Arte poética

Atentamente he meditado en todo
y con arte sutil hice vivir el mar en el poema
y la nave cargada de tesoro y la danza,
rostros de líneas entrevistas y muchachos
sudorosos que luchan en la arena.
He puesto en ese verso aquel deseo
que no he alcanzado nunca y el silencio
entre dos labios o en el movimiento de la nave.
Soy dichoso, porque con toque imperceptible
he vivido la vida en el poema.

Antonio Fernández Spencer


Así la vida es hoy
               
He amanecido. ¡Qué raro estar vivo otra vez!
Se lo pregunto con ternura a mi mesa de trabajo.
Ella no sabe nada. ¿Estoy vivo, por qué?
Y es raro sentir el hueso que te besa un poco
bajo mis fuertes labios de varón.

¡Qué raro tengo el mismo peso de otros días amargos!
El camino es muy largo y la vida muy corta.
Ella no sabe nada. ¡La pobre vida a golpes va pasando!
Me enamoré una vez; en el bolsillo tuve su retrato
lleno de primavera y de jamás

todos los días me asomo a la ventana
y veo que la vida está muy bella, que es imposible estar
en otra primavera. Al sur daré mi corazón;
será alondra cada gota de sangre de su voz.
Está tranquilo. Calla bajo el sol.

He amanecido. ¡Qué raro que mis ojos
vean, llenos de amanecer que estoy ya vivo!
La primavera, ¿dónde está?
Tal vez la tenga en el retrato aquél
Lleno de tiempo. Así la vida es hoy...

Antonio Fernández Spencer


El muerto en el mar

    a José Ángel Valente

Se iba cayendo muerto entre las baldosas y el povo de los caminos.
Era un hombre — con el pecho bajo el sol de septiembre —;
un hombre con su casa, su mujer, su viento
que movía rosales y tal vez el cielo.

Iba como un náufrago entre las cosas;
parecía un muerto de muchos días:
sin gaviotas que chillaran sobre el mar
y era como el hondo movimieno de las mareas.

Bello había sido; las mujeres lo habían rondado.
Ahora está casi roto, mientras sus zapatos suenan
por las calles y en los corazones de los traseúhtes.
Ahora su voz lleva las estrellas apagadas del cielo.

Un viento extraño y negro
se apodera de la corriente de sus huesos;
se va hundiendo en la soledad del cielo
y su memoria aún recoge los campos.

Bellos campos con muchachas que se pierden para siempre en el Alba
— dicen sus labios —, y ve volar por sus ojos a las gaviotas
y el mar se le sube como un juego a las carnes pasajeras.
Aquí amé — piensa —, en este mundo brillante que se pierde,
y nuestras gaviotas le llenan el corazón
y nuevos mares cantan con las palabras de sus olas.

Se le iba cayendo muerto el traje, la voz,
los ya difuntos bolsillos, los botones de agria voz blanca
entre el abrazo solitário del ojal sin ternura.
Se les iba apolillando la voz; la iba dejando em viejos anaqueles.

Ah, sí, pero el mar estará allí para siempre
y las golondrinas, al volar, pondrán una mancha negra en el azul
                                                                           de sus ojos,
y el mar morirá un poço con él,  pero estará allí para siempre,
y los árboles también morirán con él, pero aún conservarán su fuerza
                                                                                 en el mundo.
Ah, las mujeres vendrán a lavar al río sus blancos senos de nieve,
y siempre habrá en el mundo mujeres
y él estará siempre muerto sin remedio.

Se le iba muriendo la casa, la habitación,
los libros, los versos de un poeta.
Sólo le quedaba la voz entre las olas viejas del mar.

Antonio Fernández Spencer


La muerte
               
La muerte viene, sí, con resplandores,
con el hueso del hombre de la esquina;
trae las discusiones del periódico, la política
y el nudo aquél del vino
que ahogaba, a voces, al gendarme.

La muerte viene hoy, ejemplar, enérgica
en el desgarrón de este mi solo traje;
se le cayó un botón a la dulce camisa de mi amigo
y en él la muerte estaba, sudorosa,
con su cálculo máximo, matemática,
comiéndose al botón,
las coles, las manzanas de esta venta.

Y las pobres mujeres, los soldados,
la vieron tercamente pararse en las esquinas
y decirles: “No hay paso para ustedes”,
enseñando su cuerpo de hojas secas,
sus huesos sin milagros, su alma seca.

Antonio Fernández Spencer



Rosa transitoria

Todo en lúcida forma te señala:
el sufrimiento, el alma sin noticia,
y tu forma de pájaro que escala
lo puro de ese cielo que se inicia.

Remota estás –¡oh rosa!– como una ala
en la muerte de póstuma caricia;
ya subes por el tiempo que señala
lo que duerme a tu ser en la delicia.

Todo en el orbe sin ficción te agota:
el vivo mar que todo lo fecunda
el pájaro olvidado en alta rama;

pues caes por amor en lo que anota
la soledad, que al sueño te circunda,
¡y que te nombra soledad en llama!

Antonio Fernández Spencer


Ventana abierta

El ahogado no canta pero escucha las voces
De las algas y estelas de los barcos que fueron
Se siente en la taberna el canto de los muertos
Una estrella se adorna con una rosa vieja
De trapo son los ojos de los peces que pasan
Los muertos han llegado y rompen sus espejos
Todos bailan muy tristes pues ven sus lejanías
Una rosa de fuego se desnuda en las aguas
He aquí que mayo viene y termina el invierno
Las aguas no son grises y es apacible el tiempo
Ese sol de la vida corre tras la muchacha
La falda que la sigue se enreda en el paisaje
El viento que regresa ha decidido amarla
Los ahogados se acercan sobre las olas blancas
Callados nada dicen Sencillos nada quieren
Pensativos parecen porque no tienen mundo
"¿Los vivos tienen mundo?" el pájaro pregunta
Pájaro preguntón no olvides que estás muerto
Déjate de cantar ya se te fue la tarde
No juegues con el sueño de ahogados que regresan
En mi ventana abierta la tarde va dejando
Las rosas amarillas de soles que murieron
Ya no cantan los muertos y el viento va de paso
Sobre la lejanía el amor no se olvida

Antonio Fernández Spencer
















No hay comentarios: