Canción a mí

Quiero abrigarte en mis sueños de poeta
y navegar por tu río de nostalgias
arrullándote en los brazos de un poema
o llorando tu tristeza en el alba.
Caminando tus sendas de soledad y anhelos.
Buscando del amor su perpetua voz callada.
Atrapando ilusiones en tu sueños despiertos
y dejarlos correr libres como el agua.

¡Cómo me duele tu inocencia apartada,
como raíces en nuestro suelo de infancia!
Pues cuando hallaste las espinas de la vida,
ya no la quisiste y la dejaste en calma.

Prometí entenderte en el final de ese comienzo
que auscultaba tus heridas adultas
y me cargaste hacia tu realidad de mar
para buscar en tus olas mis nuevas rutas.

Recuerdo ese destierro que llegó en la niñez
y quedóse en la adolescenciañ
una maternal caricia dormida en el silencio
y un sublime beso colmado de distancias.

Pero en la entrega de nuestros sentimientos,
la maternal caricia refulge con su imagen,
callando en rencores amargos recuerdos
y borrando rencores en tu paso de ave.

Yo buscaba un presente en tu pasado desierto
y en tu ser mi adámica simiente tronchada.
Pero ya cayeron las hojas del ayer en mi Universo
y se ha quedado desierta, para siempre esa rama.

Antonio Juan Bones


¡Habítame!

Me había vestido
de telarañas y enredaderas
sobre el fértil
suelo de los años;
sin menor intención de evocar recuerdos
que enternecieran mis dedos
aún sedientos de sombras.
Permanecí así,
calculadoramente cóncavo,
deseadamente inviolable,
casi fosilizado,
entre una multitud de hombres
que me habían cuajado la sangre
en cristales de hielo.
Pero mi príncipe surgió
de entre un ejército de estatuas
que avergonzadas se resquebrajaron
por no haber podido mutilarme en pecho.
Y en subitánea aparición
trajo en la espada una tibia poción de plata
para enervar el sortiolegio
y perfumarme por dentro.
Se me tentó la carne,
se me desdoblaron las alas
y me entregué al vuelo
que no conoce de almas invernales
ni de cerrojos
para suplicarle: ¡Habítame!

Antonio Juan Bones


Soledad

Si la noche me pregunta quién soy,
me echaré a reír irónicamente
y le contestaré que soy cualquiera;
cualquiera que hoy se ha vestido
con sus mejores galas
y ha llenado de harapos y trastos
el antiguo baúl del tiempo,
en el cual, se restregan rostros
tallados por el olvido
y palabras que nunca se dijeron.

Me sentaré en la esquina más íntima
e inventaré pasos desconocidos al acecho;
mientras permaneceré a la expectativa
para huir nuevamente,
de las horas y días que se fracturan
por causa del verdugo amor.

Si la noche en desesperada insistencia
vuelve a preguntarme quién soy,
comenzaré a sollozar y le diré que soy
una desnuda rama de invierno
mutilada, abandonada a su suerte
y que ya no creerá en la primavera.

Pero si la noche persiste,
en saber quién soy,
le diré mi nombre: Soledad.

Antonio Juan Bones











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