Campo de girasoles

Campo de girasoles.
buscaré el girasol de tu sombrilla.

Mi corazón de caza va husmeando
tu paso intacto por el agua limpia.

Llegaré a rescatarte
con mi sable infantil, con mi alegría
de panderos muy altos
y leyendas antiguas.

Ente los girasoles, tú, morena,
disimulada flor de la sombrilla.

Nunca sabré qué atardecer romántico
pondrá en tus ojos dos estrellas fijas,
ni qué constelación de girasoles
hará cielo la tierra, noche el día.

Aquilino Duque




Curriculum vitae

Fui feliz en los bancos de la escuela,
feliz en el cuartel y en el colegio,
y en aquellos veranos sin más agua
que la del pozo aquel del patio.
Si tuve sinsabores
supe olvidarlos al debido tiempo.
Viajé en un tren colgante sobre un río
entre bosques y fábricas,
y en vaporcitos entre los canales
de ciudades marinas.
Fue azul mi vida como el mar,
blanca como la nieve,
y tuve, cómo no, mis horas bajas,
de ésas que abren en el alma el surco,
difícil de llenar, de los remordimientos

Aquilino Duque


De re rustica

Para José Antonio Muñoz Rojas

A la luz del carburo, los gañanes oían
contra las tejavanas los puñados de trigo
que arrojaba la lluvia. La arpillera, el esparto,
los costales de grano trasminaban su olor
reseco y polvoriento, deformando las sombras
chinescas que el carburo recortaba en los muros
encalados, entre la cantarera y el vasar.
La risa de las mozas mullía los pajares.
El olor del carburo, los capotes de hule,
las cántaras de cinc, el medio almud, la artesa,
la horqueta chamuscada para tostar el pan,
la romana colgada de sus propias preguntas…
Por los ocios rurales que imponía el invierno
el cortijo humeante se internaba en la noche
y yo, niño, con él. Dentro de doce días
tendría cinco años. Las canciones de moda
me llegaban a ráfagas desde la carretera
–galopa y corta el viento…– y en ellas el caballo
blanco aquel de mi padre.

Aquilino Duque



Dialéctica

Somos la inmensa mayoría;
somos todos iguales y mediocres.
Tú, poeta, no olvides que eres masa;
canta en el coro y nunca se te ocurra
salir de formación o adelantarte,
que el que destaca es un insolidario
reo de lesa historia, y tú no debes
olvidar que nosotros olvidamos
piadosamente tus orígenes.
¿Que fuiste un precursor?
¿Que tu palabra precedió a la aurora?
Somos la luz, la eternidad es nuestra.
Vivimos en aurora permanente.
Limítate a cantarla y, si dudases
aún, ven y pregunta, que doctores
tiene la santa madre historia.
¿Qué soberbia es la tuya
de buscar la verdad por cuenta propia?
¿Quién eres tú, que no te basta
esta ración de luz que se te asigna?
Ten calma. Algunas veces la verdad
es históricamente inoportuna.
Es cuestión de aguardar algunos años,
algunos siglos como mucho,
¿y qué son unos siglos cuando piensas
en la paradisíaca eternidad
que ganarás con tu silencio?
Esgrime el arma que te damos
y asesina cadáveres,
momias propiciatorias,
que el mundo de hoy está bien hecho
pues obra nuestra es.
Ya no hay contradicciones:
en nuestra sociedad, sino dialéctica.
Somos progreso, libertad, justicia.
La Historia está de nuestra parte.
Todo aquél que no canta con nosotros
canta contra nosotros.
Este es el juego, si lo aceptas
te leeremos todos, pues en ti
fulgirá, espejo colectivo,
la elevación de nuestro pensamiento.
Si no lo aceptas, abre tu escritorio
oloroso a manzanas putrefactas
y saca esa pistola que despeja
las dudas de una vez y para siempre.
A florecer, rosal planificado.
Y tú, viola tricolor,
flor ojerosa, pensamiento viudo,
no hagas escenas de mal tono
sobre la tumba de ese desdichado
zángano de la superestructura,
de ese poeta anónimo
que no tuvo bastante
con perder las cadenas.

