Casi en toda cosa tuya...

Casi
en toda
cosa
tuya.
puse algo mío y eché raíces, hasta el cuello,
para nacer todos los días
cuando abrieras los ojos.
¡Escucha!
todo camino entre tus cabellos
yo lo hice con mis dedos
y encendí con mi aliento
esa llama en tus ojos
al dormirte en mi pecho.
Tu talle,
tu talle va marcando con la sombra de mis brazos
y en tu boca dibujada la manzana de mis besos.
¡Ah, cuántas veces mordí tus mejillas! ¡Ah, cuántas veces me copiaste la risa o desyerbaste mi ceño con tus manos de pluma
Casi
en todo lo tuyo
hay algo mío...

¡Hasta en tus cosas queda mi alma!
sólo me falta poner
en tus pies
mis alas,
para que,
cuando te vayas:
¡vuelvas de nuevo a mí, aunque yo sea tu sepultura!

Luis Rodolfo Sarceño Zepeda



Fuerano

Yo vengo del campo vistiendo paisajes,
borracho de silencio, con paso de sol.

Yo vengo del campo con voz de marimba,
mirada de cima y suspiro de volcán.

Yo vengo del campo llevando mi pena,
por ser un fuerano de tantos que hay.

Y ese misterio que escondo en la poesía que doy
es un delito para muchos, un honor para mí:

De la cuna no se hace la tumba
ni el origen predice el fin. . .

¡Yo vengo del campo, señores,
y no dejo de ser lo que soy!

Luis Rodolfo Sarceño Zepeda


Mujer de Agua y de Camino

Pareces por tu bondad una gota de agua y otra. . .
Yo te bebí con el alma
cuando regresaba cansado
de aquel camino largo del desengaño
y fue calmada mi fatiga y saciada mi sed de amor.

yo me bañé con agua de tus ingenuas ilusiones
provocada pro las penas de ser abofeteado al sonreír
Y quitaste hasta las manchas de mi camisa,
porque antes de entrar a mi pecho
me cercaste con tu biología de agua.

Pero un día que llevo sepultado en mis ojos
y, a cada instante, reviviendo en suspiros,
derramaste tu cuerpo en la distancia
para dejarme trenzando los minutos
y masticando tu recuerdo.

si tan Sólo. . .
si tan sólo estuvieras vestida de blanco
con retazos de nube
Llevando en tu cuerpo una cruz a mis ansias :
¡no fuera poeta!

Si mis bolsas vacías devorran monedas
en vez de mis manos que ajan su frío;
si en mi cinto colgara un revólver
como cuelga en mi pecho
ese miedo a la gente con sus caras
y hechos:
¡no fuera poeta!

si tuviera en mis pies
los que tienen los árboles y una paciencia
que imitara a los cauces:
¡No fuera poeta!

¡No fuera poeta, vida!
Yo canto porque te siento lejos,
porque eres mía cuando te escapas
entre mi aliento,
porque soy tan pobre que hasta el alma debo,
porque no hinco pies ni cabeza
Ya no puedo

Ya no puedo escribir de tanto amarte:
me estás dolindo, mujer, hasta en las manos.

Parece que tu recuerdo lo llevara clavado
en la punta de mis dedos
o ardiendo en las alas de mi canto.

No vierto llanto
Mi pena es seca.
Ni gritos doy.
Me tienes mudo.

Pero si vienes a escarbar en mis pupilas
Hallarás que el fuego de sus vidas
se apagó de frente a tu retrato.

Luis Rodolfo Sarceño Zepeda


Nocturno a mi pajarera

Ya estamos, los dos, como al principio:
a un paso de cruzar nuestros caminos.
Tú no quieres recordar que te alzaste
de la estatura de mi vida
a echar raíces
hasta en la obra de mi mano.
Yo, en cambio, quisiera retenerte, ¿sabes?
Sí; hay cosas que pesan en la vida
y la vida son,
que no pueden dejarse aparte
porque dolerían más. Tú pesas en la mía:
ayer te amaba con el pecho.
hoy ni todo el cuerpo me alcanza ya.
Ven;
acércate;
estoy pensando cómo atar tu alma
con tus mismos recuerdos.
Tal vez nuestra canción te pese
y, al penetrar en sus oídos, comprendas
que, separándonos, seguiremos siendo los mismos.
¿Oyes? Esa música es la nuestra,
¡Nuestra canción!
Son martillos de música rebotando
sobre las fibras más sensibles de nuestro corazón.
Parece que, a cada nota, nos abre sus puertas el tiempo
para que podamos ver

