"[…] Dos negros mozos cogieron los tambores y sin calentarlos siquiera comenzaron a llamar, ínterin los demás encendían una candelada con paja seca o bailaban cada cual por su lado […] La negrada cercó a los tocadores, pero dos bailaban en medio, un negro y una negra: los otros acompañaban palmeando, y repitiendo acordes el estribillo que correspondía a la letra de las canciones que dos viejos entonaban. ¿Y qué figuras hacían los bailadores? Siempre ajustados los movimientos a los varios compaces del tambor, trazaban círculos, la cabeza a un lado, meneando los brazos, la mujer tras el hombre, el hombre tras la mujer, ya acercándose, ya huyéndose […]"

Anselmo Suárez y Romero
Costumbres de campo


El preludio

Nunca versos canté: ni el sol brillante
de mi patria adorada cuando asoma
sobre la ceiba grande de la loma
ni el resplandor de estrella rutilante,

ni el agua de los ríos murmurante,
ni aquel áureo matriz que acaso toma,
ni de la flor gallarda el suave aroma,
ni música de palmas extasiante.

Ni mágicas palabras que algún día
pude escuchar de una mujer amada,
ni sueños santos de virtud y gloria,

ni horas amargas, ni horas de alegría,
lograron de mi cítara callada
el pobre son que exhala tu memoria.

Anselmo Suárez Romero


"No bien dispuso la señora Mendizábal la separación de Francisco y Dorotea, y los condenó a trabajar, al primero en la finca, y a la segunda en una casa de francesas, con especial encargo de que le dispensasen la más leve falta, cuando un pesar profundo se le apoderó del ánimo, porque eran sus mejores esclavos y porque le cabía no pequeña parte en la mancha que deslució las páginas de su vida. La compasión y el remordimiento empezaron a desazonarla; por eso fue que a los pocos días de haberlos desterrado de la casa, y deseando, por otra parte, minorar los castigos, escribió una carta a las francesas donde les prevenía que, a pesar de sus órdenes anteriores, trataran a la mulata con suavidad y tuviesen en cuenta lo delicado de su situación. Otra mandó a Ricardo en que le manifestaba cuánto se arrepentía de que lo que sólo hubiera hecho en momentos de calor contra un negro tan fiel y tan pacífico, a quien luego al punto debía quitarle los grillos y ponerlo a trabajar en las faenas de las casas, interrumpiéndose por consecuencia los azotes. Las amas del establecimiento en que lavaba Dorotea, no la oprimieron nunca; su belleza, sus pesadumbres, el aire fino de sus modales y el empeño que ponía en complacerlas, las cautivaron desde el principio en tal manera que no necesitaban de preceptos para atenderla. Por lo que hace a Ricardo, después contaremos el medio que usó a fin de burlar los pensamientos caritativos de su madre.
Según fue corriendo el tiempo, crecía la compasión de la señora Mendizábal, y le pesaba más y más haberles negado tan tenazmente a sus dos esclavos la licencia del matrimonio, y luego, cuando por su causa se descarriaron, haberlos afligido sin lástima. Se acercó en esto la Pascua de Navidad, y las ganas de ver cómo andaba un trapiche planteado de nuevo en el ingenio, el cumplirse por esa época tres años que no la visitaba, y los bailes y otras fiestas que tenían preparados los de la villa de Güines, la hicieron arrostrar al cabo por la repugnancia con que miraba el campo, y disponerse a dejar algunos días la ciudad. Entonces no pudo sufrir ya los reclamos de la conciencia; la idea de que Francisco y Dorotea padecían por un exceso de firmeza suya la hirió en lo vivo al reflexionar que aquella coyuntura venía muy a propósito para que oyesen de sus labios el perdón. De aquí que en vísperas del viaje, llamara a Dorotea y le comunicase su generoso proyecto; pero no sin exigirle antes que en lo sucesivo ella y Francisco la obedecerían mejor, cosa indispensable, a su entender, para demostrarles entereza de carácter, donde estribaba, como ya apuntamos arriba, el buen gobierno de su casa; y no también sin cuajársele de lágrimas los ojos, luego que vio postrada a sus pies a la mulata, flaca, descolorida, sosteniendo en los brazos a su hijita, que de puro endeble y enfermiza semejante a un ángel bajado del cielo para gemir en el mundo. No paró allí el beneficio; prometió otorgarles la licencia de matrimonio, si el calesero se avenía a celebrarlo la Pascua."

Anselmo Suárez y Romero
Francisco, el ingenio, o las delicias del campo



“Yo trataba de pintar un negro esclavo, ¿quién que se halla gimiendo bajo el terrible y enojoso yugo de la servidumbre puede ser tan manso, tan apacible, tan de angélicas y santas costumbres como él…? Francisco es un fenómeno, es una excepción muy singular… Así fue que desde que comencé a escribir comencé de consuno a entristecerme: me enojé más y más contra los blancos según fui pintando sus extravíos, y como mi carácter, digámoslo de una vez, es amigo de tolerar con paciencia las desgracias de este pobre valle de lágrimas, vino a dotar a Francisco de aquella resignación y mansedumbre cristiana… He aquí la causa de mi error.”

Anselmo Suárez Romero













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