Aquilino Duque
1964. De palabra en palabra, 1972




El cachorro en el puente

El cachorro en el puente
Esta noche, Manuel, tú sobre el puente,
tú sobre el río, prometiendo abrazos
que nunca habrás de dar porque no puedes,
porque un madero y unos clavos dicen
que nadie es libre de morir su muerte.
Esta noche, Manuel, tú sobre el río.
Quién te puso corona de saetas,
Cachorro de Sevilla...
Quién pudo hacerte interminable el tránsito...
Hoy no se pasa: aquí muere Sevilla
mientras tu silueta va en el río
caminando otra vez sobre las aguas...
Y ya tu pelo, nebulosa trágica,
río de miel lentísimo,
va velando la muerte que te vela.
Trono moreno de Judea, pasa.
Pasa, Manuel, tuyo es el Viernes Santo,
tuyos son estos ojos que te lloran,
esta voz que te canta,
esta espuma de estrellas andaluzas.
Sigue pasando, alzado y ofrecido.
Esta noche, Manuel, tú sobre el puente.
Quién te trajo hasta mí, quién levantaba
tu belleza, tu cuerpo como un río,
lanza de luz nocturna en el costado...
Quién pudo hacer que el último suspiro
de tus labios se dé a cada momento,
desde no sé qué siglos hasta ahora,
hasta ahora, para ir diciendo al mundo,
para ir diciendo al tiempo: Así se muere.
Así mueren los Hombres.

Aquilino Duque


"El día 13 de mayo a eso de las cinco y media de la tarde, esperaba yo en la parada de autobuses de vía S. Claudio, entre la plaza de S. Silvestre y la vía del Corso, cuando un hombrecillo macilento, con esa palidez cansina de quien sale de una oficina o un taller, llegó murmurando, esquivo, nervioso, que al Papa le acababan de hacer dos disparos al pecho en la plaza de San Pedro. Una señora dijo "Questo è la fine del mondo!". Mi autobús no venía y resolví irme a pie. En la galería Colonna el diario Il Tempo había instalado un aparato de televisión ante el que se agolpaba un grupo nutrido de caras en las que se pintaba el desconcierto, la consternación o la reserva. Allí se nos dijo que el Papa había sido herido en la zona del páncreas. Entre la plaza Colonna y la plaza de Venecia sólo vi caras indiferentes de transeúntes que con seguridad no sabían aún nada. Cierto que trepidaban en el cielo los helicópteros y aullaban en la calle las ambulancias y rugían las motocicletas de la policía, pero todo esto es tan parte de la vida romana habitual que nadie podía pensar que hubiera ocurrido lo impensable. Iba yo con el peso de aquella noticia entero sobre mí porque las gentes que conmigo se cruzaban, ignorantes acaso de ella, no podían ayudarme a llevarlo. Por fin vi a un par de curas negros de habla francesa y en ellos descargué mi peso."

Aquilino Duque
La España imaginaria


Juego de espejos

Juego de espejos, sucesión de engaños,
de luna nueva va a la luna llena,
y hay quien tardó cerca de treinta años
en llegar a Salzburgo desde Viena.

Desde el hotel del Vellocino de Oro
hasta el palacio Mirabell,
Almaviva so io, non son Lindoro,
y no te he sido siempre fiel.

Tienen de bueno los espejos
que multiplican el espacio
y reproducen a lo lejos
aquel hotel y este palacio.

Aquel hotel que ya no existe,
este palacio, estos jardines,
y esta ciudad, que no resiste
el frenesí de los violines.

Aquilino Duque



"Me he opuesto mucho a la guerra de Irak, porque no tenía justificación moral alguna. Pero, ya se sabe, que moral y política no se pueden confundir."

Aquilino Duque


Mejor callar

Si ya está todo dicho y con mejores palabras
y además es inútil. Si a nadie le interesa
lo que tú hayas pensado una tarde de verano
de esas que no se dejan abordar fácilmente.
¿Por qué insistes, qué alberca de endulzar altramuces,
qué montón de avellanas con sus verdes manguitos
vas a recuperar, si hasta las ocas blancas
que tanto perseguías levantaron el vuelo,
y ni el álbum aquel de las chocolatinas
te lleva a Cachemira y a su puente colgante
en un biplano Farman o en un pez volador?

¡Si ya está dicho! ¡Si la verdad estorba,
y bajo las estrellas el que aún sabe cantar
se consuela mirando los círculos de agua
que en el silencio forman sus versos al caer!

Aquilino Duque



Puertos del Norte

A Meye Maier

¡Las niñas bien de calcetines blancos
en aquellos veranos de trasguerra!
En los jardines de Alderdi Eder
el plumón verde de las casuarinas.

El cine de los martes y domingos
en el Teatro Principal. El Náutico
empavesado a punto de zarpar.
El obsesivo “son de la marimba”.

Los catalejos en los miradores.
Las sirenas pidiendo práctico.
El alto puente del trasbordador
y abajo, las traineras, como galgos marinos.

Entre los barcos que limpiaban fondos
y las parrillas para asar sardinas,
arco iris de escamas y de agua
salada y sucia de petróleo y coque.

El misterioso rayo verde
que nadie nunca llegó a ver
encendía en el fondo de la ría
la falsa aurora de los altos hornos.

En el andén del tren eléctrico
pescaderas de faldas de mahón,
y allende el agua, bajo las acacias,
las niñas bien de calcetines blancos.