una gran cicatriz en nuestros pechos,
formaba al injertarse el amor en nuestras almas.
Con esas notas nacían nuestras ansias;
pero hoy ha terminado el disco y tú sigues lo mismo,
indecisa.
Acaso, no puedes reventar tus raíces
y una prueba de amor se te impone,
¿O tienes miedo de cambiar de costumbres?
¡Vamos, dime que te quedas!
No pudimos devolvernos nada
y cada quién tiene lo que más le gustó del otro.
¿Cómo vas a devolverme el corazón si te lo pido?
¿Qué haría yo si me lo exiges? ¿Qué haremos
para buscar el olvido? Callas; está bien,
sigamos buscando entre nosotros mismos
el hilo de unión que no se ha roto.
Cuelga tu vista en mis diplomas
y contémplalos serena.
No, no quiero que cuadricules el cielo
de tus ojos; ve más allá, donde me ceñías
con risas en la fiesta del triunfo
que lograba
cuando me visitaba uno de ellos.
Entonces, ¡qué feliz yo era!
Ninguna arruga de dolor violó mi ceño;
logré las satisfacciones que busca quien escribe:
con una mujer nacida de mis sueños,
con una pluma redonda de metáforas,
con mil diplomas de honor al mérito.

Tú, también, gozabas;
parecías comprender
que mis escritos triunfaban
porque tú ibas en ellos...;
siempre fuimos, cada uno, la continuación del otro.
Ya has bajado la frente,
poco a poco nos entendemos...
vamos al jardín; allá está fresco
y nosotros tenemos ardiendo el alma.
Caminemos.
Salgamos por la puerta donde entramos antes
sosteniendo una flor entre los dientes
como pacto de amor
y no con la palabra "adiós" resbalando de los labios.
Bueno; ya que estamos aquí hablemos;
¡Hay mucho de que hablar!
pero podemos empezar con lo que cargamos dentro;
por ejemplo: ¿Qué piensas hacer cuando me dejes?
¿Trabajar, estudiar u olvidarme?
Conozco, muy bien, tus inquietudes
y creo, desde ya, verte salir de donde vives
--con tu cuerpo preparado al cansancio-,
que te llevan tus pies rumbo al trabajo,
que llevas como a un niño los libros en tus brazos
y que poco a poco te vas poniendo vieja.
A mí ocurrirá otro tanto y hasta mi pluma se cansará de añeja.

¡Figúrate la vida es sólo ironía!
nos manda gastar un poco de ella
para no perderla.
Eso comienza a pasarnos;
es la gloria habernos conocido,
amarnos
y unirnos hasta donde cabe lo posible;
pero tal felicidad es incompleta al no pasarla
recordando a cada instante:
en esa misma gloria que hoy vivimos
empieza a cercarnos la costumbre
y el deseo de sufrir ha de matarnos.
La necesidad de separarnos se impone
y sólo deja oponer resignación al aceptarla.
No temamos.
La distancia y el olvido no pueden ser hermanos,
porque yo, en estos rosales
que plantaste para florecer en ellos,
te hallaré en cada flor sonriendo alegre
con ternura ingenua como siempre
y, en vez de cubrirte con mis besos,
te bañaré de lágrimas para que tiembles,
de pie, sobre tu parra y vuelvas más liviana
mi tristeza.
Tú, en cambio, irás buscando un libro,
cuyo autor sea poeta y lo firme Amando Campos;
lo leerás con voz ardiente
y al finalizar un verso, entrecerrando los ojos,
pensarás que aún te amo
Entonces, ¡puedes irte!

has de caso que toda sonrisa que me diste
era un adiós
para celebrar tus pasos;
pero, ¿el alma? ¡Nuestras almas serán las mismas
en cada punta de la distancia!

Luis Rodolfo Sarceño Zepeda


Si tan Sólo. . .

Si tan sólo estuvieras vestida de blanco
con retazos de nube
llevando en tu cuerpo una cruz a mis ansias :
¡no fuera poeta!

Si mis bolsas vacías devoran monedas
en vez de mis manos que ajan su frío;
si en mi cinto colgara un revólver
como cuelga en mi pecho
ese miedo a la gente con sus caras
y hechos:
¡no fuera poeta!

Si tuviera en mis pies
los que tienen los árboles y una paciencia
que imitara a los cauces:
¡no fuera poeta!

¡No fuera poeta, vida!
Yo canto porque te siento lejos,
porque eres mía cuando te escapas
entre mi aliento,
porque soy tan pobre que hasta el alma debo,
porque no hinco pies ni cabeza

Luis Rodolfo Sarceño Zepeda


Ya no puedo

Ya no puedo escribir de tanto amarte:
me estás dolindo, mujer, hasta en las manos.

Parece que tu recuerdo lo llevara clavado
en la punta de mis dedos
o ardiendo en las alas de mi canto.

No vierto llanto
Mi pena es seca.
Ni gritos doy.
Me tienes mudo.

Pero si vienes a escarbar en mis pupilas
hallarás que el fuego de sus vidas
se apagó de frente a tu retrato

Luis Rodolfo Sarceño Zepeda











No hay comentarios: