Belleza

De velos va cubierta la belleza
y el viento los ondea. Un velo rojo
he visto desprenderse de su cuerpo.
Donde aquél se posó hoy han brotado
docenas de amapolas que el otoño
habrá de destruir, mas sus semillas
un día inundarán toda la tierra.

Antonio Redondo Andújar


La noche que me asusta

La ciudad que nos une al espejismo.
La ciudad de las noches olvidadas. 
¡Qué nos importa la noche!
A mí me aguarda la noche
encerrada en tu vientre:
la noche que me asusta.
La luz de una farola me muestra
un paisaje siniestro.
Bella: mira en silencio
mi desnudez de plomo.
Cuando, de pie y desnuda,
me abrazo a tus rodillas
–la inmensa perspectiva de tu cuerpo–,
siento un miedo fugaz.
Siento miedo como temo a las sombras
que habitan los garajes siniestros,
como temo a la altura.

Antonio Redondo Andújar


Sin huir de la vida

Cómo vivir sin huir de la vida
si se aleja su imagen, 
si se aleja esa sed y esos sueños
que crecen tan despacio
como crece la piel.
La vid se desparrama por la tierra
y los pámpanos se quedan desnudos
como mi cuerpo en busca del amor.
Dónde hallaré la llave
que, al fin, me abra a la luz,
no a este esperar ansioso
el giro de la rueda
o el picotazo etéreo del tordo misterioso. 

Antonio Redondo Andújar



Toda caricia huye...

Toda caricia huye, se renueva.
No hay nada permanente, ni tus manos
cuando en mi cuerpo escriben los profanos
renglones de pasión que el tiempo lleva.

No es muerte, es ya pasado que se eleva
a donde está el recuerdo. Más humanos,
sin duda, parecemos: casi hermanos
a los que un ideal común subleva.

Cubrimos nuestros cuerpos con un manto
que nos impida ver y, también, vernos
heridos por un dios inexistente.

Sabemos que no hay nada permanente,
que ni el amor podrá hacernos eternos
aunque lo divinice nuestro llanto.

Antonio Redondo Andújar



Un poema de invierno

Invierno crudo, luces pasajeras.
Invierno repetido y monótono.
La hierba humedecida
Y mis ojos cansados de mirar.
La juventud como un dios sonámbulo
O la vida, quizás la vida,
Como un sol que se extingue.
Veo duendes jubilados
Saltando entre la harina dulce de los días,
Dormido en una habitación de hotel
Con un cuerpo desnudo a mi lado.
Cerrar los ojos, hay que cerrar los ojos
Si les sobra la luz,
Hay que cerrar los ojos
Y no mirar la anchura inabarcable
De este río de sangre cotidiano.
¡Qué pérfido y qué triste
El amanecer de lo prohibido!

Antonio Redondo Andújar



















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