Aquilino Duque


Queen Anne's Lace

Here Thou, Anna, whom three Realms obey.
Pope

RANDAS de encaje de la reina Ana,
velos de novia de la primavera,
zanahoria silvestre que engalana,
flotando de árbol a árbol, la ribera
del cuarto reino de la soberana.
¿Floreció así la zanahoria
silvestre en los tres reinos insulares?
¿Al menos cuando fue común la historia
y era Albión la dueña de los mares?
Hampton Court está lejos,
su Támesis, sus torres de ladrillo,
los conos verdinegros de los tejos,
el dafodelo esbelto y amarillo.
Algodón de las plantaciones,
casacas rojas. Por el estuario
sube con sus setenta y dos cañones
la pérfida amenaza de un corsario.
¿Era este cuarto reino un yermo?
¡Tejos de Hampton Court, tulipanes de Holanda!
Tanto monta María como Guillermo
y Ana tiende su encaje randa a randa.

Aquilino Duque


"San Petersburgo no es una ciudad, sino la maqueta dde una ciudad, y Rusia; un país de apariencias. El genio de Potemkin estuvo en utilizar esas apariencias en propio provecho. Nada más fácil que engañar a quien desea vivamente ser engañado y el engaño fue la vía que llevó a Potemkin al corazón de Catalina la Grande. ¿Por qué en la San Petersburgo de hoy pienso en las aldeas de quita y pon del viaje imperial a Crimea? Con su campaña contra los turcos y sus aldeas de quita y pon el príncipe Potemkin pudo labrarse en San Petersburgo algo tan sólido y duradero como el palacio de Táurida. Táurida es el nombre griego de Crimea, la península en el Ponto Euxino a la que arribaron los argonautas, y tal vez por eso el palacio tiene una fachada de blancas columnas y blancos triglifos contra unos muros severos de crema tostada. Hoy son contados los palacios cuyo interior responde a los lujos exteriores. No creo que el palacio de Táurida sea uno de ellos, destinado como ha estado a usos políticos desde 1906. Bien es verdad que ya al morir Catalina II, que lo habitó en sus últimos años, su hijo Pablo I estabuló entre los salones de columnas los caballos de su Regimiento de Guardias a Caballo. Alejandro I, dispuesto a llevar la contraria a su padre del mismo modo que éste se la había llevado a su madre, la abuela de Alejandro, devolvió al palacio su esplendor, hasta el punto de que tenía fama en toda Europa. En 1906 se instaló en él la Duma o Parlamento y a partir de 1917 se suma a la obra y la leyenda de Lenin. Hasta la caída del régimen bolchevique fue instituto regional del Partido Comunista de Leningrado, algo así como un seminario rojo, y si pensamos en el estado en que los seminaristas sevillanos dejaron el palacio de San Telmo, tal vez nos hagamos una idea del interior actual del palacio de Táurida que no se visita."

Aquilino Duque
Crónicas extravagantes




"Soy cristiano y mantengo cierta alegría y esperanza de que las cosas irán mejor."

Aquilino Duque


Una niña aprende a nadar

Un rayito de sol, una fruta de oro,
una niña de agua ha caído en la alberca.
Vacío, el salvavidas
es un cero a la izquierda.
La niña nada sola.
Nadie ni nada la sujeta.
Sonríe con los ojos entornados
alza triunfante la cabeza,
y nada, nada,nada por el agua
que riega los naranjos de la huerta.

Aquilino Duque



Verano en la Plaza del Pópulo

Encinas, pinos y palmeras
saben revueltos hacia el Pincio
rampas, estatuas, fuentes,
jeroglíficos, prismas,
arcadas triples, balaustradas dobles
y un cielo de palomas y vencejos.

Qué libertad la del verano,
qué orden de líneas puras,
de aristas limpias, de pilastras fuertes
y de cupulas sólidas.

El aire
invade la ciudad por la puerta del Pópulo
y hay una estrella fija de ocho puntas
y lápidas y conchas y linternas
y escudos de armas.

Todo intacto,
resiste al trote de la muchedumbre,
a la onda expansiva de los cines,
a la insolencia del presente
putrefacto y decrépito.
Uan alud de pancartas
anuncia los rigores del otoño.
En la botica oscura se prepara
la entrada de los bárbaros.
Arden las últimas orgías.
La plebe pide ácido y bencina.
el pescado arroja al Tíber
las llaves de la Historia.

Pero no, que es verano,
el aire libre llena
los antiguos pulmones de las plazas
y salva a la ciudad de morir por asfixia.
Aún suenan las campanas del cielo de Roma.

Aquilino Duque


 "Yo escribo siempre a contracorriente."

Aquilino Duque










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