio, presente de Klingsor, el mago infalible. Yo la salvé de una enfermedad inveterada, de sus lágrimas constantes. Un espectro le había soplado en el rostro y yo le volví la salud con el auxilio de las flores disciplinadas y fragantes del díctamo, lenitivo de la pesadumbre. "

José Ramos Sucre
El herbolario


    


El tesoro de la fuente cegada

Yo vivía en un país intransitable, desolado por la venganza divina. El suelo, obra de cataclismos olvidados, se dividía en precipicios y montañas, eslabones diseminados al azar. Habían perecido los antiguos moradores, nación desalmada y cruda.

Un sol amarillo iluminaba aquel país de bosques cenicientos, de sombras hipnóticas, de ecos ilusorios.

Yo ocupaba un edificio milenario, festonado por la maleza espontánea, ejemplar de una arquitectura de cíclopes, ignaros del hierro.

La fuga de los alces huraños alarmaba las selvas sin aves.

Tú sucumbías a la memoria del mar nativo y sus alciones. Imaginabas superar con gemidos y plegarias la fatalidad de aquel destierro, y ocupabas algún intervalo de consolación musitando cantinelas borradas de tu memoria atribulada.

El temporal desordenaba tu cabellera, aumento de una figura macilenta, y su cortejo de relámpagos sobresaltaba tus ojos de violeta.

El pesar apagó tu voz, sumiéndote en un sopor inerte. Yo depuse tu cuerpo yacente en el regazo de una fuente cegada, esperando tu despertamiento después de un ciclo expiatorio.

Pude salvar entonces la frontera del país maléfico, y escapé navegando un mar extremo en un bajel desierto, orientado por una luz incólume.

José Antonio Ramos Sucre



Hace su base...

Hace su base de prestigio firme
con tres libros que caben en un libro
por la leal capacidad de síntesis
con que encaja su idea en el periodo.

La palabra sin causa cuando escribe
poda sin reticencias de su estilo.
En lo hermético busca lo sublime,
y en lo sublime el símbolo del mito.

Labra su soledad como un artífice
en el metal de sueños y antítesis
y la puebla de libros y de ideas.

Y de su yo radiante, incomprendido,
como de un laberinto por un hilo,
se evade hacia la búsqueda suprema.

José Antonio Ramos Sucre



La cábala

    El caballero, de rostro famélico y de barba salvaje, cruzaba el viejo puente suspendido por medio de cadenas.

    Dejó caer un clavel, flor apasionada, en el agua malsana del arroyo

    Me sorprendí al verlo solo. Un jinete de visera fiel le precedía antes, tremolando un jirón en el vértice de su lanza.

    Discutían a cada momento, sin embargo de la amistad segura. El señor se había sumergido en la ciencia de los rabinos desde su visita a la secular Toledo. Iluminaba su aposento con el candelabro de los siete brazos, sustraído de la sinagoga, y lo había recibido de su amante, una beldad judía sentada sobre un tapiz de Esmirna.

    El criado resuelve salvar al caballero de la seducción permanente y lo persuade a recorrer un mar lejano, en donde suenan los nombres de los almirantes de Italia y las Cícladas, las islas refulgentes de Horacio, imitan el coro vocal de las oceánidas.

    Cervantes me refirió el suceso del caballero devuelto a la salud. Se restableció al discernir en una muchedumbre de paseantes la única doncella morena de Venecia.

José Antonio Ramos Sucre



La huella

Una luz febril recorría los cielos la noche del viernes santo.

Yo distinguía los perfiles de una ciudad oculta en la sombra y el símbolo de una escala de sones volátiles en el silencio penitente.

Yo me había asomado a la ventana después de consignar en un escrito los azares de una pasión ideal. Yo volvía el discurso al caso Dante, a sus cuitas de amor en la cámara del sobresalto y la amargura.

Yo sufría del arrojo de mi pensamiento. Una forma aviesa imitaba al objeto de mis devaneos y sugería con el ademán la vista de un suplicio.

El temporal, nacido en montes lívidos, fugaba delante de sí el tumulto de las tinieblas y esparcía las voces de una multitud precita. Yo dije entre alabanzas el nombre soberano, cifra de mis anhelos, y el fantasma lacónico se delizó en mi presencia, dejando en su vez un reguero de polvo.

José Antonio Ramos Sucre




"La lucha contra el tiempo y el espacios
¿Por qué no tiene la tez de las hermosas
la tersura del lago, que escapa al raudo tiempo?"

José Antonio Ramos Sucre



La redención de Fausto

Leonardo da Vinci gustaba de pintar figuras gaseosas, umbrátiles. Dejó en manos de Alberto Durero, habitante de Venecia, un ejemplar de la Gioconda, célebre por la sonrisa mágica.

Ese mismo cuadro vino a iluminar, días después, la estancia de Fausto.

El sabio se fatigaba riñendo con un bachiller presuntuoso de cuello de encaje y espadín, y con Mefistófeles, antecesor de Hegel, obstinado en ejecutar la síntesis de los contrarios, en equivocar el bien con el mal. Fausto los despidió de su amistad, volvió en su juicio y notó por primera vez la ausencia de la mujer.

La criatura espectral de Leonardo da Vinci dejó de ser una imagen cautiva, posó la mano sobre el hombro del pensador y apagó su lámpara vigilante.

José Antonio Ramos Sucre



La verdad

La golondrina conoce el calendario, divide el año por el consejo de una sabiduría innata. Puede prescindir del aviso de la luna variable. Según la ciencia natural, la belleza de la golondrina es el ordenamiento de su organismo para el vuelo, una proporción entre el medio y el fin, entre el método y el resultado, una idea socrática. La golondrina salva continentes en un día de viaje y ha conocido desde antaño la media del orbe terrestre, anticipándose a los dragones infalibles del mito. Un astrónomo desvariado cavilaba en su isla de pinos y roquedos, presente de un rey, sobre los anillos de Saturno y otras maravillas del espacio y sobre el espíritu elemental del fuego, el fósforo inquieto. Un prejuicio teológico le había inspirado el pensamiento del situar en el ruedo del sol el destierro de las almas condenadas. Recuperó el sentimiento humano de la realidad en medio de una primavera tibia. Las golondrinas habituadas a rodear los monumentos de un reino difunto, erigidos conforme una aritmética primordial, subieron hasta el clima riguroso y dijeron al oído del sabio la solución del enigma del universo, el secreto de la esfinge impúdica.

José Antonio Ramos Sucre



La vida del maldito

    Yo adolezco de una generación ilustre; amo el dolor, la belleza y la crueldad, sobre todo esta última, que sirve para destruir un mundo abandonado al mal. Imagino constantemente la sensación del padecimiento físico, de la lesión orgánica.
    Conservo recuerdos pronunciados de mi infancia,rememoro la faz marchita de mis abuelos, que murieron en esta misma vivienda espaciosa, heridos por dolencias prolongadas. Reconstituyo la escena de sus exequias, que presencié asombrado e inocente.
    Mi alma es desde entonces crítica y blasfema;vive en pie de guerra contra los poderes humanos y divinos, alentada por la manía de la investigación; y esta curiosidad infatigable declara el motivo de mis triunfos escolares y de mi vida atolondrada y maleante al dejar las aulas. Detesto íntimamente amis semejantes, quienes sólo me inspiran epigramas inhumanos; y confieso que, en los días vacantes de mi juventud, mi índole destemplada y huraña me envolvía sin tregua en reyertas vehementes y despertaba las observaciones irónicas de las mujeres licenciosas que acuden a los sitios de diversión y peligro.
    No me seducen los placeres mundanos y volví espontáneamente a la soledad, mucho antes del término del mi juventud, retirándome a ésta, mi ciudad nativa, lejana del progreso, asentada en una comarca apática y neutral. Desde entonces no he dejado esta mansión de colgaduras y de sombras. A sus espaldas fluye un delgado río de tinta, sustraído dela luz por la espesura de árboles crecidos, en pie sobre las márgenes, azotados sin descanso por un viento furioso, nacido delos montes áridos. La calle delantera, siempre desierta, suena aveces con el paso de un carro de bueyes, que reproduce la escena de una campiña etrusca.
    La curiosidad me indujo a nupcias desventuradas,  y casé improvisadamente con una joven caracterizada por los rasgos de mi persona física, pero mejorados por una distinción original. La trataba con un desdén superior, dedicándole el mismo aprecio que a una muñeca desmontable por piezas. Pronto me aburrí de aquel ser infantil, ocasionalmente molesto, y decidí suprimirlo para enriquecimiento de mi experiencia.
    La conduje con cierto pretexto delante de una excavación abierta adrede en el patio de esta misma casa. Yo portaba una pieza de hierro y con ella le coloqué encima de laoreja un firme porrazo. La infeliz cayó de rodillas dentro de la fosa, emitiendo débiles alaridos como de boba. La cubrí de tierra, y esa tarde me senté solo a la mesa, celebrando su ausencia.
    La misma noche y otras siguientes, a hora avanzada,un brusco resplandor iluminaba mi dormitorio y me ahuyentaba el sueño sin remedio. Enmagrecí y me torné pálido, perdiendo sensiblemente las fuerzas. Para distraerme,contraje la costumbre de cabalgar desde mi vivienda hasta fuera de la ciudad, por las campiñas libres y llanas, y paraba el trote dela cabalgadura debajo de un mismo árbol envejecido, adecuado para una cita diabólica. Escuchaba en tal paraje murmullos dispersos y difusos, que no llegaban a voces. Viví así innumerables días hasta que, después de una crisis nerviosa que me ofuscó la razón, desperté clavado por la parálisis en esta silla rodante, bajo el cuidado de un fiel servidor que defendió los días de mi infancia.
    Paso el tiempo en una meditación inquieta,cubierto, la mitad del cuerpo hasta los pies, por una felpa anchurosa.Quiero morir y busco las sugestiones lúgubres, y a mi lado arde constantemente este tenebrario, antes escondido en un desván dela casa.
    En esta situación me visita,increpándome ferozmente, el espectro de mi víctima.Avanza hasta mí con las manos vengadoras en alto, mientras mi continuo servidor se arrincona de miedo; pero no dejaré esta mansión sino cuando sucumba por el encono del fantasma inclemente. Yo quiero escapar de los hombres hasta después de muerto, y tengo ordenado que este edificio desaparezca, al día siguiente de finar mi vida y junto con mi cadáver, en medio de un torbellino de llamas.

José Antonio Ramos Sucre




La zarza de los médanos

El país de mi infancia adolecía de una aridez penitencial.

Yo sufría el ascendiente de un cielo desvaído y divisaba el perfil de una torre mística.

Los montes sobrios y de cima recóndita preferían el capuz de noviembre. Las almas de los difuntos, según el pensamiento de una criatura pusilánime, se recataban en su esquivez, seguían las vicisitudes de un río perplejo y volaban en la brisa del océano.

Vencíamos el susto de las noches visionarias a través del páramo, en la carroza veloz. Unos juncos lacios interrumpían la fuga de las ruedas y la luna indolente vertía a la redonda el embeleso de sus matices de plata.

La criatura infantil, objeto de mis cuitas, amaba de modo férvido unas flores balsámicas, de origen sideral, imbuidas en el aire salobre. Vivía suspensa del anuncio de la muerte y las demandaba para su tumba. Yo he defendido las hojas montaraces del asalto de las arenas.

El mar salió de sus límites a cubrir el litoral desventurado. Una sombra muda y transparente dirigió el esquife de mi salud al reino de la aurora, a la felicidad inequívoca. Yo despertaba de unos sueños encantados y percibía en el aire del aposento los efluvios de la maleza fragante.

José Antonio Ramos Sucre



Los herejes

La doncella se asoma a ver el campo, a interrogar una lontananza trémula. Su mente padece la visión de los jinetes del exterminio, descrita en las páginas del Apocalipsis y en un comentario de estampas negras.
   La voz popular decanta la lluvia de sangre y el eclipse y advierte la similitud con las maravillas de antaño, contemporáneas del rey Lear.
   Un capitán, desabrido e insolente con su rey, fija la tienda de campaña, de seda carmesí, en medio de las ruinas. Los soldados, los diablos de la guerra, dejan ver el tizne del incendio o del infierno en la tez árida y su roja pelambre. Un arbitrista, usurpador del traje de Arlequín, los persuade a la licencia y los abastece de monedas de similor y de papel.
   La doncella aleja la muchedumbre de los enemigos, prodigando las noches de oración. Se retiran delante de una maleza indeleble, después de fatigarse vanamente en la apertura de un camino. El golpe de sus hierros no encontraba asiento y se perdía en el vacío.

José Antonio Ramos Sucre



Ocaso

Mi alma se deleita contemplando el cielo a trechos azul o nublado, al arrullo de un valse delicioso. Imita la quietud del ave que se apresta a descansar durante la noche que avecina. Bendice el avance de la sombra, como el de una virgen tímida a la cita, al recogerse el día y su cohorte de importunos rumores. Crecen silenciosamente sus negros velos, tornándose cada vez más densos, hasta dar por el tinte uniforme y el suave desliz la ilusión de un mar de aguas sedantes y maléficas.

Envuelto en la obscuridad providente, imagino el solaz de yacer olvidado en el son de un abismo incalculable, emulando la fortuna de aquellos personajes que el desvariado ingenio asiático describe, felizmente cautivos por la fascinación de alguna divinidad marina en el laberinto de fantásticas grutas.

Expiran los sones del valse delicioso cuando el sol difunde sus postreras luces sobre el remanso de la tarde. A favor del ambiente ya callado y oscuro disfrutan mis sentidos de su merecida tregua de lebreles alertos. Y a detener sobre mi frente el perezoso giro de su velo, surge del seno de la sombra el vampiro de la melancolía.

José Antonio Ramos Sucre



Preludio

YO QUISIERA estar entre vacías tinieblas, porque el mundo lastima cruelmente mis sentidos y la vida me aflige, impertinente amada que me cuenta amarguras. 

Entonces me habrán abandonado los recuerdos: ahora huyen y vuelven con el ritmo de infatigables olas y son lobos aullantes en la noche que cubre el desierto de nieve. 

El movimiento, signo molesto de la realidad, respeta mi fantástico asilo; mas yo lo habré escalado de brazo con la muerte. Ellas es una blanca Beatriz, y, de pies sobre el creciente de la luna, visitará la mar de mis dolores. Bajo su hechizo reposaré eternamente y no lamentaré más la ofendida belleza ni el imposible amor. 

José Antonio Ramos Sucre



"...Siempre será necesario que los cultores de la belleza y del bien, los consagrados por la desdicha se acojan al mudo asilo de la soledad, único refugio acaso de los que parecen de otra época, desconcertados por el progreso..."

José Antonio Ramos Sucre




"Sueño que sopla una violenta ráfaga de invierno sobre tus cabellos descubiertos, oh niña, que transitas por la nevada urbe monstruosa, a donde todavía joven espero llegar, para verte pasar. Te reconoceré al punto, no me sorprenderá tu alma atormentada y exquisita, tu cuerpo endeble ni tu azul mirada; he presentido tus manos delicadas y exangües, he adivinado tu voz que canta y tu gentil andar. El día de nuestro encuentro será igual a cualquiera de tu vida: te veré buscando paso entre la muchedumbre de transeúntes y carruajes que llena con su tumulto la calle y con su ruido el aire frío. La calle ha de ser larga, acabará donde se junten lejanas neblinas; la formará una doble hilera de casas sin ningún intervalo para viva arboleda; la harán más tediosa enormes edificios que niegan a la vista el acceso del cielo. Lejos de la ciudad nórdica estarán para entonces los pájaros que la alegraban con su canto y olvidado estará el sol; para que reine la luz artificial con su lívido brillo, lo habrán sepultado las nubes, cuyo horror aumenta la industria con el negro aliento de sus fauces.
Entonces y allí será la última hora de esta mi juventud transcurrida sin goces. Habrá ido a experimentar en la ciudad extraña y septentrional la amargura de su despedida y el desconsuelo de su eterno abandono. Para sufrir el ocaso de la juventud ya estaré preparado por la partida de muchas ilusiones y el desvanecimiento de muchas esperanzas. En mi memoria dolerá el recuerdo de imposibles afectos y en mi espíritu pesará el cansancio de vencidos anhelos. Y ya no aspiraré a más: habré adaptado mis ojos al feo mundo, y cerrado mi puerta a la humanidad enemiga. Mi mansión será para otros impenetrable roca y para mí firme cárcel. Estoico orgullo, horrenda soledad habré alcanzado. En torno de mi frente flotarán los cabellos grises, grises cual la ceniza de huérfanos hogares.
De lejos habré llegado con el eterno, hondo pesar, el que nació conmigo en el trópico ardiente y que me acompaña como la conciencia de vivir. Un pesar no calmado con la maravilla de los cielos de los mares nativos perpetuamente luminosos, ni con el ardor ecuatorial de la vida, que me ha rodeado exuberante y que sólo en mí languidece. Los años habrán pasado sin amortiguar esta sensibilidad enfermiza y doliente, tolerable a quien pueda tener la única ocupación de soñar, y que desgraciadamente, por el áspero ataque de la vida, es dentro de mi como una cuerda a punto de romperse en dolorosa tensión. La sensibilidad que del adverso mundo me hace huir al solitario ensueño, se habrá hecho más aguda y frágil al alejarse gravemente mi juventud con la pausada melancolía de la nave en el horizonte vespertino. Al encontrarse, quedaremos unidos por el convencimiento de nuestro destierro en la ciudad moderna que se atormenta con el afán del oro. Ese día, demasiado tarde, el último de mi juventud, en que despertarán, como fantasmas, recuerdos semi muertos al formar el invierno la mortaja de la tierra, será el primero de nuestro amor infinito y estéril. Unidos en un mismo ensueño, huiremos del mundo, cada día más bárbaro y avaro. Huiremos en un vuelo, porque nuestras vidas terminarán sin huellas, de tal modo que éste será el epitafio de nuestro idilio y de nuestra existencia; pasaron como sonámbulos sobre la tierra maldita."

José Antonio Ramos Sucre
Entonces



Trance

He soñado con la beldad rubia. Miro su despejo y siento su voz.

Inicia con razones elegantes una conversación de motivo lisonjero.

Yo estoy prosternado. Quiero oprimir entre mis manos su diestra delgada y perezosa.

Expone en el lenguaje selecto un suceso de siglos ilustres. Refiere las cuitas de un trovador desengañado.

Yo espío los rasgos de su faz iluminada.

Añade comentarios de crítica afilada y suspicaz, y yo asiento con mudez inescrutable.

José Antonio Ramos Sucre




"Un idioma es el universo traducido a ese idioma."

José Antonio Ramos Sucre



Victoria

Su veste blanca y de galones de plata sugería la estola de los ángeles y las galas primitivas del lirio. Una corona simple, el ramo de un olivo milenario, ocultaba sus sienes. Los ojos diáfanos de esmeralda comunicaban el privilegio de la gracia.

Los rasgos sutiles del semblante convenían con los de una forma tácita, adivinada por mí mismo en el valle del asombro, a la luz de una luna pluvial. Uno y otro fantasma, el de la veste blanca y el de la voz tímida, se parecían en el abandono de la voluntad, en la calma devota.

Yo recataba mi niñez en un jardín soñoliento, violetas de la iglesia, jazmines de la Alhambra. Yo vivía rodeado de visiones y unas vírgenes serenas me restablecían del estupor de un mal infinito.

Mi fantasía volaba en una lontananza de la historia, arrestos del Cid y votos de San Bruno. Yo alcancé una vista épica, en un día supremo, al declinar mi frente sobre la tierra húmeda del rocío matinal, reguero de lágrimas del purgatorio. Yo vi el mismo fantasma, el de la voz tímida y el de la veste de azucena, armado de una cruz de cristal. Su nombre secreto era aclamado por los arcángeles infatigables, de atavío de púrpura.

José Antonio Ramos Sucre


"Yo soy el amigo de los paladines que buscaron vanamente la muerte en el riesgo de la última batalla larga y desgraciada."

José Antonio Ramos Sucre














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